miércoles, 16 de diciembre de 2020

Algo de lo que veo todas las tardes en Pradera mientras escribo



 Una secretaria gorda con el pelo pintado de canche aplaude como foca cuando su compañero Yohnie, el abejorro de lentes gruesos y camisa de botones que tiene sentado al frente, le dice:

"Mire, el Licenciado Roldán me autorizó esos diítas de vacaciones que ud andaba buscando. -Estira los brazos y los cruza sobre la panza, se reduce en el respaldo enorme de la silla para poder extender bien las piernas. Da un trago corto al café que todavía quema- ¿Se acuerda que se los iban a dar hasta enero y usted que no, Lic, que por favor no hiciera eso, Lic, que por favor se los adelantara, Lic, que la dejaban sin su año nuevo Lic, que Dámaris podía cubrirla Lic, que por qué al menos no lo pensaba, Lic? 

La gordita dice que sí se acuerda de todo eso, que mala onda el Lic Roldán por querer cambiarle las  fechas a última hora, que qué pena toda la rogadera que le hizo en la oficina y las caras largas que puso cuando regresó indignada a su escritorio, y otra vez aplaude con muchísimo gusto porque recuerda  que había tenido que cancelar ya  los planes de Guateque con la familia para fin de año. Renunciar a las piscinas con pedacitos de piel, niños en calzoncillos mojados y el sol apestoso de Escuintla. Ese viaje por carretera lleno de primos morenos en el asiento de atrás con aliento a huevos revueltos.

-Yo no entiendo cómo ud puede tener un carácter tan noble, Yohnie. -dice la gordita. -Estar pendiente de tantas cosas a la vez, -dice, y mueve la cabeza en reconocimiento, se echa para atrás el pelo con un movimiento corto de cabeza. -Asuntos que ni siquiera tienen por qué incomodarlo, Yohnie, y le afectan en nombre de todos. Usted platica y bla bla con la gente, y nadie en la oficina entiende y usted de arriba para abajo bla bla bla como si nada con esas palabras corporativas y nosotros ni en cuenta, con tal de ayudarnos, Yohnie. Gracias -dice, y se humedece los labios con la lengua.

Yohnie dice que no hay de qué agradecerle. -Nada de que agradecerme, niña. -Sonríe. -Son SUS vacaciones -dice- y le apunta con el dedo. SUYAS.

En el Barista tienen una laptop Toshiba abierta con hojas borrosas de Excel que ni siquiera revisan. El documento pone: INFORME DE GESTIÓN EMPRESARIAL: 1ERA QUINCENA, INTRONSA, Sociedad Anónima. La gorda mueve los tacones divertida bajo la mesa y le pega unos buenos tragos al café cerrando su bocona sobre la taza de cartón, que ya no quema. El café de la casa cuesta 13 quetzales en Barista e incluye refill. Eso es lo que ordenaron los dos para estar juntos esa tarde.

Van a hacer el amor saliendo de aquí, solo que ella todavía no lo sabe, tal vez en un Primavera Suites de Bulevar Liberación con oferta navideña, después de que él se las ingenie para besarla metiéndole la lengua  hasta el fondo de la garganta en el Corollita estacionado abajo, en el sótano 2. Saldrán por la rampa de concreto antes de hacer una parada técnica en la Shell de diagonal 6 para sacar dinero de un 5B y orinar largo  apuntando al mingitorio con la incomodidad de una erección mediana, salpicándose las muñecas por el mal ángulo mientras la gorda espera afuera, encerrada dentro del carro, escondida tras el polarizado destartalado y la tapicería de tela que huele a gasolina y pelo sucio, donde esperará nerviosa con las luces de emergencia encendidas, buscando a  Yohnie en las ventanas luminosas de la tienda.

El abejorro debe ser una especie de gerente o supervisor en la empresa donde ambos trabajan, pienso. Una oficina jurídica, una ferretería, una financiera, una aerolínea local de vuelos a Petén o Huehuetenango, una tienda de accesorios de celular. No más que eso. Los miro con mucho detalle. Nunca voy a ser como ellos, pienso.  La secretaria quiere a Yohnie. Lo mira con los ojos brillantes de admiración, lo mira con misterio, lo mira con esa distancia llena de respeto, miedo y conmoción que antecede al amor, algo que el abejorro sabe bien desde hace unas semanas, cuando la vio entrar a su oficina para sacarle unas firmas y ella en vez de mirar los documentos que llevaba no dejó nunca de verlo a los ojos. Ahora Yohnie se siente validado,  cuando la ve ponerle toda esa atención en el Barista de Pradera, las palabras raras que dice, y esos tics que le salen solitos de los nervios, como el dedo que se rasca el lunar de la barbilla, como  los tacones bailando bajo la silla.

Entrarán al autohotel, pero eso ella tampoco  lo sabe ,  y no apagarán el motor del carro hasta que se cierre la persiana metálica detrás de ellos. Pago en efectivo, compadre, y un paquete de condones, broder,  vive o prudence, los que tengas, no importa, dos botecitos de aceite aromático, mano y dos jaboncitos extras, si me haces favor, cuando alguien les hable desde una ventanilla pequeña como ducto de chimenea y diga son 200 pesos, padre, con voz ronca de toro.

-Me muero por una cerveza, Yohnie boy- dirá ella estirándose en la cama como gato, y él se hará el loco porque la cerveza cuesta treinta quetzales en ese lugar y debiera estar dando esos gustitos a sus hijos, pagar facturas o apuntalar deudas,  no estar gastando como un animal en una mujer medianamente hermosa de la oficina que ahora le cuesta dinero y no pocos problemas. 

Yohnie recordará que tiene que cambiar una manguera del radiador del Corollita y el talco de la parte de atrás que rompió retrocediendo en el McDonalds de zona 9 al golpear un poste amarillo. Puta mañana de mierda, pensará, y sentirá menguar un poco la erección que se estrella en el zipper de sus pantalones. Esa reunión con un miembro de la iglesia que no pudo terminar bien porque  Yohnie no dejaba de pensar en el Corolla chocado. Hablaban de Dios, amor, comunión y estabilidad financiera, asuntos que tocó el pastor en el último servicio del domingo pero Yohnie no podía poner atención, le sudaban los sobacos y las manos que tamborileaban sobre la mesa y hasta tuvo que despedirse antes de tiempo, decir adiós con una mentira para salir a revisar muerto del miedo cómo había quedado su carro.

- Muchas gracias -le dirá al moreno que habla por la pequeña ventanilla del auto hotel- eso es todo, manito. Estamos. Gracias.

Guardará la billetera de vuelta e intentará volver a la cama para distraer a la secretaria de pedir esa cerveza que tanto quiere, pero ella estará parada junto a él, se habrá levantado ya como un resorte para recordarle que quiere la cerveza y le hará un pequeño berrinche de niña pequeña desde abajo, porque sin los tacones dentro del cuarto es una enana asquerosa y Yohnie se fija en eso con desprecio. La maldita le llega al hombro. Ella se morirá de la vergüenza sin los zapatos altos e intentará ponerse de puntillas y abrazarlo desde atrás para que no mire.

-Llevo toda la tarde pensando en tomarme una cerveza, Yohnie boy -dirá- ¿se acuerda que lo hablamos en la office?  -eso último con un acento burgués fingido que irritará a Yohnie sobremanera, como una niña pequeña de una buena zona de la capital. Se encabronará tanto que estará a punto de decirle que haga el favor de cerrar el pico, que a ellos no les corresponde hablar así, como gente de dinero. DEJE DE HABLAR COMO ESTÚPIDA, QUIERE??? pero no dirá nada.

Yohnie estará en calzoncillos, con la camisa abierta y la cruz católica de latón pegada sobre los pocos pelos del pecho que tiene y le importará un comino lo que quiera la secretaria. Apenas se habrán  besado y ya no aguantará el sabor a fiambre que tienen sus labios, que se repetirá desesperadamente en su propio aliento hasta poco después de la mañana siguiente. Pensará MIERDA. Pensará PUTA. Pensará VEEEERGA. YOHNIE QUÉ PUERCAS ESTÁS HACIENDO, BROTHER. CUADRATE. ALINEATE. DEJÁ DE HACER MULADAS.  Así: como un ruego. No querrá besarla más pero ella insistirá. Lo tomará del cuello y deslizará su lengua menuda  dentro de su boca. 

-¿Una Gallo es lo que quiere? -dirá para quitársela de encima un rato- y la secretaria que sí, Yohnie, que sí, que eso es lo que más quiero, Yohnie, lo he tenido todo el día en la cabeza.  Hará cara de niña buena para pedírsela una vez mas y los dos podrán sentir al empleado del autohotel respirando cerca al otro lado de la pared, en su parte de la ventana, esperando a que pidan algo. Yohnie se imaginará un gordo moreno de frente arrugada con el que no conviene meterse en problemas. Un coche asqueroso desesperado por despacharles y largarse.

-Mano deme una Gallo- dirá Yohnie Boy hacia la ventanilla de comunicación abierta en la pared y una gota de sudor frío bajará de su pelo endurecido por la gel. "Hija de puta" pensará. "Maldita puerca", pensará. Se acordará de los 20 de parqueo que tuvo que pagar en Pradera, la colegiatura de los niños, la manguera del radiador estropeada, el talco de luces LED que tiene que reponer al carro y los 50 quetzales de regular que debió haberle echado al tanque antes de llegar al trabajo antes de quedar en reserva. Una mano negra arañará el dinero en efectivo y cerrará su lado de la compuerta, él hará lo mismo poniendo el pasador dentro del cuarto y ahora sí, nadie más podrá oírlos.

Se la va a meter en la boca, a esa gorda, toda, y el supervisor lo sabe, por eso le muestra tanta empatía y le habla sin parar en  el Barista. Se ríen y beben del café aunque esté hirviendo y tengan que soplarlo mil veces antes de darle un trago. 

Cuando se la estén mamando, Yohnie va a quitarse los lentes para dejarlos  en la mesita de noche, acomodado boca arriba, entrelazando las manos detrás de la nuca y ahí se acabó el encanto. Cuando la saliva de ella se cierre sobre él, cuando él sepa que ya está dentro, su picha sobre su lengua empapada y todo se haya consumado. La secretaria lo va a ver, le va a echar un vistazo rápido desde el ombligo en mitad de la felación, en medio de la fuerza que hace Yohnie para empujarla hacia la base del pene, y solo entonces verá los ojos de él como nunca los vio antes, al menos como no los vio nunca en ese Barista de zona 10, ni en todo el tiempo que llevan trabajando juntos en la office.  Los ojos torcidos de un perturbado, con el astigmatismo perfectamente visible sin los lentes y los colochos desencajados sobre la frente. El bigotito sudado y las bocas de estornudo que hace Yohnie cuando gime de placer, cuando está a punto de correrse sobre sus muelas con insultos y manotazos.

Con la cabeza yendo de arriba a abajo, arriba a abajo, mientras sujeta a la gorda por el pelo, Yohnie boy comenzará a pensar en su familia, en la casa de paredes tristes que renta en zona 5,  el perro salchicha con un tumor en la barriga, los zapatos de fútbol que no ha podido comprarle a Estebancito y las luces chabacanas de su arbolito de navidad, que apenas tiene regalos de "Dollar City" y “El Mismo Precio” en la parte de abajo. Recordará  esa muñeca de segunda mano que compró la semana pasada en el guarda para su hija pequeña, que tiene un ojo trabado y el pelo un poco sucio, y luego la noche que vio a su mujer empacándola con mucho cuidado en el cuarto donde duermen juntos los dos,  y esa  tarjetita que puso encima del papel celofán  que decía  "con mucho cariño,  Sofi. De tus papitos Yohnie y Nancy, que te quieren mucho".  Sentirá rabia y empezará a balbucir incoherencias en la cama, a tratar a la secretaria con algo más de histeria y violencia. El reloj plateado de ejecutivo que lleva puesto, el Omega genérico que se arruina si se lava las manos, y que le queda un eslabón más grande, le raspará la oreja con la manecilla de ajuste. Esa será la prueba material de que estuvieron juntos, cuando llegue la mañana siguiente en la oficina y se crucen de frente en la fotocopiadora Ricoh y tengan que saludarse. Buenos días Yohnie. Buenos días, nena. ¿Cómo amaneció? Y Yohnie lleno de asco,  con los ojos chinos de tener que madrugar tanto: bien gracias.

Él no volverá a dirigirle la palabra, nunca lo hace, ni a pensar en tomar algo con ella. Ella querrá llamarlo por teléfono al salir del trabajo esa misma tarde para preguntarle qué fue todo aquello que vivieron la noche anterior de after office en Barista, y que si estaba seguro que el condón no se había roto, que si habían sido verdad sus palabras, esas atenciones divinas que tuvo con ella y su tiempo, y las cosas bonitas que le dijo cuando estuvieron solos en el sótano 2 de Pradera, antes de besarla. 

Él le dirá que no vuelva a llamar a su celular (NI SE LE OCURRA VOLVERME A LLAMAR, dirá rascándose la cabeza), y la tratará con el nombre de Mynor, que es como la tiene guardada en su teléfono para que su mujer no sospeche. "Mynor, qué puercas hace llamándome a estas horas?!" -dirá mirando su reloj pulsera como pantera, sacudiendo la mano frenéticamente delante de su mujer, bajando el volumen de la tele cuando dice- "Qué jodidos se cree, mano. Resuelva con Henry o hable con Core, pero no se le ocurra volverme a llamar a esta hora,  mucho menos para que le autorice esos cheques".

Dos días después pensará en hablarle a Nancy, la esposa de Yohnie, acerca de todo lo que hicieron esa vez en Primavera Suites y pedirle perdón de su parte. Pero no tendrá el valor para hacerlo. El trabajo es una mierda en este país, se dirá mil veces, mientras piensa en todo lo que pudo hacer diferente... Se lo dijo Susy: hace dos navidades se la mamó a Yohnie en el parqueo de la oficina, después del convivio,  mientras el poli apagaba las luces y estuvo a punto de denunciarlo en el MP a los pocos días, pero eso tampoco  iba a servirle de nada, le dijo.  Después medio se te olvida, le explicó Susy. Borrón y cuenta nueva, nenita, borrón y cuenta nueva, bonita. Lo importante es tener un escritorio y un chequecito que cambiar a fin de mes. Lo demás se te olvida.

Las piscinas y los toboganes llenos de cloro de Guateque no podrán hacerla olvidar ese año nuevo: Su ilusión del viaje de pronto más o menos disminuida ¿Cómo puede un hombre ser admirado y después de despreciarla tanto, admirado aún más? ¿Por qué ella sentía en el estómago que todavía lo quería? La secretaría toca la punta de sus tacones debajo del escritorio de vidrio que tiene, se pone un lapicero Bic en los labios para pensar, parpadea rápido, mira el calendario 2020 claveteado en la pared, el cristal azulado de la oficina y piensa que todo eso le ha ocurrido antes. Todo siempre ocurre antes, piensa. Todo nenita. Todo. Antes. Suena el teléfono, levanta el auricular pero no dice nada. Está  llorando como puerca.

Navidad llega el 25, no hay pierde, todos estarán tristes por algo distinto,  cuando la secretaria abra los ojos en la camita fría de resortes que tiene en su cuarto sencillo de San Cristobal. Los cuetes empezando a tronar en el patio deprimente de la vecindad, donde también detonan bombas baratas, y hay luces verdes y rojas demasiado sencillas para provocarle algo bonito. El espectáculo dura apenas unos segundos, en lo que se consumen las cajitas escupeluces de 20 disparos y todo queda en silencio. No hay dinero para más pólvora en todo el barrio, para prolongar aunque sea un minuto más, la felicidad.   Echa un vistazo alrededor con el humo estancado de los cuetes y mira las calles remendadas de petróleo de la colonia, las bicicletas viejas de montaña con la cadena oxidada y los túmulos amarillos y los puddles de bigotes sucios y patas rapadas que ladran muertos del pánico en los balcones y las sombrillas con las varillas dobladas y los  vecinos con jardines igual de descuidados que el suyo, con carritos rotos para bebé tirados en la entrada. Feliz navidad, mjita linda, le dice su madre al verla entrar por la puerta, y ella se esconde en el abrazo, mirando con angustia sobre el hombro lo que hay detrás de una ventana. Feliz navidad, mamaita linda- dice, y siente el sabor hirviendo del llanto entrando por su boca-. 

Esa noche se acuesta más temprano, cuando la familia todavía platica en la salita, algo de lo bueno que ha sido Dios y las metas del poróximo año. Abraza la almohada bajo los sobacos y se echa a llorar con la boca abierta. La funda llena de mocos cuando entiende que ya no siente nada por navidad.





miércoles, 22 de abril de 2020

Mi esperma tirado en la décima avenida


La noche es larga -estiradísima- cuando voy por la décima avenida, el pelo descompuesto por el frío de la ventanilla abierta, hasta abajo cuando tiro aquello haciéndole un nudo en el centro comercial de Délica.

Suena, ¿qué sonaba dani? Acordate bien.  Loquillo y los Trogloditas,   El Rompeolas en la parte que dice: 

"Jueves, viernes, sábado, sentado junto al mar
Es un buen lugar para irse a olvidar.
Dejé a mi familia junto al televisor
En el rompeolas aún se huele el sol".

Y lo gritabas en el carro con los ojos llorosos de la euforia y el aire frío que se colaba a chorros  por la ventana, pensando que ya estaba muy cerca el día que dejarías de verla. Tan cerca que hasta podías sentirlo en la boca, contar los días en la cabeza, saltando de un martes,  a un miércoles, a un viernes cualquiera de mayo, hasta el final de todo lo que había. (¡Qué lindo es construir algo solo para verlo romperse frente a ti!). 

Pronto desaparecería esa ruta: 11 avenida, Próceres, 19 calle con Parma,  saltar a la veinte calle por la izquierda, incorporarme a décima avenida por la derecha, Futeca, Shukos, La Noria; La Cañada en la 16 calle de zona 14, giro en U,  5ta avenida, 350 metros: ella esperándote (mirando dentro de un bolso gigante) en Plenum

Si una patrulla de las que entonces se amontonaban afuera de CICIG (la extinta CICIG) me hubiese hecho el alto, me habría importado un carajo, habría acelerado el pickup a fondo por las calles vacías, intentando perderlos en el ajedrez gigante de luces ambarinas y rojas de  las madrugadas abandonadas de zona diez, que han sido y serán siempre mi casa. Mucho más -pienso ahora- que las ideas de policías tristes, patrulleros apagados de vidas malolientes y sencillas; personas arruinadas en uniformes negros y botas duras de cuero que después de trabajar nunca van hacia nada parecido a tu belleza, L. A tu cuerpo dormido boca abajo en una camita imperial de zona 14.  Historias como las nuestras, leoncita de una vez, de cuando pude tocarte, de cuando pude tenerte:  lugares hermosos. 

Es domingo 21 de mayo de 2017 ahora que paro a escribir todo esto en una Shell de veinte calle y me siento todavía borracho. Vengo de estar con ella y me gustaría poderle jurarle a Dios   que es la mujer más linda que he visto en toda mi vida. Me gustaría decírselo a alguien, cualquier persona que pase ahorita cerca de la ventana, que si me huelo las dos manos en este momento -ahora mismo, por ejemplo, junto al asfalto liso de la veinte calle- encuentro todo lo que fue la segunda mitad del 16 y la primera del 17. Cada una de las cosas que se quedaron oliendo en mi ropa, y en mi pelo.   El olor de los días felices.  

Haces un inventario a toda prisa, Dani, de lo que queda después de verla, por si acaso nunca volves a tenerla: un lápiz de labios grueso, perfume penetrante de señora, cremas para la piel, saliva, el líquido alcalino de sus piernas.

"Tú, chica, puedes vivir
Una vida de hogar
¡Búscate un marido
Con miedo a volarrrr!!"

Mañana en la mañana un guardia de seguridad privada del Centro Comercial de Délica encontrará el pedazo de látex desparramado en el suelo del estacionamiento vacío. Adentro habrá un chorro de hijos desperdiciados, asfixiados por el nudo que hice la noche anterior y el sol pastoso del amanecer.  Sonreirá. Levantará la vista hacia las calles derretidas del frente imaginando una mujer hermosa de zona 14, tal vez alguien con mucho dinero y una larga melena platinada. Un auto del año con tapicería de cuero marrón y una caja de cerveza Gallo puesta sobre el asiento de copiloto, -tal vez abajo- en la alfombrilla grisácea de hule. Intentará recrear  la plácida construcción de una borrachera mediana y un polvo rápido junto a la  banqueta silenciosa de un residencial. Besos y abrazos fuertes y saliva y música estridente, a toda pastilla, y bajadas para orinar sobre la calle, que se siente igual a la libertad. 

 Pensará que se dicen ya es tarde, amorcita linda, y que se cagan de la risa cuando piensan en lo que se acaban de decir: amorcita linda y esas cosas de la tele que repiten cuando ven reflejado en sus ojos todo lo que acaban de hacer. Dicen "adiós. Órale. Chao" en una despedida pequeña que interpretan sin esfuerzo en el lobby de un edificio elegante, uno bueno, con recepcionista permanente y ascensores de acero inoxidable. Prometen volver a verse a la brevedad posible, desde muy cerca, mi amor, a quemarropa, empañándose los ojos con el aliento hirviendo de la cerveza que entra y sale de las bocas semi-abiertas, cuando dicen temblando: mañana mismo, amorcita linda, ¿va? qué mierda, vengo a verte por la noche, mañana si Dios quiere, ¿va? y si tú también quieres ¿sí?  Solo si se puede, amorcita, y si quieres verme. Me vengo a meter acá con un veeeeeergo de chela  y un veeeeergo de cosas nuevas para contarte. Sabes  bien que nunca me callo.

Después el camino definitivo de vuelta -pensará el policía- sin luz por décima avenida, cuando la persona baja la ventanilla eléctrica del carro y se deshace de algo precioso en la vida  haciéndole  un nudo en la base. Cuando el maldito se limpia las manos resbalosas sobre los muslos, en el pantalón de zipper abierto, y revienta el volumen de la radio.

“NO HABLES DE FUTURO
ES UNA ILUSIÓN
CUANDO EL ROCK'N ROLL
CONQUISTÓ MI CORAZÓN!"

El poli se quedará pensando un rato, allí, parado solo bajo el sol hirviendo del parqueo, sin atender los llamados de la radio que le hacen empleando códigos numéricos sencillos y el ronroneo lento de los primeros carros que entran por la rampa de cemento. Pensará que su vida daría lástima a cualquiera  que se sentara un momento a escucharla, aunque solo fuera un minuto y el pobre contara apenas las mejores partes, las que a veces le arrancan una sonrisa. Pensará tan alto que acabará por decir "mierrrrda" entre los dientes, como un loco del Federico Mora hablando para sí mismo,  apremiándose, rascándose los sobacos y la nuca mal rapada con la punta afilada de un lápiz,  hasta hacerse daño. Roto por dentro cuando  se detenga a mirar despacio su propia vida y piense en todo lo que Dios no pudo darle: Zona 14 con sus mil mujeres hermosas y un millón de apartamentos  vacíos donde nunca verá a nadie desnuda.

Brazos morenos abrazarán la escopeta pajera de 8 tiros, sintiendo el talle áspero del uniforme negro con la estrella de David bordada en los hombros de la empresa de seguridad privada a la que pertenece. El pantalón roído de líneas laterales rojas que pica una barbaridad detrás de las piernas cuando se agacha en el estacionamiento a investigar lo que dejé tirado hace unas horas en el suelo.

Sus manos cafés pellizcarán con asco  aquello que representó tanta felicidad en mi vida, hasta llevarlo a la basura, donde se mezclará con mil objetos más, de otras mil personas distintas que también quisieron a alguien. Ahí quedará entonces, a pesar del tiempo y de todos los días que ya no vamos a vernos, un  pedazo de mi propia vida. Mi esperma tirado en la décima avenida. 





Mayo 2017










domingo, 29 de marzo de 2020

De una lectura feminazi


Me acuerdo bien. Organizaron una lectura de poesía feminazi en la calle de Paiz (dirección calzada Kaibil Balam, zona 1 de Huehuetenango), en una casa vieja con patio español y techo plano de teja, donde renté un cuarto  sencillo los primeros 20 días que estuve en ese lugar. Ahora se llama "el Marqués" o "Marquezote", según tengo entendido, y funciona como hostal/restaurante para los pocos viajeros que llegan.

Esa tarde pasaron a leer al frente dos o tres españolas iracundas y falaces con cortes de pelo de niño que celebraban a la mujer y las formas radicales de desconocer las instituciones del Estado, por ser, decían ellas, aparatos del patriarcado, creaciones ideadas y ejecutadas en la mente del "macho acaparador del orden social". Después, más tímidamente,  pasó un grupo de morenas guatemaltecas resentidas con botas altas de guerrillero y labios pintados de negro, piercings en la boca y todo tipo de accesorios que vieron por internet para vestirse en esa ocasión: todo lo que está de moda en las marchas feministas que han visto por Youtube (Niñas de Berlín, como me gusta llamarle a ese tipo en particular), para leer silabeando algunos poemas. Lo que es igual que decir que el feminismo no deja de ser un movimiento eminentemente estético, motivado, exacerbado, potenciado y solo impulsado por la normalización de las redes sociales en nuestras vidas y la urgencia de crear identidades publicables. O lo que es lo mismo, poder abrazar ideas visibles frente a  muchas personas  (QUE ALGUIEN LAS MIRE CREER EN ALGO).  Me gustaría saber cuántas feminazis saldrían hoy a destruir plazas, pintar paredes y enseñar mensajes escritos en cuerpos desnudos si no hubiera forma de hacerlo público. El encierro total de una cuarentena debe enloquecerlas, pero aún saturan las redes  con paráfrasis ardida.


Todos los poemas que leyeron aquella tarde eran de un librito malísimo -Geografía de mi Cuerpo-, que descubrí en ese momento, estaba siendo presentando por su propia autora, Ana G. Aupi, (a quien de antemano pido perdón por estos comentarios), una catalana con varios años de vivir en el occidente de Guatemala, según supe de alguien que tenía sentado a la par. Poemas retrógrados que sonaban a Bakunin o Emile Henry, Llorca, Rostan o Proudhon, “poemas de resistencia” como se atrevieron a llamarles aquella tarde, pero no eran más que críticas endebles a hidroeléctricas y transnacionales: grandes corporaciones; la explotación campesina y minera en Guatemala, el genocidio en los últimos años de la guerra, el caso de las niñas calcinadas en el Hogar Seguro  y en resumidas cuentas:  los malos tratos del hombre hacia la mujer guatemalteca. Al menos, lo que ellas entienden por mujer: la mujer en su acepción más varonil y combativa posible: la mujer que quiso ser hombre.


Qué asco -pensé- tener que oír todo aquello en el 2019, en una ciudad tan a salvo de  esas cosas, como Huehuetenango. No escuchaba ya los poemas, solo pensaba mientras "las niñas de Berlín" leían en el micrófono. Yo también llevaba días celebrando a una mujer en silencio, y aún esa misma tarde, mientras me llegaba el zumbido de las feminazis hablando en las bocinas,  pensaba en una mujer con el vértigo y la angustia del tiempo reventado; de los caminos  que dejamos abiertos. 

Apenas la noche anterior había pasado despierto toda la madrugada pensando en esa chica que dejé escapar hace tiempo, Sarita mía para siempre, y ahí estaba en ese momento, solo,  sin nada de lo que había sido, una identidad que dejé tirada en Europa,  oyendo el ruido de los poemas viejos que leían a gritos las feministas, apoyado en una columna de madera de aquel patiecito español mientras empezaba a llover copioso sobre la teja y los asistentes se apañuscaban en el  pasillo para mirar. Las feminazis estaban cambiando al mundo -eso decían los medios-  leyendo poemas y coreando consignas, viviendo vidas de mierda, cortando su cabello como cuarentonas de Bilbao y yo seguía sin poder olvidarme de mí en otros años, de esas otras mujeres que se despertaron conmigo, que despeinaron sus cabellos largos en el chorro de aire caliente de una ventanilla abierta en carretera: mi propio carro. Mujeres que sabían canciones que yo también sabía y gritaban empañándome los ojos con el tufo hirviendo del vino.

Las feminazis habían leído ya casi todo el libro de Ana G. Aupi. Faltaban dos o tres poemas malos sin recitar, nada más, así que la anfitriona dijo en el micrófono que si había alguien más que quisiera pasar a leer, después de casi quince mujeres que pasaron a declamar una parte asquerosa del libro "Geografía de mi Cuerpo", que tuve que soportar muerto del sueño y  el aburrimiento. Se quedó de pie diciendo ¿alguien más? ¿Alguien más? ¿Hay alguien? mirando especialmente hacia las mujeres de la Escuela Feminista para la Prevención de la Violencia Patriarcal de Huehuetenango, que ocupaban las últimas filas de asientos, pero esas gorditas de lentes y botas altas estaban muertas del miedo, aterradas de quizá no poder leer bien cuando pasaran adelante.  Avancé hasta el frente cruzando el patio picoteado de lluvia, pasando sobre los charcos grandes que se habían acumulado en la baldoza, y pedí el micrófono ante la mirada incrédula de todas las feministas. 

La anfitriona apretó los dientes al verme las manos vacías, comprobando que no  tenía el libro que estaban presentando, y que tampoco iba a comprarlo, así que se voltearon a ver con la poeta como en una consulta rápida que se hicieron con los ojos bien abiertos. No les quedó más remedio que decirme que el espacio era para leer después de todo, así que adelante,  podía leer si eso es lo que quería. (La censura entre las feministas es un asunto real, por eso se habían consultado. Podían haberme dejado afuera como un pequeño triunfo feminista. Lo sabía perfectamente y saboreé la victoria de poder pasar adelante y tomar el micrófono. Ahora las feministas tendrían que oírme).

Vi de cerca las caras de rechazo del público cuando me acomodé a la vista de todos, aclaré la garganta y empecé a hablar. Les dije que esa misma tarde (y cien noches anteriores) había estado pensando en una mujer, alguien de una vez, alguien que había dejado escapar. Después de todo estábamos celebrando mujeres importantes, ¿no era verdad?

Pero esta no fue nunca una mujer que quiso parecer hombre -pensé decirles viendo a esos intentos fachudos de niños resentidos que ocupaban las sillas del corredor, lo que hubiera sido un gusto verdadero, si me dejan decirlo: decirles a todas que se jodieran- sino una mujer que había intentado olvidar durante cinco años seguidos y que todavía, ese mismo día, a esa misma hora,  en Huehuetenango, no había podido hacerlo (sacarla de las cosas que pensaba).

El silencio  después de mi voz era absoluto. Pausas largas para mirar. Pausas largas para empujarse los lentes y torcer caras de asco. Ni una sola sonrisa en el público. 

Me la sigo imaginando en todos los sitios a los que voy, les dije despacio, escuchando mi propia voz saliendo con retraso de las bocinas. Cada vez que me chequeo en un hotel, dejo mis cosas en la habitación y salgo a dar una vuelta. Veo el área de bar, la piscina, el restaurante, atravieso pasillos largos de habitaciones con números pares (44, 144, 244, 344, 444), no dejo de revisar en ninguna parte. Siempre creo que la mujer que pienso está detrás de una puerta de esas y que un día su voz alegre me alcanzará de lejos diciendo mi nombre, Daniel, que para ella siempre es dani. Convencido que su cara aparecerá en la ventana de un carro en movimiento, un autobús; o que reconoceré su cuerpo pálido de lejos en un mar de Guatemala, una playa hirviendo del Pacífico con arena negra y cocos amarillos en las palmeras pintadas con cal, de espaldas a mí, sin saber que la miro, tomándome todo el tiempo del mundo para observarla  muerto de la excitación y del miedo antes de ir a su encuentro: diciendo Sarah con la voz rota. Pero ya nunca vamos a vernos -les dije- eso es seguro- y sonreía con resignación, soplando por la nariz en el micrófono. (Yo mismo lo reconocía y lo había dicho mil veces ya, íbamos a  irnos del mundo sin ver lo que habíamos cambiado en todo ese tiempo que dejamos de vernos), cuando provoqué aquella despedida estúpida en una estación de tren de una ciudad española que todavía, esta misma noche,  me duele en la panza).

Terminé la introducción y  me puse a leer en mi celular el poema que había escrito un par de noches atrás para ella, en la biblioteca de la universidad, un poema larguísimo que iba de nosotros dos y de las cosas que quedaron cuando se fue (un millón de estupideces y lugares que revisté solo para encontrar pedazos de tirados de ella), y me empecé a confesar delante de todas esas bocas y caras de asco de las feministas (imitadoras de hombres, replicantes de resistencias y movimientos ya producidos, pintaparedes, bailadoras de coreografías estúpidas, consentidas del orden social que aborrecen).  Todo lo que se puede decir sobre una mujer ausente, de eso iba el poema. Mierda, cuando una tarde,, mucho después de haberle dicho que se fuera, supe que no iba a estar más conmigo, que la había perdido para siempre, su cuerpo en una cama contándome historias malísimas  que iban de nada pero que a ella le daban risa, y pensé que esas feminazis nunca tendrían nada parecido a eso. Nunca ganarían un espacio en la vida de nadie. Nunca una noche como esa, como las nuestras, Sarah de cien madrugadas. Por eso peleaban contra todo, al menos contra la gente había encontrado la BELLEZA. A ellas nunca la encontrarían.
 

El público apenas me aplaudió un poco al terminar de leer mi poema y la presentadora me arrebató el micrófono de las manos, invitando a los presentes a servirse café soluble y pasteles en la parte de atrás de la casa, que era el garaje, donde hacía apenas unos meses estacionaba mi pickup blanco al regresar de la universidad. 


Me sentía bien, cuando salí de ahí muchas mujeres feministas me odiaban, las catalanas de cortes raros me detestaban, la poeta de aquel librito me aborrecía (te saludo Ana G Aupi si estás leyendo esto).

Llovía a cántaros sobre toda la zona 1 de Huehuetenango, y en la zona 4, 8 y 3, que alcanzaba a ver en puntillas  desde ahí. Pasé los zapatos sobre cien charcos distintos y me reí en voz alta cuando pensé en la noche de Lisboa que choqué el carro en una subida pronunciada de cemento sin poder ver absolutamente nada por las ventanas chorreadas de lluvia, y Sarah volaba sobre el tablero de plástico, muerta de  risa y ganas de mear. Fue un accidente pero los dos nos reímos a carcajadas antes de poder bajar a ver los daños del carro e irnos huyendo de ese lugar. ¡Cómo puede cambiar una vida en tan poco tiempo, Sarita! Portugal, Logroño, Huehuetenango, y sigo siendo el mismo imbécil de siempre ¡Si tan solo alguien del pasado pudiera verme! 

Entré al sótano de Paiz, el centro comercial destrozado de la calle del cementerio, y llamé a Daniela  parado junto al pickup.

-Danielita -le dije nomás escuchar su voz,- acabo de joder una lectura de poesía. 

Su risa de mujer era mucho mejor que la lluvia. Decía: -¿Que qué?! dani ¿Que qué?

Tenía la cabeza empapada, la barbilla, los labios mojados; unos jeans  ensopados, pero me sentía vivo, MÁS VIVO QUE NUNCA . Todo lo demás no importaba.

-¿Paso por ti y vamos  por una botella de algo? -le dije-  una cerveza, un XL de sabores, el que te gusta. Vemos qué onda-. 

Se reía. Dijo que sí en el teléfono y me imaginé que estaría sonriendo en ese mismo momento, tratando de encontrar un espejo a toda prisa para verse el cabello, la ropa que llevaba puesta, su trasero apretado y redondo en unos jeans claros. Comprobando que estuviera bonita para mí. 

El  Izzy Market de la calle del estadio estaría desolado y abierto para nosotros cuando llegáramos por hielo. Eso tampoco iba a durar para siempre.  Muy pronto la palangana de mi carro, el jardín de las Hortensias y todas las cosas que hablamos sentados allí, se convertirían, apenas, en un instante querido en mi cabeza.

-Estoy por ti en diez min, ¿va, danielita linda? Diez minutos, Danielita.