viernes, 7 de junio de 2019

Las cervezas y el sueño: la recurrente aparición de tu pelo


15 cervezas en D’Carlo, una conducción temeraria hasta la convergencia de 10 avenida con Kaibil Balam, en el semáforo del centro comercial que nunca funciona. Orinar: una meada prolongadísima en mitad del patio apuntando hacia la reposadera quebrada  de baldosa para después meterme en la casa,  entrar al cuarto con los pasos torpes de un dinosaurio, pisando la ropa sucia y unos zapatos deportivos tirados a la mitad, hasta tocar con las dos manos la mesa de noche. Entrar en la cama con los pantalones todavía puestos y las cosas en los bolsillos punzándome los muslos, apagar el interruptor liso de la luz detrás de la cabecera y cerrar suavemente los ojos. Entonces lo de siempre: esperar la actividad cerebral intensa que viene al intentar dormir unas horas con toda esa cerveza. Es lo que siempre me hizo el alcohol, pienso. “¿Habré chocado el carro?”-pienso, intentando anclar en esa noche, sin irme tan rápido a la mierda. Algo desde luego imposible. Acostado boca arriba reconstruyo viejas  conversaciones y peleas a puños, despedidas y derrotas, olores y abrazos. ¿Alguien pensará en mí a esta hora del mundo? -pregunto-, ¿hay alguien, una persona en alguna parte de algún país raro que se acuerde de alguna cosa concreta de mí? ¿algo que hice en algún momento puntual  de mi vida? No sé, ¿a los catorce años? Algo valiente.
 

La cabeza encharcada de cerveza es como una moto rugiendo a toda pastilla por una calle asfaltada de memoria -pienso-. No me deja decidir en qué pararme a pensar. Es una revista azotada por el viento del mar y me vuelvo un turista involuntario de los momentos que componen mi propia vida, que se suceden en desorden. Revisito cada una de las cosas que pude hacer diferente, y actúo las alternativas. Veo esta noche, por ejemplo,  esta misma noche, lo más destacable de esta noche unas horas antes y otra vez: “¿En serio chocaste en alguna parte de la zona 8, dani? "Decite la verdad” -No estoy seguro-.


 Intento reconstruir las mesas del establecimiento, las cervezas heladas que ordenamos, las manos delgadas de Monse sobre el mantel y las cosas que dijimos. Luego las calles, los semáforos rutilantes en ámbar y la publicidad opaca de partidos políticos: el camino de vuelta hasta mi nueva casa. "Solo espero que no –me digo a mí mismo- Espero no haber chocado el carro. Pero ni siquiera estoy seguro si lo metí al garaje. ¿Valdrá la pena salir a echar un vistazo? "



Mi cuarto pronto apesta a cerveza de lata mientras respiro por la boca hacia el techo y  todavía no llevo ni media hora de haberme acostado. En la imagen número 1400 me detiene por fin un recuerdo nítido de tu pelo, (aquí iría tu nombre, pero no quiero ponerlo), tu pelo rubio, e intento recordar el año que te escuché hablar por primera vez y cuando me dejaste hablar también un rato acerca de mí. Contarte que amaba esa ciudad y mi apartamento y la sensación de estar vivo que experimentaba siempre en el techo.  Esa noche que tuve  la impresión que te ibas a acordar de mi nombre por mucho tiempo y que las estupideces que había hecho hasta encontrarnos en ese lugar, a esa hora en que todo lo demás había cerrado (porque éramos lo último que ocurría ese día),   habían valido la pena, cada una de las burradas que había hecho y que te pude contar en ese momento hablándote de cerca, poniendo mi aliento en tus ojos. Ahora puedo recordar con mucha claridad, por ejemplo, el minuto que te aprendiste mi nombre.  Cuando se grabó por primera vez en lo que ya estaba ocurriendo en tu vida. Cuando dijiste  “dani” como solo tú has dicho dani,  porque mi nombre nunca había sonado igual.


Nunca te voy a llamar ni escribir para preguntarte esto pero 
¿Vos crees que volver a este país sea lo más conveniente? ¿Crees que sea lo mejor después de todo este tiempo? Quiero decir, ¿has escuchado esa canción de Joaquín Sabina que dice que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver? ¿Has parado siquiera un rato a pensar en eso? ¿Crees que vas a sentir diferente cuando estés acá otra vez conmigo? Reformulo esa pregunta falaz y sugestiva ¿crees que vayamos a vernos otra vez en algún momento de nuestras vidas? Y ahora sí,  ¿qué es lo que vas a sentir cuando vuelvas a pisar las mismas calles de antes, sin mí, sin la edad que tenías? ¿te imaginas eso? Cuando te veas en el reflejo de las mismas ventanas percudidas y ya no seas tú. Cuando mires hacia las mismas puestas de sol y veas los mismos bares de las mismas bajadas oscuras que atravesamos aquellos meses juntos. Cuando te des cuenta que aquí los años no mejoran a las personas en nada, ni siquiera  las cosas que nos gustaban hacer. Que los perros siguen pasando frío y que nadie duerme más en Dicap.


Vas a ponerte a verga, muy borracha, eso yo lo sé, no me lo tenes que decir,  y cuando estés en la cama muerta del asco y el agotamiento, respirando aire y licor hirviendo por la boca rosada que tienes (que conozco de sobra. A veces creo que todavía puedo describirla con honestidad), te vas a detener en la imagen 1800 que proyectes a toda velocidad en la pantalla de tus párpados cerrados para entender que ahora, acaso sin darte cuenta, tienes la misma edad que yo tenía ccuando nos conocimos, (me refiero a esos meses que llovía muchísimo, cuando esquivabas con saludos a los niños pobres, limosneros de pelo asqueroso, chicleros y microbuseros de Xela), que sos lo mismo que yo era cuando fuimos algo para los dos: joven y borracho con la camisa abierta en un cuarto desordenado de este pueblo con la luz apagada y ¿tal vez algo importante para vos? Porque ¿qué dirías que éramos exactamente? Vos mucho para mí, eso es seguro,  ¿y yo tal vez algo bueno para vos?, nunca lo supe. Pero éramos algo, ¿no es cierto? algo deseable, todavía deseable (algunos días deseable. Hoy, por ejemplo, deseable).  Porque a los diez días de que te fuiste escribí en un cuaderno que el orgullo aleja a las personas de las cosas que quieren, y esa es, tal vez,  la lección que nunca acabé de aprender. Ni siquiera contigo.



Mañana voy a leer esto y voy a confirmar que soy un imbécil. “¡Qué cantidad de estupideces, dani cerote!!” Voy a pensar. “¡Qué idiota! debieras cerrar el blog de una vez por todas. AL menos dejar de beber por las noches.”  En todo caso sí quiero decir que lo que hagas todavía me afecta, y que  lo leas acá antes de siquiera venir. Que me jode que vengas a ensuciar un lugar nuestro, algo que todavía recuerdo sin esfuerzo, sin tener que empeñarme tanto en ello, como lo que ocurre esta noche que me meto a la cama borracho.  Un espacio que aunque no estés más en él, ni yo esté más en él, sigue siendo nuestro. Y por eso,  ojo, si vas a regresar, si es que en serio vas a volver,  te pido que de lo que sea que hagas,  por favor,  no me cuentes nada.  Incluso si descubres que todavía recuerdas el camino para llegar a mi apartamento, no quiero saberlo. Voy a estar muy lejos.










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