lunes, 31 de agosto de 2015

03610




Busqué tu cara entre las españolas del pueblo que me contaste en un volkswagen a 10 kms/hora.
Memoricé calle Azorín, carrer l’Horta, Gabriel Payá, Constitució  tal vez para que el día que te vea me creás cuando te diga que estuve allí. Quizás te interese saber por qué es que fui sobre un café/una cerveza porque pfffff (¿te das cuenta?) cuánto tiempo, (y tu nombre). Aparqué, anduve Virrei Poveda viendo las casas, me vi en el reflejo de la ventana de número 23 al querer asomarme al interior, leí la primera página de un libro sobre un banco en Felip V pero no pude concentrarme y abandoné la lectura. Lindas las casas en tu pueblo. En carrer Elx miré cómo se llamaba la calle, Carrer Elx. Pensé en Mercadona al bajar la calle y ver un grupo que atravesaba las puertas automáticas del establecimiento. Me interesé tal vez por la concentración de gente, porque había más posibilidades de que estuvieras en un lugar de esos, o en el parque, ese que ves al salir del Mercadona. No desperdicié ni una sola blusa, una sola cara, un solo cuerpo de mujer, y me asomé incluso antes de entrar a un auto aparcado con una quinceañera que dormía con el cinturón de seguridad puesto. Dentro compré una lata de Pepsi, por hacer algo, y unas salchichas para mi perra. El supermercado estaría por cerrar antes de volver a mi casa, por eso y por mantener a la perra, las salchichas. Vi chicas, querida del tiempo,  que te ganaban en todo menos en esos primeros días de Salamanca, de ese litro de cerveza en Catedral que no pudiste acabar porque ya sentías las risas, porque nos acabamos esa botella gruesa de Porto que te traje de portugal. Tal vez vi a tu madre en un pasillo, tal vez tu madre en la fila, tal vez tu madre atendiendo la caja, tal vez tu madre respirando mi camisa sucia de tres días al pasar cerca; tal vez nunca en Mercadona, tal vez andando por Plaça de Espanya o frente a Capitán Rico paseando a algún perro. No sé, tal vez me crucé con alguien de tu familia, al menos alguien que también te conocía. 


Otra vez fuera pregunté a una chica por el nombre del parque/ cómo se llamaba el parque. Antes de decir "Campet" preguntó por qué preguntaba eso. Soy escritor, mentí. Le dije que escribiría de eso, que necesitaba situarme, que ¡ah!, a veces los parques no están bien rotulados.
Al salir hice varias veces la rotonda porque quería ver a una mujer más antes de partir, una última oportunidad de verte. La vi de espaldas, una cincuentona delgada, antes de dejar Petrer.


domingo, 30 de agosto de 2015

Tierra de conejos




¡Uuuuuuu yo anduve este maldito país!, yo aguanté más tiempo, querida del miedo.
Yo meé en los ríos más importantes de España, cagué en construcciones abandonadas, en campos alejados de todo; en pisos cerámicos, en terrazas adoquinadas.
Metí la mano en el Ebro, en el Nervión, en el Sella, en el Tormes cuando mordía del frío.
Grité de horror en una habitación  amarilla de Logroño, acalambrándome en el suelo de una noche sin ropa.
Estuve en hostales de gente cansada, de gente mala
Revisé en sus mochilas, en sus objetos personales
Respiré contra ropa sucia de viajeras desconocidas
Me revolví en almohadas con olor a pelo sucio: fundas con cabellos interminables de mujeres recién dormidas
Subí las escaleras de edificios que no llevaban a ninguna parte, a vistas mediocres, a calles minúsculas que arrastraban basura.
Me desnudé en playas de la franja andaluza. Corrí en suaves momentos de locura..


Anduve Madrid, anduve Bilbao, anduve el jardín trasero de mil casas, de doscientos parques cerrados por la madrugada.
Temblé sobre bancos mojados de rocío
Atravesé ciudades en noches sin sueño
Me ofrecí como perro a feas incontables de la calle, de bares fantasmas, de minutos 90.
Rompí camisas, zapatos, corazones de niñas huérfanas, de niñas con frenos.
Espié a mujeres a las que nunca hubiese podido desnudar
Me partí la cara en noches confusas
Bebí borracho en Coruña, gritando fuerte, todo lo que pude, adonde estaban los barcos.
 
Desperté en habitaciones con olor a mierda, vi cien madrugadas iguales.
Me peleé con la noche tantas veces, mi vida preciosa, que lo nuestro es un beso después del grito.

Me duché en casas ajenas, casas con dueños ausentes
 Me pasé la mano por el pelo frente a noventa espejos distintos y dije Dani, sos grande hermano, sos grande, otras noventa veces.
Oriné la cama de un hotelito en Cantabria con Sarah. Desperté con el olor del pipí enfriándose en mis piernas.
Vi adentro de mil billeteras, observé retratos, pasaportes de gente pulgosa, de gente cualquiera, miles de nadies.
Bailé sin camisa, restregué la panza contra cuerpos sin nombre
Hablé con un adicto que lloraba sobre un pastel de cumpleaños en Salamanca que me dijo, tomándome de la solapa, que lo más importante es nunca tratar de encontrarse.

Esperé empleadas fuera de restaurantes, de bancos nacionales, de bibliotecas municipales
Abordé a una rubia a la salida de un bar que no recuerdo en Valladolid y
me detuve mil veces a ver semáforos cambiar, familias que paseaban a sus perros bajo el sonido de aspersores negros que regaban los días siguientes.
Escribí de ti papeles cuadriculado, en mesas de noche.
Pensé frente a un mingitorio en Valencia que todos se mueren con las películas que vieron.
Robé ropa interior, dormí en sillones de dos plazas
Leí a pasternak, a k.dick, a kjell askildsen
Lloré con fante, con onetti, con houellebecq, con céline, con bioy casares, con don carpenter
Fumé con una canción de Silvio hasta la tos, hasta la canción cansina mientras miraba por una ventana congelada de Asturias.
Pensé en P, en A, en Maria André con 12 años, en nombres propios como cascadas que se me venían encima.
Pensé en rubias pecosas, en morenas bajitas, en pelirrojas con brazos gordos, en chicas del tiempo perdido.
Pensé en otros años, en otros días, en otras lluvias sobre otros techos
Bajé borracho a calles muertas de frío
Busqué caras, blusas, rostros de la noche; españolas en deportivas genéricas, en uniformes de supermercado
Llamé borracho a números de teléfono, a nombres propios que gritaban  alto sobre los ecos del baño
Toqué Santander, las dos castillas, la Rioja, un apartamento que renté con una mesa y todas las sillas rotas
Hablé con viejos acabados, prostitutas, malos empleados
Vi mujeres pelearse de madrugada
Francesas gritando a ambos lados de una calle tranquila en Haro,
Una china que golpeaba en la cabeza a una señora que mordía los hombros, las manos
Vi grupos de Incas bañarse en ríos españoles a eso de las seis de la tarde, los vi descansar en campos castellanos, valencianos, vascos. Los vi revolverse en un césped triste, tendidos a lo largo de su propia vergüenza.

Pensé en madrileñas de flecos recortados que graffitearon te quieros en paredes de metro, en cuartos de baño, en puentes desvencijados, en espejos rotos manchados de sus labios
Chicas que dijeron Madrith o Madriz, en vez de Madrid.
Andaluzas con piercings en la boca. Besos después de malas conversaciones.
Cené con gente que me tuvo lástima, que quiso marcharse antes de tiempo cuando vieron mi apartamento.
Respiré de cerca el aliento de gallegas perdidas que me dijeron con los ojos llenos de vino, que querían ser algo en el mundo.
Me emborraché con chicas descuidadas
Vi la noche con mujeres mediocres, veinteañeras acabadas.
Leí poemas a españolas aflamencadas que no sabían de autores
Besé en los labios a una madre que se acercó a pedirme dinero, en Alamedilla.
Discutí borracho con alguien que ya no recuerdo en San Sebastián
Me quedé dormido en el bus que lleva hasta Guernica


Conocí a este cuarentón de la mancha que bailaba bachatas con quinceañeras en Burgos, que trataba de besarlas en la transición de la música
Un turco al que no se le entendía nada, que quería enseñar español en la Rioja. 
Una ecuatoriana que bailó  media canción conmigo, antes de darnos mutuamente una excusa irreparable para no vernos más.
Oriné contra 600 paredes, me apoyé en 400 coches estacionados.
Recordé durante dos noches seguidas a una española en pants de Carrefour  que no pude abordar en un parque, que se alejó caminando con el móvil en la mano.
Viví en un número 7, en un primero A, en una 4nueve8.
Arrastré sillas a doscientas ventanas
Pensé en ti en cuartos desordenados, en baños sin lavar, sin jabón de manos, sin  espejos para ver el cabello crecer.
Hablé con alguien que fumaba sobre el motor de un carro
Un viejo que me dijo: "date cuenta, todo está en mute, todo está en pausa", mientras miraba las cosas quietas que había alrededor.
Me sentí solo cien martes, la mitad de las veces escuché la nevera, un paseante borracho o un auto aparcando antes de volver a dormir. 
Hablé con un tipo que me dijo que nunca se olvida. Tenía los dientes podridos y la foto de una gorda en la cartera.
 En Sevilla comprendí con los zapatos rotos que nunca se llega a ninguna parte, por eso tantos zapatos y
tomé cervezas con mujeres cholcas, desdentadas que lo habían perdido todo.
 Desperté en un parque infantil de Contrueces, metido en un colegio de niños, tirado a lo largo de un resbaladero de plástico con la garganta pisoteada de frío. 
Escribí en una servilleta "España es una puta empolvada que tose con cada envestida" y llegué a odiar cada uno de los sitios en que no pude verte.
Apunté el número de teléfono de una señora de piernas flacas al reverso de una factura.
Llamé a gente que no existía.
Me asomé al cristal de aquel hotel en que estuvimos en Casco Viejo.
No pude aguantar el frío.
Empecé a comprar cigarros más baratos, ya no bajo tanto a los parques.
Me alejé de muchas de las cosas que hicimos porque todavía pienso que estás. 
Nunca volví a Covadonga. 
Encontré en un pantalón sin lavar una nota con tu letra que decía “Voy a extrañarte”  y la fecha que fuera.
Lloré agarrándome el pelo.