Depreciación. "baja o reducción de valor que sufren los
bienes físicos tangibles en razón de su uso, transcurso del
tiempo y de acción de los elementos naturales". .
-Felipe Zamarripa Vásquez.
Contabilidad Intermedia de Costos
Vas conociendo a las personas y te vas dando cuenta lo doloroso que resultan sus
pasados. Lo lesivo de todas las cosas que vivieron antes que vos aparecieras y
empezaran una conversación normal en la cocina: la primera de todas. Cuando le contaste a esa roommate que acababa de llegar que
estudiabas filología y que hacía mucho tiempo que pensabas dejar de estudiar
esa carrera. Largarte de una vez por todas a vivir en el carro, o rentar una
habitación destartalada a cambio de poco dinero en cualquier parte de España. Te daba igual. Querías
escribir.
¿Qué pensaba ella? Que
estabas loco. ¿Que si no habías considerado alguna vez en ir a Londres? No estabas
seguro, en el fondo odiabas esa cultura, pero no se lo dijiste, solo que no
estabas seguro. ¿Que por qué había escogido estudiar esa cosa tan rara, de tan pocas salidas. Que
seguro me gustaba leer literatura o algo de eso. ¿Que si había leído
alguna vez a Golding? ¡jaja! ¡Que si yo había leído alguna vez a Golding! Yo había conocido a una persona en la mugrienta zona 1 de Guatemala que pasó 20
años de su vida buscando el Señor de las Moscas en una traducción al español.
Le compré ese mismo libro por una nada en el 2012, una edición vieja de Alianza
editorial de tapa dura que todavía conservo. Y ella, ¿ella había leído alguna
vez a Connoly?! ¿Y a Julian Barnes?!
Tuvimos mucho tiempo para
hablar de los dos cuando empezó a acompañarme por las mañanas a pescar. Entonces tenía una silla plegable de camping y una caja de herramientas con
todos los aparejos necesarios para la pesca. Siempre fue mi pasión más grande, y lo
que peor se me dio en la vida. Es curioso: la peor área de mi vida, la que más
he disfrutado. Pasábamos horas tirando la caña, tirándola de maneras distintas,
probando todos los tiros, todas las técnicas, cambiando los cebos, los
anzuelos, probando con lombrices y flotadores, nuevos sedales, con Rapalas y
plomos corredizos. Ella también llegó a querer la pesca, casi tanto como yo, cuando entendió todas las cosas que permitía, aunque en realidad nunca sacáramos nada bueno del
agua turbia del Tormes, ni siquiera un pecesito pequeño. El anzuelo solo se hundía y avanzaba despacio en la corriente perezosa del embalse mientras
mirábamos el paseo de bicicletas al otro lado y los álamos despelucándose en el
viento frío de la mañana. La pesca era mucho más que sacar algo del agua, ella y yo, por ejemplo, nos estábamos consiguiendo.
-Creo que no conozco a nadie de Guatemala. -Me dijo una
vez. -Eres el primer guatemalo que conozco.
El sedal brillaba un poco sobre la superficie lisa del
agua, era de color verde, un verde traslucido que se miraba al tensar el hilo.
-Es un país desconocido,- dije- gracias a Dios.
-¿Gracias a Dios?
-Sí, no tenemos la mejor reputación. Es bueno que yo sea el primero que conoces.
Recogía un poco el carrete, hacía movimientos con la
caña hacia arriba y después hacia los lados para atraer la atención de los peces.
-Los ingleses tampoco somos los mejores -dijo-.
-Es verdad -dije- los ingleses tampoco tienen la
mejor reputación. No han sido unos santos que digamos.-
El viento soplaba del este. Hacía que las imágenes
reflejadas en el agua se volvieran por instantes, borrosas.
-¿Es tan malo Guatemala?
-¿Malo? No sé si decir malo. Solo te digo que no estarías tan
tranquila pescando con un guatemalteco si leyeras las noticias - .
-¿Las noticias?
-Los periódicos de mi país -dije-.Toda esa
violencia.
Se asustaba falsamente, como de mentira, hacía la broma de que escapaba de mí, de un guatemalteco, luego se
reía.
-Danny boy danny boy, ¿acaso eres un delincuente? –
Ella me miraba como un niño
con aficiones y conversaciones de viejo. Le divertía mis intereses, verme leer
o desayunar todos los días con una lata de cerveza y la seriedad con la que
hablaba de mis años en el colegio, a veces fumando en calcetines y calzoncillos en el
balcón de la casa. Yo era cuatro años menor que ella, pero teníamos la misma
edad.
-Soy un ex pandillero - le
dije viéndola de perfil, mientras me concentraba en recoger el hilo para traer
el anzuelo de vuelta. -¡Un maldito marero! -dije recio abriendo los brazos, aunque ella no conociera esa palabra.
-¡No es cierto! -decía- Tienes los ojos de una buena persona.
-¿una buena persona? ¡¿yo una buena persona?!
Pffff. Es que ni siquiera me conoces. Soy un delincuente, ¿sabías eso? Un
prófugo de la justicia. Tal vez luego te enseñe mis tatuajes, pero no es nada seguro.
-¡Eres un mentiroso! -decía, y se echaba a reír.
-Pues yo no estaría tan seguro si fuera tú.
-Tienes los ojos de un
personaje de la Biblia, ¿sabías tú eso? La mirada de Jesucristo!
Nos reímos, vaya si no nos reíamos. La punta de la caña se doblaba a veces, ella celebraba dando gritos y
saltitos de victoria, corría a la orilla en espera de ver lo que habíamos
atrapado, pero entonces recogíamos el sedal a toda prisa y veíamos solo basura
enganchada en el anzuelo: hierbajos y hojas secas que se amontonaban en el fondo
pegajoso del río.
-Ni siquiera me has preguntado qué estoy haciendo en
este país –le dije.
-Es verdad. ¿Qué haces en España, danny Boy? Es un poco
lejos de watamala, ¿no crees? - Siempre decía "watamala" en vez de Guatemala, todavía no entiendo por qué.
-Solo intento escapar de la justicia –le dije
bromeando de nuevo - y es verdad que ya te lo había dicho. - Me miraba con sospecha, entrecerraba un poco los ojos para verme mientras sonreía del lado.
- Maté a varias personas, asalté varios comercios. No es
algo de lo que me sienta orgulloso, te lo aseguro. Me ha traído muchos problemas.
-Claro que sí, claro que sí. ¡Ay sí! Apostaría todo mi dinero
y mis botas a que eres un amor de persona.-
Somos nuevos, pensaba mientras la miraba bajo el sol
pálido de esa mañana, ella y yo, nuevos por completo. Yo podía ser perfectamente un asesino o un violador y ella jamás se daría cuenta. Teníamos apenas la
capacidad de suponer lo que habíamos sido antes de conocernos, de intentar
adivinar nuestros pasados, de aproximarnos torpemente a ellos, como si nunca
hubiésemos tenido uno. En verdad si hubiésemos inventado todo lo que éramos, ninguno de los dos se habría dado cuenta,
no sabíamos nada del otro, y eso era todo lo que había que saber: justamente nada.
-Bueno, puedes pensar lo que quieras. De todas formas
no pienso delinquir en este país. Al menos no todavía. Están bastante molestos en Guatemala, quieren mi cabeza y no dudo que pronto pedirán mi extradición. Prefiero las actividades silenciosas ahora... ¿sabes? ¡como esta! -dije enseñando la caña de pescar-,permanecer en el anonimato. Volver a disfrutar de una vida tranquila.
Ella se echaba a reír histéricamente.
-Pues qué lástima, danny boy, iba justo a
proponerte que atracáramos un Sabadell esta noche. ¿Sabes? comprar un
barco de pesca con esos euros que tanta falta nos hacen y entonces sí, te lo aseguro, conseguir
sacar algo bueno del agua. ¡Un atún gigantesco!
-¿Te imaginas? – le dije, y ella ponía esos ojos
taciturnos que en verdad estaban imaginando el barco y el oleaje y el momento mismo en que pescábamos a la deriva.
-Sí, danny boy, -decía viendo al infinito. -Un
barco para poder navegar en el mar. Uno con espacio suficiente en la proa para tendernos al sol y poner una hielera.-
Yo era tan tonto, pienso ahora, y ella,
quizás también tan ingenua, aunque eso
no lo sé, en definitiva nunca voy a saber la verdad de las cosas que piensa la gente
estando conmigo (aunque traten de decírmelo), tan ilusa tal vez que también,
igual que yo, creía eso, que nos teníamos como hojas en blanco, como personas
recién nacidas, o recién estrenadas en las cosas que íbamos a empezar a
vivir. Primero con la pesca, luego con otras de un corte mucho más
transgresivo. Olvidando por completo que teníamos un pasado, una serie de acontecimientos y personas de arrastre permanente. ¡Fuera los 24 años
que tenía ella, y fuera mis 20! Empezábamos a vivir a partir de nosotros mismos
en esas conversaciones del río Tormes, en ese momento mismo en que descubríamos que nos gustaba
vernos hacer las cosas juntos. Ver que nos gustaba vernos en un mismo sitio. Ya lo dije antes: juntos.
-Tu apellido – dijo mientras se fijaba en el agua y la corriente
débil que golpeaba en la orilla.
-Sí, ¿qué tiene mi apellido?
-Me cuesta mucho decirlo.
¿Castilo, no?
-Sí, Castilo está bien.
-No te rías.
-No me río. –dije- Solo sonrío.
-¿Qué quieres decir con eso? Te estás riendo.
-No me estoy riendo.
-Pero te quieres reír.
-No me quiero reír.
-Claro que sí
-Claro que no.
Me daba un empujoncito
pequeño. Se cruzaba de brazos. Se ofendía también de mentiras y permanecíamos un
rato en silencio, concentrados solo en la pesca mientras enfrente, del otro
lado, pasaban perros y personas, bicicletas y más personas, todas queriendo
parecer ocupadas, como si en verdad fuesen a alguna parte.
-No es así, ¿verdad? Tu apellido. No se pronuncia de
esa manera. Sé que no es así por la cara que pones cuando lo digo.
-Castilo está bien -insistí. -En serio
está bien.-
-Pero mi pronunciación es fatal.
-No es tan mala
-Es Castle en inglés, ¿no?
-Sí, como el de Disney.- dije.
-Eres un tonto.
Seguimos pescando y
compartiendo emociones fuertes los días que siguieron. Y aquí hablo de
borracheras, lecturas de poesía en Anaya y Rastrel, la vez que le presenté a
García Jambrina en la facultad de filología escupiéndole los lentes con vino y
palabras obscenas difíciles de comprender, discusiones apasionadas mientras
andábamos sin rumbo por la parte nueva de Salamanca, donde los edificios de
apartamentos se suceden hasta el cansancio de las ciudades que se
repiten. Esas secuencias de arquitectura funcional de vivienda popular que existen a la vez en
varios sitios del mundo. Hacíamos siestas en los jardines del rio y Universidad
y tropezábamos borrachos en Molly Malone o en las pendientes de Tentenecio
después de beber doce pintas congeladas de cerveza.
-¿Dirías que eres feliz? – me preguntó una vez hablando recio, como
gritando en una calle oscura y vacía de Portugal, cuando fuimos en el 2014.
Mi respuesta era que sí, que era muy feliz
esos días con ella. Juro por Dios que desde que la vi por primera vez en la cocina a mi regreso de Madrid. Podía decírselo allí mismo, sin mentirle siquiera un poco. Pero no se lo dije.
-¿Pero qué clase de pregunta es esa? -le dije en vez de
eso- Suena como una maldita película de bajo presupuesto. Un diálogo pésimo.
-¡No es cierto! ¡No seas malo! -hacía un berrinche
precioso, dando saltitos mientras me tomaba de la chaqueta para detenernos un momento en mitad de la calle - ¿eres feliz o
no eres feliz, danny boy? Es así se simple.
“¡No sabes cuánto!” Era la respuesta que tenía a tiro,
en la boca. Sonaba dentro de mi cabeza como una serie de estallidos concatenados, como algo que debía decirle: una verdad como un puño.
-¿Tú eres feliz? - Le pregunté de vuelta.
Me soltó de la chaqueta y me dio un empujoncito, antes de volver a acercarse y tomarme de los bolsillos del pantalón. Andábamos lento hacia una de las aceras.
-¡Pero qué clase de pregunta
es esa, Mr. Castilo! Suenas como una fucking película low budget –dijo, otra vez en alto, tratando de imitar mi voz, y nos echamos a reír a gritos, deteniéndonos un momento frente a un
estanco de tabaco cerrado, haciendo ruido al golpear la reja de seguridad, luego vernos los ojos de cerca.
Nos besamos mientras yo
todavía pensaba en eso de la felicidad, que no me había atrevido a decirle. Pensé
que podía romperme perfectamente la cara con unos italianos en Gran Vía o
desafiar la muerte caminando borracho en la cornisa de un edificio en Bilbao al salir por la ventana.
Pero decir que era feliz con ella era mucho más difícil que eso.
Subimos al auto, el interior apestaba a cerveza de lata y
cigarrillos mojados. Habíamos visitado Sintra, me acuerdo muy bien de eso, que vimos un pueblito encantador en el norte y luego hicimos el paseo obligatorio dentro de los bosques inmensos del parque nacional Sintra-Cascais
hasta llegar al Castillo da Pena, que domina la cima de una
montaña rocosa. Ese castillo que ella insistió muerta de risa que era
igual al de Disney. Y era verdad, se parecía mucho al castillo de Disney que
había visto en la infancia. El castle de mi apellido.
-¿Dirías que es el lugar más bonito que has visto? - me preguntó cuando estábamos de vuelta en el volkswagen.
Yo sabía que ella respondería que sí a esa misma
pregunta si yo se la hubiese hecho primero. Se notaba en su cara. Sonreía esperando a que yo
dijera también que sí, que era lo más hermoso que había visto nunca.
-¿El más, más bonito, decís? –dije- ¿De todo…como decir "TODO"?.
Arranqué el auto, vi que teníamos suficiente combustible para el viaje, algo que nos ahorraría algún problema de los que ya estábamos acostumbrados. Esperamos un poco a que se calentara el motor.
-Sí, el mejor de todos. -dijo. Seguía con esa sonrisa
pícara, mordía la manga de su sweater, que era el mío prestado. -¿dirías que es tu favorito?
-Tal vez sí -le dije. Y subí un poco el volumen de la radio en una
canción de Deep Purple, no sabría decir exactamente cuál era en este momento, no lo recuerdo tan bien.
Ella miró el windshield empañado enfrente suyo e hizo un círculo con la mano para ver a través del cristal, como una pequeña ventana de barco..
-Tal vez sí, - murmuré de nuevo, perdido aún en la
pregunta, pero ella ya no podía oírme, mi voz se perdía en la música.
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Estaba conociendo a alguien
de más de veinte años y creía que su vida empezaba en el momento
mismo en que me había conocido a mí en la cocina de Salamanca, en el instante
que yo le mostraba la mía (mi vida, mi edad, mis años) como una posibilidad desinteresada
de compartirlos. Pedíamos algo de tomar en el Montaditos de plaza mayor, la
cerveza más grande que tuvieran, de las que acabaríamos por ordenar muchas más. La observaba cambiar un poco con la cerveza, pero podía tomar varios litros sin
emborracharse. La locura empezaba más bien con la transición al ron
blanco o al whisky barato de Mercadona, que es el que siempre acabábamos
comprando, pero quiero decir que la vi
cientos de veces borracha, atacando sus vasos sin pausa. Así fui quedándome con
sus gestos y sus formas, con su estilo raro de hacer preguntas y todo lo que había aprendido
antes de conocerme a mí, en esos lugares y países lejanos en que había escogido
vivir al graduarse de la universidad. Teníamos horas para hablar,
muchísimo tiempo, y empezamos a cometer entonces el error de querer preguntarnos cosas de las que no queríamos respuestas, o lo que es lo mismo,
de hurgar en nuestros propios pasados, ese periodo de ausencia en el que
estábamos aún lejos de saber que existíamos. Entonces descubrí (¡vaya sorpresa
idiota!) que yo no era la primera persona con la que había salido, y quizás ni
siquiera de esa forma, que llegué a sentir tan mía, tan de mi estilo de vida,
ni la primera vez que se metía un pene en la boca.
¿Que qué quiero decir con todo eso? Que conoces a alguien. Alguien nuevo, siempre como empezando de cero, pero
ya se la chuparon a alguien más. Con esa misma boca que vos vas a empezar a
querer exageradamente cuando empiece a gustarte con delirio. Mucho antes de que
puedas prever los daños irreparables que va a dejarte en la vida. Su recuerdo
perpetuo como el daño más grande que puede infligirse a una persona. Aquí danny
boy, el primero de todos los testigos.
-Me
ofrecieron un trabajo en Salminter. -dijo.
-¿Ah, sí? ¿Y qué es eso? –le dije viendo los autos y los
rótulos de la autopista portuguesa, que ahora estaba oscura y poco transitada. Teníamos una hora de carretera antes de llegar a
Lisboa.
-Eres un patán - dijo riendo. - Mi academia de
español, tontito. Es que nunca me pones atención.
-Creí que se llamaba Totoros o algo de eso.
-¿Totoros? Ni siquiera se parece el nombre - dijo.
-¿Quieres que te pida perdón?
-¡Hey! no te pases de grosero -dijo enseñándome el puño.
Los dos nos reímos.
-¿Es buena paga? - pregunté.
-Pues suficiente como para hacer lo que quiero.
-¿Ah sí? ¿Y qué es eso que quieres?
Abrió la boca en un gesto de sorpresa que luego transformó en una sonrisa.
-¡Lo que hablamos en Ávila, danny boy!
-¿En medio de esa borrachera?
-¿Lo ves? Eres un patán.
Otra vez se ofendía de mentiras. Sus brazos
cruzados, pero no podía dejar de sonreír.
Yo no recordaba ni diez palabras que nos hubiésemos dicho esa noche
atropellada de Ávila, pero recordaba las luces del muro y un
terraplén con parches de grama en el que resbalamos dos veces al intentar subir.
-Debes siempre perdonar a los borrachos –le
dije. -No puedes exigirles demasiado. Son, ¿sabes? ¡como niños!
Ella
se quedaba en silencio. Miraba hacia otra parte en la ventanilla lateral, los
árboles sucediéndose a toda velocidad y la línea continua que formaba la bionda sobre el asfalto.
-¡Vamos,
hombre! ¿Acaso no vas a decirme lo que quieres en esta vida maravillosa?
No
respondía.
-¿Es que no recuerdas mi estado lamentable?
–le dije- Estaba tan borracho que solo…
-Caminatas por el río, ¿no lo recuerdas? –me
interrumpió- Tú escribiendo una novela mientras yo te dejo un momento a solas
en el pequeño estudio del apartamento ¡solo un momento, ¿eh?! –
dijo haciendo el paréntesis- Esa novela que has empezado a escribir, danny
boy, y a la que yo misma voy a poner el título cuando acabe de leer el primer
borrador. Me lo prometiste. Me sé de memoria el argumento.
-Claro, claro… sí, por supuesto, la novela. Lo recuerdo.- Le dije perdido, intentando recordar con mucho
esfuerzo esa conversación, y esa novela.
-No recuerdas que te hablé del apartamento para
dos que vi junto a Casa Lis, ¿verdad? Es ideal para nosotros, danny boy. ¡No te
haces una idea! Me da mucha rabia que a veces solo no escuches lo que digo.-
Me conmovía mucho escucharla hacer planes
conmigo. Pensaba que yo tenía desde ya un pedazo importante en su futuro. También me gustaba ese lado del río junto a Casa Lis, que era más
viejo y auténtico que nuestro vecindario de gitanos de la calle Larga.
-¿Es seguro lo del trabajo?
-¡Sí, danny boy! Solo quería consultarlo
contigo. Van a dejarme decidir hasta finales de mes.
Se mordía las uñas. Ahora examinaba mi perfil con mucho detalle, las luces de los autos que venían en la dirección contraria salpicándose en mi rostro inexpresivo.
-Me parece una buena opción -dije- supongo que serías una
buena profesora de inglés.
-¿Tú crees?
Pero la sonrisa de ella iba desapareciendo
porque yo nunca pude alegrarme sin ser feliz. Esas cosas solo se notan y ella lo estaba
notando.
Quise preguntarle si yo era la primera
persona con la que había vivido antes, pero incluso allí pude contenerme y
escoger no hacerme daño con la respuesta.
Los pasados de las personas
que nos interesan hieren como ninguna otra cosa, y eso vamos a entenderlo todos bien en algún momento de la vida, que son un pasivo de arrastre permanente, una
deuda impagable cuyo acreedor despiadado es: la propia mente. Pero no nos adelantemos. Quiero
hablar de nosotros dos antes del desastre.
II
Empezamos, como todas las
personas que se quieren, a acumular historias, cientos de ellas. Historias que
dan risa, que dan rabia o reproducen permanentemente la locura. Comenzamos a
apropiarnos de ciertos lugares, de algunos cafés, de dos o tres bares y hasta de
algunas marcas de cigarrillos, cervezas y licores, que es justo lo que nos pasó
a nosotros: quedarnos con un sinnúmero de fechas importantes y de cosas
materiales a las que asignamos un valor, a las que dimos un espíritu, (que
era el nuestro). Las personas se quedan con todos esos nombres e imágenes para
ellas, como si se multiplicaran o se quedaran a vivir dentro, como se
quedó ella permanentemente en cientos de sitios y cosas que yo seguí viendo
durante años, incluso después de creer que la olvidaba. Oyen, por ejemplo, una canción en el
carro una vez en la autopista (en la emisora Cadena 100) que se vuelve como un
himno privado para los dos. Una canción con la que se piensan intensamente al
reproducirla estando solos. Pero quiero decir sobre todo que viajan, viajan muchísimo.
Esa combinación de lugares paradisíacos y mujeres hermosas que es
como más se aprovechan las vidas.
Empezas a ver la belleza de
los cuartos de hotel en que se quedan, habitaciones sencillas, y las caminatas
por la mañana, después de desayunar con café negro, bien cargado, y fumar
un cigarrillo con sueño, pisoteándolo luego en el suelo de grava del parking. Los dedos
empiezan a volverse amarillos de tanta nicotina y ella te examina cada uno de
ellos con una caricia. “Siempre fumas con la mano izquierda, ¿verdad que sí,
danny boy?” te dice. Y vos nunca habías pensado en eso, que fumabas solo
con la mano izquierda. Te descubres a través de ella, pensás, todos los años en
que no te pusiste atención ella te los recuerda, te dice como sos, te informa quien eres desde afuera.
Ejecutan torpemente cada uno de
los planes del viaje, sabiendo que de todas formas son ellos la atracción más
importante, la razón misma de querer hacerlo en el primer lugar: la cara confundida de ella, de una mujer
hermosa intentando leer un mapa para después poderte explicar dónde están
exactamente: perdidos en medio de un parque natural con los efectos
psicoactivos del alcohol en su punto más alto.
Hay momentos que te convencen de que nunca habías sido tan feliz en la vida como en ese, mientras fumas y la ves, como si en esa hora que tienes de pronto en las manos con ella superara todas
las anteriores, algo que te había costado 20 años conseguir, y lo repites
mentalmente: ¡20años, dani de la re verga! 20 años para llegar a ella. Ahora
estás con esa mujer en el centro mismo del éxtasis y la belleza y la abrazas
con todas las fuerzas que tienes, como si a través del abrazo dijeras mucho más de lo que serías capaz de decir en palabras, que es una divisa de mucha
menor cuantía.
Te ven a ti, mujeres como ella, con los ojos brillantes y serios
de la importancia más honda. Como si en verdad también sintieran el tamaño
colosal de ese momento y hasta lo respetaran de una forma solemne y
profundamente agradecida. Crees (erróneamente crees, porque aquí va tu primera
errata) que ustedes dos se enseñaron eso por primera vez, que se guiaron
espontáneamente hasta allí, sin saber lo que estaban haciendo. Definitivamente
la sensación de que fuiste vos quien le enseñó todo eso, esa fuerza, esas vistas, la
energía incomparable de los viajes y el amor irresponsable asistido por
pequeñas trampas, como el abuso del alcohol y la transgresión de las normas.
Pero la sigues viendo y ella te mira también de regreso y su fleco se mueve con
el viento hasta golpearle la frente. En un momento sujeta su pelo poniéndolo detrás de la oreja con un movimiento maravilloso de la mano derecha, un gesto automático, casi involuntario que vas a recordar para siempre, dani.
Ves sus ojos siendo
penetrados por el último esfuerzo de luz de esa tarde. Son de un café claro
perlado, pensas que nunca los viste con tanto detalle antes, ni las pecas de su
nariz. Sus pupilas se mueven para ver todo tu rostro con movimientos
medidos, severos, contundentes. Sus ojos viendo los tuyos y cómo se mira cuando los mira. Sonríe y se te ocurre que
te mira con mucha fuerza.. ¿Qué estará pensando? Te decís entonces a vos mismo. Están
juntos los dos, pero eso no quiere decir que no se dejen de hablar en
privado. Vos pensas con palabras, ella también lo hace, también piensa en palabras, se dice
cosas a la misma velocidad de una conversación convencional. Llegas
a una conclusión obvia, pero en la que no habías reparado ante, y es que
cuando te mira con esa intensidad no solo te ve a ti, como ilusamente creías que hacía, sino que ve a otras personas, y es eso justamente lo que empieza de
pronto a lastimarte, a joderte como una basurita que entra en el ojo, como una piedra en
el zapato. Lo que lastra todas las relaciones del mundo, pensas. Al menos las que
comienzan después de los veinte años, cuando ambos han hecho cosas lastimeras. Cosas, digamoslo así,
que dolerían a un padre, a una madre si las supieran.
Se abrazan en un mirador
abandonado al final de un trayecto accidentado en el que fumaron y bebieron
licor de un pachón deportivo, justo en la última actividad del sol, cuando las
nubes se agolparon de pronto en grandes grupos grises al este y estuvieron
seguros de que la lluvia los encontraría inevitablemente a medio camino
de regreso, cuando se refugiaron corriendo en una capilla medieval de frías
paredes enmohecidas en mitad del campo y se besaron en los cuellos tibios que
escurrían agua, secando cigarrillos con mecheros para poderlos encender y
así fumar en espera del temporal. Vuelven a verse. Desde la puerta llegan los
olores de viejas gavetas de madera y filtraciones de agua que proceden del interior congelado de la iglesia. Se miran trabando los ojos en los del otro y se te ocurre pensar de nuevo que ella no te ve sin ver a más genre, porque es
la impresión que tienes ahora. Pensas que ahora no vas a dejar de pensar en
eso, que ella ve a otras personas cuando está contigo, cuando te mira de tan cerca.
Otros hombres que llegaron antes que vos a tocar esa fibra íntima que ella
escogió desproteger al estar contigo, dejándote vulnerarla. Pero sos un
recordatorio, nada más que eso, o eso crees ahora, una forma que tiene
ella de revivir cosas que ya había vivido antes, con anterioridad a todo esto
que tienen mientras esperan a que escampe resguardados en la capilla.
Pensas que ella ya sabía lo que iba a sentir al final de todo,
por eso lo buscó y lo quiso tanto contigo, porque ya sabía dónde encontrarlo, y
lo bien que se sentía, por eso aceptó que viajaran juntos en el primer lugar. Porque, insisto, lo
había hecho con otras personas y conocía bien el resultado. No descubría, como
habías creído al principio, sino que "re-descubría", dos cosas diametralmente
opuestas.
Esa tarde regresan al hotel
y en lo que ella acomoda sus cosas, vos salís a la tienda de un chino de esas
que nunca cierran, ¿o era un turco? (han pasado más de cinco años ya, lo
siento). Compras cigarros, una botella de whiskey, vasos desechables y una
bolsa generosa de hielo, y mientras pagas estás pensando en que quizás la chica
es nueva para vos solo en la medida en que todavía no le has preguntado por su
pasado, preguntas que nunca nadie debiera hacer a alguien que quiere. Pero el
pasado de ella ahora te ronda la cabeza como un fantasma que antes no estaba,
el hecho de que igual que vos, ella ya conociera todas esas cosas, esos trucos
que ahora repite contigo. Viajes, licores, habitaciones de hotel en
carretera.
Puse la compra encima del mostrador para que pudieran cobrarme, hasta ver el escaneo perezoso de los productos con la pistola láser.
-Diez euro –dice la dependienta extranjera,
que seguramente era propietaria del comercio junto con su marido, que sería la
persona delgada y calva que vi acomodando cajas en la parte de atrás.
El rostro de la
señora tenía un tono gris, lleno de dudas con respuestas (podía notarlo solo con verla) dañinas, quizás
un poco como las mías en ese momento. Un rostro poco feliz, eso era.
Saqué un billete de cinco euros, lo demás en
monedas que fui sacando lentamente del pantalón. Escuché a la señora resoplar desesperada
cuando vio que me tardaba tanto al pagar. Quise herirla, decirle tal vez: “¡mejor regrese
a su país de una vez por todas, harpía asquerosa!”. Pero yo era lo mismo que
ella, un extranjero viviendo en Europa. Venía de un país peor que el suyo y
todavía no enfrentaba una vida tan dura como la de ella en esa tienda de 24 horas. Además no quería irme sin la botella y los cigarros. No había otro lugar cerca donde poder conseguirlo.
Dejé las monedas en desorden sobre el
mostrador, un puñado grande de calderilla. Me alegré de que ella tuviera que contar todo. Volvió a resoplar mientras me di el gusto de acercar mi cara para ver
en detalle cómo recogía con dificultad las monedas más pequeñas, una por una, destrozando sus uñas rojas en el procedimiento. Sabía que mi atención la presionaba a hacerlo más rápido. Resoplé queriendo parecer también desesperado, moviendo el pie para para hacerle creer que llevaba prisa.
Vi por la ventana grande de la tienda, hacia donde estaba el hotel y donde estaba Sarah en ese momento y Se me ocurrió entonces que estaba pagando por emociones
adicionales a esa hora donde el turco: tabaco y embriaguez en forma de una
botella grande de J y B. Pero eso también, los dos, la inglesa y yo, lo habíamos
tenido que aprender de alguien más para
quererlo, alguien que no eras vos, y que tampoco era ella, pero que también
habíamos querido en algún momento de nuestras vidas. La sonrisa desapareció lentamente de mi cara cuando pensé en
que pronto estaría de nuevo con ella en la habitación del hotel y que me vería
tentado a hacerle preguntas que podían dañarlo todo: el tiempo que llevábamos juntos.
La dependienta terminó de
guardar las monedas en la caja registradora y me dio las buenas noches de forma mecánica,
sin verme mientras se ocupaba en acomodar algunos productos en la vitrina
frontal. No respondí de regreso, pero ya no sentía placer al tratarla mal.
Salí de la tienda con las
cosas dentro de una bolsa plástica y encendí un cigarrillo para el camino de regreso, ahora había una angustia que no estaba las dos semanas
antes, cuando hablamos en la cocina de Salamanca y luego nos pusimos de acuerdo
para salir a explorar borrachos la misma ciudad todas las noches, para ver lo
que nos sucedía en medio de cien estados etílicos diferentes, poco antes de
comenzar a viajar por la autopista en el polito azul y renunciar,
ahora sí de por vida, a mis clases en la universidad.
III
Llegas al edificio pequeño del hotel con el
letrero de neón rojo al que le falla la letra <e>, “HOTL”, dice, porque la "e" está apagada y no se mira en la oscuridad, ni siquiera parpadea.
Cuentas los pisos y las ventanas. Hay tres o cuatro que todavía tienen la luz
encendida. La recepción se mira desde la calle, han apagado las lámparas del
lobby y solo queda una luz pequeña encima de la cabeza calva del recepcionista soñoliento.
Ahora dudabas de entrar en
ese hotel de Lisboa, dani. Dudas de ella, casi como si te hubiese mentido o fuera alguien
desconocida la que ibas a encontrar adentro. Había tanto por descubrir de ella y no querías saberlo.
Tiras el cigarro y saludas
al recepcionista, vas por el pasillo que conduce a la habitación y entras
poniendo la llave en la cerradura. La ves en cuclillas junto a la maleta, tiene
solo los calzones puestos y cuando escucha que abres la puerta se dirige hacia
ti con una cara de deseo que hace mordiendo el labio, sus dientes superiores
encima del labio inferior, una expresión que ahora reconoces que es aprendida, aunque te gustara tanto esos meses, era aprendida con alguien más que antecedía el beso también aprendido que iba a
darte, y cada uno de los movimientos que hacía, todo era aprendido, como lo
tuyo, que también lo tuviste que aprender de otras personas. Pensas: ¡cuantas personas del pasado se necesitan para saber ejecutar un abrazo, un beso, una caricia! Se
besan junto a la cama y ella te estrecha más contra sus pechos desnudos. Se cae
tu gorra dentro del cuarto al acercar tanto las caras. El sonido del plástico
de la visera queda rebotando como cosa única dentro de la habitación,
antes del silencio y el murmullo de las respiraciones agitadas.
¿Cuantos habrán estado antes así con ella antes que vos, dani? ¿8, 14, 20, 30 personas?
Te apartas un momento para
enseñarle la compra. Ella dice entonces que le urge un trago de whiskey y a ti
también, te urge empezar a beber. Servís el hielo en los dos vasos de plástico y luego un
poco de licor. Es justamente esa imagen del licor la que me permite evocar todo
ahora que escribo, es mi ancla o mi punto de referencia en el tiempo, el hielo
crujiendo y derritiéndose un poco al entrar en contacto con la tibia
temperatura del whiskey, mientras
sus muslos amplios descansan paralelos a la cama, sus caderas anchas en una
hendidura ovalada del edredón. Pensas que todo su cuerpo se ve mejor acostado. Te duele que sea tan linda.
-¿qué te pasa, danny boy?
-¿pasarme algo? -dije- Absolutamente nada. –Me costaba un huevo
sonreír. Me molestaba que ella se diera cuenta de que me costaba un huevo sonreír.
-¿Estás seguro?
-¿Seguro? Por supuesto que estoy seguro.-
Estaba arrinconado, podía leerme demasiado bien -pensé-. Le
había enseñado demasiado de mí como para poder engañarla con éxito.
-Cien por ciento seguro .-insistí probando otro tono de voz, uno más convincente.
-Me duelen un poco las piernas, y creo que también un poco los dedos de
los pies, danny boy- dijo llevando sus manos a uno de sus pies descalzos.
Sonreí sin decir nada.
-¿Te has acalambrado alguna vez los pies, danny boy? Duele muchísimo.
Sobre todo cuando los pones en arco.
Habíamos caminado durante horas. Estábamos agotados. Era el mejor escenario de todos para abrir una botella, (algo que sí habíamos descubierto juntos en las semanas anteriores). Bebimos
en silencio unos minutos hasta que en un momento ella se rió soplando con la
nariz dentro del vaso. Escuché los hielos moverse, su risa ahogada en el fondo del plástico.
-¿Qué pasa? -le dije.
-Nada. Solo recuerdo una estupidez. –respondió.
-¿Sí?
-Algo sin sentido. -dijo.
-Una estupidez, ¿no?-.
-Eso es.-
Puse la tele en un canal aleatorio para escuchar algo
de portugués mientras bebíamos. Era un programa de bajo presupuesto.
-¿De qué se trata esa “estupidez”, si se puede
saber? -le dije
-No tiene sentido, danny boy -dijo- es solo una estupidez.
Solo eso me faltaba, pensé. ¡una estupidez! , un secreto más en esa noche asquerosa.
-¿Tiene que ver conmigo?
-No, no, por Dios ¡No! –dijo, y me dolió el énfasis que
hizo en el no. -nada que ver contigo. –repitió. -Nada de nada.
El portugués se entendía a veces perfectamente, las caras del
programa se miraban más pobres que las de España (no puedo explicar eso de
“pobres”, pero se miraban más sencillas, más desgastadas, al menos
anímicamente).
-Es increíble a veces cómo recordamos el pasado, ¿no crees?
-le dije, y me acosté junto a ella.
-¿El pasado? ¿A qué te refieres?
-El pasado que tienes. A
veces sale de pronto, ¿no te parece? Como si se rebalsara hasta salirte por la
nariz.
Hizo una cara típica de
"estar pensando", de reflexión, sus ojos fijos un rato en la
unidad apagada de aire acondicionado.
-Supongo que
sí- musitó. Tenía sus dedos entre mi pelo, sentí cómo se detenían
por un momento en su recorrido al decir eso sobre el pasado. Tuve la impresión de que sabía adonde estaba yendo yo con toda esa porquería,
como si hubiese podido leer 5 segundos de mis pensamientos en ese momento.
Dejó la caricia unos
segundos después y se acomodó en la cama, tapando sus pechos desnudos con la
sábana, viendo la tele con mucha atención. Era un concurso de la televisión
portuguesa en que los concursantes buscaban ganar premios en efectivo a
cambio de responder correctamente a una serie de preguntas capciosas.
-¿Estuviste alguna vez con
un latino? -Le dije de pronto, después del resto de ese vaso que tomamos en
silencio. Ella había terminado antes que yo de beberlo, pero no se había
atrevido a decirme que le sirviera más.
-¿Perdón? –dijo.
-¿Estuviste con alguno antes?
-¿Qué quieres decir?
Había dado justo en la tecla que habría querido nunca
tocar.
-Un latino.
-¿Un latino? –dijo. Su cara de pronto nerviosa detrás
del vaso de whiskey, que ya solo tenía hielo y un poco de agua derretida en el
fondo. Había pasado muchos días con ella como para que ahora pudiera engañarme
con sus gestos. Los conocía todos. Los había estudiado bien. Supongo que ella
también los míos.
-Sí, un latino. –respondí. –Como yo.
-¿Te refieres a alguien de Latinoamérica?
-Sí. Claro.
-De América.
-Claro.
Sentí un hondo dolor en
el estómago. Un gusto amargo al comprobar mis sospechas. Sonreí escondiendo la
falsedad de esa sonrisa en el vaso de whiskey, pegándole un buen trago
hasta sentir el sabor fuerte y poder trasladar (2 segundos) el dolor hacia algo
equivalente.
-Te refieres si salí alguna vez con un latino, ¿no?
Como en plan novios y eso.
-Sí… esas cosas.
-Pues... hace mucho tiempo –dijo mordiendo la orilla del vaso. -Creo que cuando vivía en China. –Su cara se había puesto un poco roja, sus ojos más grandes.
-¿Crees?
-Sí, han pasado años ya.
-¿Años?
-Bueno, un año y medio, casi dos.
El programa portugués se hacía insoportable. Estaban en
medio de una pregunta de la serie final, si el concursante erraba perdía todo
el dinero que había acumulado. Corría un segundero con sonido de tic-tac
y había música de suspenso en el fondo.
-¿Besaba bien? –dije sin pensar. Era patético, una
pregunta estúpida. Lo supe nomás decirla.
Me vio sonriendo. Luego pareció molestarse. Era una
transición emocional demasiado brusca como para saber qué estaba pensando.
-La verdad es que sí –dijo-. supongo que era un buen
besador.
-¿Supones?
-Lo era.
Eso último lo dijo tan rápido que no pude sentir nada. Ella quería acabar cuanto antes, y con razón. Vi las luces de la tele rebotando en sus ojos grandes, que ya no me miraban.
-¿Lo hacían mucho? –¡Soy un idiota!, pensé, solo lo estoy
empeorando todo.
-¿Hacer qué? -.
-El amor. -
Me había quedado en el aire. No anticipaba el tamaño de esa caída.
Estaba jodido.
-Lo normal –dijo ella, que notaba mi creciente
malestar y sabía exactamente cómo es que debía responder ahora. Estaba dándole un mal rato, y
mucho poder al mostrarle mi enojo y ese dolor infantil.
-¿Era mexicano o algo de eso? –le dije.
-¿Mexicano? ¿Por qué iba a ser mexicano?
-Argentino o mexicano, no sé, están en todas partes,
¿no?. –Son una plaga- eso ultimo lo dije con rabia.
-No, no –dijo ella. - Para nada - Sus ojos fijos en la
tele. -
Hubo otro rato de silencio. Quedaban diez segundos al concursante de la tele para responder.
Miraba los segundos cambiar con lentitud. 9,8,7---
-¿De dónde era entonces?
Hizo una pausa mientras resoplaba.
-¿En verdad te importa eso?
-Pues ya que estamos hablando de él... o de ellos -dije haciendo
demasiado el ridículo. Era vergonzoso.
-¿¡Ellos?!
-Quiero decir, él.
-Eso pensé, - dijo ella.
-¿De dónde era?
El concursante eligió su respuesta a falta de 1 segundo. El público suspiró, algunas caras denotaban que se había equivocado.
-De Venezuela. -dijo, todavía sin verme.
Sentí un pinchazo
en el estómago de angustia. Odiaba el acento venezolano y no me costó imaginarlo, al
tipo, una imagen absurda de un moreno flaco diciendo "marico marico"
con ese acento repugnante que tienen.
-De Valencia –dijo después de un silencio largo con los ojos
todavía puestos en la tele. Su rostro serio, mientras recordaba seguramente a esa
persona. La miré de lleno durante algunos segundos, estaba viendo al infinito de una forma lastimera, como cuando se había
imaginado nuestro barco de pesca.
Me puse el abrigo.
-¿Adónde vas? -dijo ella.
-Afuera - respondí tontamente. -Voy a comprar cerveza. -
-Todavía queda whiskey -dijo.
-Sí, pero tengo ganas de beber cerveza.
-Ok. –dijo ella, que había
tomado el control remoto en la mano, apuntándolo a la tele, pero sin cambiar de
canal.
La persona del concurso se había equivocado y ahora el presentador lo
consolaba con otros premios: un juego de mesa, artículos deportivos y una
cesta con quesos y botellas de vino verde, todo de las marcas patrocinadoras
del programa que ahora el anfitrión enseñaba a la cámara mientras el concursante hacía una
cara de falsa felicidad, quería llorar, estaba claro, pero se las
arreglaba para no pegarle un puñetazo al presentador en medio de la cólera que sentía.
Había perdido cuarenta mil euros en una pregunta de opción múltiple.
IV
Salí del hotel y anduve
hacia la calle que bajaba, que era hacia donde no habíamos ido en todo el
viaje. No había nadie ahí afuera, hacia frio y el asfalto estaba mojado. No se secaría hasta el medio día siguiente,
cuando cargamos nuestras mochilas pequeñas en el maletero del polo sin
hablarnos en todo el camino.
Encontré un parque cerrado
unos minutos después de andar hacia abajo, eran poco más de las 12 de la
noche y la cartilla de información que colgaba en la entrada ponía que el
parque cerraba a las 18 horas entre semana y a las 16 los sábados y
domingos. Eché un vistazo alrededor para comprobar que no hubiera nadie viendo y salté
la verja oxidada de acceso, rompiéndome el pantalón con el filo de una punta de
lanza en la parte más alta. Me arrojé desde allí sobre unos arriates y me sacudí luego los
pantalones, que se habían llenado de pequeñas flores blancas y hojas muertas. Abordé los senderos estrechos de tierra que conducían al
resto del parque: jacarandas y araucarias agrupadas en filas agradables, bancos de cemento, pequeñas fuentes del siglo
XIX y arbustos cortados en forma de animales poco reconocibles,
hasta descubrir un estanque mediano a unos 200 metros de donde estaba, bastante grande para estar dentro de una
ciudad, donde flotaba basura amarillenta de hojas secas. Encontré un sitio para sentarme justo frente a la ribera artificial. Encendí un cigarro y
estiré las piernas en el banco todo lo que pude, hasta poder mirar hacia arriba, las estrellas azules que se disipaban en la bruma de Lisboa.
Cerré los ojos. El soplo del
viento que atravesaba los árboles y los setos de aligustre se intensificaba al
tener los párpados cerrados, o al menos esa era la sensación que tenía. Iba y venía en
ráfagas, una más larga que la otra, y pronto sentí la humedad salobre del mar que
se acumulaba en mi frente, en mis antebrazos cruzados sobre el pecho. Tenía las
piernas calientes dentro de los pantalones vaqueros cuando abrí nuevamente los
ojos.
¿habría peces en esa laguna? Ahora miraba la superficie con más claridad, pero
no lograba concentrarme en ella. Apostaría cualquier cosa a que sí había peces
allí, sobre todo en la parte donde crecían esos carrizos que ahora se doblaban
con el viento. Las dimensiones eran apenas suficientes para pescar. ¿qué
pensaría la inglesa: se podía pescar allí? ¿se atrevería a nadar conmigo esa misma noche para ver la profundidad del agua? ¿iríamos al fondo en medio de la oscuridad para tomar un puñado de fango con la mano? ¿dejaría de nuevo su ropa colgando en un banco para zambullirse? ¿Se acordaría tanto como yo de esa noche?
Saqué otro cigarrillo y lo encendí. Era raro
estar en un lugar de esos extraños sin ella.
Sobre todo por la hora que era y lo importante que habría sido estar solos los dos allí, era el momento favorito de cada uno de nuestros días. Ahora la estaba pensando de nuevo y me recriminaba por ello.
E
lla estaría igual en la habitación del
hotel -pensé-, mirando la tele sin verla, pensando en mí, y en su pasado, que me
lastimaba tanto. Habría bebido ya la mitad de lo que quedaba en la botella de whiskey sin cambiar aún de canal, y trataría de imaginar dónde estaba metido yo en ese momento. Tal vez en el puerto, Belém o Alcantara, más arriba quizás, en la confluencia del río Tajo. Siempre buscaba un sitio con agua para pensar, al menos eso me había dicho ella sobre mí, que yo siempre buscaba un afluente cuando necesitaba concentrarme en algo importante, y tal vez era verdad. Ahora estaba tendido a lo largo de una banca dispuesta frente a una triste laguna cercada, fumando mientras la ceniza caía en mi camiseta y pensaba: “de todas las cosas que había vivido ella, ¿qué sería lo mejor que había tenido, lo mejor que le habría pasado?” ¿tendría acaso yo un sitio dentro de eso? “¿qué podía ser mejor que nosotros dos juntos esa noche que desperdiciábamos en Lisboa?"
Regresé al hotel a la hora y media de haberme marchado. Me detuve un momento junto a la puerta de la habitación para escuchar el sonido de
la tele dentro del cuarto: risas y aplausos. Otro programa de esos que
invitan a un público -pensé,-, pero no había cambiado de canal todavía, era el mismo concurso de preguntas, solo que la repetición de otro episodio. Hice ruido a propósito al girar la llave en la
cerradura y entrar, como avisándole de que ya se podía hacer la dormida.
Adentro me desvestí lentamente, serví un trago de whiskey en uno de los vasos vacíos de plástico y me acosté en la cama junto con ella, que tenía el rostro hacia la otra pared. Vi el resto del episodio sorbiendo el whiskey sin prisa, paladeándolo. Esta vez el concursante era un viejo de dientes amarillos que también perdía en la fase final de preguntas y estuvo a punto de llorar cuando el público se puso de pie en sus sillas para aplaudirle. Tal vez el programa no tenía el dinero de los premios, pensé, por eso los concursantes siempre perdían. Le eché un último vistazo a la inglesa antes de apagar la tele y quedar sumido en la oscuridad. Ahí estaba su pelo negro regado en la almohada del hotel y el relieve de su cuerpo bajo la sábana. Yo nunca me iba a olvidar de eso: de su cabeza alumbrada por la luz de una tele. Mañana
le diría que no tomara ese empleo en la academia de español, que no quería que
siguiera viviendo conmigo.