jueves, 24 de julio de 2014

Año nuevo en Valencia

Encuentro el interruptor a tientas. La luz se arroja felina sobre lo que encuentra. Advierto mi cara en el espejo, brillante, sostengo un cigarrillo apagado en los labios. La imagen no permanece, desenfoca constantemente. Sonrío sacando los dientes, muerdo fuerte el filtro del Pall Mall.  Alguien abre la puerta del baño y me sorprende en plena mueca. Se avergüenza y cierra, pongo el pestillo. Ahora sí me desabrocho el pantalón y meo de espaldas a la puerta. Me llega el zumbido apenas de la música electrónica que se arrastra bajo la puerta, muevo los pies involuntariamente en intento de baile, el pipí suena irregular en el agua. Riego la tasa. Me abrocho nuevamente el pantalón. Enciendo el cigarro frente al espejo y doy el primer hervor, viéndome de lleno a los ojos. Abro la puerta sin tirar de la cadena, la música se cuela a borbotones, hay cola de tres o cuatro personas. Les sonrió burlón. Camino a la sala, mis amigos me esperan en el sillón.

Tatiana me ve de reojo, por detrás del respaldo. Doy toda la vuelta para acompañar a Pau, que está sentado en el suelo. Lame el hielo de su vaso, se lo empina a cada rato para tomar las gotitas frías, descongeladas que quedan al fondo del duroport. Se lo quito de las manos, lo lleno con agua y se lo alcanzo de vuelta, toma un buen trago y lo escupe en una nube de brisa. Me insulta, sonríe perdido, la camisa empapada. Tatiana sigue allí, inmóvil. Mariano le alcanza un ron con hielo por atrás, le acerca la cara y respira extasiado su shampoo. Qué maldito. Ángel está en el balcón, no logra encender su cigarrillo, se le cae al suelo y no puede recogerlo. Voy a la cocina. La mesa del comedor aguanta un arsenal de alcohol. Me sirvo dos tragos de whiskey a la mitad. Los bebo "a ver a Cristo". Vuelvo a la sala. Se acerca un borrachín que no conozco, me abraza. Feliz año.  Mariano tira sobre Tatiana medio vaso de ron con hielo. Intervengo en el asunto. La tomo de la mano.

Estoy de vuelta en el baño. Cierro la puerta. Pongo el pestillo. Enciendo la luz que se vuelve a arrojar felina sobre lo que encuentra. En el espejo el reflejo de Tatiana y un guatemalteco.


habitación contigua

La he visto entrar y salir. Le he aguantado la puerta del portal, también, de entrada y de salida. La he seguido a lo largo del pasillo de baldosa y me ha seguido a través  del pasillo. La he visto detenerse frente a su puerta, girar dos veces las llaves y desaparecer en su estudio. Ella también a mí. Oigo su música a través de la pared, o cuando abre la puerta corrediza del balcón. Sé que dormimos ambos pegados a lados contrarios del apartamento, es decir, ella a su derecha y yo a mi izquierda, por lo que únicamente nos separa al dormir un muro de 15 centímetros de espesor. Puedo oír, en el silencio de la noche, sus movimientos buscando postura o eventuales toques del brazo que suenan apagados de este lado del muro. Ella seguramente me advierte del mismo modo.  Digamos que nos conocemos, o al menos nos somos familiares sin mediar palabra o pasar del inevitable “bonjour” al cruzarnos en la entrada o del “merci” que articula calladito cada vez  que sostengo la puerta para que entre (o salga). Pero siempre en la puerta de acceso, yo de salida y ella de entrada o yo de entrada y ella de salida. 

domingo, 20 de julio de 2014

Secuencia

Barcelona Sants. Estación de tren
1)     Aparece el protagonista pisando el azulejo de la estación. Su rostro denota, (claramente), el agobio que le producen los demás viajeros en tropel de franceses y turistas amateurs.

2)      Entra en el Mc Donald`s que está justo en la salida trasera. La cajera lo atiende en catalán y de mala gana. Además olvida poner servilletas y sobres de kétchup en su bandeja.  Se sienta en una mesa para dos junto a la ventana que da a Passeig de Sant Antoni.

Afuera de la estación
3)      El personaje franquea la puerta de cristal. Aparece cargando una maleta de mano.

4)      Se aleja del edificio hasta dar con unas escaleras en descenso que denotan el metro. Las baja y espera la llegada del siguiente subterráneo.

5)      Ya en movimiento aguarda indiferente el trayecto hasta escuchar por megafonía “Catalunya”. Entonces baja.

6)      Sobre la rambla se abstiene de su intención de bajar hasta el  puerto. Lo rodea una marejada de paseantes elásticos. Desde donde está contempla el Colón durante algún rato. Da media vuelta. Sube de nuevo.

7)       Repite estación de metro. Baja por las escaleras que antes subió. Espera cabizbajo el trayecto hasta dar con Passeig de Gracia. Entonces cambia de línea a la 4 y tira todo para Alfonso X.

8)      Una estación antes, no en Verdaguer sino en Joanic, entra una chica al vagón y ocupa el asiento contiguo. El baja en Alfonso X y se detiene de cara al cristal. Ella lo advierte sonriente, aguantando la mirada inicial con la seguridad de la puerta cerrada. El subterráneo se pone en marcha y la chica desaparece en facciones borrosas.

9)      Consultando direcciones, ya sobre Parc de les Aigües, logra dar con el hotel que hace esquina en Travessera de Dalt y Riera de Can.  Pisa el suelo cerámico medio espejeante del lobby y se acerca al mostrador. Pasa a registrarse.


10)   Sube las escaleras y atraviesa el pasillo hasta encarar la habitación. Entra girando dos veces la llave. Deja sus cosas y se acomoda. Hace caso omiso de las señales de “no fumar” y enciende un cigarro tendido en la cama. Saca un tomo de cuentos de Augusto Monterroso. Lee hasta que lo atormenta, ahí acostado, la imagen mental de la chica del metro. (la ceniza del cigarro cae sobre la mesa de noche).

miércoles, 2 de julio de 2014

Sofía

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-Sí, de hecho sí, escribo regularmente.
Los dos charlaban en el pasillo. Les quedaba poco más de medio cigarro para seguir hablando. En la oscuridad se veían la cara sólo al chupar de la colilla. 
-No pregunté cómo te llamabas.
-Sofía, Sofía. ¿Y tú?
-Daniel. Versión masculina. Vi que acá también usan el “Danielle”, por eso la aclaración.
Los dos rieron. Luego callaron un rato.
-Gracias por el cigarro, Daniel. Tengo una lectura a medias que resumir para mañana, más vale que...
-Nunca se niega. Y sí, más vale que empecés con eso.
Sonrió. Se quedó un rato, luego se alejó diciendo adiós con la mano, la colilla entre los dedos. Antes de cruzar en su pasillo volteó sonriente a donde él estaba, que trataba de adivinarla en la penumbra. Luego, con voz trémula, añadió “Me gustaría leer algo tuyo, Dani. Si es que puedo llamarte así ”.

A la mañana siguiente, con la luz encima, la residencia universitaria parecía realmente otra. El tipo salió del cuarto y encendió un cigarro en el mismo lugar de la noche anterior. Trataba de adivinar el balcón de Sofía entre cantidad de ventanas,  persianas y ropa tendida. A los dos minutos comprendió que era inútil. Tiró la colilla y salió del edificio buscando la universidad.