domingo, 28 de agosto de 2022

Parte 2. Patrullando Santa Lucía. Río de las Comadrejas.




Llueve pero la lluvia es triste y caliente en las banquetas apagadas de la costa.  

La caída es tibia, lenta y deprimente en el cemento recalentado de Santa lucía Cotzumalguapa, detrás de las fachadas color pistacho y los niños con la cara llena de mocos que pasan deslizando sus dedos sobre los carros mojados, intentando verse las caritas feas en las ventanas chorreadas.

 

La costa es tibia, tonta y caliente y los pájaros trinan cuando escampa y es tan triste verlo así, //de tan cerca// cuando ya has visto tanto la belleza. 

 

Sentarse en el parque y dejarse golpear por el calor, el olor del asfalto empapado, el sonido de una carreta de helados y el recuerdo antojadizo del sur y de una mujer que nadaba de espaldas en una piscina de Iztapa. Sensaciones de la costa que aún no puedo olvidar.

 

La belleza es triste para quien ha vuelto alguna vez a la fealdad -pienso-.  Más bien: La fealdad es terrible para quien ha experimentado tanto con la belleza. 


Estiro las piernas en la banca del parque y escribo en las notas de mi celular: 


Aunque no haya nada para estar triste, hoy es triste, y también lo fue ayer, en la Nueva Concepción y en Tiquisate. Es lo que tiene escuintla y las escuintlecas, y una navidad ratosa en Mazatenango sin aire frío en el pelo. No hay belleza en un atolladero.

 

Cuando son las nueve de la noche en el reloj de la parroquia dejo el parque. Salgo a la carretera y me detengo a tomar una cerveza congelada en el T21 viendo a la “élite” de Santa Lucía Cotzumalguapa, con sus camisas de botones y sus carros europeos y sus mocasines sin calcetín y las mujeres de 30 con el pelo pintado de rubio que miran con curiosidad la gente que entra por el estacionamiento de grava. Bailan sentadas en las sillas altas, pegando traguitos a sus cocteles de colores mientras te miran. 

 

Me quedo un rato oyendo tres canciones. Algo de los hombres G y bunbury en vivo, aplaudiendo apenas cuando el cantante agradece y salgo de allí para siempre. Camino una cuadra más arriba, cien metros sobre la carretera para beber otras dos cervezas en El Patio (“Lounge Bar", pone el letrero), 2 gallos heladas porfa padre, bebiendo de pie junto a la barra mientras examino a las personas que pasan sus sábados en ese lugar, con sus mejores ropas y sus complejos de superioridad pequeña, hecha a la medida de santa lucía cotzumalguapa. Lugares de moda pero llenos de motos en el estacionamiento y morenos que les suda mucho la cara que bailan hacinados con morenas de 19 años y 30, según se puede ver de los grupos variopintos (palabra de Anna).

 

Miradas cruzadas y 90 motos fondeadas en el parqueo y labios negros sudados y las botellas apiladas en las mesas como pinos de boliche.  

 

Aquí las mujeres beben para emborracharse -pienso-, no para pasar un rato desapercibidas o aliviar el calor. Beben para acabar mal y bailar con alguien. Beben para desfigurar un pueblo que conocen demasiado. Un sitio al que quisieran renunciar para siempre.

 

También hay música en vivo esta noche en el Patio, cantante desconocido, pero se oyen los autos de la carretera roncando a través de la pared y hay niños con cositas para vender en la entrada que se asoman desde el portón hacia la vida adulta que quieren, donde estoy yo encendiendo un cigarro con la misma curiosidad que tienen ellos.

 

Busco donde sentarme, el lugar está reventado y dos morenas borrachas me salen al paso, como si hubieran nacido espontáneamente de las luces y el humo dulzón de la pista. Como si hubiesen bajado de un ovni cuando me hablan agarradas del brazo muertas de pena, cubiertas de luces verdes y amarillas en el rostro.

  

“Se lo van a robar”, dice una de ellas riéndose, roja de la vergüenza, roja del atrevimiento, roja de haber dudado tanto, invitándome a bailar después, repitiéndolo mil veces porque no puedo oírlas en la música y les digo ¿qué?!?!  Aprovecho a pedirles direcciones para el barrio buenos aires. Conocen?!

 

No se vaya a meter allí, dicen mojándome la oreja de saliva. Es muy peligroso ese lugar. Mejor quédese aquí, con nosotras. Estamos en aquella mesa mire, y señalan con los labios.

 

Echo un vistazo a la mesa. Hay cuatro o cinco personas morenas de pie en una mesa alta que ven hacia nosotros. Los saludo con la mano. Ellos también me saludan con la mano.


 No hay guaro en todo el lugar -pienso-, ni vasos con hielo, ni hieleras, solo envases de cerveza rodeados de servilletas que se ven como celuloides bajo La Luz enloquecida del local. La gente bebe exclusivamente Gallo y ha comenzado ya levantarse un olor a melaza, como si mil vacas respiraran al mismo tiempo.

 

Enciendo un cigarro frente a las chicas.  Tengo que irme ya- les digo yendo hacia el parqueo de tierra, soplándoles el humo en la cara hasta que cierran un poco los ojos. 

 

No sea así.

 

Voy a regresar en un rato -les digo.





 

 

     Encuentro mi carro en el parqueo de grava cuando van a ser las diez y media de la noche y salgo apurado hacia el Barrio buenos Aires, pidiendo direcciones en una gasolinera Puma y otra vez en un sitio de hamburguesas, donde más o menos me indican cómo llegar.


En el primer semáforo después del entronque bajo la ventana para preguntar a alguien que va caminando si es que ya voy en dirección a buenos aires. Así es mi amigo, dice. solo suba bien las ventanas y no pare hasta que salga a la avenida. 

 

Le sonrío-, ¿hay lugares para tomar algo en buenos aires?

 

Uno o dos, dice. Allí va a escuchar la música después de un rato: el tronerío. Pero no se baje. Ya le digo yo. Puede regresar aquí a la derecha. Hágame caso.

 

Cinco cuadras después escucho el ruido de la música, el jolgorio del pueblo en sábado: un tecno chabacano, electrizado y brincón, una música chillona y agresiva mezclada con reggaetón y voces nasales superpuestas en un micrófono. 


Estaciono junto a la banqueta, bajo a la calle y voy inmediatamente a la entrada oscura de la taberna para que me revise un guardia de seguridad gordo de camisa cuta que tiene el logo cosido en el pecho. Casi puedo verle el ombligo desde arriba. “El Príncipe Azul” se llama el lugar, peor aún: “Sport Bar Príncipe Azul”, y allí van a parar todas las quincenas de los jornaleros de Santa Lucía Cotzumalguapa. 


Allí están las pequeñas mujeres interesadas en las pequeñas ganancias de los trabajadores. Pequeñas gold diggers de la costa, pequeñas arpías, pequeñas cazadoras de pequeñas fortunas. Interesadas en  motos llenas de luces y mitsubishis lancer modelo 98 y libretas de ahorro con montos pequeños, suficientes para un cubetazo congelado de Ice los sábados y el acceso a una mesa de madera de pino sobre la que habrán de emborracharse, despegándose mil veces como larvas para orinar en una cuneta llena de hielo y bailar con sus pequeños cuerpos al ritmo del Remixx. Borrachas, cuzcas y ardientes, poniéndose frente a su enamorado para que las baje hasta un entendimiento propio y sexual de la música, a sus antojos más primitivos. Sudar en los cachetes, revolverse el pelo caliente con las dos manos y moverse contra el afortunado que pone cara de placer cuando la siente, entrelazando los dedos en la nuca como si nadie  más pudiera verlos en ese lugar. 


Huele a pis, desodorante rancio y tabaco dulce de contrabando. Huele a primarias abandonadas, a embarazos no deseados y cesáreas, huele a peleas con trozos de vidrio, interiores de carros mojados y patadas en la cara, como si en cualquier momento hubiera de ocurrir una tragedia. Basta que un borracho se meta en una bronca -pienso-, basta que pase botando un plato ajeno de manías para que todo vuele en pedazos.


Me instalo en una mesa en la orilla que acaban de desocupar.  La cerveza cuesta diez quetzales y la pasan con un plato plástico de boquitas con chile Valentina y un limón partido. La boquilla de la botella huele a metal pero está casi congelada y me enfría los pulmones al bajar por la garganta. Pienso en lo mucho que me gusta estar vivo.

 

Pido dos, tres y hasta cuatro cervezas más antes de irme para siempre de ese lugar, que está ahora repleto, y es como ver la tele. Una película apagada de la costa sur, el ocio de los trabajadores calientes de santa lucía cotzumalguapa bebiendo y bailando con movimientos distintos a los que se ven en las ciudades: más salvajes, torpes y bruscos al mover los brazos, más primitivos y toscos. Un reality de santa lucía cotzumalguapa. Un espionaje a lo que pudo ser mi vida: la vida que pudo tocarle a cualquiera. Ahora solo la veo de afuera, gracias a Dios, de lejos, fumando y bebiendo cerveza, sacudiendo la ceniza sobre el plato de manías con chile. Yo puedo abandonar esta vida en cualquier momento y esas personas no. Mañana me alejaré de ellos para siempre.

 

Pago la cuenta a gritos con el mesero para que pueda oírme en medio de la música y toda la gente que pasa empujándose entre las mesas para salir a la pista de baile o para usar el baño con el cincho ya desabrochado.

 

Estoy de nuevo en la calle, donde comienza a ocurrir lo que estaba buscando. Los rastros de un cubano desaparecido.






El barrrio buenos aires está allí, despertando frente a mí, sin esconderse, y lo recorro desde la esquina opuesta a donde parqueé. Voy hasta las calles de arriba, que alcanzo a ver de puntillas, y llego al corazón del barrio, donde vive la gente apuñuscada.

 

Las familias están en las banquetas, han sacado sillas y mesas y beben con las puertas de las casas abiertas, donde se puede ver los cuartitos pintados de rosado adentro y los focos azules y unas luces de navidad que nunca quitan de las ventanas. 

 

Las salas familiares quedan inmediatamente después de las puertas de hierro, con alguien mayor viendo la tele reclinado en ropa de dormir y pantuflas grandes de mujer. En la calle, novios besándose. Jóvenes bebiendo con los pies colgando de una palangana, abuelas de pelo hongo con la nuca rapada y niños persiguiéndose en las banquetas. Es un barrio violento -se mira- un barrio para que los delincuentes amen a sus familias los sábados y  domingos y besen a sus mujeres en la boca y hagan reír a sus amigos, antes de volver a delinquir religiosamente los lunes.

 

La música punzante y lejana del Príncipe ahora se mezcla con la música del barrio, las bocinas de cada familia, y hay una pareja que baila en el asfalto mojado, ocupando la calle entera, en la que hace diez minutos que no pasa un carro. 

 

La gente es casi tan sencilla como en Río Bravo o Pochuta -pienso-, pero hay una alegría torpe y promiscua en los más jóvenes. Son viciosos y atrevidos y colochos. Caminan erguidos y se pintan de rubio una parte de la cabeza. Se la decoloran con agua oxigenada o algún otro químico barato, un reactivo que los hace parecer famosos. Descamisados de California.

 

Tienen que ser salvadoreños, nicaragüenses u hondureños-pienso-, estarán de paso para México-Estados Unidos. Son más prepotentes, altaneros y abusivos que los guatemaltecos, que más bien son inseguros y huraños. La maldad del guatemalteco es íntima y silenciosa, se gesta en su corazón; los catrachos, en cambio, empuñan su violencia con orgullo, enseñan los dientes rotos y los cigarrillos detrás de la oreja cuando cruzan la calle, sonríen al ser arrestados. 


Deben estar en ruta a mejores lugares que este pero son viciosos y tontos a la vez. Han conseguido una guatemalteca, una morena de santa lucía Cotzumalguapa y ahora la besan y la tocan febrilmente a través de los pantalones, en la calle, mientras ella vigila mil veces que no venga nadie, un conocido, un familiar, un miembro de la iglesia que las vea. Qué pena. No hay dinero más que para comprar un litro de cerveza o un brik de Don Simón fiado, pero se ve que han pasado toda la tarde achispados pidiendo plata en la avenida de las barberías del centro y ahora tienen el cuello quemado por el sol y las ideas entumecidas por la hierba. 


En la mañana habrán consiguido lavar amenazantemente un par de windshields a cambio de unas monedas, por el Campero del centro, donde las putas salen a descansar de la música en las banquetas y se exhiben a los conductores, invitándolos a parar más adelante. A pasar adelante. Aunque sea solo para charlar. Pero apenas son adolescentes de 17 o 18, esos colochos, valientes, bravos y perdidos, capaces de matar a una persona esta misma noche y de amar y de llorar viendo una película navideña.






En la última calle del barrio descubro una familia entera sentada alrededor de una mesa plástica que sacaron al asfalto, protegida del posible tránsito de motos por un carro estacionado que los cubre. Un carro que debe llevar meses sin funcionar con maleza creciendo entre las llantas ponchadas.

 

-Buenas noches -les digo acercándome, investigando la comida y las latas tibias de cerveza que tienen encima. Son ellos lo que estaba buscando. Las huellas de un negro comandante que pudo pasar por allí, hace mucho tiempo, antes de 1953.

 

-Buenas noches buenas noches joven, buenas noches,  van diciendo todos en desorden con un hilo de voz  automático, amable y perezoso. No están acostumbrados a ver gente que no sea del barrio, pienso, se nota por cómo me miran, divertidos y extrañados. Lo conocen todo en esas calles como para saber que solo ando buscando algo antes de irme: El posible paso de Almeida por sus vidas deprimentes. 

 

Hay señores muy mayores, adultos y niños, pero he venido a hablar solo con el más grande de todos: el abuelito moreno de pelo blanco que está sentado en la cabecera.


-Estoy buscando a un cubano -les digo de entrada a todos-. 


-Más bien la historia de un cubano. Alguien que ya està muerto. ¿Alguno de ustedes estuvo alguna vez en cuba? 

 

Se quedan callados pensando en ello, como si hubieran podido estar en Cuba solo que no lo recordaran en ese momento, como si tuvieran que pensarlo un rato para saberlo. 


-¿En cuba, canche? Dice el que se ve que habla más, el más avispado de todos. -En Cuba no-.Y estoy a punto de preguntarles maliciosamente “¿y en dónde sí?”


-Sí, en cuba. -le digo.

 

-Ninguno de nosotros canche, pero hay un doctor cubano que vive a dos cuadras de aquí mire -comenta una señora. -¿Anda buscando al doctor? 

 

La señora saca su teléfono de la blusa, de entre los pechos, tal vez buscando el contacto del doctor cubano para dármelo.

 

-No estoy buscando al doctor cubano- le digo, solo quiero saber si hace años vivió aquí un negro, alguien de cuba, alguien negro.  


-¿El doctor que ustedes conocen, es negro? -les pregunto.


La señora del celular se mete un dedo en la boca, lo muerde y llena de saliva antes de sacarlo y contestar.

 

-No-oh, dice. Así: “no-oh”, con dos sílabas, después de pensar un rato si el doctor cubano era o no era negro.

 

-¿Ustedes son de aquí? ¿De toda la vida? -les pregunto mirando al más viejo.

 

-De toda la vida -contesta entonces el viejito moreno aclarando la garganta, escupiendo la flema a un lado de la silla. -De las pocas familias que nunca nos fuimos de aquí -dice-, y que tampoco recordamos a qué hora vinimos, ni quién nos trajo!

 

Todos se ríen apagadamente del comentario del viejo -que hace un esfuerzo enorme para seguir hablando recio.-

 

-Hable bajito papa, se va a cansar -le dice una de las señoras, una de sus hijas. -Tome agua-, y le pone un vaso de duroport bajo la nariz que el viejo rechaza empujándolo con la mano, poniendo cara de bebé desesperado.

 

-¿Señor a usted le suena haber visto a un cubano negro?- le digo al viejo,- hace muchísimos años, aquí, tal vez en 1952, alguien que se enamoró de una luciana.

 

El viejo se lo piensa bien antes de abrir la boca. Mueve los labios y un bigote gris recortado a la perfección que tiembla sobre sus dientes para sopesar bien lo que dirá. Parece maximón, un muñeco hecho de madera al que toda la ropa se le ve  grande y que ahora tiene cara de querer mentirme, decirme que sí, que conoció a un negro en los años 50 y esas cosas, alguien  que se enamoró de una mujer de santa lucía y las historias que se le pueden ir ocurriendo en el camino ¡Se le antoja tanto decirme una mentira! -puedo verlo en sus ojitos podridos de ciruela-, se muere por mentirme y hablar toda la noche de sus cosas pero la familia podría descubrirlo diciendo una mentira y qué vergüenza. La mentira siempre es una decisión para la que hay tiempo de sobra -pienso ahora-. Siempre da tiempo de escoger entre una verdad y una mentira. El viejo escoge decir algo más.


-Todos se enamoran de una luciana -dice, y al empezar a sonreír comienza a toser.

 

Almeida bosque, -pienso un momento frente a la familia y el viejo que tose-, el guerrillero negro del granma siempre decía que fue en méxico que se sintió persona por primera vez. Allí compuso una canción para una mexicana que se llamaba Guadalupe. La primera vez que no se sintió un animal, un simple negro. La primera vez que la belleza se fijaba en él después de tanto tiempo corriendo detrás de ella, intentando escapar de la fealdad.


¿Qué ocurrió en guatemala, comandante? -quisiera preguntarle alguna vez, en el cielo- ¿Estuvo en estas calles mugrientas usted también, acaso igual que yo? ¿Fue aquí y no en México que se enamoró de una mujer? ¿acaso México y Guatemala no son lo mismo para un cubano, para un extranjero nacionalista? ¿Fue aquí que descubrió que era una persona de verdad, alguien normal? que alguien lo acarició por primera vez en una noche parecida a esta, a las noches escupidas de La habana?

 

Me despido de la familia y camino toda la calle de regreso, hasta que la música del Príncipe vuelve a sonar altísimo. Parece la misma de cuando llegué, el tecno loco y brincón y chabacano, solo que ahora se oye la gente desde adentro cantar y hay una fila de morenos en la puerta queriendo entrar con sus mujeres agarradas de la mano. El bouncer detiene la cola en lo que se desocupa alguna mesa en el interior, después les dice que pasen. 


Hay un par de colochos salvadoreños u hondureños con matochos de pelo pintado recostados en la palangana de mi carro bebiendo cerveza. Una taconuda de brahva cada uno en sus manos rematadas con esclavas plateadas.

 

Abro la puerta del carro y se acerca uno de ellos a pedirme dinero.

 

-¿Para qué lo queres? -le digo.

 

-Para comprar algo de comer en la tienda -dice.

 

Le sonrío y me subo al carro. Bajo la ventana.

 

-Si me hubieras dicho la verdad te hubiera dado por lo menos 10 pesos ahorita. -le digo.

 

-Va pue, -dice con el tono grueso y estomacal de los hondureños/salvadoreños – es para comprar un par de cervezas.

 

-Sí pero ya me mentiste -le digo-. -Escogiste decir una mentira - le suelto como un hombre viejo y los dos nos quedamos viendo un rato a los ojos, sonriendo por esa lección estúpida que le doy.

 

Salgo de nuevo hacia la carretera pensando en terminar la noche cerca del centro, en cualquier lugar que encuentre abierto a esa hora de la noche y pueda beber una cerveza más antes del cierre. Un último sitio que patrullar.


Pongo algo de música en la radio: Milanés y Varela. Silvio y Montañez.


¿Qué pensará el viejo de Salamá esta noche -me digo entonces bajando un poco la música para pensar,  mirando la luz del carro que se tira sobre las fachadas pobres de las casas que voy dejando en el camino - acerca de la libertad y de las personas que renuncian a lo que aman, a su libertad? Acerca de la última vez que las personas vieron lo que más querían sabiendo que pronto iban a abandonarlo?  -¿El viejo habría conocido a Almeida de verdad? Almeida en Ciudad de México, Almeida en medio de la oscuridad? 



Orillo el carro en un terraplén y escribo en mi celular: 



Por si acaso nunca vuelvo a mirarlo, señor de la chamarra de Iberia y las piernas flacas de Salamá, por si acaso nunca más vuelve a encontrarme, por si acaso no vuelve nunca a sonar mi voz un micrófono, quiero decirle que santa lucía es como decía: Una noche estúpida bajo el cielo en llamas de Camagüey.






 

jueves, 25 de agosto de 2022

Parte 1. Santa Lucía a las diez de la noche es cuba







-¿Queres ir a cuba? -  Me dijo alguien a la salida de un conversatorio literario en Salamá. Un viejito que había estado escuchando todo desde la entrada y ahora se tapaba las piernas flacas con una manta de Iberia.

 

Escuchó Cuando hablé  en el micrófono de escritores cubanos (piñera, lezama lima, loynaz y estévez, sarduy y padura)  y cómo la revolución había acabado con gran parte de todo ese potencial. Al menos con una literatura elegante, depurada y cosmopolita. 

 

Cuba tuvo que ser mucho más importante que Guatemala, -pienso-, literariamente hablando, y tal vez lo sea, pero tuvo que haber sido mucho más que guatemala, tuvo que haberse escrito más de miami y de los que se incrustaron en las democracias más jóvenes (todo lo que vieron al intentar vidas normales), los que probaron explotaciones privadas parecidas a las de los 50s prerrevolución, los que fueron felices y locos en cuba sin tener que abandonarla. Pero eso no pasó. Los cubanos se quedaron pensando en carpentier y en gómez de avellaneda y en guillén y en el embargo comercial y en la supresión de libertades. Se excitaron tanto con su propia historia que al final solo sintieron asco por ella. Lo mismo que los empalmaba luego les daba náusea: la falta de libertad, los lunes como domingos; una resaca espantosa que al día siguiente solo enseña una gorda acostada en la cama y evidencias de haberla poseído. Se extraviaron mil veces en su isla y ahora están encandilados, ciegos y perdidos, manoteando en la libertad de los demás.

 

Siempre fue tarde para interesarse por esas cosas —pienso ahora. (Yo, que me he emocionado tanto leyendo a los cubanos)-. Siempre fue tarde para escuchar a un antigringo quejarse de una bandera que ha demostrado ser universal: alguien que niega su propia naturaleza. Estados unidos es la representación más pura del ser humano y ahora entiendo que ir en contra es negarse a uno mismo. 

 

-¿Dónde consiguió esa manta?- le pregunté al viejo mirando la manta de cuadritos de Iberia, como las que conservaba mi madre en el closet de nuestros años 2000.

 

Me la dieron hace años, en un avión   -dijo -De los que salen lejos-.

 

-Bonita su manta.

 

-Gracias. -dijo, y se quedó pensativo.


-¿Ud Cómo es que se llama? - Preguntó como si hubiera olvidado mi nombre por un momento.

 

-Pérez- le dije. 

 

-Solo pérez?

 

-Solo Pérez. Así me pusieron mis papás: Pérez.

 

-Su primer nombre es pérez.

 

-Mi único nombre es Pérez. -le dije.-

 

-Es que a usted lo he visto antes fíjese Pérez- dijo. -O por lo menos he escuchado su voz. Tengo muy buen oído, sabe. Nunca confundo una voz. Especialmente las voces que salen de los micrófonos, esas no se confunden con nada, ¡son como el ruido que hacen los bebés cuando nacen! Podría detectar un recién nacido a cinco kilómetros de aquí.

 

-¿Dónde me pudo haber visto? - Le pregunté sin ningún interés.

 

-No sé... En morales o guastatoya. Tal vez en Puerto barrios o teculután. Pero siempre para este lado del oriente -me dijo haciendo un ademán con la mano derecha. -Hace dos o tres años que lo tuve que haber visto. Pero como le digo, de este lado. Al occidente no he vuelto desde que maté a dos soldados-.

 

Encendí un cigarro con los ojos fijos en las calles apagadas de Salamá. Fumar fue la excusa que usé dos minutos antes para salir un rato del evento a tomar aire fresco y pensar en la conferencia que debía dar a continuación, donde lo más seguro es que acabara hablando de un viaje que hice al volver a Guatemala y de un hotel que quedaba cerca de allí.

 

-Estuve en méxico y en Montevideo y santa cruz bolivia -dijo el viejo-; pero antes de todo eso estuve en el Congo entrenando para las FAR, la guerrilla de acá -me explicó-.  Pero usted no quiere oír de esas cosas verdad Pérez, matazingas y revolución y chambonadas, usted solo quiere ir a cuba y escribir historias de Cuba y esas cosas locas de Cuba que puede comprar el dinero -dijo sonriendo. -Dicen que hay unas jodidas buenísimas.

 

-¿Tiene un cigarro para mí Pérez?- Se frotó las manos y sopló en el medio. Frío maldito el que hace - dijo y se compuso un poco la manta sobre las piernas.

 

-Claro que sí- respondí extendiéndole un Rubios con la punta de los dedos. Me dio tanto asco darle mi encendedor o la cajetilla que mejor me acerqué hasta donde estaba para prender su cigarro. 

 

Allí le vi una nariz enorme, redonda, llena de hoyuelos que aparecían bajo la llama, como una pelota de golf amoratada. Tenía un tufo dulzón a crema nivea y se notaba que no bebía, solo había olor a crema en su ropa y grasa en el pelo y signos de que había enloquecido hacía por lo menos diez años. No era ningún tonto y por alguna razón se notaba. Estaba seguro que había sido alguien listo antes de su caída.

 

-¿Los escritores siempre se ponen saco?- me preguntó.

 

-No tengo idea - le dije sin ganas de seguir conversando.  -Ni la menor idea.

 

-Antes me gustaba leer, sabe Pérez, libritos de Dumas y Baudelaire. Por eso hoy lo felicito por su exposición, la escuché todita -dijo


El viejito empezó a darle caladas al cigarro, caladitas suaves y espaciadas. Caladitas simples.

 

-Mmmm decía disfrutando el cigarro cuando empezó a darle un par de buenas chupadas, mmmm. mmmm mmmm, pero tosía y le costaba mantener el humo en los pulmones. También le costaba sujetar la colilla con las uñas tan largas que tenía.

 

-Así que quiere ir a cuba - dijo de nuevo incorporándose un poco hacia adelante, abriendo la boca, sacando la lengua para toser. -Anda con la necedad de ir a Cuba vera Pérez- los ojos se le habían puesto llorosos por la tos.  Carraspeaba para limpiar la garganta. -Necio con Cuba va Pérez.

 

Yo había estado ya dos veces en Cuba, pero no se lo dije. Que había recorrido toda la isla a los 23 años, muchos días en cuba hasta llegar a  meter los dedos en la fachada tiroteada del cuartel Moncada en el oriente, en Santiago, hasta sentir la soledad de la sierra maestra y ver la tumba de fidel y de martí a escasos metros, y un desfile militar por el aniversario de la muerte de fidel, para mirar de cerca una historia que me chiflaba como pocas, pero no se lo dije.  (Fidel siempre fue el personaje más complejo de la revolución,  y mi favorito, pero eso tampoco se lo dije. Raúl, Frank País, Guevara y Cienfuegos fueron apenas niños enamorados del sabotaje y  de la guerra).

 

-Me encantaría ir a cuba- le dije para no tener que contarle nada esa noche. -¿Usted conoce cuba?

 

-No conozco, no. Nunca fui fíjese Pérez,  pero fui a santa cruz bolivia, uruguay, méxico y el congo para recibir instrucción militar... -repitió el viejito. Volvió a decir los sitios sin cambiarlos.

 

El viejo se quedó callado un rato, se rascaba una barba rasposa de cinco o seis días y podía escuchar cuando pasaba las uñas como un rastrillo sobre hojas secas.


-No conozco cuba pero conocí a Almeida en el Distrito Federal, le cuento -me dijo-  cuando todavía era Distrito Federal y Almeida no era nadie-. Cuando yo mismo leía toda esa basura comunista y adoraba la libertad.

 

El viejo se quedó pensando, mirando ahora taciturno la punta del cigarrillo encendido, al que todavía quedaba un buen recorrido antes de acabarse.


-¿Almeida Bosque? el guerrillero? -le pregunté sorprendido de que alguien en todo Salamá soltara un nombre de esos.

 

-Negro pisado -dijo, y se rió. -El guerrillero pues, quién más?

 

Era extraño y emocionante que el viejo tuviera esa precisión para decir el apellido, y describirlo.

 

-¿En verdad lo conoció? En qué parte lo vio? -le pregunté.

 

-Por Dios Pérez -dijo-, lo vi en Polanco y otra vez en Veracruz, y se besó los dedos para decirlo.

 

Me llamó tanto la atención lo del guerrillero  y veracruz que me fijé por primera vez en aquel hombre, buscando sus ojos negros bajo el pelo grasoso. Con seriedad, quiero decir, porque Almeida había estado en méxico en el 56, en la expedición de jóvenes que embarcaron a sierra maestra. Justo saliendo por veracruz, en cuyas playas sucias dormí en el año 2016 soñando con la historia.

 

-Hágase un favor -me dijo- pero apúntelo bien para que no se le olvide, y solo si de verdad quiere ver cuba sin tener que irse de este país.

 

La gente entraba y salía por las banquetas, los carros de la calle pasaban alumbrándole la cara al viejito con las luces bajas, pero yo solo estaba poniendo atención a lo que decía. El viejo estaba loco, las luces de los carros lo habían vuelto loco de tanto estar sentado en el suelo, a la misma altura de las luces de las motos y la noche era fresca como ninguna otra noche de cuba que recordara. De pronto era mucho más importante el viejo que  lo que ocurriría en el evento después, al tener que volver a entrar.

 

-Si quiere ir a cuba tiene que meterse al fondo de Santa Lucía Cotzumalguapa, bien al sur -me dijo subiendo la voz-. por si acaso no sabe dónde queda Santa Lucía. Por eso apúntelo bien.


El viejo volvía a mirar el cigarro, sin fumarlo, de nuevo meditabundo, de nuevo intimista,  como si me estuviese compartiendo el secreto de su vida.

  

-No puede ser cualquier día, Pérez, y tampoco cualquier hora -dijo-, y no cualquier noche: tiene que haber llovido antes. Tiene que ser Un jodido sábado, cuando haya  gente descuidada y loca en las calles. Cuando haya mujeres de piernas largas, chancletas y cigarros en las manos y adolescentes pidiendo litros en las cantinas. Cuando las damas de los cabarets salgan sofocadas de los puteros a sentarse en las banquetas, ahogadas por el humo de los cigarros como polillas envenenadas, mareadas por el olor a chilaca de los jornaleros que llegan solo para verlas. Tiene que ir al barrio Buenos Aires Pérez. Allí es Cuba-

 

Tenía varias preguntas que hacerle pero entonces me señaló la puerta del edificio con la mano que sujetaba extrañamente el cigarro.

 

-Ya tiene que irse Pérez - dijo cuando vio que el organizador del evento esperaba que terminara mi cigarro para volver a entrar.

 

-Una última cosa - le dije,- ¿cómo sabe que ese sitio es como cuba si nunca estuvo en cuba? ¿Cómo se lo pudo imaginar?

 

-Almeida me lo contó, -dijo-. Ese negro hijo de puta estuvo metido en santa lucía cotzumalguapa , en El Barrio Buenos Aires haciendo muladas durante meses, aunque eso nadie lo sabe,-  y empezó a reírse y a ahogarse al mismo tiempo, hasta que su rostro pasó de divertirse a la angustia pálida del envenenamiento. 

 

-El negro anduvo en santa lucía canche -dijo de nuevo reponiéndose apenas de la tos con un hilo de saliva que caía sobre la manta. -durante meses canche. Aquí perdió la virginidad. Se enamoró de una mujer. Aquí lo acarició alguien por primera vez, alguien que no le importó que fuera negro. Alguien que se dejó hacer el amor.

 

Le dije adiós pero él no pudo despedirse de mí. Cuando salí ya no estaba, pero había dejado el cigarro apachurrado que le di, casi sin fumar en el mismo sitio donde antes había estirado las piernas. 














miércoles, 20 de julio de 2022

Abril y todo mayo y todo junio y ahora casi todo julio (nosotros nunca fuimos "la gente").


Déjenle abierto el tronco del árbol vacío donde nos vimos: para que mire. 


Hace dos años nos vimos. PERO ESO 

COSTÓ MÁS DE 20 QUE PASARA 

y tardaríamos lo mismo 

en volver a vernos.


Usé más de 20 años en verte y tardaste lo mismo 

en verme pero ahora, 

En Yuxquen

han visto a un hombre parecido.

Dicen que alguien como yo. 

Bajo la lluvia, un descosido. 


¿Existe, detrás de TODA la gente que viste, 

un amor parecido al mío?
















sábado, 23 de abril de 2022

DANI O DANIEL, PARA DIOS ES LO MISMO


Apenas ayer estaba sacándole punta a un crayón rojo -un Faber-Castell despotrillado que encontré en una gaveta- y fue la primera vez en AÑOS que le sacaba punta a un crayón rojo. Mis manos se sentían tan extrañas y torpes con el sacapuntas, como si lo desconocieran por completo, como si lo hubieran olvidado para siempre, y al girarlo torpemente la basura empezó a llenarme la camisa y los pantalones de esos patrones de viruta que de pequeño me parecían vestidos o bailarinas agarradas de las manos.  No recordaba toda la basura que dejaban los crayones rojos al sacarles un poco de punta, y tomé algo del residuo en la mano para ver cómo olía. Cera, resina, barniz y madera, exactamente como olía mi estuche, mis libros, mi mochila, mis manos y hasta mi vida en los días más felices que recuerdo. 





                                  




-Dani es un nombre para niños pequeños - me dijo Kimi cuando la fui a dejar este jueves a su casa.  -Es un nombre para bebés. Niños Chiquitos.


Le sonreí como yo mismo me he visto sonreír en mis fotos de pequeño.


-Verdad que sí, Kimy?, verdad que sí?- le dije con el motor todavía encendido frente a su casa.  -No es nombre para un adulto, no es nombre para un viejo, lo he pensado mil veces. Re tonto pensar en un dani de viejo.


Kimy sonreía divertida. -¿En verdad lo crees?, ¿en verdad piensas eso?


Le dije que sí. -Tú misma lo acabas de decir.


Quise decirle algo más: como que dani es nombre para alguien que la está cagando toda su vida. Alguien que vive ardiendo, pero no se lo dije.


-Conozco un par de esos, sabías KIMY?  -Le dije en vez de eso.- un par de danieles grandes y acabados, don danis de 50 años, don Danis casados. Señores de vestidor de club de tenis, señores de sauna y toallas pequeñas. Danis de 60 años. Danis terminados ¿sabes lo mal que se oye ese nombre en gente tan grande? ¿has pensado alguna vez en eso?


La Luz de los carros y de los intermitentes y de los comercios se metía en el carro y le alumbraba los ojos y los brackets a Kimy.


Se rió. -Noches, dani. Dani el travieso. Dani guapo -dijo-. Dani viejo. Me encantaría que vinieras más seguido-. Se bajó del carro y antes de cerrar la puerta agregó:  A mí me gusta mucho tu nombre. Me encantaría verte de viejo.


Di la vuelta al final de la calle y conduje a la parte más alta del periférico, hasta arriba, para ver las luces que empezaban a encenderse perezosamente en la ciudad, -la cuenca del millón de años-, pensé,  como si las casas se contagiaran tímidamente La Luz al caer un poco la tarde y todo quedara iluminado. Me senté en la palangana y encendí un cigarro para pensar, el primero en varios días para pensar, y me puse a recordar mi propio nombre, como un acontecimiento importante. Cómo es que Dani se ha significado siempre libertad. Cómo es que daniel ha sido siempre el sitio donde empecé, pero también el sitio donde voy a terminar. Lo más valioso que tengo, aunque pronto empiece a sonar ridículo (Yo mismo sé que nunca seré un dani de viejo).







Cuando solo era un niño de 5 o 6 años mi mamá me llevó muerto de sueño a la cama, y después de apartar un libro de la Biblia ilustrada que había dejado abierto sobre la almohada (justo en el libro de Daniel, donde pasaba horas viéndome (daniel de la Biblia, Daniel del foso de los leones, Daniel de  zedrac, mesac y abed-nego, cuyos vocablos complicados ya me sabía de pequeño, y que me encantaba mirar de cerca una y otra vez imaginando que no ardían nunca en las llamas altísimas de un  horno), me dijo: ¿sabías lo que quiere decir tu nombre? -y la miré confundido a los ojos, restregándome los párpados del sueño para verla bien en la luz y decirle que no sabía.


Me había bañado unos minutos antes, me había puesto un pijama de carritos, me tapó hasta la barbilla con el edredón bien doblado, fuerte sobre el pecho, como me gustaba,  y ahora me peinaba en la cama recién bañado en la casa de Cantabria y los ojos se me cerraban del sueño oyendo su voz. Nunca me gustó tanto una voz como la voz de mi madre. Me atravesaba por dentro, podía sentirla corriendo adentro de mis brazos al escucharla decir algo, de mi cuello, de mi garganta y arterias; un hormigueo en los pies y en las manos cuando la oía hablar por teléfono con sus dientes gigantes, haciéndome cosquillas en el cráneo al platicar, sintiéndola andar descalza por mis pulmones. Ahora pienso lo mismo: su voz no se parece a la de nadie.


-¿Qué quiere decir mi nombre, mama? -le dije. Y ella seguía peinándome, mirándome desde arriba, mimándome bajo La Luz amarilla de la lamparita. Miró la hora en mi despertador del Real Madrid para ver si no era muy tarde ya y me explicó suavemente que Daniel significaba en hebreo “Dios es mi juez”, y aunque me moría del sueño y era muy pequeño para saber muchas cosas, nunca se me olvidó ese descubrimiento: mi nombre significaba algo.


-Tu nombre es el de una persona muy valiente, Dani. -me dijo aquella vez con sus dedos pasando como rastrillos entre mi pelo.- Un consentido de Dios -Me explicó sentándose más cómoda en la orilla de la cama- Él te quiere mucho, sabías eso Dani? Sabías que Dios a ti te quiere mucho? -y se le hacía un nudo en la garganta al decirlo, como si quisiera ponerse a llorar.


Moví la cabeza en la almohada para decirle que no sabía, no sabía eso, mama.


-Él te conoce y te escucha, te ama mucho, ama mucho tu corazón, dani. Este de aquí mira-dijo tocándome el pecho con un solo dedo que atravesó el edredón-. Él escucha cada palabra que decís y pensas, cada cosa que haces, porque sos su preferido. Está muy pendiente de ti Dani, más que de todos los demás. -dijo-. Te llamas Daniel y él lo sabe muy bien, sabes por qué? -no mamá, no sé por qué. Por qué? -Porque ese es su nombre favorito -dijo.-Solo que no se lo vayas a decir a nadie, va?- y me dio un beso en la cabeza mientras yo movía afirmativamente para decirle que no se lo diría a nadie-Solo papa, Dios  y yo te amamos así nanito, oíste? sos nuestro consentido.-  


A mi mamá le encantaba quedarse oliéndome el pelo después de abrazarme y decirme noches, me llenaba de shampoos y de jabones y de lociones al bañarme y luego me envolvía en una toalla bien seca y calentita, recién salida de la secadora de ropa para apretarme  y olerme la cabeza. 


Mi madre se quedó un rato más, pensando. Creí que se iría pero siguió un poco más conmigo, como si se hubiese olvidado de algo.


-Alguien que se llama como tú no le tiene miedo a nada, sabías eso dani? -dijo-. Daniel es el nombre de alguien muy valiente, alguien que Dios quiere especialmente, más que a los demás -repitió-, porque él sabe que harías cualquier cosa por él, que no tendrías miedo a nada por ayudar a la gente buena.  Por eso Dios te quiere tanto, y te cuida y ama tanto tu nombre y tus sueños y tus cosas dani, porque sabe que no son parecidas a las de nadie, que tú no tendrías miedo nunca de luchar por ellas. 


Mi madre se había quedado pensando, miraba la pared de mi cuarto mientras me peinaba distraída por las cosas que pensaba. Luego volvió a mirarme a los ojos.


-Alguien como tú no le tiene miedo ni a los leones, Nani!, imagínate eso -dijo, y le echó un ojo divertido al libro cerrado de la Biblia animada, que tenía a la mitad con un separador de lana, justo en el episodio de los leones. -No le temes a nadie, ni a la gente mala,  sabías dani??- Le dije que sí con la cabeza, yo sé mama yo sé.


 Mi madre bostezó, allí estaban sus dientes enormes de nuevo, en La Luz amarilla de la lamparita.


-Alguien que se llama igual que tú nunca se avergüenza de Dios ni de ser bueno con los demás ni de ayudar a las personas -dijo-. Por eso tú tenes que ser bueno con todos, va? me lo prometes? -y se lo prometí viendo sus ojos llorosos.- Tú tenes el corazón lleno de cosas bonitas dani, como el de tu abuelito, dani, que era igual que tú.- y a mi madre se le quebró la voz. 


-Te quiero mucho Nanito - me dijo como todavía me dice a veces que la veo- y me dio un beso en el pelo antes de apagar la lamparita.


     La mañana siguiente de escuchar lo que significaba mi nombre desperté con los ojos bien abiertos en la cama, pensando solo en eso, Diciéndolo por lo bajo en la regadera, en el desayuno y en el carro, de camino al colegio. No podía pensar en otra cosa que no fuera en mi nombre. DIOS ES MI JUEZ. Quería contárselo a mis hermanos en el camino, eso de que yo era el favorito de Dios y las cosas que me había dicho mi madre, pero lo tenía prohibido, así que no dije nada. Ellos tenían nombres normales, bonitos pero nada parecidos al mío, que era el favorito de Dios. Dios los amaba, y yo los amaba estúpidamente a ellos, pero sus nombres no significaban lo mismo.


Estuve pensando en eso todos los días durante meses. Dios es mi juez Dios es mi Juez Dios es mi juez. Se lo decía a los otros niños de la clase con un palo de escoba en la mano, dando saltos por todas partes, apuntándoles debajo de la barbilla. Tené mucho cuidado, les decía: "Dios es mi juez", y hasta bajé a una niña del pasamanos en el patio del recreo, Giova, la niña que me gustaba, que tenía las piernas llenas de piquetes de mosquito y las rodillas raspadas y  creía que era la mujer más bonita del mundo con sus cucos y todo, la más inteligente de todas, y la odiaba y la amaba al mismo tiempo por eso, porque perdía el tiempo pensando en ella cuando llegaba a mi casa después del colegio y me ponía a jugar en el jardín,  y luego, cada mañana que llegaba a clase intentaba llamarle la atención con cualquier cosa, algo nuevo para decirle, algo chistoso, algo que ella no supiera, algo que la hiciera sentir algo por mí -lo que fuera-, así que la bajé del pasamanos solo para retarla a que no sabía lo que quería decir Daniel. 


-Giova -le dije- a que no sabe lo quiere decir mi nombre. Dani o Daniel, para Dios es lo mismo -le expliqué-. Es lo mismo para él.- 


Giova me dijo que no sabía solo moviendo la cabeza y levantó los hombros para decirme que no tenía idea, después lo dijo con su voz suavecita y pequeña, súper aguda: no dani, no sé lo que quiere decir Daniel (odiaba no saber las cosas y eso es justamente lo que quería, lastimarla de cualquier manera, que se fijara en mí de cualquier forma), entonces le expliqué: 


-¿En verdad no sabe? Daniel es igual que decir Dios es mi Juez Giova. Como decir... Dios Juzga... como decir  Dios manda... como decir Dios y yo hasta el final... como decir Dios y yo arriba de todo. Quiere decir que Dios siempre mira lo que hago. Todo lo que hago Giova, pero solo él. Solo él me puede decir algo, ni siquiera Miss Cora me puede decir que hacer. Nadie me puede decir qué hacer.- Y me fui corriendo de allí. 


Luego entraba a la clase antes de que la maestra llegara y me sentaba en su escritorio como si fuese un trono, ponía  los pies, mis zapatos de luces encima para que todos me vieran: DIOS ES MI JUEZ.


 ¿Qué es eso, dani? me decía por dentro mientras creaba un alboroto entre los niños de la clase que ahora decían: DIOS ES TU JUEZ DIOS ES TU JUEZ DIOS ES TU JUEZ como gallinas entrenadas. Iba al baño, me miraba en el espejo y me reía de todo el poder que sentía diciendo eso. Lo repetía: DIOS ES MI JUEZ, o solo: DIOS JUEZ. o solo:  DIOS JUZGA y me echaba a reír. Era todavía mejor cuando lo decía en el espejo: Sentir a Dios estallándome en la garganta.


-¿Qué quiere decir eso dani?- Me susurró después Tian, mi mejor amigo, cuando estábamos pintando en la clase, hablando bajito para que la maestra no pudiera escucharnos y nos regañara frente a todos, que es lo que siempre pasaba.


-No te puedo decir Tian -le dije. Solo que Dios se fija mucho en mÍ. Dios está pendiente de todas las cosas que hago. Hasta de las cosas que pienso.


-Me prestas ese crayón? -le dije apuntando al crayón rojo que salía un poco de su estuche de tela- Es el primero que pierdo.





Hoy entiendo que mi padre decía  ese nombre hincándose en el piso, a la altura del vientre de mi madre para susurrarle al ombligo: “te queremos mucho Daniel” cuando yo ni siquiera existía y solo era “daniel” para dos jóvenes que serían padres por segunda vez. "Te estamos esperando desde hace meses Daniel. Te amamos y estamos listos para verte.". Y era la panza embarazada de mi madre a la que le estaba diciendo esas cosas, como un juego de vasos comunicantes. 


Mi madre imaginándome también mil veces en su cuarto, sola, cerca del 23 de abril de 1994, llorando sobre su propio ombligo de toda la ternura que sentía por mí. Yo mismo lo vi una vez en un video cassette viejo, como si fuera Dios viéndose en su propio baby shower, mi madre emocionada de que pronto diría mil veces mi nombre, que pronto sería mi madre para verme corriendo por ahí, poder limpiarme la cara, darme dulces y decirme dani todo el rato, para entender las cosas que iban a gustarme y poder mimarme y regañarme y que pronto yo también le rompería el corazón y le diría, mil veces, cuando aprendiera a hablar, te quiero mucho mama. 


Mi padre se asomaba un momento en el encuadre de la cámara, había dejado el aparato gigante de grabación encima de algo, un sillón, un mueble, un cojín, para poder salir él también en la toma, y decía junto a mi madre, sentándose en el apoyabrazos de la silla donde está mi madre con su panza enorme de embarazada, los dos son jóvenes y guapos cuando lo dicen, sus dientes se ven gigantes y muy blancos cuando lo dicen, parecen adolescentes y mi padre tiene una manzanita en la garganta que sube y baja cuando mira la cámara, sus ojos brillan de fuerza: hola Daniel. -dice, porque siempre quiere encontrar espacios para hablar, porque siempre tiene cosas para decir, porque ya los dos han soñado mil veces que existo cuando lo dicen: 


-Cuando veas este video vas a estar muy grande ya. Vas a entender todo lo que hemos querido verte, todo lo que hemos estado hablando de ti, y lo que hemos querido tu venida. -Mi padre tiene la mano en el vientre inflamado de mi madre, allí está su anillo dorado de matrimonio, en sus dedos gruesos; mi madre tiene la lengua empujando el labio inferior, que es justo la mueca que hace cuando está a punto de echarse a llorar. Su padre ha muerto, Pérez Cabello ha muerto, hace menos de un mes, y yo vengo a ocupar su lugar. Hacer una nueva herida en su corazón. 


-Todavía no sabes las cosas que pensamos de ti Daniel. Todavía no sabes lo que hemos imaginado tu vida. No sabes lo que te hemos amado aquí, adentro de esta pancita -dice mi padre inclinándose para besar la panza de mi madre, que ya ha empezado a llorar. -Estamos muy felices que pronto vamos a conocerte-.