¿Qué
concluí la mañana que la despedí en la estación de tren de Salamanca, al regresar, ahora sin ella en el asiento de copiloto del VolksWagen (donde me había
acostumbrado a verla), hacia la misma casa 21, al reconocer los espacios vacíos
que habían dejado sus cosas y emborracharme a las 9 de la mañana porque
no soportaba el silencio, ni la idea de tener que subir en algún momento a mirar su habitación?
-Que perdemos valor en el pasado. Nos hacemos mierda en nuestro propio pasado.
Había visto el tren irse en el andén. Yo mismo
lo había provocado. Tenía todavía el sabor de su saliva en la boca cuando el
AVE se alejó de la terminal y no alcancé a verlo más, pues le había dado un beso
sabiendo que ese sería el último. Un besuqueo que se sintió tan
parecido al primero que a los dos nos dio miedo. Lo vi en sus ojos: el miedo, y
ella en los míos: el miedo, antes de separarnos. Mi saliva brillando todavía un poco en
sus labios cuando se separó de mí para siempre.
Hubo un momento pequeño para dejarlo todo sin efecto, pienso ahora, un momento para arrepentirse, decirle que se quedara, que no subiera a ese tren (ella quería escucharlo), que yo había sido solo un niño pequeño, un mocoso resentido. Pero no le dije nada, la vi de espaldas entrar en el vagón y luego buscar su asiento con los ojos vidriosos, tal vez todavía esperando a que me arrepintiera y fuésemos a comer algo bueno después de allí, emborracharnos en Molly Malone pensando en esa escena ridícula de niños pequeños que hicimos en la estación de tren. Tuvimos esa breve ventana de tiempo para decidir seguir estando juntos. No dejar que ese tren nos quitara lo que ya teníamos. Ella, después de todo, nunca quiso irse y yo necesitaba que se fuera para poder empezar a escribir.
Hubo un momento pequeño para dejarlo todo sin efecto, pienso ahora, un momento para arrepentirse, decirle que se quedara, que no subiera a ese tren (ella quería escucharlo), que yo había sido solo un niño pequeño, un mocoso resentido. Pero no le dije nada, la vi de espaldas entrar en el vagón y luego buscar su asiento con los ojos vidriosos, tal vez todavía esperando a que me arrepintiera y fuésemos a comer algo bueno después de allí, emborracharnos en Molly Malone pensando en esa escena ridícula de niños pequeños que hicimos en la estación de tren. Tuvimos esa breve ventana de tiempo para decidir seguir estando juntos. No dejar que ese tren nos quitara lo que ya teníamos. Ella, después de todo, nunca quiso irse y yo necesitaba que se fuera para poder empezar a escribir.
¿Qué
entendí estando con ella?
-Entendí todo lo que pueden doler las historias
de los demás. Al menos lo mucho que podían dolerme las suyas, cada una de las
personas que conformaban sus memorias, y cómo la habían tratado. Esos tipos que, uno a uno, habían construido
su pasado para la eternidad. Nosotros habíamos vivido cosas maravillosas juntos y eso
era innegable, pero siempre estaba la posibilidad de que ella se hubiese
sentido así de bien, o mejor, con alguien más antes que yo, que nuestro tiempo juntos fuera apenas un reflejo de situaciones anteriores. De ser solo un débil recordatorio de las cosas que ya había vivido.
¿Que si era una pataleta infantil la mía? Por supuesto
que lo era. Me sacaba 4 años y hasta ese momento de conocerla yo siempre había
sido el que había vivido más, el que podía enseñar cosas, trucos; ir más lejos
que el resto. Pero esta inglesa era una loca con buenas historias, anécdotas
que me hacían pensar que había habido personas jugando mi papel cientos de
veces antes de conocernos. Era una pelea con las cosas que yo mismo pensaba, nunca con
ella.
¿Cómo me las arreglé los meses que
siguieron en la casa 21, antes de mudarme a otra parte de la ciudad, al extremo
completamente opuesto, un lugar
tranquilo en el norte (Paseo de los Nogales 16) al que nunca llegamos en nuestras noches atropelladas de exploración?
-Ni la menor idea. Ni siquiera sé si me las pude arreglar.
Escogí una botella de ginebra para beber esa mañana de la despedida, pues no habíamos bebido eso en todo el tiempo que estuvimos juntos. Definitivamente no hubiese soportado beber de alguna marca familiar, o algo cuyo sabor conocido me recordara un episodio reciente con ella, eso me hubiese devastado. Cambié mi marca de cigarrillos a otra desconocida (Ducados rubios), con el pretexto de que eran 40 céntimos más baratos. Aprendí a querer otras cosas, me deshice de cientos de marcas, productos de consumo y lugares queridos a los que ir. Dejé de pescar en el río.
Escogí una botella de ginebra para beber esa mañana de la despedida, pues no habíamos bebido eso en todo el tiempo que estuvimos juntos. Definitivamente no hubiese soportado beber de alguna marca familiar, o algo cuyo sabor conocido me recordara un episodio reciente con ella, eso me hubiese devastado. Cambié mi marca de cigarrillos a otra desconocida (Ducados rubios), con el pretexto de que eran 40 céntimos más baratos. Aprendí a querer otras cosas, me deshice de cientos de marcas, productos de consumo y lugares queridos a los que ir. Dejé de pescar en el río.
Me acuerdo que al volver a la casa esa mañana bebí
tratando de no recordar el día que nos vimos los pelos del brazo tirados boca
abajo en un jardín de Contrueces, los pelos rubios en el sol. Traté de no
recordar la ropa que llevaba puesta esa última vez que se hizo un té en la
cocina, pero aún hoy podría describirla con precisión, cómo iba vestida y esas cosas. Me reí en alto con una tristeza profunda, gritando
dentro de la casa vacía. Había perdido todo eso, y estaba seguro que para
siempre, aunque en la nevera todavía quedaran sus cosas.
-Las personas se consumen, se desgastan y degeneran, experimentan
un detrimento palpable (que puede tocarse con las manos) a medida que conocen y se dejan influir por otras personas. Sobre todo las primeras. Las primeras personas en llegar a sus vidas, cuando ella, por ejemplo, sí era una chica de 15 o 16, lista para empezar a vivir, no a
repetir todo lo que ya había hecho.
Yo había llegado tarde a quererla, al menos lo
suficientemente tarde como para experimentar la angustia que me provocaban sus
historias. Ahora formaba también parte del equipo de fútbol de su pasado.
Todos esos nombres y apellidos que la habían visto desnudarse en una habitación o correr borracha
en un descampado.
Creo que no preguntamos a los demás por sus
pasados porque queramos hacernos daño o porque nos interesen (rara vez nos
importan), sino porque esperamos ser los primeros en ser recordados, en tener un nicho solo para nosotros. Que nos digan que nunca
habían hecho nada memorable con nadie. Pero en las preguntas encontramos también los finales. Nosotros nunca vamos a volver a vernos.
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