miércoles, 16 de diciembre de 2020

Algo de lo que veo todas las tardes en Pradera mientras escribo



 Una secretaria gorda con el pelo pintado de canche aplaude como foca cuando su compañero Yohnie, el abejorro de lentes gruesos y camisa de botones que tiene sentado al frente, le dice:

"Mire, el Licenciado Roldán me autorizó esos diítas de vacaciones que ud andaba buscando. -Estira los brazos y los cruza sobre la panza, se reduce en el respaldo enorme de la silla para poder extender bien las piernas. Da un trago corto al café que todavía quema- ¿Se acuerda que se los iban a dar hasta enero y usted que no, Lic, que por favor no hiciera eso, Lic, que por favor se los adelantara, Lic, que la dejaban sin su año nuevo Lic, que Dámaris podía cubrirla Lic, que por qué al menos no lo pensaba, Lic? 

La gordita dice que sí se acuerda de todo eso, que mala onda el Lic Roldán por querer cambiarle las  fechas a última hora, que qué pena toda la rogadera que le hizo en la oficina y las caras largas que puso cuando regresó indignada a su escritorio, y otra vez aplaude con muchísimo gusto porque recuerda  que había tenido que cancelar ya  los planes de Guateque con la familia para fin de año. Renunciar a las piscinas con pedacitos de piel, niños en calzoncillos mojados y el sol apestoso de Escuintla. Ese viaje por carretera lleno de primos morenos en el asiento de atrás con aliento a huevos revueltos.

-Yo no entiendo cómo ud puede tener un carácter tan noble, Yohnie. -dice la gordita. -Estar pendiente de tantas cosas a la vez, -dice, y mueve la cabeza en reconocimiento, se echa para atrás el pelo con un movimiento corto de cabeza. -Asuntos que ni siquiera tienen por qué incomodarlo, Yohnie, y le afectan en nombre de todos. Usted platica y bla bla con la gente, y nadie en la oficina entiende y usted de arriba para abajo bla bla bla como si nada con esas palabras corporativas y nosotros ni en cuenta, con tal de ayudarnos, Yohnie. Gracias -dice, y se humedece los labios con la lengua.

Yohnie dice que no hay de qué agradecerle. -Nada de que agradecerme, niña. -Sonríe. -Son SUS vacaciones -dice- y le apunta con el dedo. SUYAS.

En el Barista tienen una laptop Toshiba abierta con hojas borrosas de Excel que ni siquiera revisan. El documento pone: INFORME DE GESTIÓN EMPRESARIAL: 1ERA QUINCENA, INTRONSA, Sociedad Anónima. La gorda mueve los tacones divertida bajo la mesa y le pega unos buenos tragos al café cerrando su bocona sobre la taza de cartón, que ya no quema. El café de la casa cuesta 13 quetzales en Barista e incluye refill. Eso es lo que ordenaron los dos para estar juntos esa tarde.

Van a hacer el amor saliendo de aquí, solo que ella todavía no lo sabe, tal vez en un Primavera Suites de Bulevar Liberación con oferta navideña, después de que él se las ingenie para besarla metiéndole la lengua  hasta el fondo de la garganta en el Corollita estacionado abajo, en el sótano 2. Saldrán por la rampa de concreto antes de hacer una parada técnica en la Shell de diagonal 6 para sacar dinero de un 5B y orinar largo  apuntando al mingitorio con la incomodidad de una erección mediana, salpicándose las muñecas por el mal ángulo mientras la gorda espera afuera, encerrada dentro del carro, escondida tras el polarizado destartalado y la tapicería de tela que huele a gasolina y pelo sucio, donde esperará nerviosa con las luces de emergencia encendidas, buscando a  Yohnie en las ventanas luminosas de la tienda.

El abejorro debe ser una especie de gerente o supervisor en la empresa donde ambos trabajan, pienso. Una oficina jurídica, una ferretería, una financiera, una aerolínea local de vuelos a Petén o Huehuetenango, una tienda de accesorios de celular. No más que eso. Los miro con mucho detalle. Nunca voy a ser como ellos, pienso.  La secretaria quiere a Yohnie. Lo mira con los ojos brillantes de admiración, lo mira con misterio, lo mira con esa distancia llena de respeto, miedo y conmoción que antecede al amor, algo que el abejorro sabe bien desde hace unas semanas, cuando la vio entrar a su oficina para sacarle unas firmas y ella en vez de mirar los documentos que llevaba no dejó nunca de verlo a los ojos. Ahora Yohnie se siente validado,  cuando la ve ponerle toda esa atención en el Barista de Pradera, las palabras raras que dice, y esos tics que le salen solitos de los nervios, como el dedo que se rasca el lunar de la barbilla, como  los tacones bailando bajo la silla.

Entrarán al autohotel, pero eso ella tampoco  lo sabe ,  y no apagarán el motor del carro hasta que se cierre la persiana metálica detrás de ellos. Pago en efectivo, compadre, y un paquete de condones, broder,  vive o prudence, los que tengas, no importa, dos botecitos de aceite aromático, mano y dos jaboncitos extras, si me haces favor, cuando alguien les hable desde una ventanilla pequeña como ducto de chimenea y diga son 200 pesos, padre, con voz ronca de toro.

-Me muero por una cerveza, Yohnie boy- dirá ella estirándose en la cama como gato, y él se hará el loco porque la cerveza cuesta treinta quetzales en ese lugar y debiera estar dando esos gustitos a sus hijos, pagar facturas o apuntalar deudas,  no estar gastando como un animal en una mujer medianamente hermosa de la oficina que ahora le cuesta dinero y no pocos problemas. 

Yohnie recordará que tiene que cambiar una manguera del radiador del Corollita y el talco de la parte de atrás que rompió retrocediendo en el McDonalds de zona 9 al golpear un poste amarillo. Puta mañana de mierda, pensará, y sentirá menguar un poco la erección que se estrella en el zipper de sus pantalones. Esa reunión con un miembro de la iglesia que no pudo terminar bien porque  Yohnie no dejaba de pensar en el Corolla chocado. Hablaban de Dios, amor, comunión y estabilidad financiera, asuntos que tocó el pastor en el último servicio del domingo pero Yohnie no podía poner atención, le sudaban los sobacos y las manos que tamborileaban sobre la mesa y hasta tuvo que despedirse antes de tiempo, decir adiós con una mentira para salir a revisar muerto del miedo cómo había quedado su carro.

- Muchas gracias -le dirá al moreno que habla por la pequeña ventanilla del auto hotel- eso es todo, manito. Estamos. Gracias.

Guardará la billetera de vuelta e intentará volver a la cama para distraer a la secretaria de pedir esa cerveza que tanto quiere, pero ella estará parada junto a él, se habrá levantado ya como un resorte para recordarle que quiere la cerveza y le hará un pequeño berrinche de niña pequeña desde abajo, porque sin los tacones dentro del cuarto es una enana asquerosa y Yohnie se fija en eso con desprecio. La maldita le llega al hombro. Ella se morirá de la vergüenza sin los zapatos altos e intentará ponerse de puntillas y abrazarlo desde atrás para que no mire.

-Llevo toda la tarde pensando en tomarme una cerveza, Yohnie boy -dirá- ¿se acuerda que lo hablamos en la office?  -eso último con un acento burgués fingido que irritará a Yohnie sobremanera, como una niña pequeña de una buena zona de la capital. Se encabronará tanto que estará a punto de decirle que haga el favor de cerrar el pico, que a ellos no les corresponde hablar así, como gente de dinero. DEJE DE HABLAR COMO ESTÚPIDA, QUIERE??? pero no dirá nada.

Yohnie estará en calzoncillos, con la camisa abierta y la cruz católica de latón pegada sobre los pocos pelos del pecho que tiene y le importará un comino lo que quiera la secretaria. Apenas se habrán  besado y ya no aguantará el sabor a fiambre que tienen sus labios, que se repetirá desesperadamente en su propio aliento hasta poco después de la mañana siguiente. Pensará MIERDA. Pensará PUTA. Pensará VEEEERGA. YOHNIE QUÉ PUERCAS ESTÁS HACIENDO, BROTHER. CUADRATE. ALINEATE. DEJÁ DE HACER MULADAS.  Así: como un ruego. No querrá besarla más pero ella insistirá. Lo tomará del cuello y deslizará su lengua menuda  dentro de su boca. 

-¿Una Gallo es lo que quiere? -dirá para quitársela de encima un rato- y la secretaria que sí, Yohnie, que sí, que eso es lo que más quiero, Yohnie, lo he tenido todo el día en la cabeza.  Hará cara de niña buena para pedírsela una vez mas y los dos podrán sentir al empleado del autohotel respirando cerca al otro lado de la pared, en su parte de la ventana, esperando a que pidan algo. Yohnie se imaginará un gordo moreno de frente arrugada con el que no conviene meterse en problemas. Un coche asqueroso desesperado por despacharles y largarse.

-Mano deme una Gallo- dirá Yohnie Boy hacia la ventanilla de comunicación abierta en la pared y una gota de sudor frío bajará de su pelo endurecido por la gel. "Hija de puta" pensará. "Maldita puerca", pensará. Se acordará de los 20 de parqueo que tuvo que pagar en Pradera, la colegiatura de los niños, la manguera del radiador estropeada, el talco de luces LED que tiene que reponer al carro y los 50 quetzales de regular que debió haberle echado al tanque antes de llegar al trabajo antes de quedar en reserva. Una mano negra arañará el dinero en efectivo y cerrará su lado de la compuerta, él hará lo mismo poniendo el pasador dentro del cuarto y ahora sí, nadie más podrá oírlos.

Se la va a meter en la boca, a esa gorda, toda, y el supervisor lo sabe, por eso le muestra tanta empatía y le habla sin parar en  el Barista. Se ríen y beben del café aunque esté hirviendo y tengan que soplarlo mil veces antes de darle un trago. 

Cuando se la estén mamando, Yohnie va a quitarse los lentes para dejarlos  en la mesita de noche, acomodado boca arriba, entrelazando las manos detrás de la nuca y ahí se acabó el encanto. Cuando la saliva de ella se cierre sobre él, cuando él sepa que ya está dentro, su picha sobre su lengua empapada y todo se haya consumado. La secretaria lo va a ver, le va a echar un vistazo rápido desde el ombligo en mitad de la felación, en medio de la fuerza que hace Yohnie para empujarla hacia la base del pene, y solo entonces verá los ojos de él como nunca los vio antes, al menos como no los vio nunca en ese Barista de zona 10, ni en todo el tiempo que llevan trabajando juntos en la office.  Los ojos torcidos de un perturbado, con el astigmatismo perfectamente visible sin los lentes y los colochos desencajados sobre la frente. El bigotito sudado y las bocas de estornudo que hace Yohnie cuando gime de placer, cuando está a punto de correrse sobre sus muelas con insultos y manotazos.

Con la cabeza yendo de arriba a abajo, arriba a abajo, mientras sujeta a la gorda por el pelo, Yohnie boy comenzará a pensar en su familia, en la casa de paredes tristes que renta en zona 5,  el perro salchicha con un tumor en la barriga, los zapatos de fútbol que no ha podido comprarle a Estebancito y las luces chabacanas de su arbolito de navidad, que apenas tiene regalos de "Dollar City" y “El Mismo Precio” en la parte de abajo. Recordará  esa muñeca de segunda mano que compró la semana pasada en el guarda para su hija pequeña, que tiene un ojo trabado y el pelo un poco sucio, y luego la noche que vio a su mujer empacándola con mucho cuidado en el cuarto donde duermen juntos los dos,  y esa  tarjetita que puso encima del papel celofán  que decía  "con mucho cariño,  Sofi. De tus papitos Yohnie y Nancy, que te quieren mucho".  Sentirá rabia y empezará a balbucir incoherencias en la cama, a tratar a la secretaria con algo más de histeria y violencia. El reloj plateado de ejecutivo que lleva puesto, el Omega genérico que se arruina si se lava las manos, y que le queda un eslabón más grande, le raspará la oreja con la manecilla de ajuste. Esa será la prueba material de que estuvieron juntos, cuando llegue la mañana siguiente en la oficina y se crucen de frente en la fotocopiadora Ricoh y tengan que saludarse. Buenos días Yohnie. Buenos días, nena. ¿Cómo amaneció? Y Yohnie lleno de asco,  con los ojos chinos de tener que madrugar tanto: bien gracias.

Él no volverá a dirigirle la palabra, nunca lo hace, ni a pensar en tomar algo con ella. Ella querrá llamarlo por teléfono al salir del trabajo esa misma tarde para preguntarle qué fue todo aquello que vivieron la noche anterior de after office en Barista, y que si estaba seguro que el condón no se había roto, que si habían sido verdad sus palabras, esas atenciones divinas que tuvo con ella y su tiempo, y las cosas bonitas que le dijo cuando estuvieron solos en el sótano 2 de Pradera, antes de besarla. 

Él le dirá que no vuelva a llamar a su celular (NI SE LE OCURRA VOLVERME A LLAMAR, dirá rascándose la cabeza), y la tratará con el nombre de Mynor, que es como la tiene guardada en su teléfono para que su mujer no sospeche. "Mynor, qué puercas hace llamándome a estas horas?!" -dirá mirando su reloj pulsera como pantera, sacudiendo la mano frenéticamente delante de su mujer, bajando el volumen de la tele cuando dice- "Qué jodidos se cree, mano. Resuelva con Henry o hable con Core, pero no se le ocurra volverme a llamar a esta hora,  mucho menos para que le autorice esos cheques".

Dos días después pensará en hablarle a Nancy, la esposa de Yohnie, acerca de todo lo que hicieron esa vez en Primavera Suites y pedirle perdón de su parte. Pero no tendrá el valor para hacerlo. El trabajo es una mierda en este país, se dirá mil veces, mientras piensa en todo lo que pudo hacer diferente... Se lo dijo Susy: hace dos navidades se la mamó a Yohnie en el parqueo de la oficina, después del convivio,  mientras el poli apagaba las luces y estuvo a punto de denunciarlo en el MP a los pocos días, pero eso tampoco  iba a servirle de nada, le dijo.  Después medio se te olvida, le explicó Susy. Borrón y cuenta nueva, nenita, borrón y cuenta nueva, bonita. Lo importante es tener un escritorio y un chequecito que cambiar a fin de mes. Lo demás se te olvida.

Las piscinas y los toboganes llenos de cloro de Guateque no podrán hacerla olvidar ese año nuevo: Su ilusión del viaje de pronto más o menos disminuida ¿Cómo puede un hombre ser admirado y después de despreciarla tanto, admirado aún más? ¿Por qué ella sentía en el estómago que todavía lo quería? La secretaría toca la punta de sus tacones debajo del escritorio de vidrio que tiene, se pone un lapicero Bic en los labios para pensar, parpadea rápido, mira el calendario 2020 claveteado en la pared, el cristal azulado de la oficina y piensa que todo eso le ha ocurrido antes. Todo siempre ocurre antes, piensa. Todo nenita. Todo. Antes. Suena el teléfono, levanta el auricular pero no dice nada. Está  llorando como puerca.

Navidad llega el 25, no hay pierde, todos estarán tristes por algo distinto,  cuando la secretaria abra los ojos en la camita fría de resortes que tiene en su cuarto sencillo de San Cristobal. Los cuetes empezando a tronar en el patio deprimente de la vecindad, donde también detonan bombas baratas, y hay luces verdes y rojas demasiado sencillas para provocarle algo bonito. El espectáculo dura apenas unos segundos, en lo que se consumen las cajitas escupeluces de 20 disparos y todo queda en silencio. No hay dinero para más pólvora en todo el barrio, para prolongar aunque sea un minuto más, la felicidad.   Echa un vistazo alrededor con el humo estancado de los cuetes y mira las calles remendadas de petróleo de la colonia, las bicicletas viejas de montaña con la cadena oxidada y los túmulos amarillos y los puddles de bigotes sucios y patas rapadas que ladran muertos del pánico en los balcones y las sombrillas con las varillas dobladas y los  vecinos con jardines igual de descuidados que el suyo, con carritos rotos para bebé tirados en la entrada. Feliz navidad, mjita linda, le dice su madre al verla entrar por la puerta, y ella se esconde en el abrazo, mirando con angustia sobre el hombro lo que hay detrás de una ventana. Feliz navidad, mamaita linda- dice, y siente el sabor hirviendo del llanto entrando por su boca-. 

Esa noche se acuesta más temprano, cuando la familia todavía platica en la salita, algo de lo bueno que ha sido Dios y las metas del poróximo año. Abraza la almohada bajo los sobacos y se echa a llorar con la boca abierta. La funda llena de mocos cuando entiende que ya no siente nada por navidad.