martes, 13 de septiembre de 2016

La mujer a la que mojé los muslos con xl






Estaba tan borracho que la pobre me veía desde la silla con cara de asco, viendo mientras movía frenéticamente el vaso con hielo y le decía cosas tontas como que la música estaba bastante bien o que hacía mucho tiempo que no iba a esa discoteca, o que ojalá pudiera encender un cigarro sin que los guardias me echaran a patadas y… “¿cómo es que te llamabas? ¿Cómo? ¿Luchi? Me gusta Luchi” Y al acercarme un poco para oírla mejor, el XL con agua mineral resbalaba del vaso y caía sobre sus muslos en una experiencia fría.



-Luchi, ¿te animas con un cigarro?

-¿Perdón?

-Un ci-ga-rro –le dije poniendo los  dedos sobre los labios en ese gesto que todos entienden por fumar.
-Oh, no gracias.
-¿No, luchi? ¿No?
-No fumo, Looney. Gracias -Y volvía a pasarse la mano exasperadamente por el líquido que caía sobre sus piernas, tratando de secarse. 
-Pfff, tú te lo pierdes, Luchi. Tú te lo pierdes.

Salí a la terraza con el cigarro colgando de la boca y los ojos ya como caídos. Desde la puerta me giré para ver a Luchi, que seguía sentada con su mini mini falda y una cara insoportable de querer irse. Pero Paulis bailaba todavía con un barbudo y yo todavía no sabía que se llamaba Paulis o que era la mejor amiga  de Luchi  o que el barbudo era un capitalino que conocieron en ese lugar y que invitaba a todos los tragos, ni que las dos juntas habían escapado esa misma noche de sus casas en un Tercel rojo para ir a la Antigua. Así que yo fumaba en la terraza todavía sin conocer a Paulis, sin haberle hablado un poco o bailar todos un rato para después regresar con Luchi, que tenía un piercing en la nariz y unas caras de desprecio excitantes, como si todo el tiempo estuviera oliendo un pedo desagradable.  Tiré el cigarro en el piso sin estar cerca de terminarlo. Volví con Luchi lo antes que pude.
 
-Luchi, luchi, luchi; la Lucha. –dije. Agarré otra vez el vaso con Xl y Luchi se sentó del lado en la silla, pegando sus muslos a la pared, evitando que la mojara más.
-Oye luchi ¿Con quién vienes?
Entonces me señaló a Paulis, que justo bailaba en el momento que los dos la mirábamos y tomó al barbudo de la mano cuando nos vio y  se acercaron inmediatamente a saludar.
-Soy Paulis –dijo sonriente, extendiendo la mano- él es Pablo.
-Hola, soy Looney- dije-  Mucho gusto.
-¿Looney?
-Eso es, Looney.-

Pensé que Luchi estaba aliviada de no tener que lidiar más conmigo, ahora éramos 4 y volvía a sentarse bien en la silla. Paulis me dijo que era un verdadero gusto conocerme, que estaba borracha y muy contenta y que se sabía esa canción de memoria, que por favor bailáramos en el centro. Así que me tomó a mí y al barbudo de la mano para llevarnos hasta allí. Empezamos a movernos con la música, era bastante fácil. Paulis estaba muy borracha.

-OYE LOONEY, ¿CUÁNTOS AÑOS TIENES?- gritó Paulis. La música se hacía más recia. Paulis era flaca y alta y tenía el pelo negro y la cara huesuda con pecas. Bailaba muy bien. 
-Tengo 44, Paulis. ¿Cuántos tienes tú?
-¿ES EN SERIO? ¡¿Tienes 44?!
Dio la vuelta al barbudo y se acercó un poco a mí para escuchar mejor lo que decía. Se estaba divirtiendo.
-Sí, en serio, tengo 44 años-le dije.
-Pues eres el mejor adulto que conozco. –dijo sonriendo con los ojos locuaces y siguió bailando un rato con cada uno. -¡Eres grande Looney!

 Pasaron una o dos canciones que Paulis se sabía de memoria, a la perfección, luego pasaron alguna de ¿Los Hombres G? y el barbudo preguntó que si queríamos tomar algo en la mesa. Así que fuimos todos sudados adonde estaba Luchi, que seguía sentada con cara de desesperación. 

-¿Qué quieren tomar?- preguntó el tipo.
Nos vimos un rato sin decidirnos. Quise sugerir una botella de XL pero no me quedaban ni diez quetzales en la billetera y la gente suele quejarse bastante del Xtra Lucas.
-¿Se les ocurre algo? –pregunté a las chicas.
Entonces, para sorpresa de todos, Luchi dijo que tomaría Vodka.
-¿Es en serio, Luchi? ¿¡Vas a tomar!?- gritó Paulis.
-Sí, el vodka no está mal-dijo.
Entonces Paulis abrazó a Luchi y todos nos alegramos mucho porque Luchi no había tomado nada en toda la noche. El barbudo fue inmediatamente a ordenar la botella.
-Entonces, Paulis, ¿Cuántos años tienes?-pregunté.
Paulis se rió y apretó los dientes en un gesto encantador de “me da mucha pena”.
-Vamos, Paulis, soy yo quien debe estar avergonzado –dije-. ¿Qué tienes? ¿20 años?
Paulis se rió otra vez y me dio un golpecito con la mano.
-¿19? ¿18?-insistí.


-Tengo 16, Looney, 16 años.

Iba a decirle a Paulis que estuve mil veces en ese mismo lugar cuando tenía su edad, que bailé hasta el cansancio de camisas sudadas y resacas de muerte, que fumé cartones enteros escuchando canciones que ella no conocía o que me emborraché como nunca una noche de 1988 con una niña igual a su mejor amiga Luchi. Pero llegó la botella de vodka y solo le dije que me gustaba mucho que las nuevas generaciones se atrevieran a salir tanto.  El barbudo sirvió el vodka generosamente, vertiendo bastante del líquido en cada vaso y mezclándolo con jugo de naranja, hasta quedar un color amarillo pálido a través del vidrio. Cada quien agarró su trago.

-Quiero brindar- dije gritando, viendo las caras de todos como a través de un lente sucio- por la posibilidad de sentirme joven y compartir esta botella con ustedes. Es un verdadero gusto.-
Las dos chicas dieron un grito de alegría, chocamos los vasos en el centro de la mesa y tomamos un buen trago. “¡Salud!”

Luchi se miraba encantadora detrás del vaso de vodka. Tomaba con mucho estilo y se reía un poco de nosotros con la nariz dentro del vaso, empañándolo un poco.  Pensaba que me quería acostar con ella, (con las dos), con Luchi, pero era francamente pequeña. 
Saqué un cigarro del cartón y lo sostuve para ofrecer a los demás. 
-¿Alguien quiere salir a la terraza?-

Dos cigarros menos en el paquete de Marlboro y Luchi otra vez sola en la silla cuando Paulis y el barbudo aceptaron salir a fumar. 

-Oye, Looney… mmmm (decía Paulis mientras el encendedor chispeaba cerca de su cara y el cigarro partía la llama), mmmmmm.. ¿Qué haces acá? ¿Vienes con alguien?
-¿Que si vengo con alguien?
-mmmjmmm…
Paulis fumaba sin llevar el humo a los pulmones, cambiando de mano, (supongo), para que sus padres no distinguieran el olor del tabaco en los dedos al volver a su casa.
-¿Es que acaso viniste solo?-insistió con el cigarro ya encendido.
-Es lo que hago, Paulis. Cada sábado.
-¿No tienes amigos? –preguntó el barbudo.
-Oh, sí tengo amigos.
-Oye, Looney, ¿a qué te dedicas?
Di una calada larga al cigarro. Vi la cara de Paulis que estaba como absteniéndose de preguntar algo más.
-Me da mucha vergüenza decirlo, Paulis. No es algo que me guste decir frente a nuevos amigos, piensan que soy un vago.
Paulis seguía el movimiento de mi mano con el cigarro.
 -¿Estás casado, Looney?
-¿Por el anillo dices? No, no es nada, lo llevaba mi abuelo todo el tiempo.
-¿Por qué no te casas, Looney? –preguntó el barbudo.
-Sí, Looney, ¿Por qué no te casas? –dijo Paulis.


-No creo en eso, amigos. No creo en eso.
-¿En qué crees, entonces?-dijo Paulis, con cara de entrometida, viéndome desde el vaso.
Y a pesar de querer decirlo, tal vez salir de la discoteca un momento para hablarlo despacio, escogí no hablarles de Inés, de la vez que no pude hacerle el amor cuando tenía la misma edad que ellos.
-Creo que las cosas se repiten a sí mismas.- dije.
-No entiendo,  Looney... ¡Pero se oye genial!
-Yo tampoco  –les dije sonriendo- Yo tampoco entiendo.

Volvimos a la mesa. Encontramos a Luchi de espaldas, sirviéndose otro trago hasta la mitad del vaso, después un poco de jugo. Nos bebimos uno o dos guaros más, hablando de cualquier cosa, gritando canciones que nos sabíamos.

-¿Cómo te sientes, Luchi?
-Un poco mareada, Looney.
-¿Eso es bueno?
-Es fantástico, Looney.
-Pues me alegro mucho
Volvimos a chochar vasos. Luchi estaba muy contenta. Tomamos un trago larguísimo.
-¿Te digo una cosa, Luchi? le dije.
-mmmmjjjmmm
-Ahora mismo eres la chica más guapa que conozco.

 Serví un trago para llevar en la mano y eché un vistazo al reloj; el lugar cerraría en menos de diez minutos. Dije a las chicas que volvía en un momento, que necesitaba ir al baño. Paulis se acercó para decirme que el lugar cerraría en cualquier momento y le sonreí. Había demasiada gente para encontrarnos cuando apagaran la música, los dos lo sabíamos. Tomó una servilleta y anotó una dirección de la zona 5 de Guatemala. 
-Pablo vive solo –dijo Paulis.
-¿El barbudo? –pregunté.
Paulis sonrió con los ojos borrachos. -Sí, el barbudo. Vamos a seguir allí hasta las tres, Loooney. Ahora lo sabes, a Luchi le gustaría que vinieras.

Guardé la servilleta y miré a Luchi una última vez, hacía solo un par de horas que había mojado sus muslos con XL tratando de convencerla de que no era tan malo estar conmigo, ahora estaba borracha, sonriéndome con los ojos perdidos.


-Ahora vuelvo, chicas. Ahora vuelvo. – les dije.

Con el chorro de pipí fijo en la cerámica del mingitorio pensé en todas  las veces que había hecho lo mismo, pensar en la noche mientras orinaba la cerámica. Como cada sábado pensé que Inés seguía estando en todas partes, en todas las niñas que se arrastran en autos familiares para llegar a la Antigua, parando en gasolineras Shell para comprar cerveza de lata y cigarros mentolados y ocupar mesas  y abarrotar discotecas y pedir botellas y tomar hasta mojarse la cabeza con guaro y ¿Sabés una cosa? Siguen teniendo problemas para parquear los carros de sus padres en la calle y siguen siendo vulnerables a desafortunados como yo, que igual nunca  consiguieron desnudarlas en cuartos de hotel mal iluminados, con la luz irregular de, (no sé), un televisor curvo que salpicase a los dos; comerciales nacionales en sucesión continua que alumbrasen momentáneamente los muslos desnudos, la ropa tirada en el suelo, los abdómenes planos de gente que se entusiasma por ensalivar al otro. Estar cerca, Looney, pero nunca respirar el vapor que despide la boca de una niña de 16 años cuando se agita o sus manos cuando te aprieta por las muñecas o te agarra por el cuello para decirte “me muero por volver a verte”. 

Cuando salí del baño las luces del lugar estaban encendidas y tardé un rato en volver a la mesa con tanta gente yendo en la misma dirección. La botella de vodka seguía allí, con algunos vasos todavía llenos por la mitad, el de Luchi en el lugar exacto donde lo dejó. Como esperaba, las chicas  ya se habían ido.

Cené algo en Wendy’s, el que está en Parque Central. Los empleados se recostaban perezosos en el mostrador esperando a que me fuera. No tardé en acabar la hamburguesa y dar gracias al policía que tuvo que quitar nuevamente el cerrojo para que pudiera salir a la calle. Tomé el carro después de buscarlo un rato alrededor del parque, tal vez menos borracho que cuando abordé a Luchi en la discoteca y pensé: raro lo del vodka. 

La Antigua estaba desierta y la carretera para volver a Guatemala muy oscura, más oscura que todas las veces que dejé la Antigua. 

Tomé las primeras curvas cambiando la radio, tratando de encontrar una estación con música moderna para despejarme un poco. Todo lo que había era salsa o canciones de reggaetón, remixes con el tempo de la pista alterado.  Finalmente di con una estación de música en inglés y sonó esta canción que conocía y que decía más o menos “the Motor City is burning, babe/ There ain't a thing in the world they can do”, no era una canción moderna. Encendí un cigarro mientras la música se regaba por la ventana abierta, perdiéndose en la neblina como la luz. It started on 12th Clair Mount that morning/ It made the, the pig cops all jump and shout/ I said, it started on 12th Clair Mount that morning/ It made the, the pigs in the street go freak out.



Habría de pasar Santa Lucía Milpas Altas, un poco más, la gasolinera Shell y otra vez la oscuridad de las curvas  (Ma home town burning down to the ground
Worser than Vietnam) para distinguir, a los lejos, unas luces ambarinas que iluminaban intermitentemente los árboles, el muro de contención pintado de verde. Seguí adelante y después, solo después, pude ver el asfalto negro y mojado por los líquidos que salían de la intermitencia, de las piezas de un auto regadas por todas partes de la carretera: plástico de stops, trozos de aro, de windshield, respaldos de cabeza, bolsas de aire que salían por las dos ventanas, pedazos de tela y la tapadera del capó como un resorte contraído.
Sentí el estómago encogerse en una punzada. The fire wagons kept comin', baby/ But the Black Panther Snipers wouldn't let them put it out/ wouldn’t let them put it out, wouldn't let them put it out. Orillé mi carro unos 10 metros atrás del accidente. Estaba viendo un Tercel Rojo destrozado. 

Una persona salió de la curva y se acercó corriendo para asomarse en la ventana de aluminio doblada, luego se alejó metiendo la cara en el cuello de la camisa haciendo un movimiento de “no” con la cabeza. “No puede ser”. Fui hasta donde estaba el señor. El tipo decía “mierda, se hicieron mierda” una y otra vez, ahora con las dos manos en la cabeza, “se hicieron mierda”. Pisé todos los chayes que había hasta también, poderme asomar a la ventana.  Las dos piernas de Luchi estaban atrapadas bajo el timón y el salpicadero, todavía tenían el color de antes, sus muslos tersos por la falda. Tenía la cara gacha, el cuello dislocado y le faltaban trozos de pelo en la cabeza, de cuero cabelludo que se había adherido al windshield. Eché un vistazo al resto de pasajeros pero fue inútil, los rostros estaban desfigurados y también, había piel y pedazos de pelo en las ventanas laterales rotas; los asientos absorbían grandes cantidades de sangre. Me tardó un rato reparar en que la radio seguía sonando en una de las puertas traseras del Tercel rojo a pesar del accidente y que corría un anuncio, me acuerdo, de cerveza Busch Light. 
Pensé que el tipo había sido el primero en llegar junto al auto y  le dije:



-¿Sabe qué música oían durante el accidente?
 Me vio con una cara espantosa de náusea y repudio.


Volví a asomarme al interior y pensé en las pecas de Paulis, en el alcohol que corría en el cuerpo sin  vida de los 3 adolescentes, la botella de vodka que nos tomamos después de brindar y emocionarnos tanto. Metí medio cuerpo para ver una última vez a Luchi, subiendo delicadamente su barbilla. 
El piercing no estaba en la nariz y pensé que en algunas horas lo encontrarían los bomberos, tal vez en las alfombras del suelo y lo guardarían para ellos. Tal vez había volado por la ventana y habría de pasar meses para que una persona lo encontrara, alguien que nunca llegaría a sospechar que el piercing perteneció a una muerta de 16 años a la que mojé los muslos con XL.

Regresé a mi carro y volví a tomar el camino. El tipo que se acercó al accidente se llevaba un celular a la oreja y me miraba con ojos de “loco desgraciado” en medio de la carretera. La radio de la canción anterior estaba en espacio publicitario, subí un poco el volumen y encendí  otro cigarro. 
Pasé San Lucas, seguí bajando, atravesé la Roosevelt a través de semáforos intermitentes, viendo sucursales de pollo frito, pacas/tiendas de ropa americana cerradas por la hora y rejas horribles con grafitis de  “China, regresa” o “Nunca me olvides. J y M, 2005 o “Te amo con todo mi corazón”. Doblé antes del zoológico, 7ª avenida. Pensé en lo triste del color de los edificios militares. 
Parqueé después de una pulpería, cuadra y media más lejos y me busqué las llaves de la casa en el pantalón.

 
Cuando subí las escaleras y entré en el cuarto ahí estaba mi mujer durmiendo de espaldas a la puerta. Pensé que no era Inés, que no era Luchi. Me senté en la cama para quitarme los zapatos y ella apenas se movió. Le di unas vueltas al anillo en la oscuridad, volteé para verla. Esa era mi esposa, pensé, y el resto de lo que sería mi vida.  Estaba seguro  que en realidad no estaba durmiendo. Cualquiera se hace el dormido cuando todo empieza a dejar de importar, pensé,  cuando todo empieza a joder como un rechinido, cuando todo empieza a dar un poco de asco. Bajé a la cocina por un vaso de cualquier cosa… de Toki. Me apoyé en la mesa del pantri y saqué la servilleta con la dirección de zona 5. Pensé en la letra infantil de Paulis, de colegio,  y en el tipo que se asomó a la ventana del Tercel Rojo muerto del miedo, metiendo la cara dentro de su camiseta cuando vio los cuerpos ensangrentados. Di un trago largo al fresco y pensé que seguía con ganas de cometer una infidelidad con alguien que ahora estaba muerta; que nadie habría de llegar esa noche a la dirección de la servilleta.


Your mama, papa don't know what the trouble is
You see, they don't know what it's all about
I said, your mama, papa don't know what the trouble is, baby
They just can't see what it's all about






Image result for gordito xl guatemala