miércoles, 2 de febrero de 2022

Pobres y Huistas: el finde de todos los muertos


Solo lo vi en las noticias después, -por la noche-, cuando me había hospedado con mis zapatos nuevos en el Victoria Center de Santa Ana Huista y me conmovió la pintura chillona en las paredes y la gordita que atendía la recepción y hasta la imitación de los personajes de Disney y DreamWorks en el área de piscina. Muñecos de fibra de vidrio tamaño real: Shrek con facciones indígenas y Fiona con Facciones indígenas y una Blancanieves parecida a la primera empleada doméstica que tuvimos en la casa, Irma, de Quiché, que no sabía hablar español y tenía los dientes de oro.





Pedí una cena modesta en el restaurante del hotel: huevos motuleños con rodajas de queso fresco, tortillas recién hechas, platanitos fritos y una taza enorme de café hirviendo para poder pensar esa noche y trabajar en mi computadora hasta que cerraran. Dije "hola", "cómo está", "buenas noches", "gusto de saludarlo", "buen provecho" a todos los huéspedes que había, de cerca, para ver cómo eran (la gente que se hospeda en ese lugar) y lo que podían estar haciendo allí, tan lejos de todo. Ocupé una mesa con enchufe en la parte de atrás y me puse a leer las noticias como primera cosa, que no había visto en todo el día, desde que salí de mi apartamento.


El titular de Prensa Libre decía, como lo más destacado del día: “Tragedia en Nentón: Sube a 17 la cifra de muertos en el accidente de un picop conducido por un menor de edad: Las víctimas iban a participar en una actividad de veneración al Cristo Negro, pero el vehículo en el que se desplazaban volcó en la aldea Guaxacana, Nentón".


No pude evitar el sobresalto cuando vi la foto del lugar donde acababa de estar dos o tres horas antes. Paseando por el asfalto agujereado y los potreros sembrados a medias. Intentando negociar con un grupo de autoridades indígenas la compra de un pedazo de tierra en el cementerio local para poder ser enterrado junto con ellos. Ahora allí estaba, por primera vez en toda la historia de Prensa Libre, una foto de la recta que he atesorado durante años. Guaxacana. El sitio donde quiero ser enterrado.





Según lo que decían los medios, el picopito había volcado a las 8 de la mañana en punto con todos los familiares del niño conductor adentro, cuando los  llevaba a una actividad religiosa del Cristo Negro de Esquipulas. Me imaginé a sus familiares en la palangana de ese Toyota rojo y algunos más adentro, apretados en la cabina cuando volcó. No hay carro que vuelque más que el Toyota y ahora había fotos de nenitos muertos regados por el asfalto negro de Guaxacana. Pensé en el pelito negro de las cabezas moviéndose todavía en el viento templado de la mañana cuando ya estaban muertos y la comunidad amontonándose para mirar y recoger los cuerpos metidos en sábanas.


La mesera del restaurante, una señora mayor con vientre puntiagudo de embarazada (sin estarlo), vino a preguntar si quería algo más de comer o tomar. Le pedí más café, hasta arriba de la taza, seño porfa, y seguí leyendo entretenido, pasando la vista sobre las líneas de todos los artículos que había en internet sobre el tema. Leí absolutamente todo y miré detenidamente las fotos del accidente para imaginarme bien cómo había sido la cosa. Cientos de periódicos hablando de lo mismo, y en Twitter, hasta adentro de Twitter, imágenes sin censura que enseñaban bien el espanto y la zozobra de las familias paradas frente a sus muertos.

 

La mesera volvió solo unos minutos después para ver si quería ordenar algo más, un postrecito, un vasito de horchata,  un rellenito antes de que cerrara la cocina, solo que esta vez era la voz de una persona diferente, alguien joven que se mantuvo de pie frente a mí un buen rato en espera de que la notara.  Quité los ojos de la computadora un instante para verla y entonces vi, aquella mesera jovencísima de Santa Ana Huista que quiso que la viera esa noche. 


Era una chica muy pequeña, adolescente, si me apuran, risueña, de ojos vivos y alegres con su uniforme elegante y amarillo de mesera. Se asomó un poco al monitor de mi computadora para ver lo que estaba leyendo, como escapando de aguantar tanto tiempo la mirada que ella misma había empezado.

 

-Vio qué horror el accidente -me dijo, y se ocupó rápidamente echando un chorro de café hirviendo en mi taza. Me miraba solo a mí, y a la pantalla de la laptop, sin ver la taza, que ya tenía suficiente,  y un poco del café  salpicaba mis brazos. 

 

-¿Perdón?

 

-El accidente de hoy -dijo. 

 

-El accidente... sí - contesté distraído aún en la lectura. -Horrible. Acabo de verlo.

 

-¿Usted no es de aquí, verdad? De todo Huehue, quiero decir.

 

-No -le dije viéndola apenas un momento. -No soy de todo Huehue.

 

-Aquí nadie se viste así -dijo mirándome en la silla- como usted. Nadie lleva camisas así como la suya. -y me señaló el cuello de la camisa, que tuve que verme estúpidamente hacia abajo para comprobar cómo iba vestido. 

 

-Ah - le dije. Y me reí un poco. -Puede ser.


En el suelo había sangre seca y cristales molidos cuando pasé esa misma tarde por Guaxacana, pero en ningún momento pensé que hubiera habido un accidente de esas dimensiones. Más bien, se me ocurrió una imagen de perro atropellado o de choque menor entre carro y motorista con cortes moderados en brazos y piernas que chorrean demasiado, hasta que llega una panel vieja de bomberos voluntarios y se los lleva a todo gas a un centro asistencial pulgoso de Jacaltenango, donde los envuelven en gasas y están listos para irse a sus casas.

 

 Dos perros peludos lamían la sangre pero ya habían recogido los cuerpos y habían sacado los carros en grúas. Las personas ya habrían estado llorando a sus muertos en otro lado, en Gracias a Dios o Trinidad, pensé, a la misma hora que yo telefoneaba a líderes locales  de la comunidad a sus celulares tarjeteros -chapetones tartamudos que hablaban gritando y silabeando el español, mojando de saliva sus teléfonos prepago (alcateles gastados- ALÓ?! BUENO?! SÍ?!, DIGA?! para  reunirme con ellos más tarde en un salón municipal de usos múltiples húmedo y oscuro de la aldea Guaxacaná, e intentaba convencerlos que me vendieran un pedazo del cementerio que quedaba sobre la recta, el que siempre ha sido y será mi lugar favorito en el mundo para estar muerto.


 


La mesera no tenía más de 20 años, pensé,  una nariz pequeña y respingada,  era delgada, alta, blanca, radiante, hasta delicada y sonreía con sus dientes rectos. Un resabio,  pensé con un poco de risa, una semilla lejana y empolvada, de la colonia.

 

-¿Cómo te llamas? -me dijo en un arranque de nervios, cambiando a "tú" sin darse cuenta, como si adivinara que yo no tenía muchos más años que ella y fuéramos acaso los únicos sin familia en ese lugar. Se oía acelerada, su voz temblaba un poco al separarse de sus labios llenos de saliva. Se pasaba la lengua cada cinco segundos sobre el labio inferior, sonreía y su boca  quedaba brillando un momento bajo la luz del restaurante.

 

-Daniel -le dije. Me llamo Daniel.      

- ¿y usted? -pregunté al final, casi a punto de olvidar la cortesía de preguntar  de vuelta su nombre.

 

-Me llamo Sony  -dijo.

 

-¿Solo Sony?

 

-Solo Sony-, respondió.- Como el sol en inglés.

 

-Ahhh bueno Sony como el sol en inglés -le dije sin ánimo de corregirla. -Mucho gusto.-

 

-¿Vino por trabajo? -preguntó, poniendo servilletas sucias sobre mi plato, ocupándose en recoger un poco la mesa, los trastos vacíos y los cubiertos,  por hacer algo- 


-¿Se va a quedar muchos días aquí con nosotros? - volvía a tratarme de ud sin darse cuenta. Volvía a mirar el monitor de mi computadora para no tener que vernos tanto a los ojos.

 

-Vine a buscar el sitio donde quiero ser enterrado  -le expliqué.- Una recta como a una hora y media de aquí, al lado de México. El lugar más bonito del mundo para estar muerto.

 

A Sony le brillaban los ojos al escucharme, aunque no pusiera demasiada atención a las cosas que decía. Volteaba mil veces al área de cocina y comprobaba que ningún superior la estuviera mirando perder el tiempo.

 

-Me gusta bastante el acento de la capital -dijo.-Es muy diferente. A veces me cae mal la gente que habla así, es como si tuvieran mucho dinero y todo les diera asco,  pero me encanta cómo se oye. Es la primera vez que se lo digo a una persona.


 

Esa mañana me levanté tarde,  9:15 de la mañana, y me metí a dar un regaderazo larguísimo que me hizo pensar en Nentón. Siempre obedezco las cosas que pienso cuando me baño porque son las más inteligentes de todas. Me ducho para pensar. Desayuné un plato de arroz chino del día anterior -orange chicken pastoso- (la comida China de Huehuetenango es, como mucho, regular) pensando solo en Nentón y en las cosas que recordaba de ese lugar, lo que ya había visto, así que me vestí rápidamente, me puse unos zapatos nuevos y salí directo para allá con mi cepillo de dientes en la mano, hacia la recta de Guaxacaná que no conseguí nunca olvidar, desde que la vi por primera vez en el 2019 con danieita R y detuve inmediatamente el carro para que viéramos. 


Ahora lo recordaba bien, en pleno Victoria Center, mejor que nunca, la vez que bajamos con D a tomar cerveza en la compuerta de la palangana escuchando las pulsaciones lentas del asfalto recalentado de la tarde. Todavía no la había besado desde que nos conocimos, cuando apenas habíamos hablado de hacer ese viaje, pero allí estuvo sentada en la parte trasera del carro conmigo, sobre la recta, bebiendo cerveza de lata y mirándome de cerca con sus lentes enormes de celebridad y podía ver mi propio rostro en el reflejo de los cristales negros mientras le decía casi gritando: ESTE LUGAR ES IMPOSIBLE, D. SOLO ESO T DIGO. NO DEBIERA EXISTIR, AL MENOS NO EN ESTA PARTE DEL MUNDO. NO EN CENTROAMÉRICA. SABES LO QUE TE DIGO? ¿SENTÍS LO MISMO QUE YO SIENTO EN ESTE MOMENTO? -y yo sabía que no pero igual se lo decía.- ¿PODES SENTIRLO EN EL ESTÓMAGO, d? ¿ACASO PODES SENTIR QUE YA ESTÁS MUERTA? -y me metí entre sus piernas que colgaban de la palangana para hablarle despacio junto a su boca- TE FIJASTE QUE EL VIENTO NUNCA TERMINA? -y ponía el dedo en la oreja para indicarle que sintiera, que escuchara las bolas de aire caliente que rodaban por la pradera. Di mil vueltas en todas las direcciones posibles para verlo bien, ese sitio triste y vaquero que es la recta de Guaxacana,  examinando todos los ángulos posibles  para poder acordarme bien de aquello. Allí vi por primera vez el cementerio, a unos 200 metros de la carretera donde estábamos parados bebiendo cerveza. Allí lo tuve a la vista por primera vez, frente a mí, lleno de colores y sombras y nichos humildes rematados con cruces y gentes y sombreros de palma que esconden los rostros. 

 

-Aquí casi no viene gente de Guate -me dijo Sony chasqueando suavecito la lengua. -Una vez me dijo un visitador médico que en la capital les da miedo venir hasta acá. Que es tierra de nadie y que mejor pasar rapidito y no sé qué otras cosas me dijo.

 

-¿Eso le dijo?- pregunté haciéndome el interesado, volviendo a mirar mi computadora. -¿Pasar rapidito cómo, Sony?  -¿adónde? -pensé- ¿A México?! Agua Zarca?! A Yulaurel?!

 

-Eso me dijo él- dijo Sony-, pero él no tenía el acento que ud tiene. Él hablaba más como los anuncios de la tele,  la gente que a veces llama del banco para vender seguros, los que platican en los programas de la radio-  y se quedó pensando en algo, sonriendo, esperando un rato más para ver si yo decía alguna otra cosa y seguíamos hablando, pero pronto empecé a mover los labios en la lectura de un documento larguísimo que estaba revisando y decidió dejarme solo. Se fue con su jarra de café en la mano y mis platos sucios, dándose la vuelta una vez más antes de meterse a la cocina.



Siempre lo digo cuando trato temas que a todos pueden parecer absurdos, banales, intrascendentes  o acaso muy explícitos: lo que está debajo de las historias que cuento siempre es más grande que las imágenes que produce. Si la entrada anterior, por ejemplo, era un tratamiento, no de momentos recortados de mi vida puestos en una hoja de Blogger, a lo loco, como me dijo una ecuatoriana hace poco (saludos Isabelita preciosa si estás leyendo esto) diciéndome psycho mil veces por soltar cien historias a la vez, como relámpagos vulgares de una suave intimidad compartida, dejando a la vista de cualquiera trozos enteros del pasado y de la histeria solo por el gusto de recordarlos bien (paladear suavemente los detalles y el vino más dulce de la juventud, como bien podría pensarse), por el contrario, era un tratamiento íntegro de la libertad, mi experiencia efectiva de la libertad; cómo es que la fui conociendo y cómo es que la he acariciado durante años, (algo que ha pasado necesariamente por varias mujeres y riesgos endemoniados), esta entrada podría ser, por qué no, un abordaje sencillo de la muerte. La muerte en el relato corto de un viaje de fin de semana hacia la frontera con México.  El blog ha sido, después de todo, un régimen descuidado, informal y nada literario de anécdotas de las que subyace problemas mayores, no de momentos o de historias corrientes que intento conservar desesperadamente en el tiempo, como yo mismo creo a veces que hago mientras escribo, sino de cosas mucho más grandes que hay debajo de mis motivaciones y que solo advierto cuando me leo. Dígase: libertad, muerte, euforia, extrañeza, pasión y, en casi todos los casos, olvido.

 

Eran ya las diez de la noche. Se hacía tarde para las familias sencillas que disfrutaban a lo grande de su fin de semana en el restaurante. Los huéspedes empezaron a irse uno a uno a sus habitaciones jugando con la llave del cuarto para diferenciarse de las personas que solo habían llegado a cenar en ese lugar y que pronto se irían a dormir a sitios mucho más sencillos que ese; y yo estaba trabajando aún como un loco en mi computadora, concentrado como solo puedo estarlo a esa hora de la noche con una buena taza de café ardiendo en el cerebro. Pedí la cuenta haciendo un gesto pequeño con la mano a la mesera panzona que me atendió al principio, la panza triangular con escoba que ahora limpiaba y recogía las mesas más próximas con cara de sueño, como una vaca mansa que movía la cola esperando que me fuera.


Me metí otra vez de lleno en los asuntos de mi laptop en lo que venía la cuenta cuando escuché el ruido de unos zapatos que se acercaban sin prisa, pasos suaves deslizándose sobre el piso cerámico del restaurante, solo que quien apareció no fue la señora de panza puntiaguda, como esperaba, sino, de nuevo, Sony, la mesera joven que me había mirado a los ojos, acerándose esta vez mucho más de lo normal para darme la cuenta. Tenía su abdomen liso y sus pechos pequeños muy cerca de mi cara, podía oler el aroma penetrante del acondicionador que se había aplicado esa mañana antes de salir de su casa y un poco el calor que despedía el sostén adentro de la blusa de botones que llevaba puesta, como si pudiera oler su calidez adolescente y un poco, a lo lejos y de forma muy agradable, sus sobacos cubiertos de desodorante. 


Le di la tarjeta de crédito y regresó a la cocina para poder cobrarme, de nuevo volteaba para comprobar si la estaba mirando antes de perderse detrás de la puerta. Hizo el cobro, regresó a la mesa y me tendió el voucher con la tarjeta. En vez de retirarse como es normal en esos casos, cuando uno ya ha pagado la cuenta y agradece, se quedó mirándome con mucha curiosidad desde arriba, sonriéndome, incluso más nerviosa que antes, sobre todo cuando le dije con tono de despedida "muchísimas gracias, oye Sony? Todo muy rico. Le agradezco mucho". 

 

Me señaló el papelito del voucher que había dejado sin cuidado al lado del café y guardó rápidamente la mano detrás de ella, en el bolsillo del pantalón, por si acaso la delataban los nervios. Le eché un vistazo rápido al papel y entonces vi que detrás del voucher de la tarjeta de crédito había anotado su número de teléfono, y en letras grandes, mayúsculas,  había puesto encima, con trazos de niña pequeña, SONY.

 

-¿Queres que guarde tu número? -le pregunté divertido. Yo había escrito un cuento con algo parecido a eso, hace años, en el 2014. Una ficción acerca de una cajera de supermercado que escribe su número de teléfono en la parte de atrás de una factura. Ahora me estaba ocurriendo de verdad, en Santa Ana Huista, mucho tiempo después,  solo que con personajes mucho más humildes.

 

Se puso muy roja y apretó los labios.

 

-Me gusta mucho hablar por teléfono -me dijo-. Cuando salgo de trabajar y me acuesto en la cama a mirar tontadas en la tele. Siempre tengo la tele encendida. Me gusta escuchar la tele. Me gustaría que llamaras alguna vez.

 

Le sonreí estirándome en el respaldo de la silla, cerrando mi laptop. Sabiendo que nunca llamaría a ese número de teléfono.


-Claro que sí, Sony. Por supuesto que voy a llamarte un día de estos.

 

-¿Le gustan los corridos? -me preguntó de la nada, tal vez oyendo el eco de una música lejana, un rancho en la parte alta de Santa Ana Huista, un pickup tuneado en carretera.

 

-¿Los corridos, Sony? -le dije.

 

-Sí, la música. Los corridos.

 

-Solo una canción, Sony -dije- Solo una canción. Es de un grupo que se llama Marca MP pero estoy seguro que no es un corrido. La canción es demasiado lenta para ser un corrido.

 

-¿Le gusta?

 

 -Mucho Sony.  Mucho. La guitarra me hace sentir muy valiente y triste a la vez. Me siento un héroe cuando suena esa canción. 

 

A Sony le dio mucha risa el comentario y se tapó la boca para que no pudiera ver sus dientes enormes mientras reía. Esas risas violentas que no existen en las ciudades, pensé.

 

Guardé mis cosas frente a ella. Me levanté de la silla y le dije buena noches de lejos, como se despide a una persona que solo ha prestado un servicio. -Adiós Sony, cuídate mucho, sí? -le dije- y dejé 50 quetzales de propina para ella que nunca quiso tomar.

 

Quiso, en cambio, detenerme balbuceando algo incomprensible, algo que nunca salió de su boca.


-¿Nos tomamos una cerveza y me cuenta la historia del cementerio? -dijo todo de junto al fin, de prisa, sujetándose la muñeca con una mano para que no temblara. -Ya salgo de trabajar. Solo voy por mis cosas y estoy lista en cinco minutos- e hizo como si iba corriendo a la cocina con el corazón hasta arriba.-Dos minutos y estoy afuera, sí?


Ya todos los huéspedes se habían ido del restaurante (la recepcionista me dijo que dejaban de servir a las 8:30 pero el personal se iba hasta las 11), y solo se oía la escoba de la mesera gorda chocando todavía contra las patas de las sillas y de las mesas. Sony me miraba estallada de nervios esperando la respuesta. 


-Creo que no termino de entender bien por qué está aquí... -dijo, y me miraba hacia arriba como una niña pequeña- Lo del cementerio me hizo pensar que quiere morirse y eso me pone triste.

 

Compramos unas cervezas afuera, cuatro gallos congeladas en la tienda de conveniencia de la gasolinera Victoria Center, que tiene el mismo nombre,  Victoria Center, y nos sentamos en una mesa de concreto con sombrilla, todavía tibia por el sol de la tarde, donde le pregunté a Sony por los Huistas. ¿Los conocía Sony, a los dueños de ese lugar? Filomeno y Henry Hernández, ¿conocía sus historias? ¿sabía que eran hermanos de la diputada Sofía Hernández? ¿sabía Sony quién era Sofía Hernández? ¿Sabía Sony lo que era una diputada? Y nos pusimos a hablar un poco de los dos, bajando la voz porque Sony creía que podían oírnos.


Nos pusimos a hablar esa misma noche de los hermanos Hernández Herrera,  en un hotel que era de ellos, de los Huistas, un parque acuático en medio de Santa Ana Huista con restaurante, gimnasio, canchas deportivas y tienda de repuestos, una puta lavadora, si me pongo a decir verdad, en un día lleno de muerte como ese, lleno de cosas grandes para pensar y escribir en un papel, sin tener la menor idea de que apenas al día siguiente, el domingo 16, en medio de un partido de fútbol informal, iban a matar a balazos al hermano que Sony me dijo que conocía bien: Henry, hermano gemelo de Filomeno, que había sido amable con ella en el pasado, cuando la contrataron y no sabía hacer nada. Fue por la mañana, "chamusqueando". Entró en una discusión y le dispararon en las piernas y en el estómago. Murió en la palangana de un pickup.

 

-Daniel al principio no aguantaba los zapatos duros que tenía que llevar al trabajo y regresaba a mi casa a meter los pies en agua fría porque el dolor me hacía llorar ¿Sabe lo que es estar ocho horas parada?  Atendiendo gente de arriba a abajo.

 

-No lo sé, Sony. No sé lo que es estar ocho horas parado.

 

-Una vez se lo conté a don Henry porque me miraba muy niña y me preguntaba todo el tiempo que cómo me estaban tratando los demás empleados del restaurante. Me dijo que me daba permiso de sentarme en la parte de atrás cuando estuviera muy cansada. Que si alguien me alegaba que solo se lo dijera a él.

 

Sony daba tragos largos a su cerveza poniendo la boca entera alrededor de la boquilla al empinarla. Algo que tampoco hacen las mujeres en las ciudades: beber como terneras.


Nos quedamos un rato en silencio.


-Así que ha oído hablar de los Hernández de Santa Ana. Por eso se quedó aquí, ¿verdad que sí! -dijo Sony emocionada, como si una cerveza y media  le hubieren tocado el cerebro por primera vez en la vida. -Por eso no bajó hasta la Ceiba para dormir  en un bungalow de esos que ahora están de moda, verdad que sí Daniel?!

 

Era verdad y se lo dije -Es verdad Sony -le dije. -Tenes razón. Me encanta la historia de los Huistas y por eso quise quedarme esta noche aquí. Hace tiempo que conozco sus cosas, horas enteras leyendo sobre ellos.  En Huehue todo el mundo tiene algo que decir de los Huistas, supongo que han tenido vidas valientes y sabes algo?, no me importa lo que hayan hecho o lo que hagan ahora, drogas, lavado, sicariato, política, impunidad, las personas valientes siempre valen la pena.

 

-Shhhhh! -dijo Sony poniéndome un dedo frío con olor a cebolla en los labios para callarme. No diga eso de "Los Huistas"! lo van a escuchar allá ve, -y señaló con los labios la gasolinera vacía, donde un empleado dormía sentado en un banquito de plástico, recostado sobre una bomba de gasolina con el rostro tapado por la gorra. Las mujeres de las ciudades tampoco señalan sacando los labios.

 

-Da lo mismo Sony, -le dije-. nunca intento salvarme de nada.  -


Me gustaba mi voz sonando afuera de la tienda de conveniencia con la vista hacia el parqueo vacío, la gasolinera chorreada de luz blanca  y la carretera sin carros-. 


-Mi hermano me llamó angustiado la otra vez, sabes Sony, -le dije-. Soñó que me mataban a navajazos en una pelea, creo que adentro de un bar, o afuera de un bar, en la calle de enfrente de un bar, ya no recuerdo, solo que había un bar, y había sido todo muy real y todo muy oscuro y todo muy vívido, me dijo,  y me había visto pelear hasta el final, con los dientes Sony, hasta que me desangraba en medio de mi propio charco de sangre. Me reí, sabes Sony, para tranquilizarlo y esas cosas y le dije que no se preocupara por mí, que estaba bien y que el día que muriera yo mismo lo iba a saber desde temprano, al darme un regaderazo en la mañana  y me hablara la voz de Dios en el cerebro. Siempre me ocurre eso cuando me baño. Pero no importa, Sony ¡Aunque aparezca muerto por ahí un día de estos! -le dije para terminar-. ¡metido en un costal! voy a estar siempre donde quiera estar, diciendo las cosas que quiera decir. "Voy a morir en mi ley", como escuché decir a un gordo metiéndose coca en San Marcos.

 

Sony me sonrió. No estaba escuchando realmente lo que decía, solo seguía oyendo la música de las palabras que le había llevado desde muy lejos (de lo que ella se imaginaba siempre de la vida movida de las ciudades), viéndome como me había visto adentro, en el restaurante, cuando me dijo eso del acento capitalino que le gustaba.

 

-Creo que me gusta mucho tu mirada -dijo sosteniendo la cerveza cerca de los labios, antes de pegarle un buen trago y la boquilla del envase hacía eco con su aliento- se parece mucho a la de un jaguar que tengo pintado en mi cuarto. -

 

-¿Un jaguar pintado? - le pregunté vaciando mi cerveza. -¿Tenes un jaguar pintado?- insistí riendo.

 

-Un cuadro pequeño que me regalaron -dijo, y me enseñó el tamaño del cuadro con las manos - como de este tamaño mira.  Sale de frente, tirándose de un matorral, y mira igual que tú. Es la mirada de alguien peligroso pero muy bueno. De alguien rebelde pero muy noble. De alguien violento pero muy amable. ¿Te imaginas qué difícil poder pintar una mirada?

 

Fue al día siguiente, el domingo que regresé a Huehuetenango (cabecera) que leí de nuevo Prensa Libre en mi apartamento, recién bajado del carro. Otro titular insólito del sitio donde había estado solo unas horas antes, esta vez, Santa Ana Huista, que decía: "Matan a balazos a Henry Hernández Herrera, hermano de diputada Sofía Hernández, en confuso incidente durante partido de futbol. Según autoridades de la Policía Nacional Civil, Henry Hernández Herrera de 52 años se encontraba jugando un partido de futbol en Jacaltenango, Santa Ana Huista, en Huehuetenango cuando en medio del encuentro hubo una discusión entre varias personas y una de ellas desenfundó el arma de fuego y empezó a disparar". 


Había estado hablando de él unas horas antes, en la noche, con Sony, y ahora estaba muerto. Habían matado a un Huista y eran ya 18 muertos ese fin de semana. Huistas y pobres,  pensé, no importa, Sony!  No importa quién seas cuando dejas de poder abrir la boca para beberte una cerveza como ternera. Algunos como tú ni siquiera tienen nombre!


Esperé a que Sony se acabara la cerveza y me despedí de ella, que insistió en pedir otra Gallo para seguir allí en las bancas calentitas de concreto un rato más, bebiendo hasta tarde bajo la luz de la gasolinera y el aire caliente que soplaba sobre su cabello como una secadora de pelo. Esta vez le di un beso en la mejilla para despedirla y le prometí que un día de esos llamaría al número de teléfono que me dio solo para ver cómo estaba. Sí Sony -le dije- después del trabajo, cuando estés viendo la tele, descansando los pies.

 

-¿Puedo quedarme contigo? -preguntó mordiéndose las uñas al ver que me levantaba de la mesita y tiraba los envases en la basura. -Te juro que no molesto. Te dejo seguir trabajando todo lo que quieras en el cuarto, si es lo que quieres, seguir en tu computadora.-


Me quedé viéndola un rato, ahora yo la miraba desde arriba mientras ella esperaba sentada la respuesta, como cuando me miró en la mesa del restaurante por primera vez.


-Hoy no es un día para sentirme vivo, Sony -le dije sonriendo-  y contigo solo podría sentirme vivo. Sos muy bonita para lo que ha ocurrido esta tarde. Sos muy bonita para poder hablar de algo tan triste como la muerte. 


-Vas a esperar a que yo me vaya y vas a regresar por otra cerveza, ¿verdad que sí? Tú solito. Picado. Eso es lo que quieres, es lo que hacen todos los hombres. No tienes ganas de hablar más conmigo porque ya te has aburrido y dices que solo no quieres estar con nadie. Ni siquiera conmigo ¿Es que no te gusto nada?

 

Le sonreí con mucha ternura.

 

-No, Sony linda -le dije-. Por primera vez en la vida voy a comprar una botella enorme de agua pura, dos litros de agua pura Sony,  y voy a quedarme un rato en el cuarto escuchando el aire acondicionado, escribiendo de esto, ¡de ti también, Sony! con tu nombre y todo - Le dije. - Voy a escribir de ti esta noche porque hoy todo es importante. Voy a volver un día hasta aquí solo para poder verte.

 

-¡Daniel!- dijo cuando ya me había alejado en el parqueo, hacia donde quedaba la pequeña recepción amarilla con la recepcionista gorda y los calendarios  gratis de Victoria Center 2022, su voz cayéndome desde atrás como una caricia. Volteé para verla otra vez en la noche, la última de todas las veces que la vería, y todavía estaba sentada en la mesa de cemento con sus manitas encima, esperando.

 

-No me dijo nunca el nombre de la canción que le gustaba- dijo. -El corrido que no es un corrido.

 

Me reí en silencio. Solo nuestras voces se oían en todo Victoria Center cuando volvía a tratarme de usted y las voces se cruzaban en el parqueo.

 

-Ya Acabó, Sony.  Ya acabó - le dije-. Así se llama la canción.









Santa Ana Huista, enero de 2022


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