La M.O.D.A -Vasos vacíos
Estoy solo en un Oxxo de carrera 5b en Bogotá y la dependienta de la caja se acerca resoplando cansada. “Prohibido tomar alcohol en un Oxxo, señor.
No puede hacerlo, señor, lleva 3 Águilas y no puedo permitirlo más, señor. Salga, señor, por favor se lo pido. Lo estoy viendo Señor".
Pagué otras dos latas grandes de Águila para
llevar (prometiendo a la dependienta que esas sí eran para llevar) y las maté sentado en un parque de candelaria,
pensando en todos los días que habían sido como ese. Pero no había días como
ese en toda mi vida. Acaso solo mucha cerveza y mucha nostalgia, y tal vez días de
querer largarme a cualquier parte, de no volver a memorizar un solo nombre, de no volver a querer un rostro. Pero esa mañana estaba metido en el hoyo mismo de las cosas que pensaba, el más grande de todos,
varado a pocos kilómetros al sur de lo más
cerca que estuve alguna vez de la belleza.
La noche antes, la noche sin fecha, la noche del sábado, después de cometer la estupidez de querer verla, bajé del carro blanco de Lu en
un semáforo de una calle cualquiera, como si escapara de ella y de todas las
cosas que dejó en el mundo para que la pensara. Un año y medio después de su cara linda
diciendo adiós en zona 14. Dos diciembres después de verla besar mi mano estallada y de su boca ( que quise tanto) diciendo "crispetas" o: "catamaran".
Miro por la ventana del apartamento vacío que renté al llegar
al centro. 20 pisos abajo la estación de Las Aguas, la vida circular de los
junkies, sus movimientos desconfiados, medidos, y sus cabezas delgadas, mal rapadas vistas desde
arriba. Camino como un león enjaulado dentro
del cuarto, recorriéndolo a lo largo del cristal, dando media vuelta al llegar al lado contrario,
haciendo las pausas desquiciadas de un adicto mientras intento pensar en cosas menores. Angustiado por ella, mi letra Ele. Porque el tiempo no hizo nada y todavía la quiero.
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