Hay un
Unamuno, la mitad de un Unamuno al subir las escaleras de Anaya. Una cara que se
siente fría, metálica contra la palma de la mano en enero.
Todo es pegarse lo suficiente como para extender el brazo y tocar el rostro en un instante en que nadie mira. Es el primer día que advierto la escultura, el Miguel de Unamuno del descanso de las escaleras de Anaya, su perfil arrogante de héroe cultural.
Todo es pegarse lo suficiente como para extender el brazo y tocar el rostro en un instante en que nadie mira. Es el primer día que advierto la escultura, el Miguel de Unamuno del descanso de las escaleras de Anaya, su perfil arrogante de héroe cultural.
¿Qué
será de la chica que vi de soslayo, sentada viendo el Athletic-Barca de la final (esa malísima) en bar Daniel (Paseo de los Nogales, 110), y que nunca abordé en el cigarro obligatorio
de medio tiempo? ¿Miedo? La verdad, no sabría decirte.
Bea se hace pequeña en el sueño, lleva un sweater color crema, también pequeño. Se despide con la mano al filo de la
estación de autobuses cuando yo ya estoy por doblar en Peña de Francia. No vas a verla nunca más, Dani.
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Hoy dejo
salamanca y un montón
de
mierda en la que me gustaba
patinar,
embarrar los zapatos
Chicas
que besé y traté de recordar al día siguiente. Chicas que quise encontrar al
abordar la plaza, las que vi y no me saludaron porque tal vez no se acordaban
de mí.
Me alejo
del molino abandonado, ese
sobre el
paseo de bicis que investigamos hace muchas noches con Sarah y lo largo que me pareció siempre
el
puente. Dejo atrás esa primera vez
que pisé
las calles perdido, la primera vez
que se
encendieron las luces de la ciudad o la vez
que se borró la catedral de tanto vino.
Dejo los
cigarros que fumé muerto de frío o
aquella
chica que besé con gripe y que no alcanzo
a
recordar del todo. Dejo /de pronto/ la posibilidad
del Tormes
y de alguna extranjera tambaleante
que
abordar al filo de la plaza. Abandono la universidad
y las
aulas llenas de adolescentes que alguna vez me miraron.
Se
borran sus caras en una despedida
que
nunca tuvo lugar porque nunca hice nada
para ser
recordado.
Dejo
noches que se repitieron siempre a sí mismas, Borrachos
que
zigzaguearon la ciudad entera tres veces, que vomitaron
en todas sus calles, que regaron de orina cada
contenedor
de basura.
Me alejo de esa vez que te pensé en el río, Ant, de cuando te
Me alejo de esa vez que te pensé en el río, Ant, de cuando te
llamé
borracho gritando "¡¿dónde estás?!,¡¿dónde estás?!" y te reiste a carcajadas diciendo que también estabas borracha.
Me alejo
de la vez que mentí diciendo que estaba en Gatsby
cuando
en realidad estaba en la cama hecho mierda y me vestí
como
pude para salir corriendo y encontrarte en la plaza.
Me alejo
del vino en botellas plásticas de dos litros, de cerveza
mezclada con agua en los bares locales.
Dejo a la
que pensé rusa bajo la música tan alta de Daniel’s.
La que
resultó ser extremeña afuera, fumando un cigarro lejos del ruido o
del beso
descontrolado que le acerqué o del abrazo cuando trataba de decirle
recio, tal
vez gritando “¡¿Entendés lo que te digo?! Un ci-ga-rro, un-ci-ga-rro-”.
Dejo el olor
a humedad del baño del Irish Pub y el número de 7 dígitos
que me dio una rubia desinteresada.
Se empieza a borrar, en un apartamento casi entregado,
el sabor ácido del vino en la boca de alguna o todas las
veces
que alguien pidió el baño para vomitar un vodka, un whisky,
un ron con cola.
Dejo la esperanza de ese primer día de clase
en el Aula Magna donde, creo, por un instante, lo vi todo posible.
Dejo las
putas que vi fumando fuera de sus burdeles al subir de vuelta borracho por Maldonado Ocampo, la
ducha en el piso de arriba, el ruido de una tele quizás demasiado alta, de niños
yendo al colegio, de madres gritando recio tal vez sobre calle Cerezo, de autos
que no encuentran aparcamiento, de gente, para no hacerlo tan largo, que vive
mientras las putas y yo, cada quien desde sus casas, abrazamos la almohada para
entrar en esa noche siempre soleada.
Hoy dejo, ¿cómo era Javi?, esta ciudad antigua, grande y
decadente.
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(ja-ja-ja) Se los leo
en piso de (inventar nombre). Sí, antes de irme.
Soñé que fumábamos todos de mi tabaco en la sala que no tiene tele, frente
a los cartones (usuales) de mal vino español. No entendía por qué G, recostada
en el sillón, parecía disfrutarlo, como si fuera un cigarrillo mentolado o un
l&m, acaso un malboro light. Todos se habían rolado un cigarro con mi
tabaco, voy a decir barato, seco, duro a la garganta, pura mierda, a falta
de alguno suyo que encender fresco, recién sacado del cartón. No sé, de esos
paquetes que acabás de quitar el plástico. Quitar el plástico (ja-ja). G nunca
había venido a mi piso, nunca habría de venir y por eso despierto, también porque yo no fumo tabaco de liar. ¿Te das cuenta? Encontrar el error. Despertar.
O
Ele estaba encima de mí. Los dos desnudos en un cuarto oscuro. Traté de
tocarla y se molestó, traté de besarla y nos besamos holgadamente. Su cara
estaba tan cerca de la mía, además de la oscuridad y del beso que obliga a cerrar
algo los ojos, que no sabía exactamente dónde me encontraba y sólo di por sentado que era mi habitación. Me había
quedado dormido en el sillón de la sala que no tiene tele. No recordaba nada
que fuera real, aunque ¡eh!, Ele era real, y la estaba viendo. Pero la cosa
es que no recordaba estar dormido siquiera, tendido a lo largo de uno de
los sillones. Había estado leyendo unos textos de Kerouac hasta los ojos
cansados y la cabeza torcida sobre el apoyabrazos. Entonces fue el cuarto
oscuro, el peso de Ele, que realmente sentía al respirar o decirle algo, su
piel cálida, que también sentía tan real, tan genuina. Ella tomó la iniciativa del beso y me
sujetó por las muñecas, sosteniéndome contra la cama. Se había pegado tanto que
su pelo, desparramado sobre las sábanas, había quedado entre el colchón y mis
muñecas aprisionadas. Se trató de separar un momento, tal vez para acomodarse
y sintió un tirón de pelo, así que empezó a decirme “tonto, pero ¿qué coño
haces?, ¿por qué me tiras del pelo? Menudo subnormal, gilipollas etc, etc.
Españoladas de ese tipo. Yo trataba de explicarle que era su culpa, que yo no
tenía nada que ver pero no lograba articular palabra, ni siquiera hacer que
parara. Entonces oímos un ruido en la habitación, justo detrás del cuerpo de
Ele, que estaba a horcajadas sobre mí. Así que Ele volteó, yo no podía ver nada, y
me dijo que había alguien en la habitación. Hay un señor, dijo. Me levanté medio cuerpo, torcí para
salirme de la cama, del pecho de Ele que limitaba mi vista y poder ver el resto del cuarto. Advertí a un viejo parado al lado
del closet que comenzó a correr al momento de verme. No era mi habitación,
había una especie de minibar, un espejo y taburetes altos, no puedo asegurarlo. Me temblaron las piernas y
seguía únicamente pudiendo mover medio cuerpo. Desperté en mi apartamento, en
el salón que no tiene tele, con la misma postura que cuando advertí a la persona
junto al armario. Había sacado medio cuerpo del sofá pero detrás de la
oscuridad solo estaba la cocina.
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¿Qué pasa si no traiciono a nadie y me invento los nombres y entonces se me
ocurre (por orden de aparición mental) samuel, jack, lope, ahedo, maría, maría
tulia, maría suger, maría eugenia, maría Turner, María Elisa, María Teresa, María... María quién putas sabe y les
perdono a todos la vida?
Porque ¡AH! delatarlos/quemarlos sería fácil, muy fácil, decir que jmmmmm
consiguió besar a hsbekwsm en Bendr. Noche movidísima esa, ¿eh? Hijo de puta. O
pará, pará, pará. Pensá en vajahsks, la
noche que no pudiste bailar con ella porque te vio venir de lejos y se escudó
en la barra. La hiciste pedir una cerveza que no tenía pensado pedir porque ¡ah!
La cerveza de Daniel's es tan mala, tan agua, tan cerveza con algo. Y eso no
emborracha, ¿verdad? Además sabe a rayos y es que... es que si ella no te hubiese visto venir
tal vez (sin el tal vez) se hubiera pensado más lo que iba a hacer; tal vez
habría pensado en un ron con cola, un mojito de tres euros o no tomar nada directamente
porque le hacía ilusión llegar sobria a casa y ¡ah! No amanecer con los zapatos
puestos a la mañana siguiente; los codos/las rodillas verdes, marrones,
embarradas de pasto, de haberse arrastrado en un jardín después del vómito. Que
(la puta madre) ¿te acordás de esa vez? Por un instante te hizo creer que te ahogabas.
Encima el pelo tuyo ese tan largo no te dejaba ver y tan sólo oías a la gente
pasando por Anaya, zapateando la piedra franca, ellos, tan tranquilos,
comentando lo borracha que estabas. El tipo que lo dijo, o bueno, serían
varios, claro, quisieron (pensaron) por un momento (acompañados -quién sabe- de sus hijas,
esposas, tal vez un perro que ya se cagaba de vuelta en el piso) volver en el tiempo a la
universidad o ir por primera vez, si es que nunca habían ido. Todo por regresar solos esa misma noche a donde estabas y probar
suerte contigo, allí borracha, tan vulnerable a cualquier halago, a cualquier
"te ayudo a volver a casa". Porque tal vez te hubieras recogido el
pelo y los hubieses visto a la cara con el alivio del vómito logrado. Porque, pensabas, no estaba mal conocer a un estudiante. Y tal vez hubieses
aceptado el ofrecimiento y ¿quién sabe? se habrían tendido sudados a fumar en una cama que no conocías. Eras una posibilidad, entendélo, para gente sin
opción a recompra. Y hablo del tiempo.
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3 botellas de sidra en Van Dyck antes de preguntarnos "¿qué hacemos
ahora?", y proponer un piso. Fumando en la puerta se decidió que el mío,
por cercanía y cosas de esas. Subimos por el lado de plaza de toros, jules todavía
insistiendo en que me sentía muy frío. Me retuvo del brazo frente al
conservatorio y me besó en la boca, sus brazos por encima de mis hombros. Le
negué la lengua, le dije que estaba enfermo, tosí alguna vez, aclaré la
garganta haciendo un esfuerzo enorme. Lo cierto es que la había besado tanto en el
rellano del edificio de Elisa la noche de Eurovisión... Nos habíamos besado hasta
agotar el repertorio, hasta fijarme en otras cosas. La desnudé a medias en las
escaleras pero insistió en la incomodidad de la inclinación, del piso cerámico
tal vez demasiado frío contra las nalgas. Quisimos volver dentro pero ya habíamos
tardado mucho y, pensó ella, los invitados nos verían con ojos de asco. Así
que matamos un rato el tiempo en Hacienda, ella quiso pagar por mi jarra de
cerveza y se pagó un tequila para ella. Bailamos un rato a destiempo, me abrazó
para decirme algo, la música era tan alta allí adentro. Le dije que quería fumar
y salimos. Me aceptó un cigarro, me habló de su carrera, de su graduación, de
sus prácticas y de este grupo que dirigía para gente queriendo dejar de
fumar. Dio una calada al cigarro y nos reímos, ¿de verdad? Le pregunté, ¿para dejar de fumar? Serían las cuatro cuando le dije que quería acostarme con ella. Subimos
y entramos al piso evitando la sala, los tres o cuatro invitados que quedaban.
Me metió a su habitación y cerró las persianas antes de asaltarme en la
oscuridad con un abrazo tal vez demasiado brusco. Busqué mis pantalones a las 8
am y le di las gracias por todo. Le dije que no se vistiera, que no hacía falta
que me acompañara hasta la puerta.
Frente al conservatorio empecé a arrepentirme de haber aceptado la invitación a Van Dyck. Creo que dije que sí por corresponder a la cerveza que pagó antes en Hacienda (o tal vez yo estaría caliente, entre verla o encender la tele después de las 12). Le enseñé mi apartamento, lo vio todo un poco con asco. Cerró las cortinas y volvió a decir que me notaba muy distante, ¿qué te pasa?, decía y me acercaba la boca. No me importa que estés enfermo, ya tendré tiempo para recuperarme después, no vuelvo a clase hasta dentro de una semana. Cosas así. Vi la hora, eran las 10 menos 10 y calculé que las 11 no estaban mal para dejarla andar sola hasta su casa. Me apuré a quitarle la ropa y nos tendimos en el colchón. Le dije que Joan estaba en el cuarto de al lado, que lo escuchaba todo. No le importó. Le dije que tenía pensado salir con él, se iba el lunes y quería despedirlo "¿te fijaste en sus cosas ya empacadas en el recibidor?" Pero jules me abrazó y dijo que tal vez sería la última vez que nos veríamos, ella y yo, que se quería quedar más rato y que si no tenía un cigarro a la mano. Entonces volví con una lata vacía para tirar la ceniza y nos tendimos a fumar sobre la sábana, dos caladas cada uno.
Frente al conservatorio empecé a arrepentirme de haber aceptado la invitación a Van Dyck. Creo que dije que sí por corresponder a la cerveza que pagó antes en Hacienda (o tal vez yo estaría caliente, entre verla o encender la tele después de las 12). Le enseñé mi apartamento, lo vio todo un poco con asco. Cerró las cortinas y volvió a decir que me notaba muy distante, ¿qué te pasa?, decía y me acercaba la boca. No me importa que estés enfermo, ya tendré tiempo para recuperarme después, no vuelvo a clase hasta dentro de una semana. Cosas así. Vi la hora, eran las 10 menos 10 y calculé que las 11 no estaban mal para dejarla andar sola hasta su casa. Me apuré a quitarle la ropa y nos tendimos en el colchón. Le dije que Joan estaba en el cuarto de al lado, que lo escuchaba todo. No le importó. Le dije que tenía pensado salir con él, se iba el lunes y quería despedirlo "¿te fijaste en sus cosas ya empacadas en el recibidor?" Pero jules me abrazó y dijo que tal vez sería la última vez que nos veríamos, ella y yo, que se quería quedar más rato y que si no tenía un cigarro a la mano. Entonces volví con una lata vacía para tirar la ceniza y nos tendimos a fumar sobre la sábana, dos caladas cada uno.
Lo hicimos una vez más y en el abrazo final le dije que necesitaba una
cerveza, que si ella tenía ganas también de una. Dijo que no, pero que fuera al
refrigerador por una lata. En verdad quería sacarla al bar de la esquina, tomar
una jarra y despedirla allí sin volver juntos al piso. Así que le dije que más bien me
refería a salir. Jules dijo que no, que ahhh estaba tan cansada. Entonces salí a
la cocina y saqué dos latas del refrigerador. Me
senté en la sala y las tomé lo más despacio que pude. Encendí un cigarro en el
balcón y otro, y otro. Vi los aspersores del jardín de enfrente encenderse, una chica
en la ventana de un tercer nivel que planchaba viendo la tele hasta que acabó y decidió apagar la luz. Volví a la habitación. Jules se
despertó con el ruido de la puerta y dijo que por qué había tardado tanto. Solo
dije que estaba cansado, que necesitaba dormir algo. A la mañana siguiente la
quise un poco al verla buscar su ropa desnuda por el cuarto. La abracé, yo
también desnudo, sabiendo que sería la última vez que la tendría así de cerca.
Desayunamos en McDonald’s, hablamos poco. Ella volvió a decir que me notaba
raro, como distante. Anduvimos hasta el Corte Inglés donde la despedí con dos
besos. Regresé al piso, me desvestí en la habitación. Todo olía a ella, a
tabaco, a ella. Dormí hasta las tres de la tarde respirándola todo el rato contra mi almohada
sin funda.
Tampoco la volvería a ver.
Tampoco la volvería a ver.
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Un huevo duro que rebota contra el sartén, aún con agua de por medio. Tú atento
a verlo botar, a cuántas veces lo hace. Lo comentás en voz alta, no te preocupa
que sólo te rodeen cosas/objetos inanimados, que la lámpara, digamos, no pueda oírte
hablando tanto, o el radiador solo se inmuté en invierno. No te molesta y eso
es lo peor, que después la calle se te hace tan recia y los pisos, ¡ah! Los pisos
con gente peleando por el sillón, el más cómodo, el que mejor esté dispuesto, eso
sí te molesta. Por eso encendés un cigarro, dos tres, cuatro, los que hagan
falta. Por eso no paladeás la cerveza o el brandy con leche, porque tragás
cualquier mierda, porque nunca hay brandy con leche. Porque tragar es el verbo,
nunca paladear.
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Sí, me temo que hace rato dejó Salamanca. Pero… (sonriendo triste) ¿Vos te
acordás de ella?
Ahora veo su Facebook desde mi facebook secreto. Busco alguna foto en la que aparezca
su cara, tal vez bien iluminada. Y hay una, creo que subida en febrero,en un
álbum que se titula “cena”. Y es ella sola en una mesa, sosteniendo una copa de vino
a la altura del hombro, hombros desnudos por la blusa sin mangas que lleva
puesta. Y pensás: MIEEEEEERDA. Hombros desnudos que recuerdo especialmente. Hombros desnudos que
sujeté mientras ella lloraba borracha en las escaleras de Independencia,
tratando inútilmente de huir de mí, del recuerdo reciente de ese beso apenas breve
que me acercó una chica mareada de vuelta en un piso al que nos habían invitado. Después,
todavía en la foto, me fijo en su boca, la nariz, los ojos; todo lo conozco de
sobra. La ropa… Quién me asegura que esos pantalones que lleva no hayan sido los mismos que le arranqué tantas veces. Hoy se parecen tanto los vaqueros, las fotos no
aseguran nada.
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Te lo advierto. Estás lejos pero te advierto.
Un día, una tarde de reencuentro tal vez nublada, tal vez
oscura, apaleada por las 8 de una tarde cualquiera, voy a hacerme el
indiferente aunque tiemble por dentro, aunque las piernas apenas me sostengan o
los ojos quieran contarlo todo. Voy a fresquiarla un vergo, tal vez encienda un
cigarro o simule contestar una llamada, un mensaje de texto y te interrumpa
con la mano. Voy a lograr hacerme el indiferente, voy a conducirte a un banco,
señalándolo desinteresadamente con la mano, voy a sentarme del lado opuesto, tú
rompiendo el viento para, desde mi sitio, poder respirarte bien; después
pretender que no muero de ganas de tu... de tu... de todo. Voy a acomodarme no tan cerca, voy a verte con
cara de “pffff cuánto tiempo” y finalmente, cuando esté seguro de que me ves
cambiado, que logré engañarte con eso porque ¡AH! No fuimos nada más que un
trocito de espacio ¿te das cuenta?, un trocito de tiempo, un trocito de... ¿cómo decirlo? nada. Voy a preguntarte por la casa después del río, si
te acordabas de eso. Cuando respondás que sí voy a temblar, voy a intentar serenarme
chupando del cigarrillo hasta quemarme los dedos, aguardando en silencio. Sólo entonces, con la tranquilidad del descanso,
voy a preguntar si te acordabas de cosas específicas de la casa. Voy a
preguntar si aún recordabas el horno que calentaba sólo por arriba o el
mando del televisor, los números que había que presionar tan fuerte para
cambiar de canal o las charlas más bien inoportunas con el casero o los
sillones dispuestos en L o la pequeña mesa del comedor o la pizza de dos días que robábamos y que luego comíamos por la mañana o el vodka de 4.50 en mercadona o los
cigarros que siempre negabas borracha o el balcón de los besos más fríos que nos dimos o la
cama sin sábana bajera o el pequeño radiador que sólo llenaba de luz el cuarto. (más).
Voy a preguntar si aún conservás algún recuerdo de ti en el
baño de la casa, tal vez frente al espejo componiéndote el pelo o echando un meo
pendiente de la pantalla de tu Smartphone. Voy a preguntar si recordabas alguna
noche en que no hayas podido dormir y te hayas despertado sola, en el silencio
de la casa inerte, ya sin el murmullo de la tele, cuando todos dormíamos. Voy a preguntar si recordabas
una sola vez en la que hubieses pospuesto el despertador, pero que la recordaras
bien, que recordaras el cansancio que tenías, que todo lo que habías pensado en
la noche parecía mierda en la mañana, mucha mierda, muchísima mierda irrealizable.
Voy a preguntar si recordás la cerveza, los eructos que ya no disimulábamos o la vez que
nos quitamos el pantalón frente a la catedral, tendidos muertos de frío en los
jardines de Anaya.
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Antes que vomitar o perder el balance, tal vez tropezando con los coches
aparcados en fila, prefería tenderme en la hierba mojada de Campo San Francisco
o pensar en los primeros días con Antía.
Tal vez encontrar esa rotonda que nunca acababan de construir en Torres Villarroel y sentarme en el medio, quizás tirarme a lo largo. Esperar los coches de las 4 am, que los conductores me vieran desde sus ventanas laterales como diciendo “qué borracho”, / y verlos olvidar así, por un instante, la responsabilidad de conducir una glorieta.
Tal vez encontrar esa rotonda que nunca acababan de construir en Torres Villarroel y sentarme en el medio, quizás tirarme a lo largo. Esperar los coches de las 4 am, que los conductores me vieran desde sus ventanas laterales como diciendo “qué borracho”, / y verlos olvidar así, por un instante, la responsabilidad de conducir una glorieta.
Estar, sí, borracho y sentir la respiración en las sienes, en los ojos que
vomitaban farolas/ventanas/coches/barrenderas tintadas de rubio/portales/perros/alcantarillas/pasos
de cebra/semáforos/tiendas cerradas/parques/bancos/estrellas/nubes/zapatos/motos/camisas/jeans/gente
normal. Pero calle, sobre todo calle.
Perderme en la ciudad tan pequeña, tal vez por no alcanzar a leer los nombres de las calles en los muros. Confundir cosas re sabidas, de haber bajado antes a clase o de haber salido con (inventar nombre), cosas como el orden de los edificios, la disposición de las rotondas, las farolas de alamedilla, el rótulo gigante de BINGO, el Burger King de Plaza España, la pendiente interminable hasta mi casa o la sucursal de Sabadell, esa que está poco antes de tocar Van Dyck.
Perderme en la ciudad tan pequeña, tal vez por no alcanzar a leer los nombres de las calles en los muros. Confundir cosas re sabidas, de haber bajado antes a clase o de haber salido con (inventar nombre), cosas como el orden de los edificios, la disposición de las rotondas, las farolas de alamedilla, el rótulo gigante de BINGO, el Burger King de Plaza España, la pendiente interminable hasta mi casa o la sucursal de Sabadell, esa que está poco antes de tocar Van Dyck.
A veces pensaba mucho en llamar a Guatemala, sobre todo allí, borracho, perdido en la isla de la rotonda inacabada, y que me contestara una niña que ya no era niña porque igual que yo, ya no éramos niños. Porque dejar el país, querido Dani, nunca es parar el tiempo.
Nota:
A propósito de la rotonda que no acaban de construir nunca, alguna vez leí esto en
internet:
22 - Comentario enviado el día 06-03-2015 a las 08:27:24
LA ROTONDA DE LA VERGUENZA. Deben de estar construyendo el metro.... por lo
menos. ¿Inaugurará la obra faraónica el Sr. Alcalde?
Autor: VERGonzoso
21 - Comentario enviado el día 06-03-2015 a las 08:31:34
No os dejéis engañar. Están perforando en busca de petroleo. Como no lo han
encontrado Mariano les ha encargado medir con exactitud el radio terrestre. Por
eso se prolongan un poco las obras. Mal pensados.
Íbamos de vuelta de la Alberca, estabas ensopada, yo estaba
ensopado; lluvia hasta los calcetines. Me hablaste por tercera vez de tu amigo
venezolano, ese que conociste en China. Me habías hablado de él una vez en
Domino’s pizza, el de Gran Vía, y otra vez en el salón de la casa al
advertir un acento similar al venezolano en la tele, ¿una telenovela, un anuncio de verano? ¿Dos canarios hablando?
No tiene importancia. Te pregunté si te
lo habías tirado y me volteaste a ver nerviosa diciendo que por qué te
preguntaba ese tipo de cosas.
El día en la Alberca, a pesar del agua tan recia, había sido agradable. Me compraste una boina en la única tienda abierta del pueblo. Me dijiste que iba a ser un gran escritor, que lo habías notado desde la primera vez que caminamos el río. Llegamos a una iglesia cerrada. Encendimos un cigarro refugiados bajo el exceso del techo. Me senté en un tronco dispuesto como banco y tú te sentaste en mis piernas. Me dijiste lo orgullosa que estabas de mí, de que hubiese logrado publicar en una antología. Te habías sentado sobre el cartón de tabaco pero no te dije nada. Me besaste. Dijiste que podríamos buscar un estudio frente a Casa Lis, cerca del casino o del museo del automóvil para no alejarnos del río. Que tú te encargarías de que siguiera escribiendo y que buscarías un empleo, que podías enseñar inglés, que no había problema, uuff que habían tantas academias de idiomas donde podían contratarte. Que prometías dejarme escribir en silencio, que después saldríamos a caminar al río, al lugar ese en que se dibuja nítida la catedral contra el embalse del agua, que seríamos tan felices, que dejaríamos de tomar tanto y que tal vez, algún día te llevaría en el volkswagen a Lisboa.
Un auto pitó desde atrás antes de pasarnos por la izquiera, nos hizo una seña con la mano de "vayan a tomar por el culo". Iríamos muy lento por la lluvia, demasiado lento. Entonces volví a insistir, te hice la misma pregunta ¿Lo hiciste con él? el venezolano, le dije, y hubo un rato en que sólo se escuchó el limpiaparabrisas. Entonces respondiste que sí, que sí te lo habías tirado. Me tomaste del brazo y dijiste que había sido hace tanto tiempo, que el tipo le daba lástima, que había sido su amigo, que lo hicieron volviendo de un bar borrachos y que no lo quiso volver a hacer después. Volvimos en silencio, poniendo la radio en cualquier emisora.
El día en la Alberca, a pesar del agua tan recia, había sido agradable. Me compraste una boina en la única tienda abierta del pueblo. Me dijiste que iba a ser un gran escritor, que lo habías notado desde la primera vez que caminamos el río. Llegamos a una iglesia cerrada. Encendimos un cigarro refugiados bajo el exceso del techo. Me senté en un tronco dispuesto como banco y tú te sentaste en mis piernas. Me dijiste lo orgullosa que estabas de mí, de que hubiese logrado publicar en una antología. Te habías sentado sobre el cartón de tabaco pero no te dije nada. Me besaste. Dijiste que podríamos buscar un estudio frente a Casa Lis, cerca del casino o del museo del automóvil para no alejarnos del río. Que tú te encargarías de que siguiera escribiendo y que buscarías un empleo, que podías enseñar inglés, que no había problema, uuff que habían tantas academias de idiomas donde podían contratarte. Que prometías dejarme escribir en silencio, que después saldríamos a caminar al río, al lugar ese en que se dibuja nítida la catedral contra el embalse del agua, que seríamos tan felices, que dejaríamos de tomar tanto y que tal vez, algún día te llevaría en el volkswagen a Lisboa.
Un auto pitó desde atrás antes de pasarnos por la izquiera, nos hizo una seña con la mano de "vayan a tomar por el culo". Iríamos muy lento por la lluvia, demasiado lento. Entonces volví a insistir, te hice la misma pregunta ¿Lo hiciste con él? el venezolano, le dije, y hubo un rato en que sólo se escuchó el limpiaparabrisas. Entonces respondiste que sí, que sí te lo habías tirado. Me tomaste del brazo y dijiste que había sido hace tanto tiempo, que el tipo le daba lástima, que había sido su amigo, que lo hicieron volviendo de un bar borrachos y que no lo quiso volver a hacer después. Volvimos en silencio, poniendo la radio en cualquier emisora.
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O
O
Me contaste que esa noche volvieron en bici borrachas. Que las estrellas se regaban manchando la noche como pintura difuminada con el dedo; que tus ojos eran incapaces de separarlas o tal vez, de verlas quietas. Hablaste de tu pueblo, alguna descripción necesaria, el frío de diciembre, los campos verdes e interminables a ambos lados del camino, casas abandonadas a lo lejos, ¿graffiteadas?, mal pintadas, desvencijadas. Y hablando sin vernos en la cama, los dos con la vista en el techo, te interrumpías solo a veces con tu propia risa. Hablaste de bicicletas viejas, de una botella de Smirnoff, de la amiga que vomitó sobre sus Converse; hablaste de la hierba que no veías más en la oscuridad del campo, de la ausencia de alumbrado público una vez lejos del pueblo.
Sé que volteaste un momento interrumpiendo tu relato al ver que buscaba el mechero en la mesa de noche y encendía un cigarro, tal vez porque no se podía encender un cigarro en el hostal, tal vez porque creiste que no te estaba poniendo atención. De todas formas no dijiste nada y solo seguiste. Hablaste de ese momento en que te viste sola en la oscuridad del camino, la bici yendo en zigzag. Tus amigas se habían quedado atrás, quizás adelante, mucho más adelante, pero ibas muy borracha para saberlo. Y me acuerdo que hablaste de ese olor en la boca, del alcohol en los labios, en la lengua, en el vapor cálido que sacabas respirando agitada, del viento que soplaba en tu cara.
Dijiste que en un momento te sentiste, allí en la bici, interminable, que no necesitabas de nadie, que nunca más necesitarías de nadie. Volteaste sonriendo para verme al otro lado de la cama y te propuse tratar de dormir algo, estaba muy cansado. Pero igual seguiste. La historia terminaba en que te habías caído sobre el pasto al perder el control de la bici y habías pasado la noche allí tirada hasta que en la mañana una patrulla de policía te encontró y te devolvió a casa, todavía borracha. Nos sentamos contra la cabecera de la cama y acabamos una botella de tinto sin hablar. Después dormimos.
---------------------------------------------------------- De cerca nos dijimos cosas como “que todo vaya muy bien” por no decir lo que realmente queríamos decir y llorar en el abrazo. Me dijiste que por favor escribiera algo de todo, ya cuando te ibas alejando, que te lo enviara por e-mail, que me escribirías al llegar al aeropuerto, que ibas a echar de menos el vino tirados en la grama o la cerveza de Molly Malone. Te dije que no lo escribiría en enero, ni siquiera en febrero, que todo antes de la despedida, se precipita. No entendiste pero sonreíste en un “tal vez entienda cuando vaya en el tren”. No sabías que hablaba del lugar que pisabas poco antes de abrazarme por última vez y perderte en el reflejo confuso de las puertas aurtomáticas de la estación. No sabías, creo, que hablaba de Salamanca.