sábado, 26 de enero de 2019

Don Vinicio


El portero del edificio me sorprendió orinando en el segundo nivel, poco después de dejarme entrar, haciendo un charco gigante en el  piso de porcelanato. Había estado tomando desde muy temprano con amigos de la universidad y me estallaba la vejiga cuando decidí que era buena idea orinar en cualquier parte del edificio.

-¡hey! ¡oiga!, ¡¿qué le pasa?! – sentí la voz del portero detrás mío, en el último bloque de escaleras.

Me subí la bragueta y me hice el loco, siguiendo mi camino hacia el apartamento de Anna con total tranquilidad, como si nunca lo hubiese visto.


En el apartamento las españolas estaban cenando tortilla de "patatas" (odio profundamente esa palabra)  y tomaban cerveza de lata, y las acompañé con un par de Gallos heladas, esperando a que el guardia llegara en cualquier momento a tocar la puerta y diera la queja de lo que había hecho, a decirme que por favor abandonara inmediatamente el edificio. 


Pasó algo más de una hora y nadie se acercó a interrumpir la velada, lo que me pareció bastante raro, pues el guardia debía estar muy molesto. Así que tomamos alguna cerveza más, charlando de cualquier cosa, de las extrañezas de Quetzaltenango y de los viajes que pensábamos hacer, antes de que las chicas se retiraran a sus cuartos para arreglarse un poco y se peinaran en el espejo del baño, listas para salir de fiesta.


Bajamos todos juntos, discutiendo si íbamos a Vintage o a Bari. Atravesamos el segundo nivel pasando los zapatos sobre mi charco de pipí, las chicas sin saber qué era, ni que yo había estado meando durante dos minutos seguidos allí, aliviándome sobre el basurero, el piso y las paredes. Miraron extrañadas sus propias pisadas en el líquido,  sintiendo un poco el olor del ácido úrico que subía hasta sus narices delicadas. Pero nadie dijo nada.
 

Abordamos el último set de escaleras para bajar y entonces lo vi cruzado de brazos abajo, al guardia, frente a la puerta, esperándome en el portal. Se notaba que estaba ansioso por verme de nuevo y poderme confrontar. Ahora quería propinarme una afrenta pública.
Llegamos muy cerca de él en la salida, pero no se quitó del medio para dejarnos pasar.

-Mire - le dijo a Anna señalándome, su voz temblando de rabia e impotencia- ese joven ya no vuelve a entrar al edificio, se lo aseguro. Lo encontré orinando por todos lados arriba.-

Anna me miró confundida. Abrió la boca  cuando estuvo a punto decir “pero qué coño has hecho, dani?”, pero el poli habló de nuevo, esta vez dirigiéndose a mí.

-Joven ¿por qué diablos no usó el baño del lobby? ¿Por qué no me pidió la llave? -dijo el hombre con una voz quebrada e implorante, como si hablase con un niño (en este caso yo) que había destrozado algo demasiado importante para él y que ahora resultaba imposible de  componer. –Era tan sencillo como pedirme el baño prestado.- dijo.


Yo tenía una sonrisa en la cara que no podía evitar y que lo enojaba mucho más. Verdaderamente lo crispaba verme sonreír.

-No lo sé - le dije. -no se me ocurrió.

El hombre se descruzó de brazos haciendo un sonido raro con el impermeable, de fricción plástica,  para entonces poder extender el brazo acusatoriamente y señalarme a la vista de todos.


-Estaba orinando como si nada, -le dijo a Anna y a las demás, al público que había conseguido reunir para sentirse comprendido en esa hora. Otra vez contándoles como un niño chismoso todo lo que había pasado.  Les dio cada detalle de cómo me había sorprendido meando de espaldas.

-Y eso me toca limpiarlo a mí, ¿saben?. –finalizaba nervioso su acusación- ¿Se pueden imaginar el olor en las paredes?-


Todas me miraron aterradas, esperando que dijera que no era cierto, al menos que yo  no había sido, que negara mi participación en eso. Pero yo asentía con la cabeza a todo lo que el guardia explicaba, todavía con una sonrisa grande en la cara, aceptando plenamente los hechos que me atribuía el pobre hombre, que seguía sin poder obtener el arrepentimiento que ansiaba encarecidamente escuchar de mi parte.  Algo que hubiera conseguido consolarlo un poco, concederle una pequeña victoria después de todo lo que había hecho. Pero yo no estaba dispuesto a complacerlo.


-Lo vi orinando primero en el basurero -les dijo a todas de nuevo- y luego en la pared y luego se movió para orinar el centro del rellano. – 

Ahora solo me miraba a mí. Buscando una explicación urgente. La conducta le había parecido enfermiza y desesperante, lo destruía mi falta de excusas y ruegos de perdón.

-Sí- le dije sonriendo. -Es verdad. Oriné en el piso. No sé por qué lo hice pero oriné arriba todo lo que pude.-


Después de un momento se apartó de la puerta para dejarnos salir  y aprovechó para decirme, y a las demás,  que yo no volvería a entrar en ese edificio, que mi presencia en adelante estaba prohibida. Algo que por lo demás no sería cierto, pues había otro portero de relevo con el que pude entrar una vez más con Anna, la última.  Ella tenía un portátil Apple con una playlist de Malacates Trebol Shop  esa tarde que estuvimos solos en su habitación compartida y pude verla con suficiente claridad y detalle como para determinar que en verdad me gustaba.

 

“P999cqz, o algo así. (hablando sobre la matrícula de mi auto). Don Vinicio (que así se llamaba el portero) se la aprendió, me dijo que lo veía como un carro sospechoso. Fue a preguntar a la Vienesa y en los bares del lado si les sonaba tu pickup”- me dijo Anna mucho tiempo después. Algo que corroboré antes de escribir esta entrada en nuestras conversaciones de WhatsApp, para confirmar si en verdad había pasado esto que cuento del edificio y si en verdad, en algún momento, un portero de Quetzaltenango llegó a odiarme.

El tiempo está lleno de dudas. Dudas de si las cosas pasan y de si las formas que recordamos de cómo pasaron son tan buenas como las recordamos. Ella misma es una duda en mi vida, y las cosas que recuerdo de esos meses en el occidente de Guatemala.

Le dije a Anna que le pedriría perdón a Don Vinicio llevándole un menú Súper Campero cuando estuviera de turno en el edificio, que buscaría la reconciliación definitiva con él.  Pero fue algo que nunca hice. Como cuando escogí no verla a ella en Salamanca. Algo que nunca vamos a hacer, vernos en España. Nunca.


En todo caso, hoy desperté en el calor asqueroso de la costa sur,  pensando en don Vinicio y en ese episodio de Dicap. Sorprendido de recordar algo que ya había olvidado.