Había
una última pareja en la mesa más alejada de la terraza. Aguanté desde la puerta
a que se levantaran, tú les llevaste la cuenta. Me dolía el estómago de
pensarte fuera del trabajo. No podía verte pero escuchaba los platos, algún
gabinete abrir/cerrarse, el sonido metálico de los cubiertos chocando entre sí.
Entonces te oí decir adiós, tal vez a los demás empleados de la cocina. Me
viste recostado en la pared y tuviste que hablar tú porque en ese momento no se
me ocurrió cómo decir que te estaba esperando. Bajamos el ascensor viéndonos a
los ojos. Se abrió la puerta en el lobby, pregunté “¿adónde vamos?” Entonces
te reíste y dijiste que a esa hora todo estaba cerrado, que además, ¡ah!, estabas tan cansada y que
el último autobús pasaría dentro de poco. Te pedí un beso antes de cruzar las
puertas del hotel y lo pensaste, levantaste la vista hasta ver al recepcionista
y sólo entonces dijiste que habíamos coincidido en el peor lugar del mundo. Me
fui pensando ¿Honduras?
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