jueves, 30 de marzo de 2017

Calle larga 21 prescribe



Te digo, He visto pájaros/aves preciosas cagarse encima de cualquier cosa. De ti, del tiempo. Ventanas amarillas y rotas que enseñan señores deprimidos en pantalones de pijama que ven la t.v para no pensar en ellos. Perros de todos los techos que ladran a motores dos tiempos. A mutilados que se arrastran en patinetas de skate sobre Aguilar Batres/Periférico.
 Me pedís entonces, emocionada de asir media botella de Wiski, que comparta la cabecera de la cama contigo para hablarte de Mañanas que apestan a diésel, que es Guatemala, y gente que se muere  del frío en ropa de paca. Adolescentes ahogados en Puerto San José. Borrachitos que no pudieron salir del mar. Niños populares de caras pecosas que se murieron en calzonetas de palmeras/ dibujos de cocos y piñas e hicieron llorar a niñas del Americano en bikinis pequeños y lentes oscuros que esperaron temblando del miedo en la orilla. Me pedís que te hable de las despedidas más duras que tuve. Las veces que lloré atormentado. Y otra vez de Guatemala ¡Contáme más! Porfi, porfi, porfi. Te quito un rato la botella y me quemo el estómago con un buen trago. Me toco los pantalones y me tranquilizo solo al sentir el paquete blando de Marlboro. Enciendo un cigarro.  Me quitás de vuelta la botella y te prendés a la boquilla como ternera huérfana.

 Guatemala es gente que se avergüenza de sus apellidos, Sarah, de sus casas y vecindarios en zona 5 y6. Perros sin raza que ladran durante el sueño y no ven otra cosa en la vida que techos largos de zinc y lazos verdes para colgar ropa. Sábanas de spiderman y hello kitty en camitas individuales.  Conversaciones infantiles acerca de la fama, mujeres hermosas y dinero, antes de apagar la lamparita. Guatemala es el olor del champú en el pelo negro, Sarah, largo y mojado de niñas re tristes y solas que miran las proyecciones borrosas de la tele nacional y ya no se detienen en los programas infantiles. Maestras que viven con sus padres y alumnos que sueñan con casas desocupadas. Gordos con aspiraciones del Narcotráfico que murieron en calles pequeñas de Gualán e hijos huérfanos para siempre que piensan en colgarse de una lámpara todos los dìas. Guatemala es el patio de mi colegio, Sarah, una pelota de fútbol pinchada: un pájaro en el suelo lleno de hormigas. 

Me miras de cerca y ya ni siquiera te importa el humo encerrado dentro del cuarto. Vas a decirme que siga pero yo hablo antes de que podas decirlo. Doy un salto afuera de la cama, estoy en calzoncillos cuando digo:
Guatemala son mayas que aceleraron motos Bajaj en pantalones cutos y calcetines blancos sobre la Reforma y Próceres. Rostros morenos que compraron a plazos equipos de sonido en la Curacao y fumaron a medio día con canciones de taylor Swift y Nirvana metidos hasta adentro de sus Honda Civics o Toyotas Tercel. Guatemala es el color sandía de la gasolina regular vista a través de botellas plásticas de 650 ml. Madres burguesas, extravagantes mantenidas que preguntaron a sus hijos mil veces“¿qué tal el cole?”. Mujeres sencillas despidiéndose en zaguanes mal iluminados de zona 2 que dieron vuelta a sus carros que chirriaban vergonzosamente con la faja de distribución estropeada mientras alguien les decía adiós con la mano. Tal vez Isabela Chocano, Sarita. Besos con ortodoncia/brackets. Un microondas que siempre rutila  las 11 de la noche. Niñas que ya no se acuerdan de mí. 

 Guatemala son mujeres de pelo largo que perdieron su vida en sucursales de banco, en mostradores de atención al cliente. Tristes empleadas que caminaron rápido, como endemoniadas mascando chicle al atravesar imàgenes proyectadas. Guatemala es todas las veces que vi el cielo espantoso de ciudad  con mujeres que no merecía (te saludo, Lu), y me emborraché boca arriba y fumé hasta teñirme los dientes de alquitrán. Guatemala es gente despreciable que se acercó a talleres de narrativa para poder contar sus vidas. Autobiografías como abortos penosos de infelices con buenas intenciones y caras empalagosas de "no tengás pena", "ya no has llamado" o "cómo has cambiado, dani cerote". 
Guatemala es el sonido del vidrio al rodar por un barranco, es vomitar cerveza de lata en un lavamanos del mismo cuarto en el que fuiste niño y ver en el espejo: NADA, la cara de un náufrago. Guatemala es el color pastel de los edificios militares de la Aurora, chafarotes sucios de lentes amarillos y la mirada empañada por el calor de las putas y la pólvora,  fanáticos de las cosas mal hechas, y el fraude. Guatemala son cajeros de supermercados La Torre, cientos de ellos en chalecos anaranjados detestables que se empujaron los lentes con el dedo mil veces y teclearon un millón de NITS en computadoras borrosas. Maestras de veintipocos años, pajas a recuerdos de secretarias o empleadas de Pollo Brujo con loncheras y pantalones negros al abordar pasarelas de Vista Hermosa y Próceres. Café instantáneo negro al fondo de vasos de duroport que se arrastraron 100 cuadras en el viento. Chorros de orina en desodorantes de mingitorios de centritos comerciales de Motúfar y zona 12. Guatemala es el olor de un cigarro apagado, de una mujer cansada, de una mujer que llora. La amenaza permanente de un borrachito andando en una calle tranquila.
Y espero a que el wiski te queme la tripa de una vez por todas y te mande a dormir. Que sonrías enloquecida del sueño y solo te dejés ir en esa tranquilidad infinita de saber que mañana desayunamos juntos. Que te resbalés en la noche, Sarah, y dejés  de preguntar. Porque te dije que los pájaros se cagan encima de todas las cosas y eso es, tal vez, lo único bueno que dije.



*Prescribir, acepción tercera del diccionario de la RAE.