sábado, 26 de agosto de 2017

Un guatemalteco te saluda



Es en función de todo el ruido que hayas hecho conmigo (juntos), la contundencia del silencio que viene después. Lo insoportable de cuando vayas en un avión sobre el atlántico y solo ya no estés.  Cuando atraviese la noche en mis botas y busque la terraza de tu edificio color menta y piense en cómo te mirabas arriba bajo el sol la primera vez que me dejaste entrar, cuando me acompañaste a fumar un cigarro en aquella terraza, por encima de todos los techos pobres de Xela, y vimos distraídamente la lona azul que cubría la cúpula de la catedral, esa bóveda rota por el temblor primero de tu vida. Y hablamos de nosotros mismos en ese momento exacto de nuestras vidas y me interesabas tanto y todo lo que te estaba pasando en mi país a los 21 años. Y me sentía el desgraciado más afortunado del mundo, porque te miraba canche bajo el sol liso de la mañana estando tan cerca de mí. Y pensaba que tus ojos eran serios y terminantes y la saliva de tu boca empapaba esos dientes enormes haciéndolos brillar como perlas antes de besarnos un poco más en la barandilla de la azotea.
Era el día del ejército, me acuerdo bien de eso, y te llevé a comer pupusas en un local que quebró después de nosotros, que cerró para siempre después de que nos fuimos y solo quedó un rótulo blanco colgando en la puerta de  “se alquila”. Habíamos hecho el amor sin poder dormir esa madrugada porque cantaron 100 gallos y setenta perros ladraron enloquecidos en dirección al apartamento amarillo de La Cumbre. Me acuerdo mucho de esa noche, de mi cara aplastada contra tu pelo liso, respirando a través de tu cuello, me acuerdo de tus nalgas blancas y frías contra mis muslos flexionados.

Me acuerdo de tus ideas de conocer el mundo, de subir un volcán o de vernos en cualquier parte cuando volvías del refugio. Me acuerdo que me gustaba mucho que estuvieras aquí. Me acuerdo que cuando estaba en clase pensaba todo el rato en la forma en que decías “joder” o “daaani” (así, prolongándolo) o “vete a la mierda, tío” moviendo la mano en el aire en una expresión contundente de mucho asco: la noche que te vi orinar en Reu detrás de una fila de carros, por ejemplo. Me acuerdo de tus caras en la música, de verte bailar subida en una silla, de tus manos alrededor de un vaso con hielo; me acuerdo del olor de tu champú, de tu ropa sucia, del sabor etílico en los labios cuando ibas muy borracha. Me acuerdo que releí durante varias noches el texto que me escribiste en uno de tus viajes, cuando tomaste un "chicken bus" lejísimos. Me acuerdo que iba de cosas que habías aprendido de las personas y  en una parte decía: “he echado de menos hablar contigo estos días, dani. Me queda un mes, y qué bonitos los que han pasado”. Me acuerdo que llegué a pensar que tu despedida estaba muy lejos, que teníamos tiempo de sobra para atravesar la noche. Me acuerdo cuando te subiste a la palangana del pickup estacionado fuera de Pradera y dijiste que no cabían tantos indios, que nos reímos a gritos y  te dije que nunca más dijeras eso. Me acuerdo de tu reloj pulsera marca Casio y de aquella cena de los dos solos en el Wendy's de Mazatenango, cuando viajamos de noche hacia la costa. Me acuerdo cuando paseaste tu mano por mi cabeza rapada y dijiste "qué gusssssssto". Me acuerdo de cómo te ves en una piscina, de tus piernas brillantes en el agua al nadar hacia atrás y mover la superficie. Me acuerdo de tus calcetines marca Artengo. Me acuerdo de tus ojos entrecerrándose. Me acuerdo de tus pies descalzos sobre al azulejo ajedrezado de mi cocina cuando buscabas  mirarte en el espejo los pechos y el culo desnudos, volteándote como un gato. Me acuerdo de tu foto en las Georginas y de la niebla esquiando en el agua. Me acuerdo de Taburete, me acuerdo de tu piel quemada por el sol. Me acuerdo de todas las cosas que había en tu mesa de noche. Me acuerdo de los cigarros que fumamos, del humo encerrado dentro del cuarto. Me acuerdo de ti, me acuerdo de Colonia Maria Tecun.

Me acuerdo de esa primera vez que vimos Xela a las dos de la mañana en la azotea de mi apartamento con los codos apoyados en el borde rasposo de hormigón, y traté de decirte de mil formas distintas que me sentía el dueño del mundo contigo. Que en verdad me gustabas.

Ahora pienso en los días que vienen como lo mismo. Todo lo mismo acá en Xela. Su secuencia estética enfermiza de fachadas amarillas, azules, rojas y grises (color block). Restaurantes de comida rápida y negocios clandestinos que no emiten factura y rótulos pintados a mano en las paredes que ponen “estética Yosselin” o “sastrería perfecta” o “fotocopias Johnnie”. Perros de la calle a las 4am con la cola levantada y el hocico pegado al adoquín. Bolsas de basura rasgadas, restos de spaguetti y tenedores de plástico reventados por carros y microbuses y motos Italika que ronronean en el frío. Borrachos que se vomitan encima cerveza tibia de litro a las 2 de la tarde y duermen abrazando señales de tránsito o monumentos a la revolución liberal del 71.
Y las luces pegan opacas (con mucha hueva) en las fachadas y los carros de bomberos llevan mensajes cristianos en el windshield y la voz marciana de los brochas es la misma cosa siempre (pradera, demo, hóspital), mientras cuelgan de sus microbuses agarrados con una sola mano como piratas enanos sobre las calles quebradas de Quetzaltenango.

Hoy es el primer viernes con posibilidad 0 de cruzarme contigo en cualquier parte. El after va a ser durísimo cuando me siente y mire de la misma forma que vi con una  Cabro en la mano el momento  en que entraste y me dije dani, danindani dani dani dani dani. Dani dani dani dani. Va a dolerme vintage los días que quedan y bari, y el cuartito y playroom y champions, y el pueblo La Esperanza con todo y su municipalidad de puertas negras de hierro y las caminatas de vuelta y cada vez que mire el video de OPA y hasta el asiento de copiloto del pickup, cuando te recuerde mirando por la ventana buscando la posición exacta del sol. Voy a pensar con mucha fuerza en noches como esta en la que regaste mi antebrazo de lágrimas y nos abrazamos con rabia mientras sabíamos que todos dormían en sus casas tristes de luz ahorradora y perros sin raza; que pronto, muy pronto, nos íbamos a dejar.

La lona azul que cubre la catedral todavía está allí (donde la viste) y va a seguir estando ahí.  Y yo voy a seguir acá, en el edificio amarillo de las vistas más tristes del mundo, con la cara lamiendo la pantalla de mi computadora portátil, pegándole al teclado un rato con un cigarro encendido sobre las teclas y tirando ceniza por todas partes y unas ganas tremendas de irme a la mierda del mundo, y tal vez sí,  un poco como esa cúpula rota de la catedral que nadie alcanza a reparar. Porque son las 3:40 de la mañana del sábado en este momento en que escribo y en el que no dormís más en dicap. Porque tengo puesta una camisa sucia con la que todavía me llegaste a abrazar y una borrachera regular, y pienso que vienen días como volcanes cuando tropiece con todas las cosas que tocaste conmigo acá en Xela.








*Brocha: Ayudante de conductor de autobús público.

*Canche: De cabello rubio o claro.

viernes, 25 de agosto de 2017

El cuarentón de la triste figura

Había un hombre arrojando cientos de globos rojos sobre la 6 calle de la zona 1 de Quetzaltenango. Caían en desorden y se arrastraban entre los carros estacionados hasta tocar el asfalto y las banquetas frías del otro lado. Lo vimos todo desde tu portal. Dijiste que ibas a "petar" uno (esa palabra usaste) y atravesaste corriendo la calle para saltar encima del que estuviera más cerca. Te seguí, vi cuando los perseguías como una canchita preciosa de 10 años mientras se alejaban un poco en el viento hasta llegar a la pared contraria del hotel Lunavela, ese alojamiento/restaurante que hace esquina en la 9 avenida y 6ª calle de la zona uno.
¡Pum! Sonó. Y de pronto eras vos parada sobre la cáscara roja de un globo recién estallado. Buscaste otro, ibas a saltar de nuevo. Entonces empezaron a caer  más desde arriba y volteamos a ver juntos y vimos la cara atormentada de un cuarentón chillón con camisa negra de botones que estaba tirando los globos desesperadamente hacia abajo, así, a brazos llenos, hasta verlos caer sobre los carros.  Pero fue en una de sus idas y venidas para recolectar más, que nos vio parados en la calle viéndolo fijamente a él, y tal vez pensando que ya llevábamos varios minutos allí quiso empezar a contarnos su historia con frases balbuceantes y entrecortadas de niño. Había preparado un momento caro y especial para una persona, nos dijo. Alguien a la que seguramente pensaba como un endemoniado todos los días y a la que sin duda le habría costado mucho trabajo convencer de llegar esa noche a Lunavela, que ahora tenía el suelo lleno de globos rojos y una buena cena que se enfriaba en la mesa. Tal vez sonaba de fondo canciones que él mismo había elegido para que la chica se sintiera cómoda esa noche. Canciones que a él personalmente le gustaban mucho y hasta quizás había puesto el nombre de ella en la playlist.
3 meses estuve planeando esto
3 meses, decía.
Y me dijo que no y se largó dejándome con todo esto que había preparado para ella y miren, de nada sirve. Todo lo hice por ella, para decirle lo que pensaba, para decirle que me gustaba ella desde hacía mucho tiempo. Todo lo hice por ella. Para ella que… (Paraba un momento y sonreía triste viéndonos alternamente desde arriba. Decía muchas veces “ella”) para ella que me gusta desde hace mucho mucho tiempo. ¿Les digo algo? Es la mujer de mi vida. Y se fue sin decir nada. Solo, solo eso. Se fue. Ella no quiere nada conmigo. Nunca quiso nada conmigo y ahora me quedo acá con todo lo que había preparado para ella esta noche. (Se llevó el pulgar a la nariz, era su forma de contener el llanto.)
Ahora todo está perdido. Ella no va a querer salir conmigo otra vez. Compré dos botellas de champán. Miren, decía volteando sobre su hombro para enseñarnos, (pero entonces se detenía porque entendía que no podíamos ver el interior del salón desde ahí abajo), solo preparé todo. ¿saben? Cosas que a ella le gustaban.

Entonces llegó una pausa en la que su tormento parecía superarlo todo. Dijo que bajaba enseguida para hablar con nosotros. Éramos de pronto un consuelo para él, que ahora tenía cara de querer vomitar. 

Te vi de perfil mirando hacia arriba. Era un momento deprimente y tan bonito. Le dijiste que no pasaba nada con tu cara grave y afectada de española en medio de una transición emocional brusca. Habías pasado de saltar sobre sus globos a escucharlo con asco y mucha lástima. Le dijiste que todo lo que hizo para preparar esa noche, ella (la chica) no lo iba a olvidar nunca. Que estuviera seguro de eso. Que no se preocupara y solo siguiera adelante, que valía mucho.
 El tipo se despegó de la baranda un poco y volvió a anunciar que bajaba. 
Le dijimos que ya nos íbamos y fue una derrota más para él en esa noche tristísima de su vida.
En la madrugada bajé a ver si seguían los globos en la calle y tomé 4  para mí que se habían arrastrado hasta 3 cuadras, llegando a la séptima avenida, donde los recogí del suelo sin prisa. Pensé que eran un gran recuerdo. 
Ahora (¿sabés?)  los veo a veces en lo alto del closet, sin aire, arrugados como pasas, y cuando los miro de cerca me imagino al tipo inflando cada uno de ellos, llenándolos por dentro con aire y saliva de perdedor, poniendo su boca de perdedor en la boquilla y haciendo un nudo con el látex entre sus dedos también de perdedor mientras (¿quién sabe?) pensaba nervioso en la chica,  en que todo lo que pasara esa noche fuera perfecto y que sus palabras fueran concisas y pudieran darle a entender con claridad esa sensación de cagarse encima todo el tiempo que sentía por ella en el estómago.
Me despedí de vos en el portal de Dicap. Dije algo así como que había gente maldita, destinada a ser perdedora. Después nos liamos usando mucho la lengua y pensaba que estábamos demasiado lejos de estar perdiendo algo ¿Te das cuenta? Había tanto.
-Buenas noches, Anna. Estamos hablando. Adiós Anna. Óraleeee.




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miércoles, 16 de agosto de 2017

A casi 4 años ya

Haga una cosa. Suba al tam de la línea 1, el azul, en dirección Mosson. Baje en saint eloi y suba por dr pezet buscando la fac 3 de paul valery. Suba por el lado de route de mende,  a un lado de la universidad. Siga, siga caminando hasta pasar una residencia universitaria que se llama les hirondelles. Hay una pizzería:  Fred Pizza, que está al lado de una lavandería de "sírvase usted". Yo vivía cruzando la calle y robaba internet en el local de al lado, en esa lavandería de "libre-service".

Vaya a Fred cuando quiera probar una buena pizza o pensar que yo estuve allí con 19 años y poca barba y fumé cigarros hablando de la muerte, de guatemaltecas que extrañaba al filo del mundo y de ese olor de asfalto mojado que queda cuando llueve después de las cinco.