lunes, 15 de junio de 2015

El texto que se precipita



Hay un Unamuno, la mitad de un Unamuno al subir las escaleras de Anaya. Una cara que se siente fría, metálica contra la palma de la mano en enero.  

Todo es  pegarse lo suficiente como para extender el brazo y tocar el rostro en un instante en que nadie mira. Es el primer día que advierto  la escultura, el Miguel de Unamuno del descanso de las escaleras de Anaya, su perfil arrogante de héroe cultural.



¿Qué será de la chica que vi de soslayo, sentada viendo el Athletic-Barca de la final (esa malísima) en bar Daniel (Paseo de los Nogales, 110), y que nunca abordé en el cigarro obligatorio de medio tiempo? ¿Miedo? La verdad, no sabría decirte.


Bea se hace pequeña en el sueño, lleva un sweater color crema, también pequeño. Se despide con la mano al filo de la estación de autobuses cuando yo ya estoy por doblar en Peña de Francia. No vas a verla nunca más, Dani. 
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Hoy dejo salamanca y un montón

de mierda en la que me gustaba

patinar, embarrar los zapatos

Chicas que besé y traté de recordar al día siguiente. Chicas que quise encontrar al abordar la plaza, las que vi y no me saludaron porque tal vez no se acordaban de mí.



Me alejo del molino abandonado, ese

sobre el paseo de bicis que investigamos hace muchas noches con Sarah y  lo largo que me pareció siempre

el puente. Dejo atrás esa primera vez

que pisé las calles perdido, la primera vez

que se encendieron las luces de la ciudad o la vez

que se borró la catedral de tanto vino.

Dejo los cigarros que fumé muerto de frío o

aquella chica que besé con gripe y que no alcanzo

a recordar del todo. Dejo /de pronto/ la posibilidad

del Tormes y de alguna extranjera tambaleante

que abordar al filo de la plaza. Abandono la universidad

y las aulas llenas de adolescentes que alguna vez me miraron.

Se borran sus caras en una despedida

que nunca tuvo lugar porque nunca hice nada

para ser recordado. 

Dejo noches que se repitieron siempre a sí mismas, Borrachos

que zigzaguearon la ciudad entera tres veces, que vomitaron

 en todas sus calles, que regaron de orina cada

contenedor de basura.

Me alejo de esa vez que te pensé en el río, Ant, de cuando te

llamé borracho gritando "¡¿dónde estás?!,¡¿dónde estás?!" y te reiste a carcajadas diciendo que también estabas borracha.

Me alejo de la vez que mentí diciendo que estaba en Gatsby

cuando en realidad estaba en la cama hecho mierda y me vestí

como pude para salir corriendo y encontrarte en la plaza.

Me alejo del vino en botellas plásticas de dos litros, de cerveza

mezclada con agua en los bares locales.

Dejo a la que pensé rusa bajo la música tan alta de Daniel’s.

La que resultó ser extremeña afuera, fumando un cigarro lejos del ruido o

del beso descontrolado que le acerqué o del abrazo cuando trataba de decirle

recio, tal vez gritando “¡¿Entendés lo que te digo?! Un ci-ga-rro, un-ci-ga-rro-”.

Dejo el olor a humedad del baño del Irish Pub y el número de 7 dígitos

que me dio una rubia desinteresada.



Se empieza a borrar, en un apartamento casi  entregado,

el sabor ácido del vino en la boca de alguna o todas las veces

que alguien pidió el baño para vomitar un vodka, un whisky,

un ron con cola.

 Dejo la esperanza de ese primer día de clase en el Aula Magna donde, creo, por un instante, lo vi todo posible.
 
Dejo las putas que vi fumando fuera de sus burdeles al subir de vuelta borracho por Maldonado Ocampo, la ducha en el piso de arriba, el ruido de una tele quizás demasiado alta, de niños yendo al colegio, de madres gritando recio tal vez sobre calle Cerezo, de autos que no encuentran aparcamiento, de gente, para no hacerlo tan largo, que vive mientras las putas y yo, cada quien desde sus casas, abrazamos la almohada para entrar en esa noche siempre soleada. 


 Hoy dejo, ¿cómo era Javi?, esta ciudad antigua, grande y decadente. 

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(ja-ja-ja) Se los leo en piso de (inventar nombre). Sí, antes de irme.

Soñé que fumábamos todos de mi tabaco en la sala que no tiene tele, frente a los cartones (usuales) de mal vino español. No entendía por qué G, recostada en el sillón, parecía disfrutarlo, como si fuera un cigarrillo mentolado o un l&m, acaso un malboro light. Todos se habían rolado un cigarro con mi tabaco, voy a decir barato, seco, duro a la garganta, pura mierda, a falta de alguno suyo que encender fresco, recién sacado del cartón. No sé, de esos paquetes que acabás de quitar el plástico. Quitar el plástico (ja-ja). G nunca había venido a mi piso, nunca habría de venir y por eso despierto, también porque yo no fumo tabaco de liar. ¿Te das cuenta? Encontrar el error. Despertar.

O

Ele estaba encima de mí. Los dos desnudos en un cuarto oscuro. Traté de tocarla y se molestó, traté de besarla y nos besamos holgadamente. Su cara estaba tan cerca de la mía, además de la oscuridad y del beso que obliga a cerrar algo los ojos, que no sabía exactamente dónde me encontraba y sólo di por sentado que era mi habitación.  Me había quedado dormido en el sillón de la sala que no tiene tele. No recordaba nada que fuera real, aunque ¡eh!, Ele era real, y la estaba viendo. Pero la cosa es que no recordaba estar dormido siquiera, tendido a lo largo de uno de los sillones. Había estado leyendo unos textos de Kerouac hasta los ojos cansados y la cabeza torcida sobre el apoyabrazos. Entonces fue el cuarto oscuro, el peso de Ele, que realmente sentía al respirar o decirle algo, su piel cálida, que también sentía tan real, tan genuina.  Ella tomó la iniciativa del beso y me sujetó por las muñecas, sosteniéndome contra la cama. Se había pegado tanto que su pelo, desparramado sobre las sábanas, había quedado entre el colchón y mis muñecas aprisionadas. Se trató de separar un momento, tal vez para acomodarse y sintió un tirón de pelo, así que empezó a decirme “tonto, pero ¿qué coño haces?, ¿por qué me tiras del pelo? Menudo subnormal, gilipollas etc, etc. Españoladas de ese tipo. Yo trataba de explicarle que era su culpa, que yo no tenía nada que ver pero no lograba articular palabra, ni siquiera hacer que parara. Entonces oímos un ruido en la habitación, justo detrás del cuerpo de Ele, que estaba a horcajadas sobre mí. Así que Ele volteó, yo no podía ver nada, y me dijo que había alguien en la habitación. Hay un señor, dijo. Me levanté medio cuerpo, torcí para salirme de la cama, del pecho de Ele que limitaba mi vista y poder ver el resto del cuarto. Advertí a un viejo parado al lado del closet que comenzó a correr al momento de verme. No era mi habitación, había una especie de minibar, un espejo y taburetes altos, no puedo asegurarlo. Me temblaron las piernas y seguía únicamente pudiendo mover medio cuerpo. Desperté en mi apartamento, en el salón que no tiene tele, con la misma postura que cuando advertí a la persona junto al armario. Había sacado medio cuerpo del sofá pero detrás de la oscuridad solo estaba la cocina.
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¿Qué pasa si no traiciono a nadie y me invento los nombres y entonces se me ocurre (por orden de aparición mental) samuel, jack, lope, ahedo, maría, maría tulia, maría suger, maría eugenia, maría Turner, María Elisa, María Teresa, María... María quién putas sabe y les perdono a todos la vida?
Porque ¡AH! delatarlos/quemarlos sería fácil, muy fácil, decir que jmmmmm consiguió besar a hsbekwsm en Bendr. Noche movidísima esa, ¿eh? Hijo de puta. O pará, pará, pará. Pensá en  vajahsks, la noche que no pudiste bailar con ella porque te vio venir de lejos y se escudó en la barra. La hiciste pedir una cerveza que no tenía pensado pedir porque ¡ah! La cerveza de Daniel's es tan mala, tan agua, tan cerveza con algo. Y eso no emborracha, ¿verdad? Además sabe a rayos y es que... es que si ella no te hubiese visto venir tal vez (sin el tal vez) se hubiera pensado más lo que iba a hacer; tal vez habría pensado en un ron con cola, un mojito de tres euros o no tomar nada directamente porque le hacía ilusión llegar sobria a casa y ¡ah! No amanecer con los zapatos puestos a la mañana siguiente; los codos/las rodillas verdes, marrones, embarradas de pasto, de haberse arrastrado en un jardín después del vómito. Que (la puta madre) ¿te acordás de esa vez? Por un instante te hizo creer que te ahogabas. Encima el pelo tuyo ese tan largo no te dejaba ver y tan sólo oías a la gente pasando por Anaya, zapateando la piedra franca, ellos, tan tranquilos, comentando lo borracha que estabas. El tipo que lo dijo, o bueno, serían varios, claro, quisieron (pensaron) por un momento (acompañados -quién sabe- de sus hijas, esposas, tal vez un perro que ya se cagaba de vuelta en el piso) volver en el tiempo a la universidad o ir por primera vez, si es que nunca habían ido. Todo por regresar solos esa misma noche a donde estabas y probar suerte contigo, allí borracha, tan vulnerable a cualquier halago, a cualquier "te ayudo a volver a casa". Porque tal vez te hubieras recogido el pelo y los hubieses visto a la cara con el alivio del vómito logrado. Porque, pensabas, no estaba mal conocer a un estudiante. Y tal vez hubieses aceptado el ofrecimiento y ¿quién sabe? se habrían tendido sudados a fumar en una cama que no conocías. Eras una posibilidad, entendélo, para gente sin opción a recompra. Y hablo del tiempo.
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3 botellas de sidra en Van Dyck antes de preguntarnos "¿qué hacemos ahora?", y proponer un piso. Fumando en la puerta se decidió que el mío, por cercanía y cosas de esas. Subimos por el lado de plaza de toros, jules todavía insistiendo en que me sentía muy frío. Me retuvo del brazo frente al conservatorio y me besó en la boca, sus brazos por encima de mis hombros. Le negué la lengua, le dije que estaba enfermo, tosí alguna vez, aclaré la garganta haciendo un esfuerzo enorme. Lo cierto es que la había besado tanto en el rellano del edificio de Elisa la noche de Eurovisión... Nos habíamos besado hasta agotar el repertorio, hasta fijarme en otras cosas. La desnudé a medias en las escaleras pero insistió en la incomodidad de la inclinación, del piso cerámico tal vez demasiado frío contra las nalgas. Quisimos volver dentro pero ya habíamos tardado mucho y, pensó ella, los invitados nos verían con ojos de asco. Así que matamos un rato el tiempo en Hacienda, ella quiso pagar por mi jarra de cerveza y se pagó un tequila para ella. Bailamos un rato a destiempo, me abrazó para decirme algo, la música era tan alta allí adentro. Le dije que quería fumar y salimos. Me aceptó un cigarro, me habló de su carrera, de su graduación, de sus prácticas y de este grupo que dirigía para gente queriendo dejar de fumar. Dio una calada al cigarro y nos reímos, ¿de verdad? Le pregunté, ¿para dejar de fumar? Serían las cuatro cuando le dije que quería acostarme con ella. Subimos y entramos al piso evitando la sala, los tres o cuatro invitados que quedaban. Me metió a su habitación y cerró las persianas antes de asaltarme en la oscuridad con un abrazo tal vez demasiado brusco. Busqué mis pantalones a las 8 am y le di las gracias por todo. Le dije que no se vistiera, que no hacía falta que me acompañara hasta la puerta.

Frente al conservatorio empecé a arrepentirme de haber aceptado la invitación a Van Dyck. Creo que dije que sí por corresponder a la cerveza que pagó antes en Hacienda (o tal vez yo estaría caliente, entre verla o encender la tele después de las 12). Le enseñé mi apartamento, lo vio todo un poco con asco. Cerró las cortinas y volvió a decir que me notaba muy distante, ¿qué te pasa?, decía y me acercaba la boca. No me importa que estés enfermo, ya tendré tiempo para recuperarme después, no vuelvo a clase hasta dentro de una semana. Cosas así. Vi la hora, eran las 10 menos 10 y calculé que las 11 no estaban mal para dejarla andar sola hasta su casa. Me apuré a quitarle la ropa y nos tendimos en el colchón. Le dije que Joan estaba en el cuarto de al lado, que lo escuchaba todo. No le importó. Le dije que tenía pensado salir con él, se iba el lunes y quería despedirlo "¿te fijaste en sus cosas ya empacadas en el recibidor?" Pero jules me abrazó y dijo que tal vez sería la última vez que nos veríamos, ella y yo, que se quería quedar más rato y que si no tenía un cigarro a la mano. Entonces volví con una lata vacía para tirar la ceniza y nos tendimos a fumar sobre la sábana, dos caladas cada uno.

Lo hicimos una vez más y en el abrazo final le dije que necesitaba una cerveza, que si ella tenía ganas también de una. Dijo que no, pero que fuera al refrigerador por una lata. En verdad quería sacarla al bar de la esquina, tomar una jarra y despedirla allí sin volver juntos al piso. Así que le dije que más bien me refería a salir. Jules dijo que no, que ahhh estaba tan cansada. Entonces salí a la cocina  y saqué dos latas del refrigerador. Me senté en la sala y las tomé lo más despacio que pude. Encendí un cigarro en el balcón y otro, y otro. Vi los aspersores del jardín de enfrente encenderse, una chica en la ventana de un tercer nivel que planchaba viendo la tele hasta que acabó y decidió apagar la luz. Volví a la habitación. Jules se despertó con el ruido de la puerta y dijo que por qué había tardado tanto. Solo dije que estaba cansado, que necesitaba dormir algo. A la mañana siguiente la quise un poco al verla buscar su ropa desnuda por el cuarto. La abracé, yo también desnudo, sabiendo que sería la última vez que la tendría así de cerca.

Desayunamos en McDonald’s, hablamos poco. Ella volvió a decir que me notaba raro, como distante. Anduvimos hasta el Corte Inglés donde la despedí con dos besos. Regresé al piso, me desvestí en la habitación. Todo olía a ella, a tabaco, a ella. Dormí hasta las tres de la tarde respirándola todo el rato contra mi almohada sin funda.
 Tampoco la volvería a ver.


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Un huevo duro que rebota contra el sartén, aún con agua de por medio. Tú atento a verlo botar, a cuántas veces lo hace. Lo comentás en voz alta, no te preocupa que sólo te rodeen cosas/objetos inanimados, que la lámpara, digamos, no pueda oírte hablando tanto, o el radiador solo se inmuté en invierno. No te molesta y eso es lo peor, que después la calle se te hace tan recia y los pisos, ¡ah! Los pisos con gente peleando por el sillón, el más cómodo, el que mejor esté dispuesto, eso sí te molesta. Por eso encendés un cigarro, dos tres, cuatro, los que hagan falta. Por eso no paladeás la cerveza o el brandy con leche, porque tragás cualquier mierda, porque nunca hay brandy con leche. Porque tragar es el verbo, nunca paladear.



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Sí, me temo que hace rato dejó Salamanca. Pero… (sonriendo triste) ¿Vos te acordás de ella?



Ahora veo su Facebook desde mi facebook secreto. Busco alguna foto en la que aparezca su cara, tal vez bien iluminada. Y hay una, creo que subida en febrero,en  un álbum que se titula “cena”. Y es ella sola en una mesa, sosteniendo una copa de vino a la altura del hombro, hombros desnudos por la blusa sin mangas que lleva puesta. Y pensás: MIEEEEEERDA. Hombros desnudos que recuerdo especialmente. Hombros desnudos que sujeté mientras ella lloraba borracha en las escaleras de Independencia, tratando inútilmente de huir de mí, del recuerdo reciente de ese beso apenas breve que me acercó una chica mareada de vuelta en un piso al que nos habían invitado. Después, todavía en la foto, me fijo en su boca, la nariz, los ojos; todo lo conozco de sobra. La ropa… Quién me asegura que esos pantalones que lleva no hayan sido los mismos que le arranqué tantas veces. Hoy se parecen tanto los vaqueros, las fotos no aseguran nada.

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Te lo advierto. Estás lejos pero te advierto.


Un día, una tarde de reencuentro tal vez nublada, tal vez oscura, apaleada por las 8 de una tarde cualquiera, voy a hacerme el indiferente aunque tiemble por dentro, aunque las piernas apenas me sostengan o los ojos quieran contarlo todo. Voy a fresquiarla un vergo, tal vez encienda un cigarro o simule contestar una llamada, un mensaje de texto y te interrumpa con la mano. Voy a lograr hacerme el indiferente, voy a conducirte a un banco, señalándolo desinteresadamente con la mano, voy a sentarme del lado opuesto, tú rompiendo el viento para, desde mi sitio, poder respirarte bien; después pretender que no muero de ganas de tu... de tu... de todo. Voy a acomodarme no tan cerca, voy a verte con cara de “pffff cuánto tiempo” y finalmente, cuando esté seguro de que me ves cambiado, que logré engañarte con eso porque ¡AH! No fuimos nada más que un trocito de espacio ¿te das cuenta?, un trocito de tiempo, un trocito de... ¿cómo decirlo? nada. Voy a  preguntarte por la casa después del río, si te acordabas de eso. Cuando respondás que sí voy a temblar, voy a intentar serenarme chupando del cigarrillo hasta quemarme los dedos, aguardando en silencio. Sólo entonces, con la tranquilidad del descanso, voy a preguntar si te acordabas de cosas específicas de la casa. Voy a preguntar si aún recordabas el horno que calentaba sólo por arriba o el mando del televisor, los números que había que presionar tan fuerte para cambiar de canal o las charlas más bien inoportunas con el casero o los sillones dispuestos en L o la pequeña mesa del comedor o la pizza de dos días que robábamos y  que luego  comíamos por la mañana o el vodka de 4.50 en mercadona o los cigarros que siempre negabas borracha o el balcón de los besos más fríos que nos dimos o la cama sin sábana bajera o el pequeño radiador que sólo llenaba de luz el cuarto. (más). 

Voy a preguntar si aún conservás algún recuerdo de ti en el baño de la casa, tal vez frente al espejo componiéndote el pelo o echando un meo pendiente de la pantalla de tu Smartphone. Voy a preguntar si recordabas alguna noche en que no hayas podido dormir y te hayas despertado sola, en el silencio de la casa inerte, ya sin el murmullo de la tele, cuando todos dormíamos. Voy a preguntar si recordabas una sola vez en la que hubieses pospuesto el despertador, pero que la recordaras bien, que recordaras el cansancio que tenías, que todo lo que habías pensado en la noche parecía mierda en la mañana, mucha mierda, muchísima mierda irrealizable. 

Voy a preguntar si recordás la cerveza, los eructos que ya no disimulábamos o la vez que nos quitamos el pantalón frente a la catedral, tendidos muertos de frío en los jardines de Anaya.

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Antes que vomitar o perder el balance, tal vez tropezando con los coches aparcados en fila, prefería tenderme en la hierba mojada de Campo San Francisco o pensar en los primeros días con Antía.
Tal vez encontrar esa rotonda que nunca acababan de construir en Torres Villarroel y sentarme en el medio, quizás tirarme a lo largo. Esperar los coches de las 4 am, que los conductores me vieran desde sus ventanas laterales como diciendo “qué borracho”, / y verlos olvidar así, por un instante, la responsabilidad de conducir una glorieta.



Estar, sí, borracho y sentir la respiración en las sienes, en los ojos que vomitaban farolas/ventanas/coches/barrenderas tintadas de rubio/portales/perros/alcantarillas/pasos de cebra/semáforos/tiendas cerradas/parques/bancos/estrellas/nubes/zapatos/motos/camisas/jeans/gente normal. Pero calle, sobre todo calle.

Perderme en la ciudad tan pequeña, tal vez por no alcanzar a leer los nombres de las calles en los muros. Confundir cosas re sabidas, de haber bajado antes a clase o  de haber salido con (inventar nombre), cosas como el orden de los edificios, la disposición de las rotondas, las farolas de alamedilla, el rótulo gigante de BINGO,  el Burger King de Plaza España, la pendiente interminable hasta mi casa o la sucursal de Sabadell, esa que está poco antes de tocar Van Dyck.



A veces pensaba mucho en llamar a Guatemala, sobre todo allí, borracho, perdido en la isla de la rotonda inacabada, y que me contestara una niña que ya no era niña porque igual que yo,  ya no éramos niños. Porque dejar el país, querido Dani, nunca es parar el tiempo.


Nota:

A propósito de la rotonda que no acaban de construir nunca, alguna vez leí esto en internet:



22 - Comentario enviado el día 06-03-2015 a las 08:27:24

LA ROTONDA DE LA VERGUENZA. Deben de estar construyendo el metro.... por lo menos. ¿Inaugurará la obra faraónica el Sr. Alcalde?

Autor: VERGonzoso



21 - Comentario enviado el día 06-03-2015 a las 08:31:34

No os dejéis engañar. Están perforando en busca de petroleo. Como no lo han encontrado Mariano les ha encargado medir con exactitud el radio terrestre. Por eso se prolongan un poco las obras. Mal pensados.




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Íbamos de vuelta de la Alberca, estabas ensopada, yo estaba ensopado; lluvia hasta los calcetines. Me hablaste por tercera vez de tu amigo venezolano, ese que conociste en China. Me habías hablado de él una vez en Domino’s pizza, el de Gran Vía, y otra vez en el salón de la casa al advertir un acento similar al venezolano en la tele, ¿una telenovela, un anuncio de verano? ¿Dos canarios hablando? No tiene importancia.  Te pregunté si te lo habías tirado y me volteaste a ver nerviosa diciendo que por qué te preguntaba ese tipo de cosas. 

El día en la Alberca, a pesar del agua tan recia, había sido agradable. Me compraste una boina en la única tienda abierta del pueblo. Me dijiste que iba a ser un gran escritor, que lo habías notado desde la primera vez que caminamos el río. Llegamos a una iglesia cerrada. Encendimos un cigarro refugiados bajo el exceso del techo. Me senté en un tronco dispuesto como banco y tú te sentaste en mis piernas. Me dijiste lo orgullosa que estabas de mí, de que hubiese logrado publicar en una antología. Te habías sentado sobre el cartón de tabaco pero no te dije nada. Me besaste.  Dijiste que podríamos buscar un estudio frente a Casa Lis, cerca del casino o del museo del automóvil  para no alejarnos del río. Que tú te encargarías de que siguiera escribiendo y que buscarías un empleo, que podías enseñar inglés, que no había problema, uuff que habían tantas academias de idiomas donde podían contratarte. Que prometías dejarme escribir en silencio, que después saldríamos a caminar al río, al lugar ese en que se dibuja nítida la catedral contra el embalse del agua, que seríamos tan felices, que dejaríamos de tomar tanto y que tal vez, algún día te llevaría en el volkswagen a Lisboa. 

Un auto pitó desde atrás antes de pasarnos por la izquiera, nos hizo una seña con la mano de "vayan a tomar por el culo". Iríamos muy lento por la lluvia, demasiado lento. Entonces volví a insistir, te hice la misma pregunta ¿Lo hiciste con él? el venezolano, le dije, y hubo un rato en que sólo se escuchó el limpiaparabrisas. Entonces respondiste que sí, que sí te lo habías tirado. Me tomaste del brazo y dijiste que había sido hace tanto tiempo, que el tipo le daba lástima, que había sido su amigo, que lo hicieron volviendo de un bar borrachos y que no lo quiso volver a hacer después. Volvimos en silencio, poniendo la radio en cualquier emisora.



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O




Me
 contaste que esa noche volvieron en bici borrachas. Que las estrellas 
se regaban manchando la noche como pintura difuminada con el dedo; que tus ojos eran incapaces de separarlas o tal vez, de verlas quietas. Hablaste de tu pueblo,  alguna descripción necesaria, el frío de diciembre, los campos verdes e interminables a ambos lados del camino, casas abandonadas a lo lejos, ¿graffiteadas?, mal pintadas, desvencijadas. Y hablando sin vernos en la cama, los dos con la vista en el techo, te interrumpías solo a veces con tu propia risa. Hablaste de bicicletas viejas, de una botella de Smirnoff, de la amiga que vomitó sobre sus Converse; hablaste de la hierba que no veías más
 en la oscuridad del campo, de la ausencia de alumbrado público una vez lejos del pueblo. 
 
Sé que volteaste un momento interrumpiendo tu relato al ver que buscaba el mechero en la mesa de noche  y encendía un cigarro, tal vez porque no se podía encender un cigarro en el hostal, tal vez porque creiste que no te estaba poniendo atención. De todas formas no dijiste nada y solo seguiste. Hablaste de ese momento en que te viste sola en la oscuridad del camino, la bici yendo en zigzag. Tus amigas se habían quedado atrás, quizás adelante, mucho más adelante, pero ibas muy borracha para saberlo. Y me acuerdo que hablaste de ese olor en la boca, del alcohol en los labios, en la lengua, en el vapor cálido que sacabas respirando agitada, del viento que soplaba en tu cara. 
 
Dijiste que en un momento te sentiste, allí en la bici, interminable, que no necesitabas de nadie, que nunca más necesitarías de nadie. Volteaste sonriendo para verme al otro lado de la cama y te propuse tratar de dormir algo, estaba muy cansado. Pero igual seguiste. La historia terminaba en que te habías caído sobre el pasto al perder el control de la bici  y habías pasado la noche allí tirada hasta que en la mañana una patrulla de policía te encontró y te devolvió a casa, todavía borracha.  Nos sentamos contra la cabecera de la cama y acabamos una botella de tinto sin hablar. Después dormimos.

 
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  Vi un video tuyo, también en Facebook. La fecha era 2010. Entonces no me conocías, habrían de pasar cuatro años y medio para encontrarte en la cocina de la casa número 21. No sé cuántas veces vi el clip sin sonreír. Una y otra vez, una y otra vez. Quise ver si había una diferencia entre la forma en que mirabas la cámara entonces y la vez que te despedí  a las 7 de la mañana, todavía borracho, en la estación de alamedilla y me viste con toda esa fuerza. 

De cerca nos dijimos cosas como “que todo vaya muy bien” por no decir lo que realmente queríamos decir y llorar en el abrazo.  Me dijiste que por favor escribiera algo de todo, ya cuando te ibas alejando, que te lo enviara por e-mail, que me escribirías al llegar al aeropuerto, que ibas a echar de menos el vino tirados en la grama o la cerveza de Molly Malone. Te dije que no lo escribiría en enero, ni siquiera en febrero, que todo antes de la despedida, se precipita. No entendiste pero sonreíste en un “tal vez entienda cuando vaya en el tren”. No sabías que hablaba del lugar que pisabas poco antes de abrazarme por última vez y perderte en el reflejo confuso de las puertas aurtomáticas de la estación. No sabías, creo, que hablaba de Salamanca.