domingo, 13 de enero de 2019

De cómo los perros sobreviven en Quetzaltenango


 

El servicio municipal de recolección de basura pasa los martes de madrugada. Los vecinos la sacan la noche anterior en bolsas plásticas a partir de las 9pm, cuando hay menos vergüenza por la poca afluencia vehicular y la oscuridad (la prosibilidad de que un conocido los vea en el ejercicio de sacar la basura con pijamas ridículos o demasiado baratos / crocs genéricos de colores chabacanos sin el strap de la parte trasera), y la dejan en las banquetas.

Los perros callejeros se reúnen en grupos de 7 u 8  (todo esto, aclaro, dani no lo hace. No tiene otros perrros que sean amigos), y recorren los adoquines desde la Shell de “Pool and Beer” hasta la subida de la cumbre por la 9a avenida de la zona 1. Allí los vecinos están más acostumbrados a la solitud y a la poca vergüenza, por lo que la basura se amontona rápidamente en las esquinas de las casas sencillas sin importar que no sea de noche.

Hacen su ruta, los perros, buscando rasgar dos o tres bolsas grandes de basura con restos orgánicos de cualquier tipo de alimento para poder pasar la noche. Los he visto comer verduras podridas y jamones agujereados de gusanos, lamer el interior de empaques de queso fresco y latas de sardinas. Se dirigen al Benito Juárez en un orden impecable, distribuidos a ambos lados de la calle, siempre liderados por un perro erguido de tamaño mediano, con la cola sin recortar (signo de que  nunca tuvo un hogar), hasta avistar el parque lleno de porquería, donde por fin dan la vuelta, idealmente, para entonces, ya  con algo de comida en el estómago.  Benito Juárez es un parque rodeado de puestos ilegales de venta y un Pollo Campero cubierto por nylons y estanterías llenas de  zapatos falsificados. Allí es donde culmina el pillaje de los canes.

 La autonomía de los perros es total en Quetzaltenango y no dependen ya del afecto humano. Han sabido sobrellevarlo. Salir con éxito de la carencia absoluta de pasadas de mano, caricias en la barriga y recompensas afectivas de cualquier clase. Se las han arreglado para existir a pesar de su naturaleza dependiente y cariñosa. Han aprendido la importancia de estar en grupo, aunque exista alguna distancia entre ellos, saben siempre mantener el bloque, algo que les separa diametralmente de las variedades domésticas, que se han vuelto hostiles y agresivos entre sí, olvidándose completamente de su propia condición feral por adoración al hombre, a quien rinden su fidelidad mediante representaciones histéricas de celos: amenazas a cualquier animal semejante que cruce la entrada de casa, cuyo dominio consideran privativo, y movimientos complacientes de cola, de sumisión incondicional que hacen al amo. Son aquellos, sin embargo, los de las calles heladas y huérfanas de luz de Quetzaltenango, los que pueden dar una lección al hombre de verdadero coraje y subversión.  Su casa, pues, está en todas las calles que pisan. En todos los sitios que las personas abandonan cuando llega la noche. Es decir, viven en el centro del miedo.


Si visita Xela y quiere verles.

Se les puede ver descansar de noche en la rotonda del CUNOC, junto al decadente Templo de Minerva, jadeando en grupos grandes,  echados a lo largo de la hierba alta y descuidada, saturada de bolsitas de frituras. También se les puede ver cerca del supermercado La Torre de avenida La Independencia, un poco más tarde, sobre el carril auxiliar y en los lavaderos de diagonal 3 con 2ª calle de la zona 1.  



Recomiendo mirarlos con la luz de una linterna para ver el espectáculo de todos los ojos brillosos que miran hacia usted. Tener siempre el cincho del pantalón suelto, para sacarlo en cualquier momento y blandirles la hebilla en el hocico, encontrar una pared cercana sobre la  que usted pueda saltar (o el capó de un auto), pues a pesar de que la antirrábica es gratuita y la municipalidad de Quetzaltenango, como  la de  La Esperanza, en ese sentido están  a favor de la comunidad de vecinos y del tratamiento gratuito del virus, duele muchísimo cuando  le muerden detrás de las piernas.



Concluyo.

Xela es de los perros y de las personas en la misma medida. La vida no retoña  (nunca retoña) para ninguno de los dos en este lugar. El progreso es un perfume delusivo de avance y mejora. Un perro que intenta morderse la cola.

La forma de los perros es el pillaje, la rapiña, el saqueo, y la de los hombres, el vicio; cientos de miles de desvelos etílicos en cantinas despotricadas del Chirriez, mujeres con olor a humo en el cabello que destinan sus vidas enteras a perdonar perpetuamente a hombres que van a abandonarlas.

Dedico esta entrada


Dani de La Cumbre, esto es para vos que no tiemblas con las bombas de pólvora ni los accidentes de tránsito, que no te amedrenta la gente mala ni la amenaza constante de los grupos audaces de perros que treparon 600 veces por tu lado de la plazoleta amarilla de 1917, la que siempre te vi defender  a capa y espada, con tus colmillos brillantes de saliva  y tus fuertes patas delanteras: A MUERTE.

 Para vos que afrontaste solo cada una de las noches que te vieron envejecer.  Vos y yo, daniperro, para siempre. Lo que dure tu vida valiente.











 


Quetzaltenango, enero de 2019

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