Afortunados que cagan al lado de sus mochilas. Al alcance,
digamos, de sacar un sharpie o cualquier otra cosa que pinte, que permanezca.
Escribir, lo mismo que ¿Inmortalidad? Yo más bien diría que
prolongarse lo que vivan esos tres tristes paneles del cubículo, que ahora, con
los pantalones abajo, devolviendo el espagueti, te salvan de ojos ajenos. Ojos
que entran y salen, que ven el lavamanos, después el urinario, más allá el
rótulo de “caballeros”; otros que
alternan del zipper a la cerámica blanca salpicada con afán de encontrarse el
sexo; algunos simplemente se pierden en el cielo falso del techo, para no
levantar sospechas de quien ocupa el urinario contiguo. Entonces, de pronto (y
pensá en esto) por qué no escribir algo como tu nombre en mayúsculas, tal vez
el fragmento de algún poema ¿tuyo?, no sé, a lo mejor algo que te dijo tu viejo
hace, (puta), cuánto tiempo. Pero no caigas en dibujar un pene o insultar a los
demás ocupantes del retrete, que van a leer tu mensaje, que tal vez respondan
en mala letra infantil con un mejor insulto que el tuyo.
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