jueves, 24 de julio de 2014

habitación contigua

La he visto entrar y salir. Le he aguantado la puerta del portal, también, de entrada y de salida. La he seguido a lo largo del pasillo de baldosa y me ha seguido a través  del pasillo. La he visto detenerse frente a su puerta, girar dos veces las llaves y desaparecer en su estudio. Ella también a mí. Oigo su música a través de la pared, o cuando abre la puerta corrediza del balcón. Sé que dormimos ambos pegados a lados contrarios del apartamento, es decir, ella a su derecha y yo a mi izquierda, por lo que únicamente nos separa al dormir un muro de 15 centímetros de espesor. Puedo oír, en el silencio de la noche, sus movimientos buscando postura o eventuales toques del brazo que suenan apagados de este lado del muro. Ella seguramente me advierte del mismo modo.  Digamos que nos conocemos, o al menos nos somos familiares sin mediar palabra o pasar del inevitable “bonjour” al cruzarnos en la entrada o del “merci” que articula calladito cada vez  que sostengo la puerta para que entre (o salga). Pero siempre en la puerta de acceso, yo de salida y ella de entrada o yo de entrada y ella de salida. 

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