sábado, 18 de noviembre de 2017

Hoy xela es especialmente bonito



Hoy Xela es especialmente bonito porque suena una ambulancia al fondo, tal vez en Cuesta Blanca, y dos personas chocaron en Lisandro Barillas. El sol cae oblicuo sobre láminas oxidadas/color barro de la ciudad y aceleran motores diésel a lo lejos con zapatos rotos sobre pedales cubiertos de goma de aceleradores de autobuses rodados  Blue Bird que un día pertenecieron a secundarias norteamericanas, que llevaron a la escuela a niñas rubias que escribieron sus nombres y los nombres de quienes amaban (thomas, brad, Cooper) en los asientos café de cuero sintético.

Hoy xela es especialmente bonito porque dos personas se cocieron a puñetazos en el Calvario y quedó un charquito de sangre en el piso adoquinado que se veía negro a pesar del sol. 
Porque el parque Revolución amaneció lleno de basura y los pájaros saltaron encima,  atravesando sus picos en el plástico.

Hoy Xela es especialmente bonito porque las quetzaltecas son miopes y de pelo negro, muy oscuro, y se mueven con bastante suavidad en las aceras del centro histórico, fijando su vista arruinada en cualquier parte. Porque hay 70 atardeceres distintos que se suceden en mi ventana y me sé de memoria cuarenta. Porque hay días que finalmente empiezo a dejar de recordar.

Hoy xela es especialmente bonito porque mi vecina tendió su ropa pesadamente mojada en la azotea que compartimos y pude acercarme lo suficiente como para verla de cerca y ganar un espacio único de su intimidad. Porque pude conocer sus marcas y estilos y las tallas específicas de su armario sencillo. Calzones de programas infantiles y calcetas color amarillo que se movieron en el viento parco de las seis de la tarde mientras goteaban.

Hoy Xela es especialmente bonito porque hay un grupo de monos araña que se cagan de frío en el zoológico de las Américas y se abrazan a sí mismos con brazos larguísimos y caras de “mierrrrrda”. Porque los animales enjaulados escuchan el tráfico enloquecido de la tarde y respiran el diésel, igual que todos los que estamos  afuera. Porque robaron 12 animales la madrugada del lunes y es tan triste y hermoso pensar en un ladrón robando reptiles  esconddido en un zoológico. 

Hoy Xela es especialmente bonito porque también lo fue antes, cuando estabas, y duermo sobre las mismas sábanas azules de rayas que conoces y me despierto a horas en las que todos duermen para fumar un cigarro en la azotea y me lloran los ojos del frío y pienso que los lugares dicen tanto cuando se les mira de madrugada. 

Hoy Xela es especialmente bonito porque la gente empieza a amar el trap y se viste como los cantantes que ven en la tele.  Porque sueñan con la fama y  rimas sencillas y  esas mujeres caribeñas a la orilla de piscinas enormes que pueden tocar cuando quieran,  porque imaginan con la boca llena de saliva los excesos de la popularidad y el desenfreno desde habitaciones roídas que comparten con sus hermanos en Almolonga, metidos en sus camas de resortes, tapados con sábanas de Power Rangers hasta la barbilla. Porque en la 98.3 llaman siempre a DJ Donald desde Cantel para pedir algo de Bad Bunny, el conejo malo.

Hoy xela es especialmente bonito porque va a haber un evento chabacano en el salón de ocasiones especiales "La Pedrera" con luces y máquina de humo y dos mujeres sencillas y gordas van a salir a tomar el aire (como ballenas agotadas) después de dar vueltas adentro en medio de la música con sus maridos enanos.

Hoy Xela es especialmente bonito porque el  entusiasmo puesto para la organización de una fiesta de 15 años en el club Tenis  y el bigote sudado del dj y los sombreros plásticos de fiesta y las adolescentes embarradas de acné y los collares brillantes de fantasía van a conmoverme cuando pare  un rato a ver  por la ventana del frente cómo transcurre la fiesta (todo lo que fue de mis 14 y 15 años, esa única vez que los tuve).  Cuando se me ocurra nuevamente que los pájaros acá son negros y el techo del templo Minerva está cubierto por dentro de un cielo falso de duroport horrible de sucursales de banco. Cuando piense que hubo un tiempo en que fui feliz y en el que bailé canciones que no suenan más en la radio con niñas rubias extasiadas por la música que igual que hoy, estaban llenas de granos y había dj’s parecidos a los de ahora, con la misma cara de vergüenza y seguras familias destrozadas y bigotes sudados de estrés cuando falla la música.

Hoy xela es especialmente bonito porque la luna no es tan linda como dice la canción y los materiales con lo que está hecho todo son pobres y chabacanos y hay una convivencia compartida entre los perros callejeros y la gente que sube por Diagonal 4 al caer la noche, cuando  se sientan a dejar pasar una borrachera mediana con el frío de occidente y el ruido distante de  los autos modelo dos mil golpeando en la cara.

Hoy Xela es especialmente bonito porque Heidy llama a veces por teléfono y se acuesta para hablar conmigo y se nota en su voz que está acostada cuando tiene el teléfono en la oreja y empieza a contarme de un ratón enorme que no logra sacar de su casa y que cree está metido en el horno. Que el martes viaja a Guatemala y que la invitaron a una fiesta exclusiva en una terraza y que su hijo quiere aprender a boxear; que le gustaría jugar al tenis algún día conmigo y salir de ese vecindario  donde vive de una vez por todas en Chitay, porque la hierba en el parque infantil crece más alto que los columpios y los terrenos vecinos están sembrados de esa milpa que se mece con tristeza cuando cae la tarde. Porque las paredes no detienen el frio ni la humedad, porque deprime una casa con tan pocos muebles y el teléfono fijo apoyado en el suelo.

Hoy Xela es especialmente bonito porque la grama de la universidad está cortada al ras y huele realmente a vida y el volcán Santa María se descubre bastante fácil al fondo, como en una postal por encima de la facultad, y me hace pensar en lo que recuerdo del movimiento y la autopista a través de la ventana del carro de mis padres la  primera vez que vi el volcán de fuego. 

Hoy Xela es especialmente bonito porque los policías duermen en esa estación que huele a sopa de verduras en la Rodolfo Robles, y hay catálogos de cortes de pelo de los años 90 pegados en la pared y posters de britney spears de principios de los dos mil, y una fila interminable de patrullas afuera a las que les falta una llanta, respaldos de cabeza y el set de luces traseras.

Hoy xela es especialmente bonito porque una mujer se deja convencer en la vista del Cerro Baúl sobre un futuro acomedido y una vida compartida y esas cosas del amor aprendido que se dicen en lugares y puestas de sol que valen la pena.  Porque sé que todas las noches en la 14-9 de la 9 calle hay luces de navidad que rutilan a través de la ventana en patrones chabacanos rojos, verdes y azules  y señoras sencillas que llevan el almuerzo a maridos que ellas mismas denunciaron y lloran en la fila con las dos manos en el rostro poco antes del último turno de visitas del preventivo. 

Hoy xela es especialmente bonito porque las mujeres tienen cuerpos como no se ven en la tele. Más sencillos, más pequeños y mediocres y faltos de proporción y textura y están salpicados/rociados de perfumes dulzones empalagosos y abdómenes abombados partidos por cicatrices de cesárea. Porque las mujeres quieren con todo su corazón y pasean sus manos pequeñas y gordas entre el cabello aceitoso de personas que van a tracionarlas.

Hoy Xela es especialmente bonito porque la gente todavía mira a los ojos y los vagabundos van metidos en trajes elegantes enormes y hay un payaso gordo en el parque que vende  juguetes inflables que te hace querer llorar todas las veces.

Hoy xela es especialmente bonito porque dos niños de la democracia van a escuchar la voz temblorosa y cobarde de su padre diciendo que tiene cirrosis en una sala familiar con muebles y electrodomésticos sencillos y van a llorar todos en familia cuando se imaginen su muerte en una cama del Igss, cuando un médico ocupado examine la papada amarilla de su padre  con esa barba puntiaguda  de tres días que ellos conocen tan bien de haberla sentido pinchar sus propias mejillas durante todas sus vidas, cuando se despidieron para verse después con un beso.

Hoy Xela es especialmente bonito porque la lluvia va a regar mi ventana/ el preventivo/las luces del Mario Camposeco y hasta el reloj de torre del Invo sobre las 7, y voy a pensar en otros años cuando las cosas iban mejor, cuando había niñas que tomaban cerveza a escondidas conmigo y hablaban de la vida sin poder explicarla, y los tragos a esos botellines tibios  eran hondos, valientes, amargos y las ideas que teníamos más recias; y  queríamos hacer tantas cosas en el mundo que al final no pudimos hacer nada por nadie; ni  por nosotros mismos: (permanecer). Pero acontecen días como este, muy de vez en cuando, en que todo vuelve a ser especialmente bonito y en el que da la impresión de que las cosas vuelven siempre a ser como antes. 

sábado, 4 de noviembre de 2017

vistazo a terminal

Dos pelones flacos se abrazan
al lado de un nylon de películas
pirata y se dicen cosas de haberse
ofendido o traicionado antes,
de haberse hecho una mala jugada.
El abrazo no dice nada. El perdón
(es) siempre superficial


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viernes, 3 de noviembre de 2017

abril



Hoy es un buen día para escribir de
vos.
Sé perfectamente que estás en
la ciudad, que si veo por la ventana
de la sala (esa que da al jardín y a las
orquídeas de mi mamá y a esa farola
exterior que cuelga de su propio cable) vería
casi lo mismo que vos. Así que miro
,(ahora mismo), hacia afuera. 
La misma intensidad del sol, la misma
velocidad de las hojas con el viento,
las mismas nubes perezosas y torpes,
los aviones despegando cada 15/20 minutos,
yendo sobre zona 13 o Liberación.
Y me duele el estómago, casi como si me
cagara encima, y vos sabés que nunca me
dio vergüenza hablarte así. De cagarme y
esas cosas. Pero me dolés ya, te siento en
las tripas a más de un mes de tener que
despedirte en el aeropuerto la Aurora. 


Te extraño al borde de olvidarlo todo.
Al mismísimo filo de nuestra propia independencia.






miércoles, 1 de noviembre de 2017

hoteles sencillos



Con 14 años, durmiendo en un hotel evacuado e inundado con una tenista que tal vez no se acuerde de mí, descubrí la belleza que hay en los hoteles sencillos, en una televisión culona chorreando agua desde arriba y en las cosas estropeadas y la oscuridad absoluta de los pasillos encharcados y nuestra propia voz cuando no hay posibilidad de que alguien más la escuche.  En la soledad cuando nos damos risa o lástima o asco, cuando verdaderamente nos damos algo. 

Y es que hay abdómenes subiendo y bajando en camas de hoteles sencillos de personas consumidas por resacas atroces ahora mismo que escribo sobre la madrugada de un martes. Y niñas preocupadas que van a tener que explicar en el desayuno a sus padres todo lo que tomaron esa madrugada para que sus cuartos lujosos amanecieran oliendo a repelente Off para moscos o a ron calentado en el microondas. Y van a tener que mentir sobre el XL, la botella que pusieron vertical sobre sus vasos plásticos con hielo antes de perder sus sweaters y bailar con cara de asco y los ojos cerrados queriendo alejar a todo el mundo de allí.  Antes de dejarse bailar y besar por alguien menor que ellas, alguien que las va a recordar por siempre, como también yo recuerdo ahora a algunas mujeres.  Y van a sentir que sus vidas son ajetreadas y arriesgadas, y que el alcohol es un portal a cosas fantásticas y aventuras de las que no es difícil salvarse. Y van a representar un momento lindo en otras cabezas porque algún día van a orinar con la puerta abierta cuando alguien más las mire, se van a desnudar con la luz encendida, van a enseñarle a un niño cosas de las que no sospechaba antes sobre calidez y ternura y esa fuerza en el estómago cuando llega el momento de decir adiós.  Pero nunca van a conocer los hoteles sencillos, ni la belleza que encierran con sus fachadas pintadas a mano, aunque ellas mismas encierren belleza ahí borrachas, chorreando posibilidades eternas con su pelo liso y piernas largas, ni van a conocer a los huéspedes recios como carceleros hablando por teléfono en el cuarto contiguo con cigarros, abriendo agujeros en las alfombras al apagar las colillas y pisarlas con chanclas, diciendo recio que están en el hotel yuuuunior o TONNY o Mirrors.  Nunca van a encontrar la belleza de las cosas mal hechas, la ternura de los muebles sencillos o las vistas mediocres. El ruido de los motores diésel moviendo una ventana congelada.

Es por eso que me obligo desde hace algún tiempo a pasar la noche una vez por semana en habitaciones de hotel de Quetzaltenango, las más sencillas, donde hace frío y las fundas de las almohadas huelen a pelo sucio y no hay mesas de noche ni agua caliente y los colchones están cubiertos de plástico y hay un olor permanente a pintura que nunca termina de secar. Y las televisiones en los cuartos contiguos están  puestas en volumen demasiado alto: habitaciones ocupadas por huéspedes patanes que se ganan la vida como guardias de empresas privadas, de esos que se paran en la puerta de librerías durante 8 horas continuas o en restaurantes de comida rápida o viajan en camiones repartidores sacando la punta de escopetas cromadas por la ventana. Huéspedes pelados, pulgosos que se voltean en sus camas pensando en cómo  salir de madrugada del hotel sin pagar, saltando la verja y corriendo como endemoniados para nunca más regresar. Infelices que se encierran  y se tienden a lo largo del colchón a tomar cerveza tibia de lata hasta dormir con la televisión encendida y los pantalones meados. 

Hay que conocer la belleza de una muñeca rota sobre un patio de tierra, de una desdentada que no recuerda los primeros 15 años de su vida. 

Voy a grabar estos espacios, pagarme noches en alojamientos mediocres hasta dar con el hotel más ratoso de Quetzaltenango. Ahí voy a estar,


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