sábado, 14 de mayo de 2016

La posibilidad de una camarera



Había una última pareja en la mesa más alejada de la terraza. Aguanté desde la puerta a que se levantaran, tú les llevaste la cuenta. Me dolía el estómago de pensarte fuera del trabajo. No podía verte pero escuchaba los platos, algún gabinete abrir/cerrarse, el sonido metálico de los cubiertos chocando entre sí. Entonces te oí decir adiós, tal vez a los demás empleados de la cocina. Me viste recostado en la pared y tuviste que hablar tú porque en ese momento no se me ocurrió cómo decir que te estaba esperando. Bajamos el ascensor viéndonos a los ojos. Se abrió la puerta en el lobby, pregunté “¿adónde vamos?” Entonces te reíste y dijiste que a esa hora todo estaba cerrado, que además,  ¡ah!, estabas tan cansada y que el último autobús pasaría dentro de poco. Te pedí un beso antes de cruzar las puertas del hotel y lo pensaste, levantaste la vista hasta ver al recepcionista y sólo entonces dijiste que habíamos coincidido en el peor lugar del mundo. Me fui pensando ¿Honduras?

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