domingo, 17 de febrero de 2019

11 avenida final


Entonces llegas borracho  dos días seguidos a la casa de tus padres, porque sigue siendo la casa de tus padres en la que vives después  de haberte ido tantas veces de allí. Apestas a  guaro. Como si te hubieses vaciado encima una botella de ron y sonríes con los ojos enloquecidos.


Decís unas idioteces tremendas al saludarlos en la cocina, a tus padres. Te reís, y en medio de la borrachera ves sus caras afligidas.  Los pones tristes. Al final no vales mucho. Sos un borrachito más de todos los que se emborrachan un sábado, que son cientos de miles en este país.


-¿Manejaste así hasta acá?

-¿Así cómo?

-Así de bolo

-No estoy bolo - decís sin poder vocalizar bien.


Te miran de arriba a abajo. Toda la ropa arrugada, descompuesta. El pelo levantado en la parte de atrás.


-Venís hecho eme. Mirate los zapatos.-


Te miras como un idiota los zapatos porque ni siquiera te acordas dónde estuviste metido hace apenas dos horas. Un alivio, pensás, ni siquiera están vomitados o llenos de lodo. Todo bien, dani. Todo bien.

- Tenes los zapatos desamarrados,  a punto de zafarse.  –dice tu padre. -Y los jeans caídos mano, como si no te hubieses podido apretar bien el cincho. Mirate el pelo nada más. Sos un desastre.-

-Sí, sí –decís rápido, -tenes toda la razón del mundo- poniendo un interés exagerado en lo que dice, que solo te hace parecer más borracho de lo que estás.- No aguantaba los pies -decís-. Me los aflojé en el camino para llegar directo a la cama. –


Los dos me miran con una seriedad entristecida.


-Te la jugás demasiado al manejar así, dani. Vos conoces bien el derecho, las reformas del 2017. -Ese es el comentario de mi papá abogado, que trata de no irse por lo religioso al principio, sabiendo que yo lo rechazaría inmediatamente, la idea de Dios y de la Biblia juzgando conductores borrachos.-

Sonrío con holgura,  de oreja a oreja. Encuentro un nicho para el humor.

-Las coimas se encarecieron demasiado en los últimos años, es verdad – les digo a los dos  queriendo ser chistoso. -Policías están como sabuesos detrás de los sobornos ahorita, ¿los han visto? después de las reformas ¿se dan cuenta?- digo señalando hacia afuera, adonde están las calles oscuras: -todos son unas ratas-.


Pero no puedo ser chistoso/hacer reír a nadie así, en un momento como ese, al menos no a personas que me quieren tanto.  Solo consigo asustar a mi madre, que no quiere verme nunca borracho, al hijo del medio  que vio jugar en su cuarto con soldaditos de plástico, tirado boca abajo en el suelo, haciendo ruidos de disparos y explosiones con la boca,  ahora con la respiración del licor ocupando la  casa.

-Mama no me veas así - le digo. - Ni se te ocurra verme con esos ojos de decepción. -
Mi madre quiere llorar, pienso. Está al borde de echarse a llorar.

-No sabes lo tonto que te ves cuando estás borracho. Te ves horrible -me dice, y  se aleja de mí como si de pronto fuera una amenaza en su propia casa. Como si le hiciera daño mi cercanía. Pienso que me muero de ganas  de abrazarla.

-mama yo a ti te quiero mucho, no me digas eso. Me destruye.- le digo.

Mi madre se conmueve porque sobrio nunca me oye decir esas cosas, que son verdades totales en mi vida.  Retrocede hasta donde está mi padre en busca de protección. Porque al final solo soy un  bolo hablando estupideces la noche de sábado y ellos nunca supieron lo que se sentía estar borrachos,  porque jamás bebieron hasta la ingravidez de una ceguera.

-Tú sos muy inteligente dani. - Me dice alguno de los dos.- Pero qué tonto te ves así. Qué mal habla eso de ti, y qué mal te ves. Tu mirada es la de un tonto. Y tus palabras también, las de un tonto. -


Abro los brazos, los extiendo como Cristo. 


-Me presento –les digo - soy dani- el hijo más tonto que tienen. ¡¿Acaso no recuerdan lo tarado que fui desde pequeño?! Sin duda el más idiota de todos, metido siempre en problemas.-
 
Mi madre empieza a llorar. -Ni en broma digas eso.- dice.

-De pequeño también te hacía llorar mama, ¿te acordas de eso mama, de cómo te hacía llorar? Porque en los semáforos te contaba de los problemas en que me metía,  porque  vivía cagándola en el colegio y en la academia de tenis, porque una vez hice llorar a unos albañiles de la humillación y la cólera tirándoles piedras y disparándoles en el cuello desde la ventana de mi cuarto con un rifle de aire, porque una tarde pinté la motocicleta de una persona sencilla que encontré en el condominio, dejándola cubierta de una capa espesa de pintura grasosa. Ese maldito mensajero que luego fue a tocar el timbre de la casa con los ojos llorosos para quejarse y enseñarte cómo  había dejado yo los espejos, el asiento y el motor de esa moto sencilla, "lo único que tenía en la vida”, dijo, porque así se refirió esa tarde a su moto asquerosa, una 125  y tú mama, intentaste  pagarle los daños sacando unos billetes de 100 de la cartera con tu mano temblorosa de la vergüenza, unos billetes lisos que él no quiso aceptar porque, dijo "el dinero a veces no arregla nada, señora".-


Me reí como idiota en la cocina cuando vino a mi mente todo aquello, y hasta un conato de recuerdo bastante claro de la Galloper viejita color verde que conducía mi madre hace años. Una imagen que entró de pronto, como una ventana que se somata, en las cosas que pensaba. Algo que había dejado ya de recordar.

-¿Te acordás esa vez en la reforma, mama? -le dije- La pareja de viejos como pasitas, esas cascaritas  que iban en el asiento de atrás de un sedan, agarraditos de la mano. –

Eructaba. Paraba para poner en orden mis ideas, yo mismo me daba cuenta  que mis erres estaban demasiado entrampadas, mis terminaciones, a pesar de todos los esfuerzos que hacía, eran deficientes, eran como las palabras del borracho estereotípico de la tele, era la maldita imitación de un borracho. 

-¿la historia de los viejitos de la reforma? - mi madre no parecía recordar nada de eso. No tenía cabeza para pensar en esas cosas.

-Unas pasitas encantadoras mama, ¿te acordas de ellos, mama? que tenían las ventanas abajo. – Mis padres me ponían atención, acentuando su cara de asco cuando se daban cuenta hasta donde podía llegar mi descaro de seguir hablando de mí mismo en ese estado  desagradable. De reírme por lo alto de algunos episodios vergonzosos de mi vida. 

-Se notaba que estaba conduciendo el hijo, -continué diciendo- que tenía cara de querer morirse del aburrimiento en el tráfico de la tarde,  un cuate como de 30 años, papa, visiblemente molesto porque quizás estaba llevando a sus viejos a un chequeo médico al Igss de la zona 9, y le esperaba toda esa cola.  Pues justo intentaba cruzar con su auto los 8 carriles de la reforma con cara de no querer estar allí cuando se me ocurrió la idea de meterles algo por la ventana ¿Sabes cómo? Tirarles algo a los viejitos que iban en el asiento de atrás con la ventana abierta-

Era sorprendente la claridad con la que de pronto recordaba ese episodio del carro.

Me había comido un banano de las bolsas del supermercado que encontré en la parte de atrás mientras mi madre esperaba el semáforo con la vista puesta en los carros desenfocados, replicando el ritmo de una canción que sonaba en la radio con toques de sus  uñas largas en el tablero plástico del auto. Me comí el banano lo más rápido que pude para quedarme con la cáscara, se me llenaban los cachetes de banano, pero de un momento a otro tuve la cascara lista para el lanzamiento. La alisé encima de mis pantalones y bajé la ventanilla. Allí estaba la pareja de viejos de perfil, mirando hacia La Reforma y la fila interminable de autos inmóviles enfrente, al alcance, digamos, de cualquier tirador, por muy malo que fuera, tan cerca de mí y de la Galloper detenida junto a su carro que era  imposible fallar. Una gran oportunidad, pensé. 

Hice para atrás el codo, la mano donde tenía la cáscara de banano, y haciendo un movimiento brusco hacia adelante la arrojé con todas las fuerzas  que tuve al interior del carro de los dos viejitos. La cáscara entró por la ventanilla trasera y pegó en la cara del viejo, haciendo un sonido terrible que lo hizo reaccionar como un perro asustado. 

El hijo, el joven treintañero que conducía, vio de reojo, o justo volteó en el momento en que yo arrojaba la cáscara de banano (eso nunca lo supe), y vio cómo le pegaba al viejo en la cara: su propio padre con una cáscara. Se dio cuenta y se puso como un mono endemoniado dentro del carro. Dando brincos y manotazos, tocando la bocina como obseso cuando vio lo que le había hecho a su viejo. 

Se quitó el cinturón de seguridad para bajar del carro, abrió la puerta e intentó salir, pero el semáforo había cambiado a verde, los autos arrancaban de nuevo y entonces avanzó acercando su auto al nuestro, pegándolo mucho, hasta casi chocar con la Galloper de mi madre. Gritaba maldiciones con la cáscara de banano en la mano, enseñándola por la ventana hasta que mi madre vio lo que estaba pasando y pidió disculpas por mí, como habría de pedir perdón casi toda la primaria. Pidiendo perdón a las personas que afectaba por mi comportamiento, y una vez a Dios, en sus oraciones, como hizo la primera vez que llegué a mi casa borracho. Perdón Jesús por su comportamiento, líbranos de cualquier vicio y maldición. Como todas esas veces que la escuchaba decir, cuando la llamaban del colegio de que me habían suspendido y tenía que llegar a traerme: “Dani eso no da risa. Me avergonzás, dani. Por qué haces esas  cosas, dani. Qué voy a hacer contigo, dani, por favor, decime qué hacer. ¿qué te he hecho yo a ti?!".


-Mama perdón si soy tu hijo más bolo. -le dije entonces en la cocina, era muy tarde ya y hacía un poco de fŕio que solo ellos sentían-.  Pero es que en esta ciudad, en este país no hay otra cosa que hacer. Nada más que hacer  que ponerse hasta los caites cada semana. Es el deporte nacional.

Mi madre resopla con los ojos estallados de lágrimas y hace movimientos negativos de cabeza.


- eso no tiene nada que ver–dice mi padre,   y me recuerda otra vez que él nunca se emborrachó en la vida, y menos para pasarla bien.-


Quise decirle que yo ni siquiera trataba de "pasarla bien" al beber. Pero mi explicación sobre lo que pienso del xl y el guaro toca lo religioso,  algo que solo los habría preocupado más. Así que no dije nada. Cedí al gusto de entrar a defender el xl.

-Nunca me emborraché - vuelve a subrayar mi padre, como perdido en sus reflexiones de antaño. –Cuando salíamos nosotros nunca…


-Papa perdón -lo interrumpo.- pero tú tenes buenas historias.- Y era verdad. Siempre quise tener sus historias. Sentía envidias profundas de sus historias aventureras y valientes desde que era pequeño. Las mías estaban  llenas de vicios, patanadas y malos hábitos, pensaba en la cocina. Todo hecho mal. Con las patas, dani de mierda, aunque acababan siendo muy buenas. 

Entonces llegaba ese silencio incómodo en que yo los miraba con mis ojos borrachos en la cocina, justo del otro lado del desayunador, donde me habían arrinconado después de meter el auto al garaje. Una parte de la casa que igual les recordaba al dani pequeño que vieron crecer, allí mismo. Al que vieron escoger entre las cajas de cereal con concentración, en el desayuno y en la cena. Dando algunas alegrías, pero siempre haciendo llorar a mi madre por cosas distintas. Ahora, después de todos esos años, porque los estaba viendo desde unos ojos etílicos terribles que me delataban estúpidamente, que no lograba cambiar ni esforzándome mucho.


-Nosotros no te enseñamos esto, mi dani.- dice mi mamá, que  lloraba demasiado ya. Me amaba con locura.

-No mama, es verdad. Esto lo tu-ve que a-pren-der yo so-li-to -dije silabeando, señalándome el pecho.- "Para tener algo que hacer "–pensé, pero no lo dije- "para no volverme loco con la publicidad agresiva de la ciudad, los altavoces sonando con reggaetón en todas partes, en todos los estacionamientos de todos los comercios, dentro de los autos, autobuses y antros,  y el diésel de las camionetas que nos tienen la cabeza a todos frita". En conclusión (y tampoco esto lo dije) No hay nada bueno que hacer en este país. El alcohol es como los parques públicos que no tenemos.

-¿Sabes que me dijo ana belén la otra vez que la vi? (Ana belén es una autoridad de la facultad de derecho que no tenía idea de que conociera a mi madre).
Que sos un gran estudiante de derecho. Con papa nos sentimos muy orgullosos. Pero ¿qué es esto? - Decía volviendo a llorar. -Por Dios, dani qué es esto. Qué pensas de todos los talentos que te dio Dios.

Me reí por lo bajo.


-Y mira nada más, se te hincha la cara cuando tomas y me duele mucho verlo. - me dijo balbuceando mi madre.- Esa tu cara de tener ganas de querer vomitar es lo más horrible que he visto nunca, me da mucha tristeza.  -

Mi padre miraba hacia abajo, a las baldosas, con desprecio. Le dolía el dolor que yo le hacía sentir a mi madre. Odiaba que ella tuviera que verme así. Yo también odiaba eso: lastimarla.

 -Estás inservible, no te has dado cuenta. Solo mirá cómo haces sentir a tu mamá. –dijo mi padre.
-Sí sí sí sí. Tienen toda la razón del mundo. -les decía. -Toda la razón del mundo.

Entonces bostecé por todo lo alto. Dije a que sí a lo que decían. Quería acabar cuanto antes. Di las buenas noches.



  Entonces voy a mi cuarto. Pongo una canción de Antonio Vega y sonrió hacia la oscuridad del techo, donde creo adivinar, está la lámpara apagada que vi todos los días y noches desde que nos pasamos a vivir a esa casa en el año 2004.

Las cosas no son graves, pienso en la penumbra. Nunca fueron graves, pienso,  pero lo son para las personas que nos quieren, aunque tengamos más de 20 años ya. Salí con muchas mujeres en la vida, ninguna se preocupó por mis malos hábitos.  Nadie lloró porque mis borracheras fueran recurrentes o patológicas. Es verdad que fueron grandes historias, pero a nadie le importó si hacía 100 kms por hora en las curvas oscuras de occidente y carretera a El Salvador o paraba somatando las ventanas de una super 24  a las 3 de la mañana para pedir que me vendieran un six-pack de cerveza.  Las historias son siempre más duraderas (y mejor inversión) que las personas. Yo mismo lo creo. Tienen más importancia.


La cara de mi madre es lo más valioso que tengo y tendré siempre, en toda mi vida. Sé que cuando deje de tenerla voy a recordarla con la misma fuerza de ahora, y voy a llorar por ella como ella lloraba por mí. 

No se puede olvidar la cara de alguien angustiado por uno, cuando la zozobra es genuina y es uno mismo la causa. Porque allí es justamente donde vive el amor. El amor avasallador de mi madre. Aunque al final solo haya sido el hijo más tonto que tuvo.








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