domingo, 31 de enero de 2016

Lolo's





Quiero un boleto para plaza de mayo-dijo.
-¿Plaza de mayo, señor Vito?
-Plaza de mayo, señora H
-No hay ningún aeropuerto que se llame así, señor Vito –
Tecleaba, la tipa. Se oía en el teléfono.
-La plaza esa del telediario de Telecinco, señora H.-
Era un teclado viejo, el suyo, de computadora culona del mismo color que las carpetas manila. Blanco con amarillo sucio, como los dientes de un fumador compulsivo o una pared blanca con gotas de pipí.
-No sé de qué plaza me habla, señor Vito. ¿Puede decirme al menos el país/ la ciudad?
-Le estoy diciendo algo más exacto que eso, señora H. Plaza de mayo. ¿Es que tengo que ser más exacto?
La señora H tapa el teléfono con una mano y se voltea a donde está T, su compañero de ventas. Pero T está ocupado con una familia que planea viajar a Estados Unidos y piden catálogos de esos donde salen los personajes de Disney World y los juegos mecánicos tematizados y los niños se pelean por verlos primero.
-¿Señor Vito?
-¿Señora H?
-Sí, verá, mi compañero está ocupado en este momento. El ordenador tiene algunos problemas, ya sabe, de internet saturado, y no puedo acceder a la información de...
-Plaza de mayo.
-Correcto, plaza de mayo.
Vito estuvo a punto de decirle que sabía que tenía las manos sobre una máquina vieja, de esas IBM con lector de disquete, sólo por el sonido que hacían las teclas y que apostaría las dos piernas a que era uno de esos teclados blancos percudidos,  color huevo o mantequilla con ajo. Pero entonces alguien tocó a su puerta y fue él quien rogó a la señorita H que permaneciera un momento en la línea.
La señora H escuchó cuando vito abría la puerta de su casa y saludaba y después la cerraba nuevamente mientras ella movía el cursor y hacía la ruta Windows/inicio/todos los programas/juegos y luego titubeaba entre solitario y buscaminas.

Vito habló con una mujer dentro de su apartamento, se notaba incluso desde el teléfono fijo Aastra6575 color negro de la agencia de viajes que apretaba la señora H contra la oreja. La mujer que entraba en el apartamento de Vito era una rubia con la falda muy corta y un espacio circular de luz entre sus piernas vistas desde atrás. Una rubia con la cara salpicada de pecas y ojos grandes  que Vito sentó cerca de la mesita del teléfono y a la que dijo varias veces "estás en tu casa, Jeannette".
Jeannette encendió un cigarro y buscó un cenicero en el cajón de la mesa del teléfono. Tuvo que estirarse cuando Vito le señaló el apoyabrazos del sillón, donde había un cenicero de vidrio con varios cigarros destrozados, trozos blancos de uñas largas y una cajita de fósforos terminada.
-¿Señora H?
-¿Señor Vito?
-Sí, perdón por la espera. Dígame, ¿consiguió información?
La señora H no había clicado sobre ninguna mina hasta ese momento del juego pero todo había terminado para ella con el cliente otra vez en el teléfono. Hizo click aleatoriamente en el recuadro hasta perder.
-Señor Vito, como le estaba diciendo, tenemos un problema con la instalación Vodafone y mi compañero está ocupado en estos momentos.
-Señora H, una cosa puedo decirle y es que he viajado más que… más que… Christina Aguilera -dijo viendo a la rubia, la única celebridad que se le vino a la cabeza en ese momento- y nunca me pasó algo así con ninguna agencia de viajes. Es una locura. Es dinero que estoy dispuesto a pagar, a tirar en su escritorio, sobre su máquina inservible  ¿se da cuenta? Ustedes viven de gente que llama igual que yo, gente que reserva un hotel con transporte y desayuno incluido, igual que yo.
-Señor Vito…
-Señora H…
-Ya le expliqué hace un momento que necesito al menos  la ciudad donde está la plaza a la que quiere ir.
-Y yo necesito un vuelo urgente y un hotel a menos de 100 metros de Plaza de Mayo. También se lo expliqué hace un momento, señora H.
Vito movía la cabeza como diciendo “no lo puedo creer” a la rubia que lo veía hablar por teléfono mientras fumaba. Después hizo un gesto de suicidio  “pfff” poniendo los dedos en forma de pistola.
-(…)
-Le diré una cosa, señora H. Hace unos años estaba viendo el telediario 24H mientras me cortaba las uñas del pie –la rubia echó un vistazo al cenicero, entendió las uñas-, era un reportaje el que estaba viendo -continuó-, usted sabe, una nota televisiva de esas que siempre pasan sobre el aumento del precio de la vivienda. Estaba viéndolo distraídamente, señora H, se lo juro, cuando en uno de los bloques de apartamentos que aparecían al fondo, detrás de la reportera, vi mi auto, un Volvo S80 azul marino que tenía entonces, aparcado justo en la acera detrás de la chica con el micrófono. Me fijé bien en la pantalla, ¿sabe, señora H? era el edificio de… -Vito miró a su alrededor- de una mujer que, bueno, en paz descanse y Dios la tenga en su gloria. Y no se lo haré largo, señora H. Ése era mi auto y yo no estaba en el apartamento de… bueno, la persona de la que hablo, cuando grabaron el reportaje. La nota la pasaron al día siguiente. Cuando la vi en mi sala los embusteros del noticiero ponían a un lado de la pantalla “en vivo”, pero entonces mi auto no podía estar allí cuando lo transmitieron, ¿entiende? Porque yo lo estaba viendo desde mi casa un día después. Porque -(vito se vio los zapatos y respiró hondo)-, no pude haber pasado la noche con una muerta.-
-¿Una muerta, señor Vito? Bueno. Entiendo –dijo la señora H mientras empezaba una nueva partida de buscaminas.
-No entiende, señora H.
-¿Cómo dice?
-Lo de esta tarde.
-No ha dicho nada acerca de esta tarde, señor Vito.
-Bueno, digamos que en Telecinco vi algo que no tenía que estar allí, señora H.
-Ah, ok.
-¿Sabe usted qué es un anacronismo, señora H?
La señora H dijo que no sabía lo que era un anacronismo. Vito no quiso explicárselo.
-Una persona anacrónica, ¿no sabe, señora H?
-No lo sé, señor Vito.
-No tiene importancia. –dijo.

La rubia se cruzaba de brazos. Había terminado el cigarro. Vito la miró y puso la mano, el puño en el aire sacando los dedos en forma de botella o lo que todos entienden en lenguaje de manos por “beber” o “algo de tomar”. Sacó veinte euros del bolsillo del jeans, que le costó retirar por estar sentado, y sólo habló para decir “Whisky”. La rubia entendió y se levantó de la silla y bajó otra vez a la calle y fue, lo más seguro, al Consum que hace esquina en Pintor Baeza donde venden Johnny Walker.

-Mire, señora H, suele no gustarme nada hablar por teléfono y estoy seguro que a usted tampoco. ¿Por qué no interrumpe un momento a su compañero y acabamos de una vez con esto?-
La señora H se balanceó hacia atrás en la silla para ver hacia el cubículo de Thomas, su compañero de ventas, que en ese momento estaba imprimiendo un itinerario para la familia de 5 que esperaba en las sillas ilusionados con la idea de viajar a Disney.
-Oye, Thomas, ¿puedes venir un momento?
Thomas dejó las hojas encima de la impresora y se acercó a donde estaba la señora H.
-¿Qué pasa, Helen?
-Estoy hablando con este cliente que quiere ir a Plaza de Mayo. Naturalmente, no aparece en el sistema como destino ni en las listas impresas. ¿Sabes de qué ciudad se trata?
-Ni idea ¿Ya lo buscaste como Plaza de Mayo?
-Ya.
-¿Y no te aparece nada?
-Nada
-Entiendo…
Thomas echó un vistazo a su escritorio. Los niños de la familia que  atendía manoseaban sus lápices, una fotografía familiar con marco metálico y la placa en forma de chocolate Toblerone que ponía Thomas Gutiérrez Pérez.
-¿Tienes internet en tu teléfono móvil?- preguntó.
-Está prohibido utilizarlo, T, lo sabes. –dijo H.  Thomas subió los hombros como diciendo “allá tú” y regresó a enderezar su foto, los lápices, terminar con la familia.

Otra vez el teléfono fijo.
-¿Señor Vito?
-¿Señora H?
-En unos segundos le digo algo concreto.
-Perfecto ¿Me da tiempo a lavarme los dientes?- preguntó.
-Claro, señor Vito. Adelante.
En verdad Vito  quería orinar dos latas de cerveza que había tomado poco antes de encender la televisión y encontrarse con eso que no era posible en Telecinco y llamar a la agencia de viajes inmediatamente después.
Así que fue al baño y estuvo sobre el inodoro con la bragueta abajo casi al mismo tiempo en que la rubia volvía del supermercado y comenzaba a tocar la puerta. Tuvo que obligar un poco el chorro, tirar la cadena,  correr a la entrada para abrir pronto, que la rubia no pensara que estaba haciendo algo malo y volver al teléfono para reservar finalmente el vuelo, el hotel cerca de Plaza de Mayo.

-Estoy de vuelta, señora H.
La señora H lo escuchó bien pero no dijo nada. Estaba viendo la pantalla de su Samsung Galaxy, desobedeciendo las órdenes estrictas del supervisor, escribiendo otra vez “Plaza de Mayo” porque la primera vez que lo buscó en Google apareció algo que decía “no encontrado”. La rubia volvía a sentarse en la silla de antes, cerca del teléfono.
-¿Hola? ¿Señora H? ¿Está ahí, señora H?
-(…)
-¿Señora H? ¿Señoooooraaaa Haaacheeee?
-Sí, señor Vito, disculpe. Estaba actualizando la lista.
-¿Y…?
-Buenos Aires. La ciudad es Buenos Aires.
-Pues entonces perfecto. Resérveme el primer vuelo con destino a Buenos Aires.
-Vive usted en Guatemala Ciudad, ¿señor Vito?
-Por supuesto que sí, señora H. Precisamente por eso llamo a su agencia, ¿no cree?
-Tiene razón.
-Y reserve un hotel cerca de Plaza de Mayo, ¿quiere?
-De acuerdo señor, Vito. Haré unas llamadas para comprobar disponibilidad.
-Perfecto. Apunte el número de tarjeta (…).  El código de seguridad es 733.
-7… tres-tres. ¿Quiere que lo llame cuando efectúe la reserva?
-No, sólo dígame la hora del vuelo y envíeme el resto por correo electrónico.
-Pues… el vuelo más próximo, señor Vito, tiene salida a las 10:30 pm.
Vito vio su reloj pulsera. Eran apenas las 3 de la tarde.
–Mierda- dijo.
-¿Cómo dice?
-Bueno, nada,  resérvelo. Adiós, señora H.
-Adiós, señor Vito.

La rubia tuvo que dejar la botella de Johnny Walker sobre la mesa porque Vito le pidió que se desnudara “¡ya!”, en ese mismo instante, justo después de colgar la llamada. La rubia apiló su ropa a un lado, pateándola cerca del mueble del teléfono. Los dos se sentaron en el sillón de la sala, ella tenía un poco de frío y encendió un cigarro como creyendo que eso ayudaría a calentarse. Vito le pidió que se sentara en el sillón individual de enfrente y que no cerrara o cruzara las piernas.
-Así, Jeannette, un poco más abiertas.
-¿Así? Vito, ¿así?
-Sí, aunque…
-¿Así? ¿Prefieres así?
-Demasiado abiertas. Un poco menos, como estoy yo.
-¿Así está bien?
Vito fue por dos vasos a la cocina. Puso un poco de agua en cada uno y regresó a llenar el resto con whisky. Vio la botella junto al teléfono, donde la rubia la había dejado, y puso cara de asco.


-Maldita hija de puta esa empleada, maldita zorra, puta, zorra. Eso, una fulana que vende vuelos de avión. Eso es lo que es ¿Sabes cuánto tiempo me hizo hablar por teléfono?
-Cuando vine ya estabas hablando, Vito. Supongo que mucho tiempo. –dijo Jeannette.

Vito se sentó y dejó los dos vasos de su lado de la mesa.

-Ven aquí, Jeannette. Siéntate en mi antebrazo.-dijo.  Tenía el brazo estirado en el apoyabrazos del sillón, un brazo moreno con pelos negros en arco que se repetían hasta la manga de la camisa. Jeannette se acercó y se apoyó sobre su muñeca y antebrazo, después del reloj. Vito sintió las nalgas blancas y congeladas bajar su peso sobre el brazo hasta separarse y sentir el punto más húmedo y cálido. Tenía la piel de gallina en los muslos, esa Jeannette, en  las nalgas, en la espalda baja y hasta vio unos pelitos rubios en su brazo delgado que estaban como electrizados. Era conmovedor.

-Ahora muévete hacia delante y atrás. Eso es. Más fuerte.
-¿Así?
-Sí, lo haces bien.- El procedimiento no producía ningún sonido, era extraño, la rubia moviéndose en silencio, alcanzando la alfombra con la punta de los pies descalzos para poderse impulsar. Se restregaba fuerte, como si algo le picara, el  brazo de Vito como el lomo de un caballo delgado que la hacía moverse frenéticamente.  Vito sintió que tenía el brazo empapado.
-Bien, Jeannette. Ahora baja. Siéntate conmigo. 
Jeannette se sentó con Vito nuevamente en el sillón de dos plazas. Vito se olió el antebrazo. Justo donde se había sentado la rubia. Olía a papel con caca.

-¿Te sirvo más?

Jeannette ofreció su vaso. Sabía que en ese momento harían el amor con el televisor puesto en volumen 8 y en un canal enteramente aleatorio  y que luego se arrastrarían hasta el cuarto de Vito para dormir un poco y poder seguir bebiendo el resto de la noche. Pero Vito le dijo que esa tarde no tenía ánimo de nada y que solo quería beber hasta la hora del vuelo.

-¿Qué te pasa, Vito? ¿No tienes ganas?
-Oh, tengo muchas ganas. Es sólo que no me siento bien, Jeannette, pienso en muchas cosas.
-¿Entonces por qué viajas, Vito? Ni siquiera me lo has explicado.

Tenía una pancarta que decía Cristina Kirchner por siempre y era inglesa, la tonta. Pfff, encima inglesa. Como si los ingleses fueran bien recibidos en Argentina después de tanto. Y, por si las Malvinas fuera muy poco, una inglesa participando en la movida cívica argentina y enseñando a las cámaras de Telecinco una pancarta, cuando menos, polémica, en la que se veía en letras grandes hechas con cartulina naranja el nombre de la apenas desplazada presidenta Kirchner.
Todo esto lo piensa Vito después del televisor encendido con la imagen imposible de Telecinco en el momento justo de cortarse las uñas  o la señora H de la agencia de viajes diciendo que Plaza de Mayo está en Argentina.

-Oye Jeannette, ¿recuerdas esa vez que salimos a bailar en aquel sitio cubano y te dije que necesitaba hablar por teléfono y luego me tardé demasiado y  fuiste adonde estaban los teléfonos de pago y me encontraste con esa china cincuentona que no me soltaba y me besaba la boca sacando toda la lengua?
Jeannette resopló y se vio las manos.
-No quiero hablar de eso, Vito. Además lo sabes.-
Vito subió la rodilla al sillón, de modo que podía sentarse del lado y ver de frente a la rubia.
-Lo sé Jeannette, te entiendo perfectamente, pero es que hoy me siento igual que cuando estaba contra ese teléfono besando a la china con los ojos abiertos y pensaba “Dios, que no venga Jeannette, que no se le ocurra venir”, y trataba incluso de recordar lo que habías bebido y especulaba con las ganas que tendrías de mear porque los teléfonos estaban en el mismo pasillo del baño y realmente no quería que fueras y me vieras allí.-
Jeannette no dijo nada, eso la hacía sentir terriblemente mal. La hacía pensar en esa noche y en las luces de neón de los comercios afuera difuminados por los ojos mojados, llorosos de haber visto a la china meter tanto la lengua cerca de los teléfonos de pago; la rabia que sintió contra Vito al verlo detrás poniéndose el abrigo y siguiéndola por toda la avenida y diciendo “Jeannette, no pude hacer nada, no tuve opción. La china es una fiera, una fiera, Jeannette”
La rubia lo miraba todo: la lámpara, el televisor apagado, el paquete de Pall Mall, el círculo perfecto que hacía el cenicero. Todo menos Vito.
-¿Y por qué te sientes así? Si es que se puede saber.
-Porque no quiero contarte lo del viaje a -volvió a decirlo- Plaza de Mayo.
-No entiendo, Vito.
-¿No te das cuenta? Vuelves a encontrarme cerca de un teléfono.
La rubia se levantó del sillón y fue al volcán de ropa que había dejado en el suelo. Se estaba cagando de frío. Se puso las calcetas, unas rosas con huellitas blancas de perro en la parte de abajo. Pero solo las calcetas. Vito la vio caminar por atrás del respaldo, sus tetas redondas, pequeñas con los pezones por encima, como chocolates Kiss respingados.
-Mira, Jeannette, sé que tarde o temprano preguntarás por la chica del apartamento.
-Ya lo hice.
-Ya lo hiciste, claro. Oye, ¿quieres bajar a Lolo’s? Tengo ganas de escuchar música bien alta.
 La rubia fue nuevamente hasta el volcán de ropa que dejó junto a la mesita del teléfono. Se puso el calzón y todo lo que iba levantando de primero.
-Estoy lista –dijo.



Vito no quería contarle a J que se había estado tirando a la china de los teléfonos de pago en un bloque de apartamentos de zona 14 durante algún tiempo hasta la tarde esa después del reportaje imposible, de su carro aparcado en la banqueta luego de haber salido de allí la noche anterior. Pidieron dos cervezas bien frías abajo, en Lolo’s, mientras movían la cabeza un rato con Comfortably Numb, de Pink Floyd.
-¿te sientes bien, vito?
-Oh, perfectamente- dijo sonriendo con la espuma de la cerveza en la nariz.
-¿Vas a cenar algo?
-¿Cenar?
-Sí, viajas de noche.
-Me pago algo en el avión. Venden cosas, ¿sabes? ¿Cuál es el problema?
-Supongo que ninguno.
Jeanette miró hacia el interior de la jarra de cerveza cerrando un ojo, como queriendo enfocar y ver cada una de las burbujas que subían hasta la espuma.
-¿Te gusta este lugar, Jeannette?
- No está mal-.
-¿No?
-Pues… ponen buena música,-dijo quitando la vista de la jarra-  la cerveza es barata.
-No la pagas tú.
-Lo sé. Igual es barata.
Vito se levantó de la mesa en que estaban. Jeannette vio cómo se alejó sorteando las sillas de los demás clientes hasta llegar a la barra. Habló con el empleado. Señaló la tele y ambos la vieron un rato por encima de sus cabezas. Luego se voltearon y Vito señaló adonde estaba Jeannete sentada en la mesa. No se oía nada de los dos. Solo señalaban y hablaban un poco. Vito regresó a su lugar.
-¿Qué hablaste con él? –preguntó Jeannette.
-Nada. Le pedí que pusiera los videoclips de las canciones en la pantalla.
-¿Ah, sí?
-Entretiene, ¿sabes? Voltear de vez en cuando para hojear los televisores y ver que el videoclip no tiene nunca nada que ver con la canción. Es divertido.
-Supongo.
-Siempre es así.
-Casi siempre, sí.
Vito le había preguntado al empleado si podía ver a Jeannette. La señaló pero la cantidad de mesas hizo (pensó vito), que el empleado condescendiera un poco y dijera que sí, que sí la veía. Ahora se sentía inseguro de la respuesta.
-Oye, Jeannette, vamos a la barra por unos tragos, ¿Quieres?
-¿No te sientes cómodo aquí?
-No cuando estoy solo tomando. Ya sabes, siento raro sentarme en una mesa sin pedir nada de comer.

Así que fueron juntos hasta la barra y Vito pidió dos wiskis con soda y una botella de vino para que estuviera descorchada cuando acabaran con los tragos.  Estuvo viendo minuciosamente al camarero, con la esperanza de que mirara inequívocamente a Jeannette.

-Oye Jeannette
-¿Sí?
-Dime lo que estás pensando en este momento y te doy cien euros.
-¿Ahora?
-Ahora mismo.
-¿Cien euros?
-Cien euros.
-Pienso en mi gato Peter asomándose en la bañera... No lo sé.
Vito somató la barra con la mano y llamó al camarero.
-Oye, tú. ¿Escuchaste lo que dijo esta pendeja?
-¡Vito! –dijo Jeannette con voz aguda.- Qué malo eres.
El camarero dijo que no había escuchado nada. “Lo siento, señor”.
-Oye, no te vayas. ¿Qué te parece mi chica? ¿Te gusta?
El camarero la vio un momento.
-Supongo que sí, señor. Es muy bella. Con todo respeto, señora.- dijo después dirigiéndose a Jeannette.
-¡Ah!, ¿verdad que sí? Tiene un cuerpo de muerte, ¿sabes?
-No lo sé, señor.
-Ya te digo yo. Se monta bien la bandida. Le gusta el muñeco.
El camarero se alejó con una sonrisa y pretendió revisar algo en el monitor de la computadora, haciendo ahora cara de serio. Jeannette estaba roja tras el vaso de wiski con soda, Vito la había hecho pasar un mal rato.
-¿Qué pasa, Jeannette? Solo trataba de hablar bien de ti.
-Eres un abusivo, Vito. A veces te quiero matar. Te pasas.
-¿Matarme? Dijo Vito haciéndose para atrás en el taburete. ¿Matarme, Jeannette? ¿Matarme? ¿Tú matarme a mí?
-Sí, matarte.
Jeannette apuró su vaso y preguntó a Vito si tenía tabaco. Vito lo buscó en el abrigo haciendo ese movimiento primitivo de quien se toca los pezones. Sacó dos cigarros.
-Toma, Jeannette.
Así que Vito pidió la cuenta mientras Jeannete encendía su cigarro y daba gracias por los tragos y la noche que pasaron juntos.
Los dos salieron de Lolo’s a las 7:30 con la botella de vino y los cigarros cerca de tocar el filtro.
-Bueno, Vito, supongo que es el momento de desearte un buen viaje y yo de tomar un taxi.
-¿Te vas?
-Peter debe estar enloquecido. Ya sabes, el gato manda en la casa.
-Oye Jeannette-
-¿Sí?
-¿De dónde es que eres? Siempre se me olvida.
-Soy de Inglaterra.
-Lo sé, pero ¿de qué parte?
-De Lincolnshire. 

Vito esperó el taxi con Jeannette y luego la abrazó y la besó usando bastante la lengua. Dijo que le daría los cien euros que ganó por decirle lo que pensaba de vuelta en Lolo’s cuando regresara de…  de… (se olvidó otra vez de la ciudad) y solo dijo “plaza de mayo”. A Jeannette le dio mucha risa recordar el trato de los cien euros que hicieron y le dijo que lo extrañaría mucho.
-¿Me extrañarás?
-Demasiado.
-Adiós, Jeannette.
-Adiós, Vito.
Vito esperó que el taxi doblara después de la Texaco, que despareciera completamente para empezar a atacar la botella. Pegó la espalda a la pared de Lolo’s y empezó a tragar y a tragar vino de forma compulsiva. Se empinaba la botella hasta que quedaba en una posición enteramente vertical y daba tragos larguísimos que le quemaban la tripa con ese fuego lento del vino. En un momento terminó la botella y la dejó en el suelo antes de volver a entrar en Lolo’s.

Otra vez se apostó contra la barra, vio en el reloj las 8 de la noche y pidió una botella de Raki. El camarero puso una cara de mucha confianza y camaradería ahora que volvía a entrar sin Jeannette.
-¿La botella para usted solo, señor? –preguntó.
-Así es, amigo. Tengo un vuelo de muchas horas que tomar.
-¿Ah, sí?
-Sí.
Vito apuró el primer trago del vaso y se sirvió un segundo hasta poco antes del borde.
-La chica que trajo- dijo el camarero- No es de por aquí, ¿verdad?
-¿Jeannette? No… no. Es inglesa la muy zorra. De Lincoln… Lincoln algo. No recuerdo.
El camarero se rió un poco y se alejó para atender a un señor altísimo que estaba sentado solo y  que levantaba la mano desde la barra para pedir un trago.

-He visto gente muerta en los telediarios, ¿sabe?- dijo Vito cuando el camarero volvió y estuvo seguro de que podía escucharlo.
-¿Qué dice, señor?
-Voy a Argentina a encontrarme con la persona que acabo de traer al bar. Una persona muerta.
-¿La rubia?
-La rubia.
El camarero sonreía. Se hacía el ocupado limpiando la barra con un trapo.
-¿Está muerta, dice?
-Así es.
-Oh, la rubia no está muerta, señor.
Vito tragó a fondo lo que quedaba en el vaso, se veían sus muelas a través del cristal.
-¿Qué dices?
-Que la chica que trajo a Lolo’s no está ni cerca de estar muerta.
Vito volteó para verlo con ojos empañados de guaro.
-¿No?
-Para nada, señor.
-¿Qué sabes? ¿Acaso tú la viste en esa transmisión en vivo a miles de kilómetros de distancia mientras también estaba, qué sé yo, a punto de pagar al taxista fuera de mi edificio, o subiendo al ascensor para verme, o tocando a la puerta de mi apartamento?
-No.
-Claro que no.
Vito volvió a servirse Raki hasta arriba del vaso. La botella se miraba vacía hasta poco después de la etiqueta.
-La he visto varias veces, señor.
-¿A quién?
-A la rubia.
-¿ah, sí? ¿En dónde?
-Aquí en el bar.
-¿Ah sí? Y dime, ¿qué viene a hacer aquí?
-No lo sé, señor. Tiene problemas con la bebida, supongo.
-Vivo en el edificio de enfrente, ¿sabes?
-No lo sabía, señor.
-Ahora lo sabes. Y creo que estás equivocado. Jeannette nunca vendría sin mí. Es tan insegura, la pobre. Hace lo que yo digo, ¿entiendes? Depende completamente de mí la muy puta.

Vito se empinó el vaso de raki con tanta fuerza que a cada lado del vaso y pegado a su mandíbula bajó un surco de alcohol que mojó un poco el cuello de su camiseta. Se limpió con el revés de la mano.
-¿Habla con alguien? Quiero decir, cuando viene. –preguntó Vito. Ahora sonaba un poco preocupado, como intranquilo.
-A veces habla con el señor que está sentado allá-dijo el camarero señalando al tipo alto -A veces solo se sienta en una mesa y pide cerveza.
Vito Miró por encima de su hombro izquierdo. Allí estaba el tipo alto comiendo manías con un trago enfrente. Eran las 9 de la noche, de acuerdo al reloj de agujas detrás de la barra. Vito debía estar saliendo para el aeropuerto en ese mismo instante.

-Oiga, camarero.
El tipo no lo escuchó. Vito volvió a llamar. “Oiga, oiga”.
-Perdón, señor.
-¿Qué tan seguido viene Jeannette?
-¿La rubia? Bastante, señor. Viene mucho.
-¿Crees que vuelva hoy?
-Es posible, señor, todavía es muy temprano.
Vito se sirvió otro trago y otro y otro más. Terminó la botella levantándose a mear un par de veces y pagó en la barra lo que debía.
-Muchas gracias-, dijo.
-No hay de qué, señor. Tenga un buen viaje.
Entonces Vito se volteó sacando la lengua y sonriendo a la vez. La boca ensalivada.
-Oh, no, no, no, no, no. Ya no viajo. No voy a tomar ese vuelo, ¿sabes?
-¿En serio, señor?
-En serio. Y tú vas a hacer algo por mí.
-Lo que sea-dijo.

Vito volvió a hacer el movimiento primitivo de tocarse simultáneamente los pezones para sacar algo del bolsillo del pecho del abrigo. Le tendió una tarjeta de contacto.
-Vas a llamarme en el momento mismo en que veas a la rubia cruzar esa puerta.
Se dieron las buenas noches y Vito salió a la calle maldiciendo por el frío. Atravesó la calle solo y borracho, viendo cómo las luces de las farolas y los stops de los carros se derretían en su cara. Subió al apartamento, que olía todo a Jeannette y se tiró a lo largo del sillón para dormir un rato. El raki hizo que todo se moviera despacio a su alrededor y que el sueño fuera, cuando menos, confuso.

A las 10:30 de la noche Vito dormía con la boca abierta, exhalando alcohol a nubarrones como una locomotora desquiciada. La primera vez que se levantó no escuchó el teléfono fijo. Solo se sentó en el sillón confundido, maldiciendo por no recordar lo que estaba soñando (un perro blanco demasiado pequeño que lo perseguía a lo largo de un parque interminable mientras él se debilitaba de la risa). Se sintió mal y encendió un cigarro pasándose exasperadamente la mano por el pelo, por la cara. Pensó en lo que había hecho en la tarde con Jeannette, ella desnudándose para él, el televisor encendido, la señora H en el teléfono, la imagen imposible de Plaza de Mayo. Se arremangó el abrigo hasta el codo y se olió el antebrazo. Todavía apestaba al culo de Jeannette, el olor de su sexo cuando se posó cálido por encima de su muñeca. Tomó el cenicero y se acostó a fumar un rato. Abajo apenas pasaban carros con zumbidos de motores a gasolina que entraban con una suavidad excesiva en el apartamento.

El teléfono volvió a sonar cuando Vito volvía a entrar de nuevo en ese sueño movedizo. Se paró de golpe, el sonido era escandaloso. Trató de dar la vuelta al sillón lo más rápido que pudo para llegar a la cocina y descolgar el teléfono a tiempo.
-¿Aló?, ¿Hola?, Diga, ¿Sí?, ¿me escucha?  
Pero del otro lado del teléfono no se escuchaba nada y Vito supuso que la persona había desistido y colgado justo cuando él tomaba el auricular.  Vio la hora. Las 12:15 de la mañana. Solo podían llamar por dos razones, pensó, para avisarle de la muerte de alguna tía cercana o para decirle que Jeannette estaba abajo, en Lolo’s.  

Así que Vito se compuso un poco el pelo en el espejo del baño, hizo gárgaras con Listerine, se tomó un par de aspirinas por la resaca incipiente y descolgó el abrigo más ancho del Closet. Pidió el ascensor, subió y fijó la vista en la pantalla minúscula que va diciendo los pisos (8,7,6… Planta Baja). Entendió que estaba muy nervioso.

Lo primero que se ve al entrar en Lolo’s es la barra, que tiene luces que cambian del verde al violeta con mucha lentitud y tristeza. La barra está en línea con la puerta, por lo que solo se ve el perfil de la persona sentada más próxima, que tapa a los demás. Pero basta con moverse un poco para mirar la fila interminable de insomnes que se apuestan sobre taburetes para seguir repitiendo tragos y embutidos baratos que aguanten bien el guaro antes de volver a sus casas y a sus familias destruidas.

Vito decidió entrar sin querer fijarse en los clientes. Fue directamente a una esquina de la barra y comenzó a llamar al camarero con la mano. Mientras este llegaba se atrevió a mirar de reojo a las personas que tenía más cerca. No pudo reconocer a nadie.
-Otra vez por aquí. Bienvenido, señor. -Dijo el camarero dándole un susto.
-Eh… sí. Otra vez por acá.
-¿Le pongo algo de beber?
-Sí, una cerveza está bien.
El camarero se alejó a los enfriadores y regresó con una botella bien fría.
-Gracias.
-No hay de qué.
Vito notó que el camarero no estaba tan amable como antes, había algo en su cara que no era del todo amigable.
-Oye –dijo Vito- estaba completamente dormido cuando empezó a sonar el…
-Lo siento, señor.-interrumpió el tipo con la voz algo quebrada- Le juro que habría llamado pero tenemos prohibido utilizar el teléfono. Pensé en salir un momento  a la parte de atrás para marcarle pero ya ve que hoy solo estoy yo tras la barra.
-¿O sea que tú no llamaste?
-No, señor.
Vito dio un trago largo a la cerveza. Sintió cómo el líquido le enfriaba la garganta.
-¿Estás seguro?
-Seguro, señor. En verdad no pude hacer nada.
-Entonces… ¿Sí la viste?
-Sí, señor. Se fue hace un momento.
Vito sintió una punzada en el estómago. Una pequeña y puntual angustia.
-¿Ah sí?
-Sí, señor.
-Y dime, ¿iba sola?- preguntó sacando todo el valor que tenía. En verdad no quería escuchar esa respuesta.
-Me temo que no, señor. El tipo alto, ¿se acuerda? Ella salió con él después de tomar una botella de brandy. 

Vito dejó un tercio de la cerveza en el envase de vidrio y salió sin despedirse del camarero, sin siquiera hacer el ademán de pagar por el consumo. Afuera llamó un par de taxis con la vista perdida en la nada, blandiendo su mano en el aire de la noche como una espada rota. Subió finalmente en uno y solo dijo al conductor: calle Larga 21, por favor.
Cuando estuvo frente al edificio de Jeannette no sintió miedo. A esas alturas, pensó, ya lo había perdido todo. Pagó al taxista y entró en el edificio.  Saludó al portero y pidió el ascensor. Esperó con la música instrumental desagradable de los ascensores, bajó en el sexto nivel y anduvo el rellano en silencio mientras buscaba el apartamento. Pensaba en lo que le diría al verla en el umbral de la puerta,  cuando ella se excusara con no poder pasarlo adelante porque, quién sabe, el tipo alto aguardaba en la cama con una erección adolescente. Así que tocó dos, tres, hasta cuatro veces. Pero del interior del apartamento no salió ningún ruido ni se veía luz por debajo de la puerta.
-Oh, Jeannette- dijo para él en voz baja. -¿por qué me haces esto?

Vito tomó unos 4 pasos de distancia, respiró hondo y se abalanzó como un loco contra la puerta. De pronto estaba parado en medio de la alfombra de la sala. El apartamento, pensó, se sentía inmediatamente vacío.

Encendió un cigarro, entornó la puerta con la manija rota y se sentó un rato en el sillón, pensando lo que estaría haciendo Jeannette con ese cuerpo suyo blanco y desnudo, salpicado de pecas, regalando sus nalgas para que alguien más las tocara y las sintiera frías al sentarse sobre los muslos. Vito empezó a notar un olor rancio, podrido que llegaba por oleadas, un olor como a refrigerador sucio o a verduras en agua estancada. Se levantó para ir a la cocina pero el olor allí era mucho menor. Revisó el interior de algunos gabinetes. No había nada. Así que siguió andando por los pasillos, tenía todo el tiempo del mundo. Entró en la habitación de Jeannette y le pareció conmovedor ver su cama sin hacer, un calzón celeste tirado en el piso y su camisa Extra Large para dormir que ponía “I (corazón) London”. Antes de salir, tomó la almohada de la cama y la olió a quemarropa. Se sentía el olor del pelo rubio y sucio de Jeannette de las mañanas mezclado con la vainilla artificial de su perfume.
-Oh, Jeannette, Jeannette. mmmmmmmmm….

Entonces Vito quiso usar el bañó, encender otro cigarro y sentarse un rato en el inodoro, sin prisa. Pero fue justamente al abrir la puerta del baño y entrar que supo que el olor emanaba de allí. Pensó en una tubería rota o el inodoro tapado, tal vez el drenaje con un tapón de pelos que hacía que se estancara el agua o regresaran los olores por la cañería. Vito dio unos pasos más con la nariz y barbilla metida  en la camiseta por el olor insoportable y se asomó al interior de la bañera. Entonces vio al famoso gato Peter petrificado, muerto tal vez de 5 días.

-¡Mierda!- gritó Vito y salió del baño dando un portazo. Se agarró la cabeza con las dos manos en la sala con ese gesto inconfundible de asco y espanto. El olor volvía a llegarle por oleadas débiles que lo hacían querer vomitar.

Mientras Vito seguía congelado en esa expresión de horror, vio el teléfono fijo a un lado de la mesita del recibidor. Pensó en las llamadas que hicieron a su apartamento apenas unas horas antes y en el camarero diciendo que no había sido él. Sin saber bien porqué, descolgó el teléfono y le dio al botón de “redial”, para llamar al último número marcado. El tono de la llamada en curso sonó y sonó. Estaba llamando a un domicilio seguramente vacío, aleatorio y vacío. Cuando llegó la voz automática del contestador, esa instrucción robotizada de dejar un mensaje después de la señal, fue la voz de Vito diciendo:
-Lo entiendo todo, Jeannette. Una muerta no puede cuidar un gato.