martes, 16 de abril de 2019

los bistecs de Montpellier





 Hoy recuerdo. Estar con Sofía en el estudio que rentaba entonces en Montpellier, comiendo carne sin camiseta en mi mesa blanca de Ikea. 

-Eres demasiado rudo -dijo con ese acento mexicano del entonces todavía México DF, cuando me veía del otro lado de la mesa masticar la carne con la boca abierta, el humo de un cigarrillo puesto sobre el cenicero, trepando por las paredes de la habitación. Me había preparado un bistec enorme que compré en Casino, en la sección de ofertas, los mejores bistecs en todo Montpellier aunque nadie lo supiera. El exterior bien dorado, casi quemado y mucha sal por encima, como me gustaba.

-¿por qué?- dije con la boca llena mientras me rascaba el cuello con la mano.

-Un tipo se tira hacia un lado en la calle, hacia ti, pero se salva de no tocarte. Lo has seguido con los ojos todo el rato, como un puto lobo, como si quisieras que te tocara para darle una paliza.

-No entiendo.

-Las cosas que haces, D, la forma en que las haces...- Su voz se desinflaba, perdía fuerza, pero sus ojos brillaban conmovidos en el cuarto. –También es normal que no entiendas nada.

Pronto se irá, pensé. Hacía dos semanas que estaba harto de ella y solo quería quedarme a solas en el apartamento para beber en silencio y fumar un paquete entero de Gauloises. Esperar que llegaran las ganas de escribir, o, si no llegaban después de una hora, salir a la calle a merodear cualquier parte. Andar durante horas bajo la amenaza de los árabes fumando en cuadrilla con cortes de futbolistas de moda, escupiendo en el suelo, buscando problemas y conversaciones obscenas mientras sacaban humo de sus cabezas delgadas. Entrar en los bares de Republique  y Place Saint-Come, en los que a veces no pasaba nada, pero en los que también, a veces, pasaba mucho (supongo que cosas que podían cambiarle la vida a cualquiera). Al menos eso era entonces.

-¿Qué es lo que te pasa, dani? -decía, y en su cara vi por primera vez la preocupación. La angustia de que yo ya no pensara nada bueno de ella. Levanté los hombros y seguí pensando en una noche sin ella. Comiendo carne,  sin camiseta, en una mesa de Ikea, sin ella.

A esa misma hora podía estar metido en uno de los bares de Place Saint-Come,  pidiendo una cerveza para beber a grandes sorbos, en un taburete de esos altos, pequeños, hasta que empezaran a hacerse más recios los pensamientos, como si te hablaras a gritos, Dani. Repasar en medio de la música cómo es que has vivido tu vida. Exponiéndola todo el rato a la calle y al cambio, a adopciones momentáneas de estupideces felices. Dándola tanto  a  las aceras, a los parques, a salvarte a vos mismo de cien muertes posibles mientras te piensa una estudiante de biología que cree que vales algo  la pena,. Una joven desperdiciada que empieza a notar el asco en la forma en que la miras  mientras comes carne en un estudio de la zona universitaria de Montpellier y enciendes un cigarro para fumar en su cara. 

-¿Quieres que me vaya, Dani? En verdad ¿Es eso lo que quieres?

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