jueves, 17 de febrero de 2022

Ideas de un hombre que se rasura


Hoy los perros han ladrado enloquecidos en los techos delgados de cemento, bajo las camisas empapadas de dormir y las tangas sintéticas de una maestra de parvulitos que vive arriba, en el 3ro "A".


Pasa  un taxi abajo, tal vez en la Salvador Osorio, y una persona escupe pasta  de dientes  en un lavamanos.  Ya son dos mil noches seguidas QUE TE PIENSO, piensa  pensando en alguien, una mujer, una mujer hermosa, con su cara y todo. Con sus piernas y todo. Con sus nalgas y todo, mientras se examina el rostro en el espejo pequeño del baño y se desprecia diciéndose "viejo" entre los dientes, como una risa silenciosa que no da risa y en cambio lastima el vientre. El recuerdo de sus mejores años todavía lo angustia ,,como un pellizco en el estómago,, y  aún no encuentra, en el fondo de las cosas que recuerda, días queridos. 


 <<He sabido que las mujeres duran solo hasta que alguien las lastima>> piensa como piensa en algo fortuito todas las mañanas al rasurarse. Una mujer dura hasta que alguien la hiere, la daña, le provoca un vejamen y la hace desconfiada para siempre. Luego se comportará solo como el animal asustadizo que ha recibido azotes y reacciona con parálisis facial al estímulo conocido de un periódico enrollándose. 


Es muy diferente una mujer loca que una mujer lastimada -se dice con la voz suavecita del cerebro-. La locura es un fruto precioso de  única cosecha, hay que hacer esa diferencia, ESA SAL-VE-DAD- dice haciéndose el fino y el agua abierta del grifo se pierde haciendo gárgaras en el lavamanos.


Las mujeres heridas por relaciones pasadas han perdido su valor para siempre  -medita y piensa y ahora mueve los labios al pensarlo, especialmente cuando vibra en sus labios esa expresión horrible que con los años lo pone nervioso: para siempre-. 


 Le divierte la idea de que la soledad lo ha vuelto loco, incluso cuando un día reconoció frente a él mismo que desprecia incómodamente a los locos. Alguien se lo dijo hace años, como una advertencia, cuando apenas iba a vivirse solo por primera vez. Pero entonces solo tenía 19 y todo  daba lo mismo. Ahora la afectación mental que le dijeron, (LA LOCURA), podía ser verdad, especialmente desde que cumplió 36 y se vio cenando solo en la mesa del pantri un pedazo recalentado de pizza y el teléfono no sonó nunca para felicitarlo. Como si nadie supiera que en un día como ese había nacido, como si nadie supiera que existía, como si nadie supiera que esa noche estaba solo y aún quedaban unos minutos de su cumpleaños  para llamarlo y arreglar un poco las cosas, y se cantó happy birthday él mismo con los ojos llenos de lágrimas, sintiendo la ausencia de su madre como una infección de garganta.


<<La mujer chiflada, la mujer original, la loca genuina, la loca emocionante, solo pudo tenerla de verdad quien la lastimó. Su agresor, su lastimador primigenio, piensa saboreando esa nueva palabra que acaba de ocurrírsele: lastimador. Ni siquiera sabe si existe pero le gusta. Suena como alguien que daña un corazón pero no el cuerpo. Alguien que hace llorar a una mujer sin ponerle un dedo encima.  "TE EXTRAÑO TANTO TANTO NORMA", -dice sin que el aliento toque el espejo y el nombre le raspa la garganta. 


En su cabeza se ha abierto un espacio para pensar exclusivamente en esa mujer que dejó ir, (NORMA) y cuando estuvo loca (hasta el culo) por él, porque él la tuvo antes de que nadie más la lastimara. Norma de 20 o 22 años con sus movimientos torpes e inexpertos. Norma de 20 o 22 años con sus besos locos, con sus mambos estúpidos de cabeza. Norma de 20 o 22 años con su boca  y sus dientes como chayes alrededor del pene, llenándolo de saliva, lastimándolo y dándole placer al mismo tiempo, preguntándole mil veces después de tomar aire ¿Así está bien? o ¿lo estoy haciendo bien?  Norma con sus chichitas destapadas en la carretera Palín-Escuintla para que él las tocara mientras conducía, cuando bajaron la ventana del carro y sintieron a chorros el aire caliente de la costa que entraba a borbotones en la cabina y su pelo negro se regaba por los asientos. <<Solo el agresor puede disfrutar de una mujer>>, concluye. Una mujer solo pudo vivirla de verdad quien le hizo daño. A partir de allí nunca se tiene a la mujer, sino el resultado de todos sus traumas.


Saca una rasuradora amarilla de una tira de rastrillos desechables Bic con envoltorio transparente de plástico que tiene bajo el lavamanos. Le dijo al niño de la tienda que le vendiera toda la tira la otra vez que bajó a comprar una rasuradora de emergencia, casi en calzoncillos, pidiéndole a Dios que por favor no lo vieran los vecinos, especialmente la vecina maestra de parvulitos que seca sus tangas en la azotea y sale a trabajar siempre una hora antes que él, "TE ESTOY DICIENDO QUE SÍ, VOS. DAME LA TIRA ENTERA. TODA SÍ. CUÁNTO ES?" -le dijo con ese tono apresurado y despectivo con que a veces trata a los niños de tienda, a los mensajeros, a las cajeras de Banrural -y volteaba a ver como loco a todas partes de la calle que la vecina no lo estuviera mirando-, LA TIRA ENTERA MANO. YA TE DIJE. SÍ HOMBRE. TODA, para no tener que bajar cada vez que se rasura y correr el mismo riesgo de ser visto por ella. Esas le raspan la piel y le dejan manchitas rojas de sangre en las mejillas  que luego cubre con trozos húmedos de papel toilette, pero es más fácil que lavarlas y almacenarlas en alguna parte del baño: solo tirarlas. Además sabe que la irritación no duele tanto cuando tiene la mente ocupada en algo, como casi todas las mañanas que se rasura, por eso deja que el coco se escape por sus recuerdos como un perro al que se le deja abierta la puerta. Se aplica un poco de jabón de manos para que saque espuma y la rasuradora corra suavemente por las patillas. Moja la Bic, la pone bajo el chorro tibio del lavamanos y la somata en el borde cerámico.


<<Una mujer dura hasta que alguien la lastima>> -dice nuevamente con la rasuradora bajo el gaznate. -En adelante solo estará esperando que aflore lo malo del hombre nuevo que tiene (alguien que ha conocido hace una semana y la ha invitado al cine. Alguien que le ha dicho cosas bonitas en el carro, bajando un poco el volumen de la radio cuando va a dejarla hasta su casa y se acerca para decírselas en la oreja. Cosas que ella duda mucho que sean verdad pero que igual prefiere escuchar a estar sola). Salen y se ríen. Toman café y se ríen. Conversan hasta tarde y se ríen, y una noche hasta bailan en un sitio de copas. Pero ella solo está esperando que se manifieste lo malo en él, esperando la confirmación de sus peores presagios, anticipando con ojos de ardilla loca el momento en que el hombre devele su verdadera naturaleza de lastimador. Al cabo solo será alguien con quien repita experiencias de lastimadores previos, tratando de anticipar mejor cada movimiento, cada conducta sospechosa, cada mentira, cada dilación, cada traición, por si acaso vuelve a enamorarse. La mujer lastimada se ha vuelto precavida, taimada, astuta y espera el error, que el hombre actúe mal para ser lastimada un poco de nuevo y poder decir: ¡lo sabía! ¡solo es un puerco más! un mentiroso más! Poderlo putear, como quien dice, al descubrirlo mintiendo al volver con una marca extraña en la espalda (las uñas de una hija de la gran puta), sin saber que la traicionaron porque un hombre no puede nunca enamorarse de una mujer lastimada. Nadie puede enamorarse de una persona que ha dejado de ser ella.

 Hay locas de locas, canturrea y silba. Putas locas hasta la mierda de locas. Silba y luego canturrea algo más, algo suyo, una pequeña estrofa que inventó cuando se estaba bañando.  Ahora sus palabras le han aliviado un poco el recuerdo amargo e inusitado de Norma, que siempre le acontece de sorpresa cuando se mira en el espejo por la mañana y estudia el lento pero obstinado paso del tiempo en su cara, minutos antes de salir para la “office”, que es como le gusta llamarle a ese escritorio  pequeño que tiene en la financiera, lleno de cosas que nunca termina.  Mira el hilo delgado de agua que se va por la cañería con sus pelos recortados flotando encima y sonríe.

Hace años había pelos largos y enredados de norma en ese mismo lavamanos -piensa-, y calzones en el suelo y pinturas y pintalabios en el mueble, podía recordar, como algo que nunca se desprende de la memoria:  el sonido del cepillo de dientes en la boca de Norma. Cuando intentaba hablarle y ella con el cepillo de dientes adentro, tocando sus dientes desde el interior como una marimba, DICIENDO QUE SÍ O QUE NO CON LA BOCA LLENA DE ESPUMA. PODÍA RECORDARLA ESCUPIENDO Y TOMANDO LA TOALLA DE MANOS PARA SECARSE LA TROMPA. PODÍA RECORDAR CUANDO ÉL SALÍA DE LA CAMA Y SE ACERCABA CON UNA ERECCIÓN MAÑANERA A PONERSE DETRÁS DE ELLA Y SE LA MENEABA UN POCO EN LOS CALZONES Y ELLA DECÍA AHORITA NO. PODÍA RECORDAR QUE LE EXCITABA EL OLOR A PELO SUCIO DE NORMA  PORQUE LA HACÍA MÁS HUMANA, MÁS SENCILLA, MÁS ACCESIBLE, MÁS PENETRABLE, MÁS LASTIMABLE, MÁS DESPRECIABLE, MÁS HUMILLABLE, MÁS APROPIABLE, MÁS REDUCIBLE A SU PROPIO ORDEN DE LAS COSAS. PODÍA RECORDAR LOS BESOS DE DESPEDIDA CON EL SABOR DULZÓN DE LA PASTA DE DIENTES EN LA BOCA DE NORMA CUANDO ELLA SE IBA A LA EMRPESA ELÉCTRICA A TRABAJAR Y ÉL SE QUEDABA DURMIENDO 30 MUNUTOS MÁS. Ahora, después de mucho tiempo, estaba seguro que la amaba.


¿Quién te aburre esta noche con su cháchara y sus quejas sobre el mundo, Norma? -dice interpretando a un actor conocido de Hollywood cuyo nombre no logra recordar mientras lo evoca- Éramos jóvenes y lo sabíamos y ahora mirá, todo pela la verga ¿ya te diste cuenta? La vida finalmente se muestra como lo que es: una gran mulada. Y cuando entendes lo estúpido que es todo, ya te fijaste, da lo mismo un hombre exitoso que un vagabundo.  ¿Quién te mete el dedo  ahorita, entre las piernas,  Norma, en el hoyo, y siente asco del líquido viscoso que sale, apartando el rostro por el olor a sardinas que lo golpea al mismo tiempo como un pedo? ¿un esposo lleno de asco por su esposa?, eso es lo que hay para ti? ya cuando no tenes nada nuevo que dar, ENE, ni siquiera tu cuerpo desnudo en una posición tres x.  Te deprimes cuando sabes que no hay más deseo por ti ¿Es eso? A veces, algunos días, sobre todo algunas mañanas como esta en que me veo y me rasuro, Norma, me encantaría saber: ¿Cuántos lastimadores tuviste en toda tu vida, hasta que dejaste de ser tú?   ¿Cuántos lastimadores tuvo que haber, decime, para que dejaras de ser tú misma: Normita de 15 o 16 años? Para temblar un día como una niña traumatizada que sospechaba que todo el mundo le ocultaba algo, que hasta Dios le ocultaba sus planes; que tu acompañante había estado con otra y que eso pasó de pronto a ocupar la totalidad de las cosas que pensabas; que tu acompañante había comenzado  a amar a otra y que eso te había dolido todavía más que si solo se la hubiera metido. ¿LO HAS HABLADO CON ALGUIEN? Todo lo que tuvo que ocurrir para que dejaras de ser tú.


- ¿Reconocerías que soy yo el primero de todos?  tu primer lastimador????


El hombre saca la barbilla hacia adelante, acercándola un poco más al espejo del baño y se ríe con los labios apretados, hasta que la risa se le sale por la nariz haciendo ruido de elefante. El vapor empaña su  reflejo. Pasa la mano sobre la piel para comprobar que no quede ni un pelo. Las Bic amarillas solo tienen dos hojas de afeitar y siempre dejan algo rasposa la cara. Si se pasa el reverso de la mano por la papada,  por ejemplo , pincha, algo que no ocurre con las rasuradoras normales de tres hojas. Pero al acabar solo tiene que tirarla a la basura y eso las hace muy convenientes. 


Las mujeres lastimadas se han vuelto asustadizas, calculadoras, minuciosas, metódicas y previsoras, ¿ES ESO LO QUE TE HAS VUELTO, NORMA? -dice imaginándose una conversación con ella en alguna parte del mundo, que es como se refiere a la pequeña ciudad de Huehuetenango: el mundo. Una conversación como el reencuentro definitivo de la víctima con su lastimador. UNA CONVERSACIÓN COMO UNA OPORTUNIDAD PARA LASTIMARLA DE NUEVO.


Hace mucho tiempo que el hombre que se rasura sueña que se la encuentra por ahí, sobre todo cuando está despierto, meditando en el tráfico o analizando el riesgo de un crédito en "la office". SEMPRE LE HA PARECIDO UNA BROMA DEL SEÑOR JESÚS NO PODÉRSELA ENCONTRAR EN UNA CIUDAD TAN CHICA COMO ESA, ni siquiera intentando encontrarla a propósito los domingos que no hay nada que hacer y da sus vueltas en Pradera y en el Paiz del Triángulo viendo familias y cosas que no necesita. 


"Tuvo que haberse movido a otra ciudad", es lo que siempre se dice en esos casos, como un acto de autocompasión, para consolarse, lamerse las heridas, quitársela un poco de encima como una chinche. Pero los sitios que visitaron en el pasado siguen estando allí, tal cual eran, y no dejan de ponerlo triste y nervioso a la vez, como si ella se hubiera quedado en ellos para siempre.  Por eso se asoma a las ventanas de todos los comercios primero, antes de poner un pie adentro, comprobar que no esté allí (porque aún no sabe cómo reaccionaría a su encuentro, a sus ojos mirándolo de nuevo como antes. A su boca relajándose o apretándose como antes. A su amor por ella como antes. A su voz sonando a quemarropa como antes. Piensa que no sabría cómo ser él mismo otra vez si volvieran a estar juntos: poder actuar exactamente lo que ya había sido él con ella, y ser lo que a ella le había gustado tanto de él. Después de todo ya no puede recordar cómo era él cuando estaba con ella y eso lo angustia, como si no recordase su propia identidad. Como si ella hubiese estado con un fantasma, un actor de Hollywood difícil de interpretar).  


DESDE QUE TE LASTIMÉ TE AMO, NORMA-se imagina diciéndole mientras ella quiere alejarse de él en la calle y la detiene agarrándola de la muñeca, queriendo herirla de nuevo a toda costa con sus palabras. ESCUCHAME NORMA. TE ACORDAS QUE LA TUVISTE MIL VECES ADENTRO DE LA BOCA Y NO PODÍAS HABLAR. TE ACORDAS DE TODAS LAS PORQUERÍAS QUE HICIMOS. TE ACORDAS QUE TE DEJÉ PORQUE  NO TE AMABA TANTO?


<<La mujer lastimada deja de ser ella cuando interioriza el daño que le hicieron. Ha bajado de peso y está un día comiéndose las uñas en su cama, acostada en posición fetal mientras su madre le toca la puerta del cuarto para decirle que baje a cenar. Ella ni siquiera responde para decir que no tiene hambre, está muy ocupaba asimilándolo todo. Solo necesita unos días más para absorberlo todo, quedarse con la herida para siempre. Y cuando finalmente asimila que la han herido y baja a cenar con su familia, el daño es irreversible.  Cuando comprende lo que le han hecho esa mujer ya no vale nada. Quien baja finalmente a cenar es otra persona, una mujer resentida y asustadiza, quiero decir, nociva para el hombre que venga después, que solo será el reflejo de los traumas recogidos con los anteriores.  UNA MUJER LASTIMADA PUEDE SER LASTIMADA VARIAS VECES, TODA SU VIDA, SI QUIERE, PUEDE ACUMULAR HERIDAS, PERO NUNCA VOLVER AL MOMENTO EN QUE NO HABÍA SIDO LASTIMADA. El hombre que se rasura piensa escribirlo en alguna parte, en su cuaderno que tiene una portada de Hot Wheels, antes de que se le olvide para siempre.


Son las siete treinta de la mañana, en diez minutos puede dejar algo anotado para cuando vuelva del trabajo no se le olvide las cosas que andaba pensando. Puede escribirlo y todavía llegar a tiempo. Se le ocurre algo para empezar su nota: <<La mujer lastimada liquida el amor al querer actuar un cariño viciado / nacido del resentimiento y del cálculo; no puede tenerlo nunca de verdad (el amor), justamente porque lo duda a cada momento. En su cabeza repica siempre la leyenda de ¿cuándo lo sorprenderé en algo malo? ¿Será esta misma semana que revele su verdadera naturaleza de lastimador? ¿Quién será la puerca que lo llama a escondidas de mí, cuando no puedo mirarlo, cuando la mentira me ha cerrado los ojos?>> En todo caso, la mujer lastimada se enamora, mucho más que del hombre, de la idea de llegar a tener la razón respecto de todas las sospechas que tuvo desde el inicio. Delirios de infidelidad y mentira que engendra su corazón lastimado. Se enamora de la búsqueda del engaño, de la mentira, mucho más que de la persona, solo para poder amonestarlo un buen día de esos (DESENMASCARARLO) y, en casi todos los casos, largarse llena de un orgullo de poca duración (un empoderamiento infantil de corto plazo que luego igual le estalla en la cara) a los brazos de otros lastimadores, con los que el ciclo se repetirá en busca de quedarse con el "menos peor", alguien cobarde pero confiable, con quien se acabará convenciendo de casarse y tener una familia. Un tipo, cuando menos, domesticable. Alguien con quien su vida (que de por sí aborrece), sea un poco más soportable, algo más llevadera, algo más querible. Aunque el pobre hombre sea un bostezo, compensará la desconfianza de la mujer lastimada con algo de paz mental. Porque es lo que puede darle un tipo que desprecia la libertad -un pasmado-: calmar finalmente su ansiedad. De todas maneras, en los ojos de la mujer lastimada ya no se ve lo que era de pequeña, esa muñequita linda, cholca, de rodillas raspadas, llena de vida y de propósitos, sino solo lo que otros hombres le hicieron: el paso irreversible de un lastimador.


Los hombres ya no se interesan por esas mujeres porque casi todos tuvieron ya la experiencia efectiva de las dos: una mujer lastimada y una mujer de verdad, una que no había sido lastimada cuando la conocieron.  Por eso intentarán toda su vida regresar a la autenticidad primera de la mujer genuina (mujeres como una oportunidad de lastimar ellos mismos), de ahí el valor que tienen las más pequeñas: gente normalmente a salvo de heridas incurables, aunque para encontrar una de esas haga falta pasar por cien lastimadas que abren las piernas con miedo. 


"Aún cuando la locura de una mujer excite a cualquier hombre, no vale cualquier mujer, ni cualquier locura, mucho menos la locura de la mujer lastimada, que es, como mucho, una locura genérica, una locura de inferior categoría. Una locura que va hacia adentro de las cosas que imagina y teme, (lo que proyecta su cabeza rebalsada de miedo), y no hacia afuera, como debiera ser. La mujer agraviada es loca en las cosas que piensa (Y RE PIENSA), en sus tics nerviosos, en su psicosis, en su ansiedad, en sus delirios, en su pesimismo.  Se ha vuelto una loca pero no de las locas emocionantes, las que valen la pena, LAS QUE SACAN RISAS Y DICEN QUE SÍ A TODO, LAS QUE HACEN VIAJES POR CARRETERA Y ABRAZAN FUERTE Y LLORAN AL HACER EL AMOR Y SE EMBORRACHAN UNA NOCHE OSCURA EN LA PLAYA, COMO SI LA VIDA LES FUERA EN ELLO, sino la demencia que aqueja a las que dejaron de ser ellas por temor a fracasar. Una locura autodestructiva: orientada hacia el daño de sí mismas.


El hombre descarta la rasuradora Bic en el basurero rebalsado del baño, donde hay otras tres o cuatro Bic amarillas a la vista de días anteriores, en medio de cartones de rollos vacíos de papel toilette y desodorantes acabados y tubos de pasta de dientes finiquitados, doblados  mil veces por la mitad como un acordeón para sacarles el último poco. Hace tiempo que no saca la basura y se pregunta si su vecina, la mujer de parvulitos que seca sus tangas al sol también ha sido lastimada por alguien alguna vez. Si ya tuvo un lastimador personal. Alguien como él.


"No debe tener más de 23" -PIENSA CUANDO SE SECA FINALMENTE LA CARA CON GOLPES SUAVECITOS DE LA TOALLA- y a veces la escucha hasta tarde preparando el material de sus clases, hablando sola mientras camina y hasta es posible (PIENSA EL HOMBRE QUE SE RASURA) que nunca haya hecho el amor. En Guatemala esas cosas son posibles. Algo que le complace tremendamente pensar de ese país.


Hace solo unos meses que la maestra de párvulos pasó a ocupar el apartamento vacante de arriba y el hombre que se rasura nunca ha escuchado que entre con alguien, ni que vuelva después de las 11 de la noche los viernes, algo que lo llena de una extraña felicidad. Una satisfacción reconfortante, solo parecida a la que pueda experimentar un padre con su hija. Una mujer bien portada, como quien dice, tal vez de otro departamento de Guatemala, uno mucho más recatado, conservador y cristiano, aunque ponga a secar tangas bastante pequeñas en el lazo de arriba que siempre olvida recoger. Tangas que el hombre que se rasura ha visto mil veces de cerca al volver del trabajo, haciendo como que habla por teléfono para tener una excusa de subir a la azotea y quedarse mirando un rato en detalle. Tangas como para imaginársela de espaldas andando: ese tipo de hilos que dejan todo el culo descubierto, temblando como un flan. 


El hombre que se rasura vuelve a imaginar un diálogo con Norma. No está seguro si es uno que ya tuvieron en el pasado o uno que le gustaría tener con ella si la viera de nuevo. El tiempo hace que las cosas pierdan su precisión y eso es justo lo que espera de él, y de ella, y del tiempo: que un día Norma solo se pierda entre las cosas que recuerda: deje de existir.  MAÑANA VOY A ESTAR AQUÍ ,RASURÁNDOME FENTE AL MISMO ESPEJO DE SIEMPRE, NORMA,  Y YA NO VOY A NECESITARTE.


 Una vez en la office buscó en Google "cuánto tarda un hombre en olvidar a una mujer" y los resultados, nada alentadores, solo consiguieron agobiarlo más porque todo parecía indicar que Norma lo había olvidado mucho antes de que él la pudiera olvidar a ella (5 meses para las mujeres olvidar a un hombre; hasta dos años para los hombres olvidar a una mujer, leyó). Pero también confía en eso de que la cabeza deshace a propósito las memorias que hacen daño, como un mecanismo de autodefensa (como los pulpos y los calamares tiran tinta para escapar de su perseguidor, los hombres olvidan), para eso está diseñada la mente, eso le dijo al contador de la empresa la otra vez que hablaron, para repeler momentos y personas importantes cuando ya no están más con nosotros y hacen daño. Es un proceso lento y natural, OBVIO MANITO ASÍ ES, hay que tener paciencia, se ha dicho mil veces mientras conduce, diciéndose su propio nombre en el retrovisor como a un desconocido, aguantar un poco más, tigre. SOLO UN POCO MÁS, CAMPEÓN. Entiende que necesita olvidar a NORMA antes de que el recuerdo de haberla tenido arruine su vida.


-A veces te lo juro por Dios que lo hablo con alguien, eso de que te voy a olvidar y que te extraño, Norma,  solo para ver qué pasa, si es que acaso solo yo he visto las cosas que pasaron cuando fui importante para ti,  y lo duro que fue cuando te fuiste.  ESAS COSAS de las cosas que extraño, Normita linda, y que yo solo he querido dejarte para siempre. AUNQUE TE HUBIESE DEJADO TIRADA, NORMA, COMO A UNA PERRITA CUANDO TE DIJE  CIAO, NO PUEDO ABANDONARTE SI TE PIENSO. 


-Me preguntás por ti, si conozco las cosas que escondes en tu cuarto  y también en tu corazón y en tu bolsa y en tu mesa de noche y es como una estupidez muy grande preguntarme esas cosas.  -Por favor, Norma. Me saca de mis casillas que digas eso. Por supuesto que las conozco.  Yo las vi por primera vez, acordate bien, cuando estaban naciendo! Son tuyas pero mucho de ti también es mío porque yo mismo lo provoqué.  Nunca  vas a agarrarme en curva cuando se trata de ti, y de mí, y de los dos, Norma, SE ME ENCOGEN LOS HUEVOS CUANDO DIGO "LOS DOS" Y ME DESVANEZCO, COMO SI ESTUVIERA PARADO EN EL BORDE DE UN EDIFICIO. Me encantas y por eso te conozco. Conozco bien las cosas que son tuyas. Conozco bien las cosas que son mías y proteges.  Pero conozco mejor las cosas  que ya no tengo, Norma, sobre todo esas, LAS QUE YA NO TENGO, Y TODAS EMPIEZAN EN TI.


El hombre revisa los lados de su cara recién afeitada en el espejo y saca un poco los labios para verlos de cerca. Se miran más rojos y más suaves cada vez que se rasura, y hasta le da un poco de miedo desconocerse por un segundo en el reflejo, como si un extraño lo espiara desde el otro lado de una ventana cuando acaba de rasurarse. Se enjuaga bien el rostro con agua fría por segunda vez y se seca con la toalla de manos. PIENSA TODAS LAS VECES QUE HA HECHO LO MISMO, RASURARSE MIENTRAS PIENSA EN NORMA, Y QUE SI hubiera hecho palitos en la pared como los presos que cuentan sus días en la cárcel, él ya tendría las paredes llenas.



Como si la hubiese evocado con su tardanza, poniéndose el saco negro que cuelga en el respaldo del sillón para salir en bombas a "la office", oye el ruido de unos tacones afuera de la puerta, en el pasillo que da a las escaleras de los apartamentos.  La maestra de parvulitos ha vuelto del trabajo. Tuvo que haber olvidado algo, piensa en un primer momento el hombre que se rasura, que a la vez piensa en las cosas que puede llevar una maestra de párvulos al trabajo para olvidarse, pero solo se le ocurre un rollo de cartulina y stickers para poner en la frente.  La mujer sube rápidamente las escaleras a su apartamento y la oye en la planta de arriba, andando hasta el baño o el dormitorio, una de dos, porque su apartamento es idéntico al suyo y conoce los espacios de sobra. Porque el suelo de ella ha sido durante meses, su techo.


Arriba una puerta se cierra y se enciende la regadera. Toda la cañería del módulo tiembla y el hombre  que se rasura sabe que en ese mismo momento la maestra de párvulos se está desnudando entre el vapor de la ducha, que por lo demás calienta muy rápido y de forma muy eficiente. Con toda seguridad: la mejor prestación que ofrecen esos apartamentos: el agua hirviendo en menos de diez segundos.


Esa mañana ha regresado del trabajo inmediatamente y eso extraña inicialmente al hombre que se rasura. SERÁ POSIBLE, dice. APENAS ES LUNES. Luego lo analiza mejor, va a la cocina para echarle un buen ojo al calendario de Micoope que tiene pegado en la refri  y se concentra para recordar qué día es. Es el primer día “hábil” de Semana Santa y la maestra tuvo que haber olvidado que no tenía que ir a trabajar, piensa tocando con la uña la casilla del 10 de abril como si supiera de esas cosas. Sabe que desde el sábado están pasando por la TV   "La Pasión de Cristo" sin parar, una y otra vez, en todos los canales del cable, y es suficiente para estar seguro de la fecha.  La muy puta lo tendrá libre.  


El hombre toma el teléfono y marca el número de la office, que es el único número que sabe de memoria.


-Gloria- dice cuando alguien contesta. Una voz conocida. Una voz del trabajo que se vacía en su oreja.


-Llevo toda la mañana vomitando. -dice-.


(...)


 Los perros ya no ladran arriba, desde que los carros bajan por la cuesta con total normalidad a sus destinos y la gente repite sus días. La maestra de parvulitos ha salido ya de la regadera y ahora debe estar vistiéndose frente al closet, como la imagina siempre. Desde abajo los pies descalzos se oyen más fuertes que cuando usa zapatos, algo que sabe bien el hombre que se rasura, que los talones se escuchan con más claridad cuando va descalza, incluso que cuando la maestra lleva tacones. Desde su lado del apartamento sabe que está yendo descalza en busca de algo y saca la lengua para imaginarla. "Qué estarán tocando sus manos en este momento" -dice- "¿una tanga xs para estrenar?" El hombre se lava los dientes por segunda vez en el día; la menta le quema la lengua. Escupe la pasta en el lavamanos mirando un cúmulo celeste avanzar hasta la pequeña resposadera de metal, donde se pierde. Se agarra de los bordes cerámicos del lavamanos, deja caer todo el peso encima y piensa.  Se mira  la cara extraña de recién afeitado en el espejo redondo del baño hasta que descubre que está sonriendo de una forma diferente ¿SE PONE NERVIOSO CUANDO TIENE UNA OPORTUNIDAD? CUANDO SE ABRE UN DÍA LIBRE.


Pasa a la pequeña sala que tiene junto a la puerta, donde hace más de un año que no recibe a nadie (ni siquiera una compañera fea del trabajo para beber una cerveza). Se tiende a lo largo del sillón e intenta calcular el tiempo suficiente para que la maestra de parvulitos termine de arreglarse y esté relajada disfrutando de su primer día de descanso remunerado. ¿30 minutos? ¿40 minutos? ¿Es eso lo que siempre tarda? cuando enciende la tele y pone esos programas infantiles que mira con mucho volumen mientras se ríe y se viste.


El hombre que se rasura se pone un poco de loción en el cuello y otro poco en la camisa desabotonada que tiene, justo cuando pasan  40 minutos. Se peina bien y se cambia el saco negro por otro de mejor calidad, el que se puso en el entierro de su madre y que no ha vuelto a usar desde entonces. 


En mitad de las escaleras al segundo nivel, al apartamento de parvulitos, el hombre que se rasura se detendrá un momento a repasar las cosas que dirá a la maestra cuando toque el timbre  y ésta abra la puerta. Una artimaña, una argucia: algo de que si no es suyo el carro blanco que está tapando la entrada del módulo /  algo de que si a ella tampoco le funciona bien el calentador / algo de  que si a ella tampoco le llegan las facturas del arrendamiento desde enero / algo de que si a ella tampoco le llegan los recibos de luz. Se le ocurre algo mejor: inventar que el miércoles es su cumpleaños y que hará una pequeña fiesta de celebración, nada opulento aunque sí con algo de ambiente y música en altavoces, para que pueda perdonar el ruido hasta las once, momento en que él personalmente se encargará de echar a todos los invitados, para que ella pueda dormir. A partir de allí contarle cómo se llama él, su nombre completo, dejar de ser solo "el tipo de abajo", preguntar también por el nombre de ella, dejarla ser algo más que solo "la maestra de arriba" "la maestra de parvulitos"  "la teacher", "la maestra culona" o "la TT: la teacher tangas", como a menudo la piensa. Decirle que el miércoles está invitada por si quiere bajar a tomar algo a su apartamento con todos sus amigos, (que desde luego, no tiene). Pero así tendrá una segunda oportunidad para subir a su apartamento e inventar que la fiesta de cumpleaños se ha cancelado. Algo de que sus amigos van a festejarlo en otra parte de la ciudad, en un lugar de moda cuyo nombre ya tendrá tiempo de inventar, y que por supuesto, también está invitada.


Así pasarán los días en espera de ser descubierto por ella. Provocar su propio conocimiento, como se imagina diciéndole un día.  Con paciencia y entrega. Con disciplina, diligencia y con mucha atención a los detalles. ("Con paciencia y saliva, el elefante se dio a la hormiga", recuerda a su padre diciéndole con aliento a cerveza en el garage de la casa mientras reparaba el motor del carro viejito que tenían. Solo era niño y no entendía nada, ni siquiera pensándolo varias veces los días que siguieron. Pero ahora sabía bien que era un gran dicho. Uno lleno de sabiduría. Palabras de alguien grande, alguien que había reparado un carro después de mucha desesperación. Su propio padre). Poco a poco, CHAMP, como todas las cosas que importan luego de un tiempo, tigre, con paciencia y saliva, viejito. Como las mujeres cuando se acostumbran a sus cosas: el gimnasio, el salón, las dietas, los eventos sociales, el chisme, las compras, los traumas, los vestidos; hasta que él mismo pueda convertirse en algo parecido para ella: una linda costumbre. Norma puede estar en mil doscientas otras mujeres que no se llamen Norma, se dice por primera vez en mucho tiempo, mujeres que tienen otros nombres bonitos, otras formas de hablar con el cepillo de dientes metido en la boca. Otras nalgas para despertar y buscarlas descubiertas en el baño, lavándose los dientes, temblando cuando se  cepilla la lengua y permiten pegarse a ellas y tocarlas con la mano.


Ahora su mente está ocupada en otras cosas, otros proyectos, asuntos mayores, empresas más grandes: Convertirse en la primera persona que tenga la maestra de párvulos en días de no hacer nada en el complejo. Amarla todas las noches de lluvia, los meses de mayo, junio y julio que les llueva a cántaros sobre los techos alargados de cemento que comparten, sobre los perros enloquecidos y las tangas que nunca se secan, aunque amarla sea solo de palabra y pronto le aburra. Aunque las cosas vuelvan solo para ser las mismas.  Después de todo espera ser, si ella le deja llegar al fondo, su lastimador.  El primer hombre que tenga a tiro su corazón.

















miércoles, 2 de febrero de 2022

Pobres y Huistas: el finde de todos los muertos


Solo lo vi en las noticias después, -por la noche-, cuando me había hospedado con mis zapatos nuevos en el Victoria Center de Santa Ana Huista y me conmovió la pintura chillona en las paredes y la gordita que atendía la recepción y hasta la imitación de los personajes de Disney y DreamWorks en el área de piscina. Muñecos de fibra de vidrio tamaño real: Shrek con facciones indígenas y Fiona con Facciones indígenas y una Blancanieves parecida a la primera empleada doméstica que tuvimos en la casa, Irma, de Quiché, que no sabía hablar español y tenía los dientes de oro.





Pedí una cena modesta en el restaurante del hotel: huevos motuleños con rodajas de queso fresco, tortillas recién hechas, platanitos fritos y una taza enorme de café hirviendo para poder pensar esa noche y trabajar en mi computadora hasta que cerraran. Dije "hola", "cómo está", "buenas noches", "gusto de saludarlo", "buen provecho" a todos los huéspedes que había, de cerca, para ver cómo eran (la gente que se hospeda en ese lugar) y lo que podían estar haciendo allí, tan lejos de todo. Ocupé una mesa con enchufe en la parte de atrás y me puse a leer las noticias como primera cosa, que no había visto en todo el día, desde que salí de mi apartamento.


El titular de Prensa Libre decía, como lo más destacado del día: “Tragedia en Nentón: Sube a 17 la cifra de muertos en el accidente de un picop conducido por un menor de edad: Las víctimas iban a participar en una actividad de veneración al Cristo Negro, pero el vehículo en el que se desplazaban volcó en la aldea Guaxacana, Nentón".


No pude evitar el sobresalto cuando vi la foto del lugar donde acababa de estar dos o tres horas antes. Paseando por el asfalto agujereado y los potreros sembrados a medias. Intentando negociar con un grupo de autoridades indígenas la compra de un pedazo de tierra en el cementerio local para poder ser enterrado junto con ellos. Ahora allí estaba, por primera vez en toda la historia de Prensa Libre, una foto de la recta que he atesorado durante años. Guaxacana. El sitio donde quiero ser enterrado.





Según lo que decían los medios, el picopito había volcado a las 8 de la mañana en punto con todos los familiares del niño conductor adentro, cuando los  llevaba a una actividad religiosa del Cristo Negro de Esquipulas. Me imaginé a sus familiares en la palangana de ese Toyota rojo y algunos más adentro, apretados en la cabina cuando volcó. No hay carro que vuelque más que el Toyota y ahora había fotos de nenitos muertos regados por el asfalto negro de Guaxacana. Pensé en el pelito negro de las cabezas moviéndose todavía en el viento templado de la mañana cuando ya estaban muertos y la comunidad amontonándose para mirar y recoger los cuerpos metidos en sábanas.


La mesera del restaurante, una señora mayor con vientre puntiagudo de embarazada (sin estarlo), vino a preguntar si quería algo más de comer o tomar. Le pedí más café, hasta arriba de la taza, seño porfa, y seguí leyendo entretenido, pasando la vista sobre las líneas de todos los artículos que había en internet sobre el tema. Leí absolutamente todo y miré detenidamente las fotos del accidente para imaginarme bien cómo había sido la cosa. Cientos de periódicos hablando de lo mismo, y en Twitter, hasta adentro de Twitter, imágenes sin censura que enseñaban bien el espanto y la zozobra de las familias paradas frente a sus muertos.

 

La mesera volvió solo unos minutos después para ver si quería ordenar algo más, un postrecito, un vasito de horchata,  un rellenito antes de que cerrara la cocina, solo que esta vez era la voz de una persona diferente, alguien joven que se mantuvo de pie frente a mí un buen rato en espera de que la notara.  Quité los ojos de la computadora un instante para verla y entonces vi, aquella mesera jovencísima de Santa Ana Huista que quiso que la viera esa noche. 


Era una chica muy pequeña, adolescente, si me apuran, risueña, de ojos vivos y alegres con su uniforme elegante y amarillo de mesera. Se asomó un poco al monitor de mi computadora para ver lo que estaba leyendo, como escapando de aguantar tanto tiempo la mirada que ella misma había empezado.

 

-Vio qué horror el accidente -me dijo, y se ocupó rápidamente echando un chorro de café hirviendo en mi taza. Me miraba solo a mí, y a la pantalla de la laptop, sin ver la taza, que ya tenía suficiente,  y un poco del café  salpicaba mis brazos. 

 

-¿Perdón?

 

-El accidente de hoy -dijo. 

 

-El accidente... sí - contesté distraído aún en la lectura. -Horrible. Acabo de verlo.

 

-¿Usted no es de aquí, verdad? De todo Huehue, quiero decir.

 

-No -le dije viéndola apenas un momento. -No soy de todo Huehue.

 

-Aquí nadie se viste así -dijo mirándome en la silla- como usted. Nadie lleva camisas así como la suya. -y me señaló el cuello de la camisa, que tuve que verme estúpidamente hacia abajo para comprobar cómo iba vestido. 

 

-Ah - le dije. Y me reí un poco. -Puede ser.


En el suelo había sangre seca y cristales molidos cuando pasé esa misma tarde por Guaxacana, pero en ningún momento pensé que hubiera habido un accidente de esas dimensiones. Más bien, se me ocurrió una imagen de perro atropellado o de choque menor entre carro y motorista con cortes moderados en brazos y piernas que chorrean demasiado, hasta que llega una panel vieja de bomberos voluntarios y se los lleva a todo gas a un centro asistencial pulgoso de Jacaltenango, donde los envuelven en gasas y están listos para irse a sus casas.

 

 Dos perros peludos lamían la sangre pero ya habían recogido los cuerpos y habían sacado los carros en grúas. Las personas ya habrían estado llorando a sus muertos en otro lado, en Gracias a Dios o Trinidad, pensé, a la misma hora que yo telefoneaba a líderes locales  de la comunidad a sus celulares tarjeteros -chapetones tartamudos que hablaban gritando y silabeando el español, mojando de saliva sus teléfonos prepago (alcateles gastados- ALÓ?! BUENO?! SÍ?!, DIGA?! para  reunirme con ellos más tarde en un salón municipal de usos múltiples húmedo y oscuro de la aldea Guaxacaná, e intentaba convencerlos que me vendieran un pedazo del cementerio que quedaba sobre la recta, el que siempre ha sido y será mi lugar favorito en el mundo para estar muerto.


 


La mesera no tenía más de 20 años, pensé,  una nariz pequeña y respingada,  era delgada, alta, blanca, radiante, hasta delicada y sonreía con sus dientes rectos. Un resabio,  pensé con un poco de risa, una semilla lejana y empolvada, de la colonia.

 

-¿Cómo te llamas? -me dijo en un arranque de nervios, cambiando a "tú" sin darse cuenta, como si adivinara que yo no tenía muchos más años que ella y fuéramos acaso los únicos sin familia en ese lugar. Se oía acelerada, su voz temblaba un poco al separarse de sus labios llenos de saliva. Se pasaba la lengua cada cinco segundos sobre el labio inferior, sonreía y su boca  quedaba brillando un momento bajo la luz del restaurante.

 

-Daniel -le dije. Me llamo Daniel.      

- ¿y usted? -pregunté al final, casi a punto de olvidar la cortesía de preguntar  de vuelta su nombre.

 

-Me llamo Sony  -dijo.

 

-¿Solo Sony?

 

-Solo Sony-, respondió.- Como el sol en inglés.

 

-Ahhh bueno Sony como el sol en inglés -le dije sin ánimo de corregirla. -Mucho gusto.-

 

-¿Vino por trabajo? -preguntó, poniendo servilletas sucias sobre mi plato, ocupándose en recoger un poco la mesa, los trastos vacíos y los cubiertos,  por hacer algo- 


-¿Se va a quedar muchos días aquí con nosotros? - volvía a tratarme de ud sin darse cuenta. Volvía a mirar el monitor de mi computadora para no tener que vernos tanto a los ojos.

 

-Vine a buscar el sitio donde quiero ser enterrado  -le expliqué.- Una recta como a una hora y media de aquí, al lado de México. El lugar más bonito del mundo para estar muerto.

 

A Sony le brillaban los ojos al escucharme, aunque no pusiera demasiada atención a las cosas que decía. Volteaba mil veces al área de cocina y comprobaba que ningún superior la estuviera mirando perder el tiempo.

 

-Me gusta bastante el acento de la capital -dijo.-Es muy diferente. A veces me cae mal la gente que habla así, es como si tuvieran mucho dinero y todo les diera asco,  pero me encanta cómo se oye. Es la primera vez que se lo digo a una persona.


 

Esa mañana me levanté tarde,  9:15 de la mañana, y me metí a dar un regaderazo larguísimo que me hizo pensar en Nentón. Siempre obedezco las cosas que pienso cuando me baño porque son las más inteligentes de todas. Me ducho para pensar. Desayuné un plato de arroz chino del día anterior -orange chicken pastoso- (la comida China de Huehuetenango es, como mucho, regular) pensando solo en Nentón y en las cosas que recordaba de ese lugar, lo que ya había visto, así que me vestí rápidamente, me puse unos zapatos nuevos y salí directo para allá con mi cepillo de dientes en la mano, hacia la recta de Guaxacaná que no conseguí nunca olvidar, desde que la vi por primera vez en el 2019 con danieita R y detuve inmediatamente el carro para que viéramos. 


Ahora lo recordaba bien, en pleno Victoria Center, mejor que nunca, la vez que bajamos con D a tomar cerveza en la compuerta de la palangana escuchando las pulsaciones lentas del asfalto recalentado de la tarde. Todavía no la había besado desde que nos conocimos, cuando apenas habíamos hablado de hacer ese viaje, pero allí estuvo sentada en la parte trasera del carro conmigo, sobre la recta, bebiendo cerveza de lata y mirándome de cerca con sus lentes enormes de celebridad y podía ver mi propio rostro en el reflejo de los cristales negros mientras le decía casi gritando: ESTE LUGAR ES IMPOSIBLE, D. SOLO ESO T DIGO. NO DEBIERA EXISTIR, AL MENOS NO EN ESTA PARTE DEL MUNDO. NO EN CENTROAMÉRICA. SABES LO QUE TE DIGO? ¿SENTÍS LO MISMO QUE YO SIENTO EN ESTE MOMENTO? -y yo sabía que no pero igual se lo decía.- ¿PODES SENTIRLO EN EL ESTÓMAGO, d? ¿ACASO PODES SENTIR QUE YA ESTÁS MUERTA? -y me metí entre sus piernas que colgaban de la palangana para hablarle despacio junto a su boca- TE FIJASTE QUE EL VIENTO NUNCA TERMINA? -y ponía el dedo en la oreja para indicarle que sintiera, que escuchara las bolas de aire caliente que rodaban por la pradera. Di mil vueltas en todas las direcciones posibles para verlo bien, ese sitio triste y vaquero que es la recta de Guaxacana,  examinando todos los ángulos posibles  para poder acordarme bien de aquello. Allí vi por primera vez el cementerio, a unos 200 metros de la carretera donde estábamos parados bebiendo cerveza. Allí lo tuve a la vista por primera vez, frente a mí, lleno de colores y sombras y nichos humildes rematados con cruces y gentes y sombreros de palma que esconden los rostros. 

 

-Aquí casi no viene gente de Guate -me dijo Sony chasqueando suavecito la lengua. -Una vez me dijo un visitador médico que en la capital les da miedo venir hasta acá. Que es tierra de nadie y que mejor pasar rapidito y no sé qué otras cosas me dijo.

 

-¿Eso le dijo?- pregunté haciéndome el interesado, volviendo a mirar mi computadora. -¿Pasar rapidito cómo, Sony?  -¿adónde? -pensé- ¿A México?! Agua Zarca?! A Yulaurel?!

 

-Eso me dijo él- dijo Sony-, pero él no tenía el acento que ud tiene. Él hablaba más como los anuncios de la tele,  la gente que a veces llama del banco para vender seguros, los que platican en los programas de la radio-  y se quedó pensando en algo, sonriendo, esperando un rato más para ver si yo decía alguna otra cosa y seguíamos hablando, pero pronto empecé a mover los labios en la lectura de un documento larguísimo que estaba revisando y decidió dejarme solo. Se fue con su jarra de café en la mano y mis platos sucios, dándose la vuelta una vez más antes de meterse a la cocina.



Siempre lo digo cuando trato temas que a todos pueden parecer absurdos, banales, intrascendentes  o acaso muy explícitos: lo que está debajo de las historias que cuento siempre es más grande que las imágenes que produce. Si la entrada anterior, por ejemplo, era un tratamiento, no de momentos recortados de mi vida puestos en una hoja de Blogger, a lo loco, como me dijo una ecuatoriana hace poco (saludos Isabelita preciosa si estás leyendo esto) diciéndome psycho mil veces por soltar cien historias a la vez, como relámpagos vulgares de una suave intimidad compartida, dejando a la vista de cualquiera trozos enteros del pasado y de la histeria solo por el gusto de recordarlos bien (paladear suavemente los detalles y el vino más dulce de la juventud, como bien podría pensarse), por el contrario, era un tratamiento íntegro de la libertad, mi experiencia efectiva de la libertad; cómo es que la fui conociendo y cómo es que la he acariciado durante años, (algo que ha pasado necesariamente por varias mujeres y riesgos endemoniados), esta entrada podría ser, por qué no, un abordaje sencillo de la muerte. La muerte en el relato corto de un viaje de fin de semana hacia la frontera con México.  El blog ha sido, después de todo, un régimen descuidado, informal y nada literario de anécdotas de las que subyace problemas mayores, no de momentos o de historias corrientes que intento conservar desesperadamente en el tiempo, como yo mismo creo a veces que hago mientras escribo, sino de cosas mucho más grandes que hay debajo de mis motivaciones y que solo advierto cuando me leo. Dígase: libertad, muerte, euforia, extrañeza, pasión y, en casi todos los casos, olvido.

 

Eran ya las diez de la noche. Se hacía tarde para las familias sencillas que disfrutaban a lo grande de su fin de semana en el restaurante. Los huéspedes empezaron a irse uno a uno a sus habitaciones jugando con la llave del cuarto para diferenciarse de las personas que solo habían llegado a cenar en ese lugar y que pronto se irían a dormir a sitios mucho más sencillos que ese; y yo estaba trabajando aún como un loco en mi computadora, concentrado como solo puedo estarlo a esa hora de la noche con una buena taza de café ardiendo en el cerebro. Pedí la cuenta haciendo un gesto pequeño con la mano a la mesera panzona que me atendió al principio, la panza triangular con escoba que ahora limpiaba y recogía las mesas más próximas con cara de sueño, como una vaca mansa que movía la cola esperando que me fuera.


Me metí otra vez de lleno en los asuntos de mi laptop en lo que venía la cuenta cuando escuché el ruido de unos zapatos que se acercaban sin prisa, pasos suaves deslizándose sobre el piso cerámico del restaurante, solo que quien apareció no fue la señora de panza puntiaguda, como esperaba, sino, de nuevo, Sony, la mesera joven que me había mirado a los ojos, acerándose esta vez mucho más de lo normal para darme la cuenta. Tenía su abdomen liso y sus pechos pequeños muy cerca de mi cara, podía oler el aroma penetrante del acondicionador que se había aplicado esa mañana antes de salir de su casa y un poco el calor que despedía el sostén adentro de la blusa de botones que llevaba puesta, como si pudiera oler su calidez adolescente y un poco, a lo lejos y de forma muy agradable, sus sobacos cubiertos de desodorante. 


Le di la tarjeta de crédito y regresó a la cocina para poder cobrarme, de nuevo volteaba para comprobar si la estaba mirando antes de perderse detrás de la puerta. Hizo el cobro, regresó a la mesa y me tendió el voucher con la tarjeta. En vez de retirarse como es normal en esos casos, cuando uno ya ha pagado la cuenta y agradece, se quedó mirándome con mucha curiosidad desde arriba, sonriéndome, incluso más nerviosa que antes, sobre todo cuando le dije con tono de despedida "muchísimas gracias, oye Sony? Todo muy rico. Le agradezco mucho". 

 

Me señaló el papelito del voucher que había dejado sin cuidado al lado del café y guardó rápidamente la mano detrás de ella, en el bolsillo del pantalón, por si acaso la delataban los nervios. Le eché un vistazo rápido al papel y entonces vi que detrás del voucher de la tarjeta de crédito había anotado su número de teléfono, y en letras grandes, mayúsculas,  había puesto encima, con trazos de niña pequeña, SONY.

 

-¿Queres que guarde tu número? -le pregunté divertido. Yo había escrito un cuento con algo parecido a eso, hace años, en el 2014. Una ficción acerca de una cajera de supermercado que escribe su número de teléfono en la parte de atrás de una factura. Ahora me estaba ocurriendo de verdad, en Santa Ana Huista, mucho tiempo después,  solo que con personajes mucho más humildes.

 

Se puso muy roja y apretó los labios.

 

-Me gusta mucho hablar por teléfono -me dijo-. Cuando salgo de trabajar y me acuesto en la cama a mirar tontadas en la tele. Siempre tengo la tele encendida. Me gusta escuchar la tele. Me gustaría que llamaras alguna vez.

 

Le sonreí estirándome en el respaldo de la silla, cerrando mi laptop. Sabiendo que nunca llamaría a ese número de teléfono.


-Claro que sí, Sony. Por supuesto que voy a llamarte un día de estos.

 

-¿Le gustan los corridos? -me preguntó de la nada, tal vez oyendo el eco de una música lejana, un rancho en la parte alta de Santa Ana Huista, un pickup tuneado en carretera.

 

-¿Los corridos, Sony? -le dije.

 

-Sí, la música. Los corridos.

 

-Solo una canción, Sony -dije- Solo una canción. Es de un grupo que se llama Marca MP pero estoy seguro que no es un corrido. La canción es demasiado lenta para ser un corrido.

 

-¿Le gusta?

 

 -Mucho Sony.  Mucho. La guitarra me hace sentir muy valiente y triste a la vez. Me siento un héroe cuando suena esa canción. 

 

A Sony le dio mucha risa el comentario y se tapó la boca para que no pudiera ver sus dientes enormes mientras reía. Esas risas violentas que no existen en las ciudades, pensé.

 

Guardé mis cosas frente a ella. Me levanté de la silla y le dije buena noches de lejos, como se despide a una persona que solo ha prestado un servicio. -Adiós Sony, cuídate mucho, sí? -le dije- y dejé 50 quetzales de propina para ella que nunca quiso tomar.

 

Quiso, en cambio, detenerme balbuceando algo incomprensible, algo que nunca salió de su boca.


-¿Nos tomamos una cerveza y me cuenta la historia del cementerio? -dijo todo de junto al fin, de prisa, sujetándose la muñeca con una mano para que no temblara. -Ya salgo de trabajar. Solo voy por mis cosas y estoy lista en cinco minutos- e hizo como si iba corriendo a la cocina con el corazón hasta arriba.-Dos minutos y estoy afuera, sí?


Ya todos los huéspedes se habían ido del restaurante (la recepcionista me dijo que dejaban de servir a las 8:30 pero el personal se iba hasta las 11), y solo se oía la escoba de la mesera gorda chocando todavía contra las patas de las sillas y de las mesas. Sony me miraba estallada de nervios esperando la respuesta. 


-Creo que no termino de entender bien por qué está aquí... -dijo, y me miraba hacia arriba como una niña pequeña- Lo del cementerio me hizo pensar que quiere morirse y eso me pone triste.

 

Compramos unas cervezas afuera, cuatro gallos congeladas en la tienda de conveniencia de la gasolinera Victoria Center, que tiene el mismo nombre,  Victoria Center, y nos sentamos en una mesa de concreto con sombrilla, todavía tibia por el sol de la tarde, donde le pregunté a Sony por los Huistas. ¿Los conocía Sony, a los dueños de ese lugar? Filomeno y Henry Hernández, ¿conocía sus historias? ¿sabía que eran hermanos de la diputada Sofía Hernández? ¿sabía Sony quién era Sofía Hernández? ¿Sabía Sony lo que era una diputada? Y nos pusimos a hablar un poco de los dos, bajando la voz porque Sony creía que podían oírnos.


Nos pusimos a hablar esa misma noche de los hermanos Hernández Herrera,  en un hotel que era de ellos, de los Huistas, un parque acuático en medio de Santa Ana Huista con restaurante, gimnasio, canchas deportivas y tienda de repuestos, una puta lavadora, si me pongo a decir verdad, en un día lleno de muerte como ese, lleno de cosas grandes para pensar y escribir en un papel, sin tener la menor idea de que apenas al día siguiente, el domingo 16, en medio de un partido de fútbol informal, iban a matar a balazos al hermano que Sony me dijo que conocía bien: Henry, hermano gemelo de Filomeno, que había sido amable con ella en el pasado, cuando la contrataron y no sabía hacer nada. Fue por la mañana, "chamusqueando". Entró en una discusión y le dispararon en las piernas y en el estómago. Murió en la palangana de un pickup.

 

-Daniel al principio no aguantaba los zapatos duros que tenía que llevar al trabajo y regresaba a mi casa a meter los pies en agua fría porque el dolor me hacía llorar ¿Sabe lo que es estar ocho horas parada?  Atendiendo gente de arriba a abajo.

 

-No lo sé, Sony. No sé lo que es estar ocho horas parado.

 

-Una vez se lo conté a don Henry porque me miraba muy niña y me preguntaba todo el tiempo que cómo me estaban tratando los demás empleados del restaurante. Me dijo que me daba permiso de sentarme en la parte de atrás cuando estuviera muy cansada. Que si alguien me alegaba que solo se lo dijera a él.

 

Sony daba tragos largos a su cerveza poniendo la boca entera alrededor de la boquilla al empinarla. Algo que tampoco hacen las mujeres en las ciudades: beber como terneras.


Nos quedamos un rato en silencio.


-Así que ha oído hablar de los Hernández de Santa Ana. Por eso se quedó aquí, ¿verdad que sí! -dijo Sony emocionada, como si una cerveza y media  le hubieren tocado el cerebro por primera vez en la vida. -Por eso no bajó hasta la Ceiba para dormir  en un bungalow de esos que ahora están de moda, verdad que sí Daniel?!

 

Era verdad y se lo dije -Es verdad Sony -le dije. -Tenes razón. Me encanta la historia de los Huistas y por eso quise quedarme esta noche aquí. Hace tiempo que conozco sus cosas, horas enteras leyendo sobre ellos.  En Huehue todo el mundo tiene algo que decir de los Huistas, supongo que han tenido vidas valientes y sabes algo?, no me importa lo que hayan hecho o lo que hagan ahora, drogas, lavado, sicariato, política, impunidad, las personas valientes siempre valen la pena.

 

-Shhhhh! -dijo Sony poniéndome un dedo frío con olor a cebolla en los labios para callarme. No diga eso de "Los Huistas"! lo van a escuchar allá ve, -y señaló con los labios la gasolinera vacía, donde un empleado dormía sentado en un banquito de plástico, recostado sobre una bomba de gasolina con el rostro tapado por la gorra. Las mujeres de las ciudades tampoco señalan sacando los labios.

 

-Da lo mismo Sony, -le dije-. nunca intento salvarme de nada.  -


Me gustaba mi voz sonando afuera de la tienda de conveniencia con la vista hacia el parqueo vacío, la gasolinera chorreada de luz blanca  y la carretera sin carros-. 


-Mi hermano me llamó angustiado la otra vez, sabes Sony, -le dije-. Soñó que me mataban a navajazos en una pelea, creo que adentro de un bar, o afuera de un bar, en la calle de enfrente de un bar, ya no recuerdo, solo que había un bar, y había sido todo muy real y todo muy oscuro y todo muy vívido, me dijo,  y me había visto pelear hasta el final, con los dientes Sony, hasta que me desangraba en medio de mi propio charco de sangre. Me reí, sabes Sony, para tranquilizarlo y esas cosas y le dije que no se preocupara por mí, que estaba bien y que el día que muriera yo mismo lo iba a saber desde temprano, al darme un regaderazo en la mañana  y me hablara la voz de Dios en el cerebro. Siempre me ocurre eso cuando me baño. Pero no importa, Sony ¡Aunque aparezca muerto por ahí un día de estos! -le dije para terminar-. ¡metido en un costal! voy a estar siempre donde quiera estar, diciendo las cosas que quiera decir. "Voy a morir en mi ley", como escuché decir a un gordo metiéndose coca en San Marcos.

 

Sony me sonrió. No estaba escuchando realmente lo que decía, solo seguía oyendo la música de las palabras que le había llevado desde muy lejos (de lo que ella se imaginaba siempre de la vida movida de las ciudades), viéndome como me había visto adentro, en el restaurante, cuando me dijo eso del acento capitalino que le gustaba.

 

-Creo que me gusta mucho tu mirada -dijo sosteniendo la cerveza cerca de los labios, antes de pegarle un buen trago y la boquilla del envase hacía eco con su aliento- se parece mucho a la de un jaguar que tengo pintado en mi cuarto. -

 

-¿Un jaguar pintado? - le pregunté vaciando mi cerveza. -¿Tenes un jaguar pintado?- insistí riendo.

 

-Un cuadro pequeño que me regalaron -dijo, y me enseñó el tamaño del cuadro con las manos - como de este tamaño mira.  Sale de frente, tirándose de un matorral, y mira igual que tú. Es la mirada de alguien peligroso pero muy bueno. De alguien rebelde pero muy noble. De alguien violento pero muy amable. ¿Te imaginas qué difícil poder pintar una mirada?

 

Fue al día siguiente, el domingo que regresé a Huehuetenango (cabecera) que leí de nuevo Prensa Libre en mi apartamento, recién bajado del carro. Otro titular insólito del sitio donde había estado solo unas horas antes, esta vez, Santa Ana Huista, que decía: "Matan a balazos a Henry Hernández Herrera, hermano de diputada Sofía Hernández, en confuso incidente durante partido de futbol. Según autoridades de la Policía Nacional Civil, Henry Hernández Herrera de 52 años se encontraba jugando un partido de futbol en Jacaltenango, Santa Ana Huista, en Huehuetenango cuando en medio del encuentro hubo una discusión entre varias personas y una de ellas desenfundó el arma de fuego y empezó a disparar". 


Había estado hablando de él unas horas antes, en la noche, con Sony, y ahora estaba muerto. Habían matado a un Huista y eran ya 18 muertos ese fin de semana. Huistas y pobres,  pensé, no importa, Sony!  No importa quién seas cuando dejas de poder abrir la boca para beberte una cerveza como ternera. Algunos como tú ni siquiera tienen nombre!


Esperé a que Sony se acabara la cerveza y me despedí de ella, que insistió en pedir otra Gallo para seguir allí en las bancas calentitas de concreto un rato más, bebiendo hasta tarde bajo la luz de la gasolinera y el aire caliente que soplaba sobre su cabello como una secadora de pelo. Esta vez le di un beso en la mejilla para despedirla y le prometí que un día de esos llamaría al número de teléfono que me dio solo para ver cómo estaba. Sí Sony -le dije- después del trabajo, cuando estés viendo la tele, descansando los pies.

 

-¿Puedo quedarme contigo? -preguntó mordiéndose las uñas al ver que me levantaba de la mesita y tiraba los envases en la basura. -Te juro que no molesto. Te dejo seguir trabajando todo lo que quieras en el cuarto, si es lo que quieres, seguir en tu computadora.-


Me quedé viéndola un rato, ahora yo la miraba desde arriba mientras ella esperaba sentada la respuesta, como cuando me miró en la mesa del restaurante por primera vez.


-Hoy no es un día para sentirme vivo, Sony -le dije sonriendo-  y contigo solo podría sentirme vivo. Sos muy bonita para lo que ha ocurrido esta tarde. Sos muy bonita para poder hablar de algo tan triste como la muerte. 


-Vas a esperar a que yo me vaya y vas a regresar por otra cerveza, ¿verdad que sí? Tú solito. Picado. Eso es lo que quieres, es lo que hacen todos los hombres. No tienes ganas de hablar más conmigo porque ya te has aburrido y dices que solo no quieres estar con nadie. Ni siquiera conmigo ¿Es que no te gusto nada?

 

Le sonreí con mucha ternura.

 

-No, Sony linda -le dije-. Por primera vez en la vida voy a comprar una botella enorme de agua pura, dos litros de agua pura Sony,  y voy a quedarme un rato en el cuarto escuchando el aire acondicionado, escribiendo de esto, ¡de ti también, Sony! con tu nombre y todo - Le dije. - Voy a escribir de ti esta noche porque hoy todo es importante. Voy a volver un día hasta aquí solo para poder verte.

 

-¡Daniel!- dijo cuando ya me había alejado en el parqueo, hacia donde quedaba la pequeña recepción amarilla con la recepcionista gorda y los calendarios  gratis de Victoria Center 2022, su voz cayéndome desde atrás como una caricia. Volteé para verla otra vez en la noche, la última de todas las veces que la vería, y todavía estaba sentada en la mesa de cemento con sus manitas encima, esperando.

 

-No me dijo nunca el nombre de la canción que le gustaba- dijo. -El corrido que no es un corrido.

 

Me reí en silencio. Solo nuestras voces se oían en todo Victoria Center cuando volvía a tratarme de usted y las voces se cruzaban en el parqueo.

 

-Ya Acabó, Sony.  Ya acabó - le dije-. Así se llama la canción.









Santa Ana Huista, enero de 2022