jueves, 3 de marzo de 2022

Las costumbres idiotas de la madrugada: 1) Pintar Paredes


De cuatro latas de pintura que tenía bajo el asiento del carro, esta mañana solo queda una color rojo, un tapón sin su bote y se me ocurren 4 lugares donde pude estar pintando en la madrugada: el paso a desnivel de deco city, la pared del zoológico, el Vesuvio de la 20 Calle de la zona 10, el Pops de las Américas. 

 

En ese orden: una gatita, una niña argentina del colegio, una excursión, una muñeca de 19 años que acaba de cortarse el pelo y me dice (sentada en esas sillas metálicas de Pops que no pesan nada, ideales para comer helado y hablar de cualquier cosa bajo el sol): -¿Qué ves en mí diferente, dani? - para probarme-, mientras era el 2017 y pasaba la lengua sobre el helado de uva que había pedido y yo espulgaba cada centímetro de su cara para que nunca más se me olvidara, lo bonita que era, incluso el día que la despedí para siempre y lloró sobre mi cara (SUS LÁGRIMAS METÍENDOSE EN MI BOCA COMO MOSCAS)

-¿Qué ves en mí diferente, dani?


Le tenía prohibido cortarse el pelo y se lo dije: “no podes cortarte el pelo sin que los dos estemos de acuerdo, ELE, lo tenes prohibido, no se te olvide”,  y ahora se había cortado las puntas como una niñita rebelde. 


Esperaba nerviosa que me diera cuenta del cambio de look.


-¿qué? -dijo de nuevo. -¿qué ves en mí diferente?


-Mierda, ELE, te juro por Dios que no sé qué te hiciste, tengo tan mal ojo para esas cosas que ni yo mismo sé lo que llevo puesto. Solo espero que no te hayas tocado el pelo -(se lo decía como adivinando que esa sería la pillería). -Me encanta que el pelo te llegue hasta el culo, lo sabes bien,  te lo he dicho mil veces: me vuelve loco.", y ella solo lamía el helado con cara de pícara, a punto de empezar a reírse. -Sos una jodida ELE -le dije cuando comenzaba a enseñarme sus dientecitos. -Sos una bandida!  -Vení para acá. Date la vuelta. Quiero ver







Hay cosas que no sé de dónde salen, le dije a Isabelita ayer hablando del tema de la pintura en su casa, apartando de la cama sus apuntes asquerosos de oftalmología para poderme sentar. Nadie me enseñó a pintar paredes estando torcido: hacer 44s en alguna parte  del mundo solo para poder pensar en una mujer. Son años desde que lo hago, Isabelita, como un idiota, chabelita, cien lugares distintos, doctorcita, veinte mujeres importantes, y es todo lo mismo ((mil primeras veces) ). Te digo algo: no todo es aprendido. Lo supe estando conmigo.


Isabelita me cree cuando le digo esas cosas: que no todo es aprendido, que hay lugares extraños en el mundo o que me muero por acostarme un rato más en la cama con ella para hablarle detrás del pelo y decirle que en mi carro siempre tengo pintura de pandillero, para que se ría o se enoje, una de dos, o solo se quede callada mirándome, me la igual. -SABES ALGO-, le digo para ocupar los silencios que rara vez quedan flotando en su cuarto, donde quiero que esté siempre mi voz sonando hasta arriba, -hace tiempo que compro pintura por las buenas. Sobrio, Isabelita, de día, novex o cemacos, Walmart o Texacos, ferreterías, nueve-noventinueves, -promesa-  como cualquier otra persona normal Isabelita, que va por ahí comprando las cosas que necesita. Especialmente porque sé que a esa hora no voy a poner en peligro a nadie para tener que conseguir un bote de pintura. De un momento a otro estaré borracho saliendo de alguna parte, sintiendo la urgencia de pintar un 44 en una pared, un sitio que me haga pensar en alguien, un lugar importante, Isabelita, más grande que nosotros dos esta mañana. Más vale que tenga un bote a la mano.


Mi voz: eso es lo que queda tirado en su cuarto cuando me voy. Cuando se está lavando los dientes en el baño con su pijama suavecito de algodón y  la llego a chingar por atrás (y ella me mira en el espejo del lavamanos cómo la chingo y la lleno de besos y obscenidades en la oreja, y se queja  ¡YAAAAAAAA!  apartándome de allí como a un mosco. -Ya me voy Isabelita. Gracias por todo.


Isabelita se ríe duro en el cuarto (en la ventana del Doctor L, donde he fumado antes sacando el humo por el cedazo), cuando le hablo del tema de la pintura como de algo que me molesta y es importante a la vez. 


-¿Te parece broma? -le digo acercándome tanto que puedo olerle los labios. -¿te parece chiste? te parece chistoso?


Intenta ponerse seria pero estalla sobre mi cara a carcajadas cuando le digo esas cosas, lo idiotas que son, incluso después de haber escuchado tantas otras estupideces de mí. 


Le encanta que le hable alguna historia nomás verme aparecer en el garage de la casa, cuando me abre el portón eléctrico a la mitad y entro agachado como un indocumentado en la madrugada y subimos susurrando hasta su cuarto. Una vez insulté y le ofrecí golpes al policía de Sixtino estando con ella, estacionados afuera del edificio cuando lo vimos llegar y nos alumbró la ventana con una linterna de mano, y se asustó tanto de verme como una pantera, insultando al poli, dando saltos en el asiento, que la fui a dejar a su casa esa noche y me dijo que le daba miedo todo de mí. "Me das miedo, dani. Estás loco". Dudó en volver a verme, me lo confesó la siguiente vez que nos vimos. -Eres un psycho-. Desde allí cree todo lo que le cuento. 


-Si no compras la pintura de día lo harías de cualquier forma en la madrugada, no es eso dani?  Entrarías en una tienda, de noche, romperías un cristal,  te meterías en una casa, en un supermercado, asustarías a una familia dormida, les robarías! te da igual! Eres un criminal, cachas? ¡Qué heavy!! Vas a terminar un día en la cárcel!


No lo digo pero lo medito mientras la oigo.

//la puta urgencia de hacer un 44, Isabelita, eso es lo que no me gusta un pelo de mí. Soy todas las cosas que amo, lo juro por Dios, pero firmaría cualquier día dejar de hacer eso (renunciaría a pintar paredes hoy mismo, si pudiera//.


-Es verdad, Isabelita -le digo-, las cosas pueden acabar mal- Me río con los ojos en el techo de su cuarto cuando estoy acostado en la cama con los zapatos puestos. 

-acostate conmigo isabelita, -le digo.- ¿Qué tanto haces? ¿dónde puercas te metes? siempre hablas desde algún cuarto-. 


Volteo para ver dónde anda metida. Isabelita aparece en la puerta con una lata de cerveza ecuatoriana en la mano, no sé si la sacó del closet o si bajó en una carrera a la cocina dos minutos antes, mientras yo revisaba sus notas de medicina y dibujaba encima alguna puercada. 


-Eres un borracho desagradable -me dice extendiéndome la lata. -Toma- y arruga su carita pecosa enseñándome los dientes, como si le diera un asco divertido tenerme en su cama con algo para beber, y espera que dé el primer sorbo como todas las veces que me ha visto dar un sorbo a una botella en su cuarto y espera escucharme decir: “¡qué puercas me estás dando?! Qué jodidos es esta porquería?!” Eso también le divierte.


-¿Cuántas veces he venido borracho, Isabelita? -decime- le pregunto con verdadera curiosidad. Cuántas madrugadas ya. Las botellas de vino que hemos abierto y las risas en esta misma cama, las platicas del Dr. L, las veces que has visto mis ojos de cerca con la lámpara de oftalmología que tienes abajo-. 


La tomo de la mano y la siento en la cama conmigo. 


-Vas a despreciarme siempre de mentiras -le digo- vas a actuarlo con tu acento asqueroso de Quito y tu carita de estudiante de la UDLA: hacer como que no te gusto, como que no te encanta que siempre haya algo más en la madrugada para los dos/ una oportunidad de vernos, una oportunidad de dormir juntos y hablar de nuestras cosas hasta el amanecer, pero hace tiempo que me amas a escondidas.- 


Comienzo a reírme. -Adoras que me quede aquí contigo, estarías reeee triste y reeee abandonada y reeee sola sin mí en la madrugada ¡Decí que no! A VER NEGALO!- La abrazo por atrás y la lleno de besos hasta sentir sus labios y su saliva en mi boca. -YAAAAAA - PARAAAAA- dice- ERES UN PATÁN.    -¿Te gustó la cervezaAA? -pregunta con el acento extraño que tiene. -Una mierda la cerveza- le digo mirando la lata. -Igual que tu acento.


Isabelita se sienta en la orilla de la cama, tengo su espalda cerca de mi cara, y su brazo lleno de lunares visto desde atrás y sus nalgas de voleibol haciendo un corazón en la sábana desarreglada y se gira como un gato para verme y me encanta cuando hace eso. La acaricio suavemente. Veo los pelos blancos en La Luz que se erizan cuando les hablo de cerca.


-¿Hace cuánto tiempo me conoces Isabelita? -le digo en el brazo-, desde que te obligué a bajarte la mascarilla aquella vez para poder verte. ¿te acordas de eso? que te obligué a bajarte la mascarilla solo para verte.


Isabelita se acordaba bien de eso y sonreía. A ella no le daba risa.


-Me daba mucho miedo que no fueras bonita, sabes isabelita? ya me había gustado mucho tu acento como para que no fueras bonita -le digo sin detenerme-.


-te acordás que adiviné que era de Ecuador, tu acento, y me dijiste que nunca en la vida alguien había adivinado tu acento como yo lo hice esa mañana, que nunca en la vida habías dado tu celular a alguien cuando estabas trabajando, como lo hiciste esa vez conmigo?


Isabelita no va a decirme que se acuerda. No va a decirme nada porque està reproduciendo en su cabeza las imágenes exactas de cuando nos conocimos. Porque nos està viendo de nuevo a los dos (la primera vez), conociéndonos.


-¡Ni siquiera hubiera querido tu número si no hubieras sido bonita Isabelita! -le digo sacudiéndome los pantalones para pararme. -Hoy serías solo… "una conocida".


Isabelita hace cara de brava. De nuevo arruga sus pecas y su naricita.


-Solo te conozco borracho, dani -contesta.  Hace mucho que vienes así. Para mí eres Daniel el mentiroso castillo, tienes tanta facilidad de hablar y prometer tantas cosas que ya no te creo nada.  Creo que es porque nunca has venido sobrio.


Quiero decirle algo más, como que no es cierto lo que dice, defenderme desde la risa y los besos y las bromas, pero pienso que puede ser verdad.



-Bueno Isabelita- le digo mirando la hora en mi celular- tengo que irme ya. 




ASESINADO POR LA GOMA despierto en Guatemala, Guatemala City, en la casa de mis padres después de meses sin estar. Tengo los dedos y  las uñas pintadas de negro, y los nudillos enrojecidos, como si hubiera estado en una pelea. "Otra vez, dani de mierda" -pienso. "Otra vez".  


Dormí con los zapatos puestos y el traje elegante que usé para una boda subida de huevos en Carretera a San José Pinula, de la que ahora solo tengo pocos recuerdos y una goma desesperante que va a durarme todo el domingo. (Bebo mucho menos ahora, desde el momento de la conservación, pero las gomas castigan más.  Me hago viejo. La felicidad, ¿cómo era vos Galga? siempre cambia de manos.


-Ya es como la cuarta vez que pintas algo sin acordarte de nada Dani -pensas-. Te quedaste sin la noche anterior, sin tu voz, sin La Luz, y, tal vez, sin una buena historia para contar. Olés a perfume de mujer -pensas-, a cigarros apagados en la ropa, a pimienta, a desodorante gastado, pero no podes tener a nadie, ni los nombres, ni los besos, ni la noche, mucho menos la belleza, si no recuerdas los rostros.


Vas a hacer lo mismo de siempre: revisar tu teléfono para ver si hay alguna foto, algún video de los lugares donde pudiste haber estado metido, cuando saliste de la boda apretando los dientes como un dobermann,  algo que permita hacer una noche desde cero, como se me ocurre pensarlo a veces,  -UNA NOCHE DESDE LO MÁS PROBABLE, DANI. DESDE LO MÁS FACTIBLE-   fotografías que alumbren un poco el camino de vuelta al cerebro, como he podido hacer antes con un poco de suerte. Los shots se combaten con fotografías y testimonios de conocidos. Videos, historias, pero en mi teléfono no tengo nada de eso,  solo una selfie ridícula en una calle que no reconozco. Una hija de la gran puta me llenó la cara de brillantina y ahora ni siquiera  LA RECUERDO.








-Pintar paredes -digo resoplando, digo pensando, digo despegando un poco la garganta, como si quisiera empezar a putearme por el asunto de la pintura en las manos, que es lo mismo que decir que estuve pintando paredes de madrugada - maldita maña estúpida, dani- maldita maña desesperante -pienso-, pero solo soy como el padre que no logra regañar nunca a sus hijos.  Sonríe cuando los reprende porque los admira estúpidamente en el fondo. Los ama tanto que escoge reírse. Es exactamente la relación que tengo conmigo. Me río mientras me siento en la cama.

"No podes aprovecharte tanto de tu amor, dani. Ser tanto lo que amas para luego perdonarte". Los pequeños se aprovechan mil veces de eso: el amor de un padre y yo no debiera aprovecharme tanto de mi amor. 


Pienso como las veces anteriores que despierto igual,  que es una costumbre de las más ruines de la madrugada (pintar paredes. perjudicar el ornato de una ciudad que ya es feísima de por sí: (Guatemala City con su urbanización estúpida, fruto directo del hueveo, el pago de licencias de construcción, los nuevos ricos, los brincados sociales que construyen bodegas, casas grandes y condominios con dinero mal habido; las cosas mal hechas, como quien dice, desde la chabacanería y el lujo, pienso. Puede que sea eso: el mal gusto. 


Esta es mi pequeña contribución a la fealdad, digo con los ojos puestos en mis manos manchadas, y es solo un poco de toda la basura que hay afuera, en  la cabeza de las personas.  


Pensar en alguien frente a un 44 pintado, allí está todo, (un lugar importante y, tal vez, las iniciales de una mujer también importante), ALGUIEN MUY BONITA Y  MUY IMPORTANTE A LA VEZ,  como si pintar y recordar mantuvieran una relación necesaria, ¡como si hacer un 44 fuera requisito para pensar en alguien! Como si me gustara volver a lugares que han significado algo, Isabelita! solo para decirles que todavía estoy aquí, que todavía me importan. Que vuelvo para tocarlos una vez más con la mano, hacer pipí en las paredes y reírme del tiempo, torear carros, detener personas, pensar en ellas, las mujeres del tiempo perdido, dejar un saludo a la gente que siempre dejo para luego pensarla!  HACETE CASO SIEMPRE, DANILO, SIEMPRE -me digo con la voz pantanosa de las mañanas- ESCUCHATE A VOS DE PRIMERO, SIEMPRE, -insisto-, PERO DEJA DE PINTAR PAREDES.







Intento putearme de nuevo, ser severo como no he sido nunca conmigo pero me puedo ahogar de la risa reprochándome algo, así que pienso en otra cosa: leer el País y Prensa Libre y El Mundo y El Economista, la avanzada de Rusia, las últimas noticias de la postuladora para Fiscal General y las columnas de opinión de El Períodico y La Hora. En un rato va a llamarme Mario para discutir sobre unos documentos de la minera de níquel que se filtraron, algo que le anticipé el viernes que hablamos por teléfono de la entrevista patética de méndez ruiz y César montes  que da risa y vergüenza al mismo tiempo, pero que además de resultar penosa es brillante para entender la puerilidad del antagonismo político guatemalteco, Y LA PORQUERÍA DE TELE NACIONAL QUE TENEMOS: (, niñas que juegan al periodismo, a ser la presentadora de tele que quieren o la chica del clima voluptuosa con un peine en lugar de micrófono: con la única salvedad que cuando salen al aire ya se han operado las tetas.  


Me pongo rojo de la grima al escribirlo: la maldita tele nacional, la maldita cara despreciable de los presentadores,  las tetas chabacanas de la tele y de la publi, igual que cuando pienso en las cosas mal hechas. En todo caso, la noticia  de la minera del Estor está por estallar en cualquier momento del día y los medios, primero internacionales, no tardarán nada en describir la cosa como "un sistema complejo de sobornos en Guatemala", o "Guatemala: un estado maniatado" o “Guatemala, de nuevo capturada”, o, en boca de chairos: "coptada", antes de que la prensa local traduzca o parafrasee las redacciones de Washington, Londres, Madrid y Nueva York para sacarlos tímidamente en sus medios.  



Los artículos me tendrán ocupado un buen rato. Por lo menos hora y media para cubrir a fondo el tema con Mario, hablando por teléfono desde los sillones que están afuera de mi cuarto, y que llevaba meses sin ver, desde que me senté allí con la gabyta, pienso ahora, la última vez, y me recuerdan extrañamente a ella. 


Ya no son sillones negros, ya no son sillones reclinables, ya no son muebles.  Son un vistazo de la gabyta sentada conmigo en una tarde del año pasado, que es justo lo que ocurre cuando los miro: una tarde del año pasado con ella mirándome de cerca a los ojos. G con unos jeans claros y una blusa negra y unos reebok clásicos y unos ojos inteligentes, brillantes como linternas que lo miran todo adentro de la cueva, hasta el último detalle, incluso la foto de los dos juntos que puse en la librera y que tiene sus labios impresos en la parte de atrás, que es lo mejor de esa foto.  


Una imagen de ella sentada conmigo cuando todavía la tenía, pienso. Ella sentada conmigo cuando todavía podía besarle la boca las veces que quisiera, y las manos, y las pecas bajo los ojos gigantes que tuvo esa tarde de los reebok, y todos los días que la tuve, y decirle a quemarropa la quiero amorcita o la quiero bebita o la quiero gatita, para verla reaccionar. 


Un vistazo de ella estirada en ese sillón conmigo,  sus jeans anchos y claros que llevó esa vez y que quise quitarle siempre. Sus zapatos blancos, su pelo lleno de vainilla, su voz ronquita de tigrita, sus muslos bajo mi mano. Un vistazo de ella conmigo en un sitio donde no volverá a estar, donde no volveremos a estar nunca los dos, y g se siente de nuevo ocurriéndome, exactamente como era, exactamente como se sentía AQUELLOS DÍAS.  COMO SI PUDIERA APARECER EN CUALQUIER SEGUNDO  FRENTE A MÍ, TOCANDO LA PUERTA, SALIENDO DEL BAÑO, SENTÁNDOSE EN MIS PIERNAS DE NUEVO, DICIENDO DANITO. Es lo que ocurre ahora cuando miro los sillones. 


Echo un vistazo a la ventana brillante y desaparece.







Por pintar paredes tontas has terminado metido de noche en secundarias clausuradas, en el Atlántico más frío de España, dani, el Cantábrico, con el agua hasta el cuello, metido en una chimenea en Portugal  o balanceándote en una tapia en la Rioja -pienso todavía sentado en la cama.


Por pintar paredes viajé una vez al puerto San José solo para ponerme a pensar en una mujer hermosa (alguien que ya no tenía en ese momento) y poder escribir su nombre en la pared de un hotel junto al mío, solo una D para mí, mientras miraba la ventana del cuarto donde nos habíamos quedado, exactamente el cuarto donde nos habíamos asomado, y los ojos se me llenaban de lágrimas (LA LUZ CHORREÁNDOSE EN MIS PUPILAS COMO LLUVIA EN UNA VENTANA, ¡COMO FUEGOS ARTIFICIALES EN NAVIDAD!) Luces que no suenan, pero estallan a lo bestia en mis pupilas. (Navidad reventándome en la cara/ navidad estallándome en la mano,  en un cristal lleno de aire acondicionado), hasta que no puedo verlo más, una luz fragmentada en un punto ciego y nada más. 


Una noche ya acontecida/ una noche ya ocurrida/diluida/utilizada/deslucida/, una noche gastada/una noche donde ya fui yo, donde una mujer ya fue ella: las cosas que me gustaban. /Una noche donde una mujer todavía es ella mientras todavía la pienso. Un tirito al aire/una spyder en un arbusto/una moneda que se desliza al fondo de una rocola, /una noche chupeteada como colilla de un rubios de 2016/un cigarro aplastado en un arriate/  una noche que se ha vuelto vieja, a la que ya solo se puede llegar "pensando".  Una noche para ser el hombre más solo del mundo. 


 Las noches no desaparecen, Isabelita, -le dije una vez a la ecuatoriana empañándole los ojos cuando la tuve acostada en mi pecho-, solo envejecen, nos van quedando un poco más lejos, un poco más atrás, pero se pueden espiar volviendo a los sitios donde fuimos felices. Se puede ser alguien una vez más, Isabelita, pero solo 1 vez más, antes de que los lugares vuelvan a ser cosas normales que están en el mundo. TE ASEGURO QUE SIEMPRE AMANECE IGUAL SOBRE LAS COSAS QUE HEMOS AMADO. SIEMPRE, ESPECIALMENTE CUANDO YA LAS HEMOS QUERIDO, CUANDO YA NOS HEMOS ABURRIDO Y LAS HEMOS DEJADO. SOMOS NOSOTROS LOS QUE NOS VAMOS SIEMPRE DE LAS COSAS QUE AMAMOS Y SOMOS NOSOTROS TAMBIÉN, LO ÚNICO QUE QUEDA DESPUÉS: una frágil sensación de haber amado.   Y AUNQUE  ESA NOCHE SOLO TENÍA 21 AÑOS, LA NOCHE DEL HOTEL EN EL PUERTO,  PENSABA QUE LO HABÍA PERDIDO TODO SIN ELLA.





Me pongo de pie y voy al baño para verme con mucha luz.


Entonces era otra época danilo, una más estúpida, acordate bien -me digo de pie frente al espejo mientras me miro agresivamente a los ojos- y la sensación de manejar borracho en la recta al Puerto San José te daba algo parecido a estar vivo:  Despertar al de la garita de peaje, hablarle con aliento de tiner (decirle que nadie había hecho más kilómetros en carretera que vos, que nadie había visto tanto ese país como vos lo habías visto ya), meterle un vapor alcohólico en su pequeña caseta de peaje y ver cómo se asustaba de mí, cómo se cagaba del miedo y se angustiaba de ver a un borracho tan joven y tan viejo como yo, como bien dijo Sabina hace años, y las cosas que le decía: -Guatemala es el país de los adultos más jóvenes que hay, de los niños más viciosos que existe, pero también, es el país de los adultos más infantiles que hay, de la gente que nunca crece. Te lo digo por si no te habías dado cuenta-. 


Ver al de la caseta de peaje, cómo es que se asustaba tanto de verme a los ojos y se limitaba a no hacer nada que pudiera alterarme, nunca molestar a un bolo, solo ser amable, mirar para otro lado y cobrar Q.15.25 por el pase y levantar la plumilla para que yo siguiera mi camino hacia el sur: hacia un RECUERDO, que es todas las semanas, mi destino. 


(SE PUEDE VIAJAR SIEMPRE HACIA LOS RECUERDOS, DANILO, NO LO OLVIDES NUNCA. VOS VAS A HACERLO SIEMPRE.  Viajar a tu propia vida para comprobar lo importante que ha sido todo.  Verla de nuevo, -como un amanecer en repeat-, por si acaso empezas a olvidarte. Por si acaso nunca volves a encontrarte.







ME TIRO CHORROS DE AGUA FRÍA EN LA CARA. El agua me baja por el cuello hasta mojar la camisa formal de botones y sonrío de todo lo rico que siento. Dejo el agua correr un rato por la cañería y me divierto mirando la corriente.


Tengo las manos pintadas de negro y pienso que la única vez que pinté una pared sobrio fue cuando quise decirle a la gabyta que la amaba. Y valía mucho la pena, querer amarla y esas cosas, aunque solo fuera un intento. Pensar que la extrañaba. Pensar que la quería.  Pensar que me importaba. Pensar en ella cuando me estaba bañando, pensar en ella cuando estaba ocupado, hablando por teléfono, metido en problemas, cuando pasaba frente a lugares hermosos y la deseaba conmigo, incluso enfermando en una pandemia conmigo. Pensar que esa misma noche la vería de nuevo, por ejemplo, si quedábamos en algo, cuando esa noche todavía no nos había ocurrido a los dos (no estaba gastada). Que la abrazaría duro y me quedaría oliendo a su pelo después, muchas horas después, cuando ella ya estaba dormida en su cuarto (que debe oler deliciosamente a ella), y a mí me quedaban horas todavía para meterme en la cama y mi camisa seguía despidiendo su olor.  Pensar cuánto la deseaba conmigo, y su lengua y sus cosas. Estar con esa gatita y todo. Ir con esa tigrita en el carro hacia alguna parte y todo, ponerle música y decirle que la quería y todo. Tocar a esa gatita y todo, cuando estaba a mi lado. Tener a esa tigrita.


A veces todavía la pienso: una imagen tonta de ella viéndome el pelo desde abajo mientras le digo "va", "ya", tiempo", "paces,  va?" y ella se ríe y se detiene un momento bajo La Luz de una lámpara en que puedo verla todavía mejor:  lo linda que es, incluso con chorros de luz encima (más luz y es más bonita), luego sigue, violentando esa pequeña tregua que pactamos, y vuelve a perseguirme  alrededor de una mesa con las manos arriba: intentando tocar mi pelo cuando se lo prohibía.


Me acuesto de nuevo en la cama para ver mi celular un rato y poder examinarme. Me veo estirado a lo largo de la cama para ver si aún tengo todas mis cosas encima: la ropa completa de la boda, mi celular, las llaves del carro, la billetera. Allí están todas y me felicito por eso: grande danilo, grande MÍOOOOOO.  Tengo el saco y el cincho puestos y las cosas todavía forman un bulto en los bolsillos. Me digo, como siempre me digo en esos casos, que es un milagro haber encontrado mi casa en el estado  en que tuve que entrar unas horas antes, seguramente apagando el motor en la bajada de la casa como un viejo truco que inventé cuando tenía 15 años, para que los perros no reconocieran el ruido del motor y comenzaran a ladrar despertando a mis papás.  ENTONCES MIRABA LA LUZ DEL CUARTO DE MIS PADRES ENCENDERSE Y MI PAPÁ QUE BAJABA CHINO DEL SUEÑO EN PIJAMA A VER QUÉ PASABA: Dani de 15 años con la camisa desabotonada, OJOS TORCIDOS, y estoque. DANI TOMASTE ALGO? Nada papa.  Estuvo re hueva.  


 Hoy todos esos perros de la familia que ladraban han muerto y yo sigo volviendo a veces donde ladraron por primera vez, la casa de mis padres, la ciudad de las mil primeras veces, para hacer solo lo mismo.








Cierro con dureza los ojos para pensar/ intentar concentrarme, hasta dejar los colmillos expuestos en la oscuridad de mi cuarto.


Esto es todo lo que tengo de ayer-pienso-:  cosas idiotas de la noche, alguien hablando conmigo en un parqueo, mis zapatos negros en el suelo de grava, alguien bailando conmigo en la plataforma, alguien preguntándome qué es una matrícula fiscal, alguien ofreciéndome un cigarro, alguien diciéndome que me vio una vez, hace años,  en Río Dulce. Alguien que se aleja de la música conmigo para irnos a la parte de atrás donde la música se oye más suave, más lenta y estirada, donde nadie nos mira y la boda es todavía mejor; alguien que beso sujetándola fuerte del vestido. sintiendo pedazos de piel y tela al mismo tiempo y los zapatos que se hunden nerviosos en la grama. 


Voy a desayunar algo. Lo que sea que encuentre en la refri. Un pedazo frío de  lomito con papas horneadas y flan de coco. Perfecto para arrancar. 


Tomo la Prensa Libre encima del microondas y cuando me siento a comer y leer el periódico tengo el primer recuerdo claro del día, el primero de todo lo que estaba oscuro, como un bebito que acaba de nacer y lloriquea angustiado pero su cara aún es rosada, borrosa, contraída y displicente. Un trozo de imagen nublada y solo muy lejana de estar andando por el Zoológico La Aurora con los zapatos rapando la grama del lado de Liberación.  Tienen que ser las 3 o 4 de la mañana (quiere amanecer como un grano a punto de estallar en la cara de una niña con frenos). Voy andando como un endemoniado por la pared larga del acueducto y la luz miedosa del amanecer me alumbra las manos. No sé si estoy buscando mi carro en ese momento o buscando pelear con alguien, un señor que corre abajo, en la lengua grisácea de cemento que se extiende a lo largo del bulevar como una cinta improvisada de bicicletas, y voltea a verme a cada rato lleno de miedo y  desprecio. Gente que le tiene miedo a los bolos.


Ahora lo veo mejor, el señor que ha salido a correr, como si volviera a estar allí, con sus zapatos y su gorra de corredor, que no es decir demasiado pero que me molesta mucho a la vista. Está abajo, en el caminamiento de cemento y yo estoy como gritándole:, diciéndole ¿Sabes quién soy?! Ah?! Hijo de la gran puta. Sabes quién soy? intentando perseguirlo. Adónde vas marica. Date la vuelta. Corre para este lado. quiero ver. 


(Aunque ahora corra de vez en cuando, siempre desprecié en secreto a los corredores (gente sin talento) y borracho me molestan todavía más, como los marchistas, patinadores de rollerskates, los drogadictos, los payasos de profesión, los magos de las piñatas, los karatekas, el acento venezolano, atletas de salto largo, nadadores federados, los scouts, los gimnastas, los perros ajenos, los conos, los policías de tránsito, los funcionarios públicos, las mujeres colochas, las mujeres de brazos gordos. Tal vez porque a los “deportistas” les cierran avenidas importantes los domingos para que salgan a correr o patinen o saquen a sus perros y es una molestia tremenda cruzar las Américas y la Reforma cuando urge tanto salir de la ciudad.  La gente muy deportista siempre me pareció  desesperante, sobre todo los que practican deportes estúpidos y salen a las calles en grupo a enseñar que se ejercitan).



A grandes Zancadas bordeo esta vez el lado de la Alianza Francesa, donde hay un pedazo de pared sin razor ribbon, ideal para meterme al zoológico sin cortarme los brazos. Esta vez puede que haya dejado el carro con las luces de emergencia puestas del mismo lado, donde he terminado varias madrugadas antes, una vez saltando la pared del zoo para intentar caer en la jaula de un animal. 


HAY UNOS TELÉFONOS PÚBLICOS de 25 centavos a un lado de la malla perfectos para encaramarme / usarlos de trampolín,  y saltar al otro lado de la cerca. Descuelgo un teléfono y lo dejo colgando de su cable (ese es, hasta ahora, el recuerdo más limpio que tengo: un teléfono con cable de acero oscilando, golpeteando la cabina metálica una y otra vez en la madrugada). No sé si después lo arranco o si le pinto algo encima, si tecleo un número que empieza por 41 o si solo me subo para saltar al interior del zoológico, porque en ese momento entra mi hermano a la cocina y me encuentra en la mesa del pantri con los ojos cerrados con fuerza.


-¿Adónde puercas fuiste ayer? - dice divertido. 


-Hacete sho -le digo estirando la mano para callarlo, todavía con los ojos cerrados, intentando no perder el teléfono de vista, que mi hermano no vuelva a decir nada. -Hacete sho.


-Pensamos que saliste a ayudar a alguien.


-buenísimo vos. Buenísimo. Cerra el hocico. 


Intento concentrarme de nuevo. Meterme de lleno en lo que estaba viendo con los ojos cerrados apenas cinco segundos antes, pero todo se ha perdido en una telaraña de cables, luces traseras de carros, luces amarillas de guantera, luces amarillas de baúl, la cara morena de un policía, la cara con lunares de una mujer -una niña Del Valle Verde recién graduada en pandemia que me mira desde muy cerca a los ojos para escucharme decirle que me gusta y que no vamos a vernos más porque yo no voy a poder acordarme de su nombre mañana, ni lo bonita que es, ni lo que me gusta esa misma noche, mientras la tengo efímeramente conmigo-: que no voy a saber lo que me gusta dentro de unas horas por todos los shots que nos estamos metiendo. "Mañana no voy a saber lo que me gustas, le digo en el recuerdo borroso. Voy a perderte: tu cara preciosa y tus besos, y tu olor para siempre. Voy a olvidar que me gustas todo esto cuando despierte", y le besaba las manos y los labios para decírselo. 


No importa. Me quedo hablando con mi hermano en la cocina de cualquier cosa pero ahora estoy seguro que estuve pintado de nuevo en el zoológico, donde me gusta escribir el nombre de alguien mil veces.(I mil veces) (I hasta que se acaba el bote de pintura), (I hasta el fin del mundo. I hasta que logro sentir algo, aunque no vaya a contar nunca esa historia por escrito. Por qué es que el zoológico de madrugada ha sido tan importante  para mí. 


Después de todo escribir es volver a vivir algo sin tenerlo, por eso es triste. Volver a tener algo sin tocarlo. Como pensar una mujer hermosa sin poder penetrarla de nuevo: ni siquiera una ultimísima vez.  Después me quedo mirando el 44 que hice torpemente en la pared, pensando en ella, como si le tendiera un pequeño tributo y solo de esa manera pudiera pensarla, y en el zoológico, y en mí, y en las cosas que dejamos que nos pasaran. Otra vez pienso: TIENE QUE HABER UNA RELACIÓN NECESARIA ENTRE PINTAR Y RECORDAR. 



-¿Por qué tenes manchadas las manos? -dice mi hermano incorporándose con un plato de cereal en la mesa. Ya me las lavé pero sigue habiendo un poco en las uñas.

-Creo que estuve pintando paredes ayer, vos.

-Pintar? Cress? ¿Cómo así?

-En un rato voy a salir a buscar los lugares donde pude estar pintando de madrugada. 
 
Mi hermano sigue sin entender, come con la boca abierta.

-Qué mula.

Entra la llamada de Mario, son las 9 en punto de la mañana cuando entra su llamada y voy a los sillones negros que son de la gabyta para hablar de noticias y lecturas. Cierro la puerta y me dejo caer pesadamente en el cojín, me reclino, me estiro todo lo que puedo, bostezo y saludo a Mario en el teléfono, que no tarda nada en decirme que acaba de salir el artículo que le anticipé el viernes que hablamos por teléfono, en el País!, y que si ya pude leerlo y que si esto y  que si lo otro, y la gabyta vuelve a ocurrirme en el sillón (que es como decir, que vuelvo a tenerla diez segundos conmigo), especialmente cuando echo un ojo distraído pero larguísimo a la librera del fondo, donde están mis libros desde hace años, algunos de ellos, los más importantes, los que traje desde muy lejos, una vez, en el 2016.


Mario habla pero no puedo escucharlo, Mario pregunta mil veces pero no puedo oírlo. Sigo con los ojos distraídos en la librera, en la parte más alta -hasta arriba-, donde también, y desde hace meses, guardo los labios de una gatita. 





Notas del celular 
domingo 27 de febrero de 2022





Así escribí "Damiel" una vez en Quetzaltenango: etílico, con esa falta de ortografía inexplicable (la m por la n) al escribir mi propio nombre,  y todavía se puede ver en la bajada de los juzgados. “Damiel” con dos 44s arriba. En el 2019 dibujé obscenidades en una pared larguísima del Quiché, poniendo varias veces mi nombre con letras tan grandes que me costaba llegar, y tuve una discusión con dos soldados pequeños y enjutos que me pescaron en mitad del acto, sin poder verlos en la oscuridad hasta que los tuve encima con sus fusiles; peloncitos bobos y amigables con los que acabé fumando un cigarro mentolado y hablando de mujeres del Ixcan que les dolían en el estómago: mujeres también chiquitas y morenas  y panzonas del interior que les habían provocado algo importante, algo como una punzada en el corazón, algo como la angustia, algo como el amor. Ahora sé que era la pared del Adolfo Hall Noroccidente. El graffiti  ya no está.


Fue  gracias a un graffiti en una ciudad de cuyo nombre no quiero acordarme, que K siguió viéndome un buen tiempo en la vecindad, cuando me fui de ese apartamento que rentaba en la zona 1. Y me encantaba poderle seguir haciendo daño sin  estar allí. Haciendo mi vida con alguien, en otra ciudad y hasta en otro país, pero haciéndole daño a una chica preciosa que había sido importante para mí ¿SEGUÍS ESTANDO EN ESE LUGAR DE LOS DOS, K? -me gustaría preguntarte alguna vez, si te veo, en persona, solo en persona,  alguna vez, tocando tus manos de nuevo para recordar cómo eran y cómo se sentían entre las mías.- me gustaría preguntarte: ¿Sigo estando en una pared? ¿Todavía queda alguna muestra de los dos en el mundo?