sábado, 15 de junio de 2019

El viejo del pinchazo


Llevaba dos meses con la llanta delantera del carro perdiendo aire. Pasaba a las gasolineras para inflarla una y otra vez hasta que estuve realmente harto de tener que hacerlo. Una tarde me detuve en un pinchazo de zona 15 para que alguien me viera el asunto de la llanta de una vez por todas.


El muchacho que atendía el pinchazo quitó la llanta y luego la examinamos juntos en una tina de agua sucia, para ver dónde estaba la fuga. Resultó que había un clavo de unos 4 centímetros ensartado en el hule, que el muchacho extrajo con un alicate y me lo enseñó como si se tratase de una muela, feliz de haber identificado el problema con rapidez. Así que pronto  empezó a silbar y se puso a lo suyo.

Al otro lado de la verja del negocio vi los ojos estallados de abstinencia de un viejo que me miraba desde que había escuchado mi carro detenerse en el pinchazo. Eran los ojos soñadores y chispeantes de un alcohólico. El viejo  se acercó poco a poco a donde estábamos y sonreí para mis adentros cuando pensé que conocía de sobra gente como esa.



-Buenas tardes, my friend. -dijo al acercarse hasta donde estaba.


-Buenas tardes -le dije suprimiendo la risa.


Me dio la mano y correspondí el saludo. Tenía las manos grandes y ásperas.


-¿Sabe usted lo que dijo el sabio Galileo Galilei? –dijo.


-No -respondí. -¿Qué dijo Galileo Galilei?


El borracho parecía olvidarlo de pronto. Balbuceaba. Miraba qué se podía inventar.

-Galileo, my friend, decía... -se notaba que estaba pensando con mucho esfuerzo en lo que iba a decir. –decía que  todo se resuelve en 360 grados.


-¿eso decía? -  le pregunté.


-Esas mismas palabras, my friend. Ahora ¡imagínese usted esa sabiduría! ¡esa simpleza! ¡ese dominio de las ideas! Toda respuesta, dése cuenta, se encuentra en una circunferencia, eso es lo que nos quiere decir el pensador: ¡en una sola vuelta! ¡Como su llanta! ¡un círculo perfecto! Solo que Galileo Galilei lo dijo hace cientos de años ¿entiende?


El mecánico escuchaba de lejos mientras trabajaba. Disfrutaba de lo lindo, seguramente estaba acostumbrado a escuchar al borracho hablar con los clientes del negocio todos los días.


-¡Como decía el poeta español! -siguió el viejo su alocución- Adelante, jóvenes de todo el mundo, adelante, adelante, adelante. Ir, ir, ir... e ir. - El borracho se cansaba un poco, pensaba en una frase para cerrar sus citas inventadas. -Y valientemente morir, morir y morir. -terminaba.


-¿no le parece bello el poema?


-Sí- le decía. -Muy lindo ese poema. No lo conocía ¿De quién es?


-Es del gran poeta español –dijo. -Me extraña.


-¿Garcilaso? –pregunté.


-¡Ese mismo! -dijo el viejo. –Carchilaso.


-Muy buen poema –dije de nuevo.-Muy bien poema.


-¿Pudo entenderlo? –me preguntó con una sonrisa infantil.- Lo primero que le dije de Galilei. Todas las respuestas están en los 360 grados de Galilei, como le decía. Pero no puede estar quieto, como dice el poeta español. Sino que tiene que -hacía el gesto con las manos de ir hacia adelante, hacia un choque inevitable de sus puños -tiene que ir y enfrentarse a las cosas que hay en el mundo. Tiene que acercarse a lo que quiere antes de morirse. Avanzar, avanzar, avanzar. Y morir morir y morir-


-Estoy de acuerdo -le dije. -no hay de otra. Hay que ver de cerca las cosas que uno más quiere, verdad?


El borracho se quedó un rato en silencio viendo la llanta, como si estuviese meditando, pero yo sabía que pronto empezaría su historia para sacarme algo de dinero, solo estaba guardando los tiempos, simulando un encuentro casual, cuidando que todo pareciera normal. Entonces empezó:


-Estuve 3 meses ciego, ¿sabía eso? –dijo. -Míreme el ojito- decía sacando la lengua en una mueca de mucho esfuerzo.


-Está muerto, ¿lo ve?  Puede verlo? Se mira como azul o gris, como una uva deshidratada.-
El ojo izquierdo estaba cubierto de una película celeste que hacía que el color original del iris se viera lechoso. El otro parecía normal.


-¿Le cuento una cosa?


En este punto yo ya no lo miraba, me había quedado viendo al joven del pinchazo, pero seguía escuchándolo con mucho detalle.

-A veces me despierto y creo que es de noche, pero pasa el patojo del periódico, oigo el carrerío de la mañana y la luz que  entra por la ventana me calienta las piernas. Entonces ya sé que no es de noche sino que amanecí ciego, que soy yo el que mira todo de noche. Y me levanto y ¡viera!, tropiezo con  mis propios muebles. Uno a veces cree que se sabe su casa de memoria, y las cositas que tiene, hasta que camina sin poder ver nada y va tirando todo en el camino ¡Hasta los cuadros de las paredes!


Un tipo así no tiene casa, pensé, ni muebles, ni mucho menos pinturas. Hace tiempo vendió todo eso para seguir bebiendo.


-Es una desgracia, my friend.

Según haciéndome el distraído en la reparación de la llanta, como si no lo estuviese escuchando y fuera más interesante lo que hacía el mecánico que su anécdota. En todo caso estaba fascinado con el viejo borracho.


-¡Míreme el ojito! -volvía a decir para intentar llamar mi atención. El joven del pinchazo se reía por lo bajo mientras terminaba el trabajo.

-Sí –dije. –Se ve bastante mal.

El viejo se cruzó de brazos en su viejo impermeable, que hacía mucho ruido cuando se movía, como un paraguas al plegarse. Se acercó un momento a examinar cómo iba la llanta, sabía que le quedaba poco tiempo a la reparación, que dentro de unos minutos me iría para siempre de su vida. Así que volvió a situarse junto a mí, esta vez más cerca y después de algunos segundos sin hablar me lanzó una mirada de perfil para calcular si ya era tiempo de hacer su solicitud.  Hizo lo que tenía que hacer.


-Fíjese pues - empezó apoyándose con el hombro en la pared amarilla del pinchazo-  me cotizaron unos anteojos en 500 quetzales la semana pasada, ahí en el segundo nivel de Géminis 10. ¡ladrones! ¡puercos de la derecha! -dijo levantando la gorra que llevaba puesta para rascarse
con la uña larga del dedo pulgar un matocho de pelo sucio y apelmazado que tenía. Me di cuenta de lo mucho que le temblaba la mano.

- Los mandé hacer -dijo- pero no me los dan hasta que no los pague completitos y todavía me faltan unos centavos. No me quieren dar pagos.


-¿Ah, no? - Le dije.


-¿Usted podría ayudarme con unos quetzalitos?-dijo.



-¿Para unos sus anteojos? -


-¡Claro! Mis anteojitos. Para ver algo, my friend. -Entonces empezó a darme puñetazos suaves con movimientos de boxeo en el pecho. -sabía que lo siguiente que haría sería empezar con una historia de su carrera en el boxeo profesional, que había sido campeón nacional y esas cosas que se puede inventar una persona mayor en cualquier momento. Un borracho, quise decir. Con algo de creatividad hasta me diría que por boxear tanto es que tenía los ojos reventados. Pero no dijo nada de eso.


Lo vi muy de cerca esta vez, desde que se acercó había notado el tufo del guaro que arrastraba encima, casi como si toda su ropa estuviese empapada en acohol. La lengua temblaba un poco contra la fila de dientes inferiores amarillos, y parecía carne molida, deshecha de tanto licor.


-Ya lo va a alcanzar la goma. -le dije-. ¿Hace cuánto que se echó el último tapitazo?

 
El viejo se quedó callado.


-Tiene la resaca a la vuelta de la esquina, ¿verdad? -dije-  Ya la empieza a notar. Siente que se le viene encima como un camión de basura-


-Hijo de puta -me dijo sacando la lengua y sonriendo. Era el rostro de un niño al ser descubierto. Se tomaba las muñecas para que dejaran de temblar.

-¿Venado es lo que toma? -pregunté sonriendo con comodidad, dando un paso atrás por el tufo.

-Puro Venancio, pues. -Admitió, ahora mirándose los zapatos rotos con los ojos entristecidos. Ya no sonreía como antes. Le daba rabia y vergüenza su condición, tal vez la idea de no poder convencer a nadie, de ser un desastre a la vista de todo el mundo, de no poder esconder su enfermedad. 


Nos quedamos callados viendo al mecánico rodar la llanta hasta el carro y luego ponerla sin esfuerzo, el trabajo había concluido en pocos minutos.


-Yo le voy a dar verga. -me dijo entonces tocándome un brazo con su puño apretado mientras decía sí con la cabeza, sin parar. Afirmándolo.

Lo miré un momento a los ojos.

-Yo a usted le pego una trompada y lo acuesto acá, en el arriate. -le dije señalando las plantas desordenadas que había junto a la verja- de un solo pijazo. Lo morongueo sin problema.


Nos estábamos ofreciendo golpes pero los dos nos reíamos. ¿Acaso hay alguna manifestación más clara de lo que es este país?
-Es verdad –dijo –soy un hombre viejo. Tendría que pegarle uno bueno, el primero de todos los que nos demos, echando todo el peso hacia adelante para botarlo de una vez. Pegarle en la mera trompa –estiró los labios para adelante para indicar en dónde.
 
-Sí –le dije.- Porque si no me bota con ese me toca a mí soltarle unos cuantos.
El viejo se rió enseñando los dientes que le faltaban arriba. Se había puesto un poco nervioso solo de pensar en la pelea.


Le pagué al mecánico por el trabajo y el borracho examinó la transacción con mucho deseo, el viaje de un billete pequeño a las manos sucias del mecánico que dio las gracias y se perdió en un pequeño cuarto de descanso. Guardé la billetera de vuelta en el pantalón.


El borracho y yo nos despedimos con un fuerte apretón de manos, los dos con la espalda recta, como si estuviésemos renunciando a una buena pelea, o siguiéramos listos para empezarla en cualquier momento. Lo vi desaparecer tras la reja y luego lo seguí para ver adónde iba y darle diez quetzales que quise regalarle desde el principio. Me di cuenta que se sentaba en una caja plástica de gaseosas a la espera del próximo carro que pasara. Su truco era dar la impresión de que vivía a la vuelta, en las casas grises de la colonia y que solo había salido un momento cuando de casualidad se encontraba con algún cliente del pinchazo. Ahora me pregunto dónde pasaría sus noches, si había tenido una buena vida alguna vez, si alguien en alguna parte del mundo se acordaba de él, si lo había querido una mujer, si alguna vez lo habían pensado con intensidad, si habrían llorado ya por él. Todos necesitamos esas cosas. En todo caso alisé un billete de diez quetzales y fui adonde estaba, sentado en su cajita azul de Pepsi, para dárselo.
 


Me gustan las historias antes de pedir cualquier cosa. El viejo se merecía un poco de dinero, se lo había ganado, había salido a la calle a resolver un problema que tenía y me gusta la gente que resuelve. Además lo salvé de una buena resaca, que estaba a punto de encontrarlo en menos de una hora. Después de todo las soluciones sí estaban en los 360 grados de mi llanta. Al menos esa vez el viejo tenía razón, ¿o era Galilei el que lo dijo?








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