viernes, 22 de noviembre de 2019

Los cibernautas tristes de la madrugada



Estoy metido en un chat gratuito de Terra al filo de las 2 de la mañana  con la vista lamiendo los nicknames de los usuarios en línea (boxcar_racer, fitipaldis4, hermanomayor, tu_padre88, vaya-vaya37, para-siempre-tuyo…). Un total de 73 desvelos en la sala de amor/amistad. Unas 10 personas que siguen typeando muertos de sueño por una cibernauta Lolymelon que asegura vivir cerca del Espolón.

 Matadorkempes propone fumar un cigarro en las bancas de Pérez Galdós, esas que están frente al café Ñ. Todos dicen que sí, yo mismo digo que sí. Lolymelon está escribiendo… Parece que escribe y borra lo que quiere decir una y otra vez una y otra vez hasta que aparece finalmente un emoticono con cara de “:s” seguido de "mucho frío..." y una taza de café y un muñeco de nieve y un copo, también del vetusto catálogo de emoticonos de Terra que recuerdan a messenger. Nadie vuelve a pensar en el cigarro. Se descarta. Matadorkempes, si es que en verdad fuma, seguramente tenga que encenderlo solo frente a la PC de su casa, o salir en calcetines al balcón de su triste apartamento, igual que el resto de nosotros, para fumar esa madrugada pensando en algo importante. Pregunté "¿de qué sirve este chat? ¿Se queda alguna vez con alguien? O ¿Han quedado alguna vez con alguien, se han visto??”

DeNiro84 dijo que los chats estaban muertos desde hacía mucho tiempo. En 2005 -dijo- reunió un grupo de 15 personas que se vieron en la Plaza, después tomaron una cerveza en el local latino, el que está cerca del Puente de Hierro. Había chicos y chicas, eran otros tiempos, apuntó, tiempos de foros, blogs y salas de chat en internet copados de gente. Años muy felices.

Babyranks entra en la sala. Nadie habla por un momento hasta que B.ranks, recién ingresado, hace exactamente lo que hacen todos. Escribe un hola y poco después, cuando examinó ya la lista de personas en línea, se dirige a Lolymelon, que es la única mujer que aparece en la columna lateral de usuarios online. Naturalmente, los que estamos leyendo lo que pone nos vemos reflejados en él y resulta penoso y  tan triste verse reflejado en un hombre que busca a una mujer. Le pregunta a la chica que si trabaja o que si va a la universidad mientras me imagino cómo sería ese tal babyranks,  tal vez porque pienso en un  latino de esos demasiado sueltos (españolizados, caninizados) que igual hablan como españoles y alardean de la parte exótica de sus países de origen que ni conocen,.  Me incorporo un poco frente a la silla, las manos sobre el teclado y escribo “Babyranks es un caliente de mierda, ¿no creen?”
 

Hay un minuto en que no sucede nada en la sala de chat. Luego, casi al mismo tiempo, dicen todos que me calme, que todos están, dicen, “de buen rollo”. Era una estupidez  atacar eso, pienso ahora,  decir que estábamos online por otra cosa que querer encontrar a una mujer,  Alguien joven para vivir algo esa misma madrugada porque al final todo el mundo es optimista, dispuestos a las mismas cosas. Tan solo conseguir hablar con Lolymelon por teléfono -pensaba- y decirle que estaba loco esa noche por las cosas que había visto en la ventana de uno de mis vecinos y que tenía una botella casi nueva de wiski para bebérnosla y contárselo todo todo, ver lo que sucedía si nos la bebíamos entera en el paseo del Ebro, que podíamos hacer lo que quisiéramos, que se diera cuenta: al final solo  éramos jóvenes. Nadie mandaba sobre nuestras vidas. Éramos jóvenes Loly. 
 

Yo era uno de esos 72 desvelados en la sala de amor/amistad. Me lo dije esa vez, al menos recuerdo haberlo pensado: hay ratos en que podés sentirte especial, Dani, único, a veces fuera de serie, pero todo eso se cae cuando te ves en una sala de chat gratuito en español con gente mediocre que toma las mismas decisiones que vos tomaste para estar allí, invirtiendo el tiempo en las mismas cosas, a la misma hora. Incluso cuando se trata de ser prudentes y no espantar a una chica sin cara y sin nombre que entra en una sala virtual, como en este caso, intentando sacar algo verdadero de allí, desesperadamente, una historia con ella. Sos igual que ellos, pensas. Solo que ellos lo saben, lo aceptan resignadamente, lo reconocen, se rindieron hace tiempo, pero vos no. Somos todos unas ratas que saben usar el internet, pero eso es todo lo que hay. Lolymelon escribe: "Estudio. Sólo estudio.”


Dejo el brillo del monitor por un momento. Atravieso la sala, el pasillo que da a la cocina y el resto del apartamento a oscuras, que está hecho un desastre. Entiendo que llevo más de 6 horas bebiendo con el chat abierto de Terra (porque no logro escribir nada desde hace tres días en esa biblioteca pública de la Rioja, ni en las tardes cuando vuelvo a mi habitación y empiezo a desesperarme frente al teclado). Toco las paredes rugosas con las manos hasta dar con el plástico liso del interruptor. La luz que se siente rara, como demasiado amarilla al caer sobre los muebles viejos y el piso cerámico y las cosas que conozco. Llego a la nevera, saco una Steinburg helada, me asomo a la ventana y veo  los aspersores que mojan la grama y los troncos de los árboles. Me vuelvo a sentar frente al monitor. Manos en el teclado. Pregunto que si conocen la cerveza del Mercadona, la Steinburg. 

Eloymanipulador, que apenas había participado antes en la conversación, resulta que es uno de esos expertos en cerveza de lata y tabaco para liar y mecheros Zippo y no tarda en desplegar su conocimiento en el chat. Por suerte para él, esa noche puede darse el lujo de tener una pestaña de Internet Explorer abierta con Google por cualquier  consulta, poder revisar a cada momento que esté escribiendo correctamente las marcas de cerveza que recomienda. Porque es normal equivocarse al recomendar por escrito una Stella Artois o Leffe o Budweiser o Guinnes o Lannister. Me río en alto de esa estupidez, y de todo lo que pienso esa noche, de lo que estaba siendo mi vida después de abandonar la universidad de Salamanca. En todo  caso yo también tuve que echar un vistazo a la lata verde de cerveza para escribir correctamente “Steinburg”.

Tres usuarios encuentran interesante el tema y preguntan a Lolymelon que  qué es lo que más le gusta beber, a lo que ella responde a secas: “cubatas. Bebo cubatas”. “La cerveza es mejor que los cubatas… ¡mejor que la Coca-Cola!”, dice DeNiro84 que seguramente sólo acompañe la comida con refrescos carbonatados de frutas o haga un esfuerzo enorme cada vez que (presionado por la compañía de un amigo gamer) se atreva con una cerveza en 100 Montaditos. “Pero… Danidanidani" (que soy yo), escribe Eloymanipulador zanjando el tema de una vez por todas, “la Steinburg es bastante buena, eh?”  “Por el precio, vamos”, 


Se habla con menos ganas y la conversación languidece. A todos nos rutila de inactividad la barrita del cursor sobre el cuadro de texto de Terra, pero nos da pánico que Lolymelon abandone la sala dejándonos solos. Pensamos en algo que haga que se quede un poco más, que se desvele con nosotros un poco más, que es lo que queremos al final: la compañía de una mujer logroñesa. 

“¿Qué estudias Loly?”, dice Babyranks. Pero esa es quizá demasiada información y Lolymelon tira un “jeje” seguido de un emoticono con movimiento propio que sonríe y se pone rojo una y otra vez. Algún optimista pregunta por su número de móvil, ella ni siquiera contesta.

Matadorkempes se despide a las 3 de la mañana en punto. Después del “cuídense” escribe “¡ah! me olvidaba: todavía voy a salir a fumar ese cigarro que nadie quiso  en la plaza de avenida Pérez Galdós, los bancos frente al Café Ñ. Digo por si hay alguien que tampoco pueda dormir esta noche. Saludos y buenas noches, gente de Terra”. Aparece un mensaje autogenerado en letras itálicas que dice: Matador Kempes ha abandonado la sala. Su nombre desaparece de la lista de personas en línea.

El crack de otra cerveza rebota en las paredes de mi apartamento y hace un pequeño eco al entrar en la cocina, otra Steinburg congelada que te hace eructar al segundo trago, antes de llegar a la silla. La luz del monitor otra vez sobre la mano que controla el mouse y un paquete de Ducados rubios inmediatamente después, que son los que empecé a comprar cuando se fue Sarah y me daba lástima fumar Marlboro. No tuve tiempo de decirle a Matador que lo acompañaba con un cigarro, después de todo salir del apartamento me haría bien,  estirar las piernas, hablar con alguien de cualquier cosa, de Lolymelon, de si en verdad existiría en alguna parte de La Rioia, o del mundo. Fui por mi abrigo y me lavé los dientes.

Matador, o la persona que supongo Matador, está sentado en una banca viendo la pantalla de un Smartphone que le alumbra la cara por debajo de una de esas gorras que ponen Obey y se muerde el cordón del pullover en un gesto de aburrido entretenimiento. Toca la pantalla del celular con cierta violencia despreocupada, como bajando en una lista de contactos interminable o fotos o canciones de una playlist infinita. El supuesto Matador no está fumando, no hay  siquiera rastro de una cajetilla sobre sus muslos o al lado suyo, en el banco,  y es probable que no fume aunque sí cabe pensar que se haya fumado un cigarro antes, en el tiempo que tardé caminando hasta calle Somosierra. También es posible que no sea Matadorkempes del chat de Terra el que está allí sentado y sólo alguien que espera recibir una llamada importante, quizá simplemente alguien que no puede dormir, que sale a intentar resolver un problema. Alguien como yo.

Hace un frío de ponerse la capucha –pienso-, que otras veces parece tan innecesaria, y meter las manos en los bolsillos en busca de una diferencia mínima de calor. Pasa un envoltorio morado de ¿galletas Milka? dando vueltas arrastrado por el viento y es lo único que se escucha, el plástico haciendo desplazamientos largos jjjjjjj y /…/ jjjjjj…. Deteniéndose, luego otra vez jjjjjjjjjj en el asfalto mojado. De día esas cosas ni siquiera hacen ruido.  El supuesto Matadorkempes sigue viendo el celular aunque ya no toca la pantalla táctil con la misma fuerza de antes y parece que se hubiera detenido en alguna publicación, en un artículo  deportivo de As o de Marca, que es lo que lee esa gente. Los que incian peleas en los comentarios de Sport por defender a sus equipos de primera división.

Saco un Ducados con las manos casi congeladas y cruzo el paso de cebra que da  hacia la pequeña plaza. Las luces del semáforo rutilan en ámbar y se reflejan en la pintura blanca del pavimento, se escucha el viento en las orejas como soplar en un micrófono.

Matadorkempes aparta la mano del teléfono un momento y se la frota contra los pantalones deportivos, después empuña y sopla a través de los dedos para calentarlos, ahí es que me ve por primera vez. Avanzo y empiezo a notar algunos detalles suyos, como que tiene los lados de la cabeza rapados y que la gorra efectivamente dice OBEY. Pongo el cigarro en los labios y me acerco a pedirle  fuego.

-Buenas noches- digo- ¿tienes…?-
 Y dice “sí, chabón” al ver el Ducados colgando de mis labios y me río mientras lo veo buscar fuego en sus pants deportivos delgados porque pienso que tiene que ser él obligatoriamente, porque se nota demasiado el acento agudo argentino y para quienes no lo sepan, Matador Kempes es un ex jugador de fútbol  y comentarista de ese pais. 

-¿Por qué te pusiste Matadorkempes en Terra?- le digo mientras se deja de palpar el otro bolsillo, (siempre lo que buscas está en el segundo bolsillo).
-¿Pero vos sos gay?!- Dice con la voz chillona de los argentinos cuando preguntan algo a la defensiva.
Me quedo de pie sonriendo con el cigarro en los labios.
-¿Cuál es el problema? -le digo, y casi me río de forma siniesta apretando los dientes. 
M. Kempres se levanta y se aleja dos pasos, hacia la avenida, se compone la gorra. Extiende los brazos a los lados como el Cristo Redentor de Brasil.
-¿Vos quién sos, pibe?- pregunta.
-Soy Danidanidani- le digo- del chat, ¿Me prestas el fuego?-
Se calma un poco, aunque con cara de asco,  y sigue con la búsqueda del encendedor en el bolsillo que le hacía falta. Lo saca y me lo extiende sujetándolo con los dedos más largos.
-Gracias-.
-Dale- dice, y mira incómodo para otra parte, la calle vacía, el rótulo fluorescente de Café Ñ apagado por la hora. Le devuelvo el encendedor.

-¿Crees que vaya a venir Lolymelon?- le digo.
-Yyyyyy… no sé, chabón… Yo igual lo puse en el chat, ¿viste?, `por si acaso.
-¿Por qué preguntaste antes que si era gay?
-Chabón, porque la invitación no era para vos, ¿te das cuenta? Ni para vos ni para los otros forros del chat. Mirá que a veces vienen pibas a esta hora… pasean un perro, fuman un cigarrillo, arman kilombos por teléfono… no sé, las cosas que hacen las chicas.
-¿Por qué invitaste a todos entonces?- le dije y el argentino me vio con algo de miedo y distancia a la vez, cuando se dio cuenta que había estado bebiendo.
-Pelotudo, para que lo viera Loly. Las minas no tienen nada que hacer a veces y dan una vuelta larga en lugar de seguir conectadas al chat.
-¿Para qué?
-YYY… andá a ver. Tal vez para evaluarte de lejos. Son curiosas las minas, ¿eh?  
-Pareces Babyranks. –le digo con un desprecio creciente. Aprentando los puños en medio del frío y la ira, queriendo con todo mi ser que suceda algo esa madrugada: una pelea.
-¿Qué decís, pibe?- dice. Otra vez el tono argentino agudo.
-Pensé que eras Babyranks. Pareces un pandillero-le digo- La gorra, el pelo a lo Cristiano Ronaldo, el tatuaje de coronas en el cuello, los zapatos blancos de basquetbol. Un reggaetonero. Un sudaca con pinta de dealer. Barriobajero,  villero, cani de España.
-¡¿Pero qué me estás diciendo, alto sorete de perro?!
Me quedé donde estaba, sonriendo, viéndolo a sus dos ojos pequeños, que eran los de una rata cobarde.
-¿Qué vas a hacer después de todo lo que te dije? –le pregunto con tranquilidad. Me lamo los labios. Tengo los puños apretados en la chaqueta.

Hizo el ademán de quitarse el pullover para pelear y luego se detuvo. Dijo que no me iba a romper la cara sólo porque “te lo digo en serio, conchudo, no me creo lo que estás diciendo”. Y se alejó caminando erguido y volteando con cara de malo cada cinco pasos hasta que lo vi perderse después del Café Ñ.

 La brasa del cigarro estaba empezando a quemarme los dedos y lo tiré bajo los árboles enanos del parque. Ocupé el lugar de Matadorkempes en el banco y encendí otro cigarro con la vista entera hacia la plaza vacía. Los sitios que en el día están llenos de gente –pensé- ahora vacíos, para una sola persona, después de todos esos niños y niñas, perros y bicicletas y abuelos usurpando los sitios de sombra y parejas de gitanos y familias de matrimonios jóvenes y árabes leyendo el periódico con los dientes amarillos de fumar tanto y adultos divorciados regresando a sus pisos con bolsas pequeñas del Consum. Chupé el Ducados con las manos temblando del fío en cada calada y pensé por primera vez en mucho tiempo en todo lo que había cambiado mi vida. En lo que era. Y en lo difícil que sería recuperarla en Guatemala, si algún día decidía volver. Me gustaba España, había aprendido a quererla, pero empezaba aburrirme de las cosas que no eran mías, como esa plaza de Logroño que decía tantas cosas al verla. Había dejado ya la universidad (para siempre)  y la Rioja podía ser una gran aventura, desde luego un gran acierto si seguían ocurriéndome cosas, si seguía siendo valiente,  pero también podía ser un gran desperdicio, una forma de perder el tiempo y sentarme durante  horas a recordar el pasado.

Estaba a punto de irme, sacudiendo la ceniza de mis pantalones cuando al otro lado de la plaza vi que se acercaba una persona. Era una chica tal vez demasiado grande en un abrigo rojo y leggins negros que paseaba un perro pequeño en uno de los extremos más alejados de la plaza. Sin duda una señora gorda de rostro muy blanco y el pelo negro que se detuvo un momento con el perro a ver hacia donde yo estaba, todavía de pie junto a la banca, frente al café Ñ clausurado. Nos vimos unos segundos y le hice un saludo con la mano que pareció asustarla, pues se fue recto en esa misma calle, sin voltear en el lado ancho del paseo peatonal, a donde estoy seguro, pretendía hacer su paseo si no hubiera estado yo.

La PC estaba encendida cuando regresé al apartamento, con el salvapantallas de Windows, ese que rebota en los cuatro extremos del monitor y cambia de color al contacto de los bordes. Fui por otra Steinburg helada a la cocina y regresé al escritorio. Moví el ratón y apareció la página del chat que había dejado abierta. 2 personas online en la sala amor/amistad. Ya no eran insomnes sino madrugadores, gente que se conecta mientras desayuna o espera a que se le seque el pelo para ir a trabajar. Había dejado de leer los mensajes a las 3:07 de la mañana, cuando escribí con el abrigo puesto y los dientes lavados: Hasta luego, logroñeses. Procuren descansar algo. Salud y paz.  Lolymelon había escrito lo último sobre las 3:20. Puso: Chao, salgo a dar una vuelta. Eloymanipulador preguntó dos veces seguidas “¿Adónde vas, Loly? Loly, ¿adónde vas?, pero entonces, justo abajo de su mensaje apareció el mensaje en itálicas de “Lolymelon ha abandonado la sala” que acabó con la esperanza de todos, que ya no escribieron nada.

Apago la PC, me desnudo para meterme en la cama y antes de apagar la luz pienso que más tarde será otro día, que no voy a entrar más en esas salas de chat en español llenas de hombres y mujeres tristes. Que no quiero ser como ellos,  aunque todos  seamos lo mismo: hombres y mujeres tristes.



Logroño, 2015













domingo, 3 de noviembre de 2019

El sonido de una moto sin gasolina



Cae la tarde como nunca vi caer una tarde, y la moto empieza a asfixiarse, a quedarse sin gasolina.. El tanque vacío cuando me acerco a preguntar en las champitas de adobe  si hay alguien que pueda venderme un par de litros de gasolina, que la única forma que tengo  de salir de este lugar. Entonces las personitas de chocolate hablan sin que yo pueda entender nada de lo que dicen, su idioma enrevesado y gutural (desde la tráquea) y aparece la silueta de un hombre pequeño, alguien que baja arrastrando el ruedo de unos pantalones enormes  sin hacer ruido por la cuesta pronunciada de barro. Tiene  una botella de Big Cola entre los brazos que se mira demasiado grande para su cuerpo. Reconozco el líquido  sin problema  moviéndose  a través del envase  y le digo a la distancia que si es regular lo que tiene. -¿Regular es lo que tiene? - le digo-., y la persona mueve afirmativamente su cabeza de pelo espinudo, dice que sí, que es regular lo que tiene. Me arreglo torpemente con él sacando la billetera, pago el precio convenido, lleno el tanque derramando un poco de combustible en el motor, arranco la moto y me largo haciendo ruido hacia la niebla.






Ahora veo esa gente desde la moto, las mismas casas de barro  y sus perros delgados: los mayas que había imaginado durante años, y sus rodillas llenas de  lodo. Veo a las mujeres de pezones largos y oscuros ponerse de rodillas ante un comal hirviendo y un fuego mediano que cruje en Todos Santos Cuchumatán, languideciendo en medio del frío  y  las llamas azules y grises que se cierran sobre los palos. Veo los viejos sordos de caras de corteza de árbol que se desvían la columna vertebral con cargas excesivas de leña.  Hormigas con mochilas de expedición, eso parecen de lejos, cuando los paso saludando desde la moto y los observo saludarme de vuelta sin una expresión reconocible en el rostro (desesperación o amabilidad, bondad o miseria, eso allí nunca se sabe), mientras toman aire de sus narices ganchudas a la salida quebrada de barrancos alfombrados de musgo. 

Veo un niño descalzo mirándome desde una ventana rota de Chóchal con un solo ojo, un ojo café incrustado en una cabeza enorme, rapada y melosa, llena de moscas, que ha visto de cerca también los ojos negros -como de insecto- de su propio padre. Sus expresiones de asco cuando amanece maldiciendo una resaca de muerte en la choza y se alista para salir a trabajar. Él ha podido observarlo toda su vida hacer lo mismo: manejar un machete y un cuchillo  con el mango remendado, ponerse unas botas de hule después de vaciar el polvo y hasta vomitar las podridas escaleras de una iglesia católica mientras se sostiene con temblores del brazo en un pasamanos de pino y emite esos estertores estomacales escalofriantes que nunca se borran de la imaginación; le ponen la piel de gallina, al peloncito, y lo hacen tener pesadillas iguales a la realidad.  Lo ha visto ponerse una misma camisa vieja de botones  sin mirarse en un espejo y patear al perro en las costillas cuando roba algo de comer, como si esas fuesen las únicas acciones que es capaz de ejecutar su padre (cinco o seis cosas, pero nada más que eso). Ni siquiera poder abrazarlo o besarlo en medio de la cabeza, piensa,  como ha visto en  recortes de periódico y en algún calendario de La Parma que hacen las familias felices, las formas reconocibles del amor,y aún no se decide si su tata es, después de todo, una buena persona. Porque no ha crecido lo suficiente para saber muchas cosas, para ser igual que él a la salida de una jornada de trabajo y comprar envases oscuros de vidrio a través de  barrotes oxidados, pegar a una mujer avejentada en el rostro, que es lo que ha sido su madre, una señora delgada sin dientes y tetas aplanadas, caídas, receptora de golpes que la tiran al suelo, entonadora de lamentos mayas, profundos chillidos de puerca. Verlo allí, a su padre, tan cerca de su propio cuerpo infantil y su cabeza sucia y sus mejillas cubiertas de mocos amarillos. Mirarlo escupir su propia camiseta cuando blasfema en mam diciendo ¡dios puerco! sentado en el camastro, balanceándose hacia adelante con el pelo apelmazado por el sombrero de paja. Cuando lo mira en el suelo de tierra y sonríe endemoniado, ¡helo ahí! un maya milenario con los dientes picados. 

El futuro:

El peloncito es pequeño aún, y solo con los años dejará de tener miedo de ver a su papá borracho en las noches tan oscuras que hace en la sierra, con los sonidos silbantes del bosque, todo ese silencio y la seguridad de que hay cientos de hombres afuera como su padre, que vigilan su choza escondidos en el monte, esperando el momento de poder entrar por la ventana y hacerles daño. a todos. Escuchar de nuevo a su madre chillar como puerca.

Perdón por meter mi moto y hacer ruido en días tan  viejos como los suyos. Pronto también me iré de este lugar, lo prometo. No corran del sonido, no huyan de las cosas que quiero contar.