jueves, 25 de agosto de 2022

Parte 1. Santa Lucía a las diez de la noche es cuba







-¿Queres ir a cuba? -  Me dijo alguien a la salida de un conversatorio literario en Salamá. Un viejito que había estado escuchando todo desde la entrada y ahora se tapaba las piernas flacas con una manta de Iberia.

 

Escuchó Cuando hablé  en el micrófono de escritores cubanos (piñera, lezama lima, loynaz y estévez, sarduy y padura)  y cómo la revolución había acabado con gran parte de todo ese potencial. Al menos con una literatura elegante, depurada y cosmopolita. 

 

Cuba tuvo que ser mucho más importante que Guatemala, -pienso-, literariamente hablando, y tal vez lo sea, pero tuvo que haber sido mucho más que guatemala, tuvo que haberse escrito más de miami y de los que se incrustaron en las democracias más jóvenes (todo lo que vieron al intentar vidas normales), los que probaron explotaciones privadas parecidas a las de los 50s prerrevolución, los que fueron felices y locos en cuba sin tener que abandonarla. Pero eso no pasó. Los cubanos se quedaron pensando en carpentier y en gómez de avellaneda y en guillén y en el embargo comercial y en la supresión de libertades. Se excitaron tanto con su propia historia que al final solo sintieron asco por ella. Lo mismo que los empalmaba luego les daba náusea: la falta de libertad, los lunes como domingos; una resaca espantosa que al día siguiente solo enseña una gorda acostada en la cama y evidencias de haberla poseído. Se extraviaron mil veces en su isla y ahora están encandilados, ciegos y perdidos, manoteando en la libertad de los demás.

 

Siempre fue tarde para interesarse por esas cosas —pienso ahora. (Yo, que me he emocionado tanto leyendo a los cubanos)-. Siempre fue tarde para escuchar a un antigringo quejarse de una bandera que ha demostrado ser universal: alguien que niega su propia naturaleza. Estados unidos es la representación más pura del ser humano y ahora entiendo que ir en contra es negarse a uno mismo. 

 

-¿Dónde consiguió esa manta?- le pregunté al viejo mirando la manta de cuadritos de Iberia, como las que conservaba mi madre en el closet de nuestros años 2000.

 

Me la dieron hace años, en un avión   -dijo -De los que salen lejos-.

 

-Bonita su manta.

 

-Gracias. -dijo, y se quedó pensativo.


-¿Ud Cómo es que se llama? - Preguntó como si hubiera olvidado mi nombre por un momento.

 

-Pérez- le dije. 

 

-Solo pérez?

 

-Solo Pérez. Así me pusieron mis papás: Pérez.

 

-Su primer nombre es pérez.

 

-Mi único nombre es Pérez. -le dije.-

 

-Es que a usted lo he visto antes fíjese Pérez- dijo. -O por lo menos he escuchado su voz. Tengo muy buen oído, sabe. Nunca confundo una voz. Especialmente las voces que salen de los micrófonos, esas no se confunden con nada, ¡son como el ruido que hacen los bebés cuando nacen! Podría detectar un recién nacido a cinco kilómetros de aquí.

 

-¿Dónde me pudo haber visto? - Le pregunté sin ningún interés.

 

-No sé... En morales o guastatoya. Tal vez en Puerto barrios o teculután. Pero siempre para este lado del oriente -me dijo haciendo un ademán con la mano derecha. -Hace dos o tres años que lo tuve que haber visto. Pero como le digo, de este lado. Al occidente no he vuelto desde que maté a dos soldados-.

 

Encendí un cigarro con los ojos fijos en las calles apagadas de Salamá. Fumar fue la excusa que usé dos minutos antes para salir un rato del evento a tomar aire fresco y pensar en la conferencia que debía dar a continuación, donde lo más seguro es que acabara hablando de un viaje que hice al volver a Guatemala y de un hotel que quedaba cerca de allí.

 

-Estuve en méxico y en Montevideo y santa cruz bolivia -dijo el viejo-; pero antes de todo eso estuve en el Congo entrenando para las FAR, la guerrilla de acá -me explicó-.  Pero usted no quiere oír de esas cosas verdad Pérez, matazingas y revolución y chambonadas, usted solo quiere ir a cuba y escribir historias de Cuba y esas cosas locas de Cuba que puede comprar el dinero -dijo sonriendo. -Dicen que hay unas jodidas buenísimas.

 

-¿Tiene un cigarro para mí Pérez?- Se frotó las manos y sopló en el medio. Frío maldito el que hace - dijo y se compuso un poco la manta sobre las piernas.

 

-Claro que sí- respondí extendiéndole un Rubios con la punta de los dedos. Me dio tanto asco darle mi encendedor o la cajetilla que mejor me acerqué hasta donde estaba para prender su cigarro. 

 

Allí le vi una nariz enorme, redonda, llena de hoyuelos que aparecían bajo la llama, como una pelota de golf amoratada. Tenía un tufo dulzón a crema nivea y se notaba que no bebía, solo había olor a crema en su ropa y grasa en el pelo y signos de que había enloquecido hacía por lo menos diez años. No era ningún tonto y por alguna razón se notaba. Estaba seguro que había sido alguien listo antes de su caída.

 

-¿Los escritores siempre se ponen saco?- me preguntó.

 

-No tengo idea - le dije sin ganas de seguir conversando.  -Ni la menor idea.

 

-Antes me gustaba leer, sabe Pérez, libritos de Dumas y Baudelaire. Por eso hoy lo felicito por su exposición, la escuché todita -dijo


El viejito empezó a darle caladas al cigarro, caladitas suaves y espaciadas. Caladitas simples.

 

-Mmmm decía disfrutando el cigarro cuando empezó a darle un par de buenas chupadas, mmmm. mmmm mmmm, pero tosía y le costaba mantener el humo en los pulmones. También le costaba sujetar la colilla con las uñas tan largas que tenía.

 

-Así que quiere ir a cuba - dijo de nuevo incorporándose un poco hacia adelante, abriendo la boca, sacando la lengua para toser. -Anda con la necedad de ir a Cuba vera Pérez- los ojos se le habían puesto llorosos por la tos.  Carraspeaba para limpiar la garganta. -Necio con Cuba va Pérez.

 

Yo había estado ya dos veces en Cuba, pero no se lo dije. Que había recorrido toda la isla a los 23 años, muchos días en cuba hasta llegar a  meter los dedos en la fachada tiroteada del cuartel Moncada en el oriente, en Santiago, hasta sentir la soledad de la sierra maestra y ver la tumba de fidel y de martí a escasos metros, y un desfile militar por el aniversario de la muerte de fidel, para mirar de cerca una historia que me chiflaba como pocas, pero no se lo dije.  (Fidel siempre fue el personaje más complejo de la revolución,  y mi favorito, pero eso tampoco se lo dije. Raúl, Frank País, Guevara y Cienfuegos fueron apenas niños enamorados del sabotaje y  de la guerra).

 

-Me encantaría ir a cuba- le dije para no tener que contarle nada esa noche. -¿Usted conoce cuba?

 

-No conozco, no. Nunca fui fíjese Pérez,  pero fui a santa cruz bolivia, uruguay, méxico y el congo para recibir instrucción militar... -repitió el viejito. Volvió a decir los sitios sin cambiarlos.

 

El viejo se quedó callado un rato, se rascaba una barba rasposa de cinco o seis días y podía escuchar cuando pasaba las uñas como un rastrillo sobre hojas secas.


-No conozco cuba pero conocí a Almeida en el Distrito Federal, le cuento -me dijo-  cuando todavía era Distrito Federal y Almeida no era nadie-. Cuando yo mismo leía toda esa basura comunista y adoraba la libertad.

 

El viejo se quedó pensando, mirando ahora taciturno la punta del cigarrillo encendido, al que todavía quedaba un buen recorrido antes de acabarse.


-¿Almeida Bosque? el guerrillero? -le pregunté sorprendido de que alguien en todo Salamá soltara un nombre de esos.

 

-Negro pisado -dijo, y se rió. -El guerrillero pues, quién más?

 

Era extraño y emocionante que el viejo tuviera esa precisión para decir el apellido, y describirlo.

 

-¿En verdad lo conoció? En qué parte lo vio? -le pregunté.

 

-Por Dios Pérez -dijo-, lo vi en Polanco y otra vez en Veracruz, y se besó los dedos para decirlo.

 

Me llamó tanto la atención lo del guerrillero  y veracruz que me fijé por primera vez en aquel hombre, buscando sus ojos negros bajo el pelo grasoso. Con seriedad, quiero decir, porque Almeida había estado en méxico en el 56, en la expedición de jóvenes que embarcaron a sierra maestra. Justo saliendo por veracruz, en cuyas playas sucias dormí en el año 2016 soñando con la historia.

 

-Hágase un favor -me dijo- pero apúntelo bien para que no se le olvide, y solo si de verdad quiere ver cuba sin tener que irse de este país.

 

La gente entraba y salía por las banquetas, los carros de la calle pasaban alumbrándole la cara al viejito con las luces bajas, pero yo solo estaba poniendo atención a lo que decía. El viejo estaba loco, las luces de los carros lo habían vuelto loco de tanto estar sentado en el suelo, a la misma altura de las luces de las motos y la noche era fresca como ninguna otra noche de cuba que recordara. De pronto era mucho más importante el viejo que  lo que ocurriría en el evento después, al tener que volver a entrar.

 

-Si quiere ir a cuba tiene que meterse al fondo de Santa Lucía Cotzumalguapa, bien al sur -me dijo subiendo la voz-. por si acaso no sabe dónde queda Santa Lucía. Por eso apúntelo bien.


El viejo volvía a mirar el cigarro, sin fumarlo, de nuevo meditabundo, de nuevo intimista,  como si me estuviese compartiendo el secreto de su vida.

  

-No puede ser cualquier día, Pérez, y tampoco cualquier hora -dijo-, y no cualquier noche: tiene que haber llovido antes. Tiene que ser Un jodido sábado, cuando haya  gente descuidada y loca en las calles. Cuando haya mujeres de piernas largas, chancletas y cigarros en las manos y adolescentes pidiendo litros en las cantinas. Cuando las damas de los cabarets salgan sofocadas de los puteros a sentarse en las banquetas, ahogadas por el humo de los cigarros como polillas envenenadas, mareadas por el olor a chilaca de los jornaleros que llegan solo para verlas. Tiene que ir al barrio Buenos Aires Pérez. Allí es Cuba-

 

Tenía varias preguntas que hacerle pero entonces me señaló la puerta del edificio con la mano que sujetaba extrañamente el cigarro.

 

-Ya tiene que irse Pérez - dijo cuando vio que el organizador del evento esperaba que terminara mi cigarro para volver a entrar.

 

-Una última cosa - le dije,- ¿cómo sabe que ese sitio es como cuba si nunca estuvo en cuba? ¿Cómo se lo pudo imaginar?

 

-Almeida me lo contó, -dijo-. Ese negro hijo de puta estuvo metido en santa lucía cotzumalguapa , en El Barrio Buenos Aires haciendo muladas durante meses, aunque eso nadie lo sabe,-  y empezó a reírse y a ahogarse al mismo tiempo, hasta que su rostro pasó de divertirse a la angustia pálida del envenenamiento. 

 

-El negro anduvo en santa lucía canche -dijo de nuevo reponiéndose apenas de la tos con un hilo de saliva que caía sobre la manta. -durante meses canche. Aquí perdió la virginidad. Se enamoró de una mujer. Aquí lo acarició alguien por primera vez, alguien que no le importó que fuera negro. Alguien que se dejó hacer el amor.

 

Le dije adiós pero él no pudo despedirse de mí. Cuando salí ya no estaba, pero había dejado el cigarro apachurrado que le di, casi sin fumar en el mismo sitio donde antes había estirado las piernas. 














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