sábado, 6 de septiembre de 2014

valor aproximado

Pensar en un bostezo, en una taza de café vacía, en la mancha blancuzca de un escritorio. Pensar en un discurrir infinito, en dejarse llevar hasta dar de frente con la vida, o la muerte. Pensar en la proximidad de un edificio sin paredes, en el vértigo de los coches pitando por ahí, diez plantas abajo.


Si el pensamiento insistiera en subir a un décimo, en la ventana descubierta, en la acera abajo del todo y en los paseantes miniatura. Si salir por la ventana se tornara en una reflexión recurrente, si no se borrara ni aun con el esmalte implacable de la cordura, de la ética, del raciocinio; si un vuelo de cinco segundos hasta el asfalto te seduce más que todo lo que no hiciste en la vida, entonces ejercé presión contra el marco de la ventana y apoyá tus pies en el borde. Respirá hondo como si el tiempo se atragantara en sus relojes. Experimentá en cada bocanada el sabor dulzón de la sangre que gotea espesa del techo hasta regar tus zapatos. Recordá todo lo que te condujo a la ventana, cada una de las cosas. Cerrá fuerte los ojos y tratá de verlo completo. Si la suma no afloja tus piernas o no libera tus brazos, si todo junto no te hace saltar de un décimo nivel, entonces volvé al escritorio, tomá el teléfono y marcá el número de la primera persona que se te ocurra. Contále lo que estuviste a punto de hacer y decile que él/ella es la razón de nunca saltar.

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