jueves, 25 de enero de 2018

Hace años te escribí un texto queriendo despedir una ciudad




Vivíamos juntos. Gané mi primer certamen literario
viviendo contigo.  Te leí el relato ganador mil veces 
sentados en la cama ,(¿te acordás de eso?), y aunque no   
entendías nada del español decías que te gustaba 
el sonido de mi voz dentro del cuarto.




De vos aprendí que el amor es admiración, solo eso, y que se puede amar un paisaje y una flor y hasta la fachada de una casa cuando se le mira  por mucho tiempo.
Que la gente tiene la posibilidad de hacer feliz a otra gente y que no hay nada más sencillo/precioso que vos sentada en mis piernas y el mar después de una bajada.

De vos aprendí que somos momentos y emociones en la cabeza de otras personas, que las cosas se cuentan siempre a través de la gente y que se puede pensar permanentemente en alguien cuando los lugares/cosas se repiten en el tiempo.

De vos aprendí que una mujer puede cambiarte la vida y que todo es mejor cuando nos emborrachamos juntos tirados en el césped oyendo nuestra propia risa.
Aprendí que admirar es más difícil que querer a alguien o besarlo/abrazarlo, mucho más, incluso que hacer el amor. Aprendí que admirar es la acción más noble del ser humano.
De vos aprendí que para comprender un sentimiento hay que revisitarlo constantemente  y que la nostalgia no es otra cosa que un vistazo antojadizo a nuestras propias vidas. 
Aprendí que la gente vive esperando fines de semana y reconciliaciones infinitas, momentos heroicos y personas que los recuerden para siempre, cuando ya no estén. Que lo único que importa es qué vamos a ser hoy en la noche.
Aprendí que mentir es triste y lamentable porque todos esperan valientemente la verdad, y que la mirada de un hombre o una mujer puede ensuciarse para siempre con la mentira. Aprendí que el placer de la verdad tiene que ver  justamente con su sencillez y con el gusto por nuestras propias historias (vivir a lo loco solo las cosas que queremos).
De vos aprendí mucho del tiempo y de la forma en que muchas personas lo ignoran. Aprendí que hay un momento en nuestras vidas que empezamos a vivir lo que queremos contar, y que hay mucho en la oportunidad de nosotros dos juntos, lo que significó pasar una noche contigo (cuando la tuve por primera vez), sin hacer nada, y solo estar. Aprendí la importancia de perder el tiempo con alguien.
De vos prendí que la edad tiene que ver con las ganas de hacer las cosas y que hay etapas que nunca regresan. Que las personas llaman por teléfono mil veces  para decir que la cagaron, que se equivocaron tanto,  y que los que contestan el teléfono se sienten igual.
 Aprendí el valor de verse reflejado en los ojos de alguien que va  a morir y de encontrar, aunque sea una vez en la vida, un momento como aquél de los dos solos apoyados en la barandilla del embarcadero de San Sebastián cuando te dije, (con toda la verdad que tuve en el mundo), que eras más linda que el atardecer.

Aprendí que hay muchas cosas que mueren en las personas pero nunca las ganas de volver sobre sus propias vidas para intentar hacer más: admirar más, VIVIR MÁS. Acaso volver a revisitar lo que los hizo sentir algo (aunque sea un ápice de pasión). Aprendí que vos y yo, como las etapas,  nunca vamos a volver a vernos, mucho menos regresar a lo que fuimos ese tiempo en España. Que los años también pasaron sin problema sobre nosotros, aunque fuéramos realmente felices y nos diera risa decirlo en el 2014, que iba a llegar ese momento, ese año que yo cumpliera los 24 que tú tenías cuando te conocí en la cocina de aquélla casa de Salamanca, cuando apenas era un estudiante de 1er año de filología y tú una inglesa enamorada de mis cosas.   
Sé que esto nunca vas a leerlo pero me gustaría decirte que este es el año que cumplo la edad de la única referencia tuya que tengo; la que conozco. Y que empiezo a ser mayor que tú. Porque siempre vas a ser una inglesa de 24 años para mí.  Y todo lo que recuerdo de esa época, y todo lo que te quise. Lo que fuiste  con  la edad que todavía tienes en mis fotos.