jueves, 26 de enero de 2023

Una habitación para fumadores en Tokio


Las japonesas huelen suavecito a nada. Pasan cerca y nada: perfume de saliva y pelo limpio.

¡Cómo les suenan los zapatos en la calle y el murmullo de sus risas en los cafés y en las aceras y en las filas interminables de restaurantes!  Parecen insectas, cucarachas metidas en abrigos largos de piel que cruzan la calle balanceando delicadamente las caderas. Sensaciones de que aquí todo es mentira.

¡Qué espectáculo Japón! ¡Qué elegante! Las gabardinas, los señores con sus maletines negros y las patillas afiladas, las caras serias de los ejecutivos de ventas, los lentes sin marco metálico, el silencio, las espaldas rectas, el honor, el cabello canoso, las jóvenes con faldas minúsculas, sus piernas blanquísimas, sus botas altas de caricatura y las medias transparentes!

A las señoras la vida se les acaba esperando en pasos de cebra y en andenes de trenes de cercanías, y cuando ya han cumplido cincuenta años, se desprecian mirándose de cerca en los espejos. Caras sabias de chinas arrugadas con matochos de pelo rojizo y abombado que aprietan en peinados de aeromosa, “¡¡ooohh nantekotta!!! ¡ooooh mierda!!!!! ) un pelo rizado que las hace llorar todas las veces, poniéndose las manos sobre el rostro cuando se sientan en el tocador de madera a mirarse un buen rato la cara, ya cuando la belleza se les ha ido por el retrete. Bajan a la cocina, se calientan un vaso con agua en el microondas y en lo que esperan el pitido final piensan que han regalado su vida a las dilaciones del transporte y a los amores incendiados de aburrimiento. Los amores que no sirven para nada y las esperas del metro pueden acabar con cualquiera.

3 japonesas en vestidos de franela rosados salieron fatigadas,como polillas envenenadas a las calles mojadas de Shinjuku. 8 de la mañana y sus caras inflamadas por el alcohol se miraban brillosas bajo el sol enrojecido del 9 de diciembre.  El día las encontró así,  borrachas y derrengadas al amanecer, acostumbrando sus ojos pequeños a la luz brillante que hacía afuera de la discoteca. Hace un frío del demonio pero el sol alcanza a tocar sus muslos blancos y el lado derecho de sus caras redondas y las calienta un poco cuando van hacia la boca del metro. Van a sus casitas a dormir pero primero van a comer algo en la estación de Shinjuku-Sanchome, un buen ramen con té helado. Luego dormir hasta que pase la resaca. Esta noche hay una habitación para fumadores en Tokio que tiene mi nombre.









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