jueves, 21 de agosto de 2014

Escuintlecos, suizas. GT, Ciudad

Seis vasos. Siete. La rubias nos decían que no. Que no querían bailar con nosotros. Fuimos hasta la barra. Un octavo trago sobre el mostrador de caoba. Baja sin hielo, fino como el agua.  De vuelta en el azulejo a cuadros de la pista volvemos a las rubias. Seguimos insistiendo en sus nombres. Verena, dice una, la primera en devolver una respuesta.

Según pude entender por "suisse", eran todas suizas . Bailé con Verena sin decirle nada y casi restregué el pantalón contra su mini falda roja. Sudamos una bachata, después un bolero. Luego me dijo algo al oído que no entendí. Expectante, desesperada de no entendernos tal vez, me tomó de la mano y me sacó del lugar. La voz antes confusa, envuelta en  la música amplificada se tornó en algo suave, de acentos curvos. Estábamos lejos ya del griterío inflamable de los primeros borrachos. Encendió un cigarro y me tiró el humo a la cara. Palpé mi bolsillo y sentí la flojera inequívoca del paquete de Marlboro agotado. Lo notó inmediatamente. Compartimos el suyo calada a calada. Tomás, dije de pronto, extendiéndole la mano. Me encanta tu pelo.

Lo siguiente es verla colgándose el bolso al hombro, sonriéndome en movimiento. Es su grupo que sale en estampida. Se van. Adiós dice Verena, pecosa, ojos enormes, lo articula perfecto. Me hace un saludo final con la mano. No alcanzo a preguntar en qué hotel se hospeda o su número de teléfono. Ellas siguen andando. Es un desfile, una retirada más bien de suizas rubias y tan dables, tan dables que dejan la discoteca para no volver más. Permanezco con la colilla de su lucky strike entre los dedos. Le queda alguna  calada antes de pisarlo en el azulejo de la entrada. BAR DE MIERDA. Sale Rodrigo tambaleándose hasta la seguridad de mi hombro. Se apoya con las dos manos. Vámonos a la verga, dice.  

De vuelta en el hotel es Paula. Un whatsapp borroso “deberías estar acá”. Me digo: ¿Por qué putas? Lo dejo en visto, no contesto. En el baño pienso: son las dos de la mañana, no puede morir esto acá. Me mojo el pelo en el lavamanos. El agua escurriéndose por las patillas. Veo con especial nitidez las gotas que gravitan mi rostro dejando a su paso un surco brillante. Me quito el exceso con la toalla de mano. Salgo del baño y voy hasta la puerta. Dejo a Rodrigo encendiendo un cigarro en la cama, ojos turnios de vodka. Ya vengo, le digo. Ni siquiera contesta. Bajo al bar del hotel. 

Chavo servime dos whiskeys claritos. Rápido. Estoy meciendo el primero y viendo a través del líquido. Turbio cual jugo de manzana. PAm. EL primero. Pam El segundo. Chavo, servime otros dos- Dos más sobre la barra-. Pam, los apuro. Chavísimo otros dos y no te chingo más. Pam pam. Pago la consumición. Salgo del lugar esquivando huéspedes.

Luz pública, faros alineados hasta Los Próceres. Dos chicas sobre la banqueta en dirección contraria. ¿A dónde putas voy? Las acompaña alguien bajito, no veo con claridad el  rostro de nadie. ¿A dónde van?, les digo. Me acerco. Pam, puñetazo al ojo derecho. Pam, banqueta. Asfalto visto de cerca. A un ojo las chicas lejos, presurosas, más allá de Vesuvio.  Boca arriba y exhalando whiskey trato de ver las estrellas. El alumbrado público me caga.  Regreso sobre la misma banqueta. 15 minutos, veinte. Otra vez, Hotel Barceló. Empujo la puerta giratoria de cristal, salgo en la segunda vuelta. Vomito sobre la alfombra del lobby y nadie parece advertirlo. Me acerco a recepción. Chino, conseguime una rubia ya. Quiero coger, la gran puta. Tranquilícese usted, ¿conoce Montúfar? , dice. Mejor le alcanzo la guía telefónica.

En la entrada del hotel tres putas, un cabrón. ¿Cuál querés?- dice. ¿Cuál es la más nueva? –pregunto. Tuerce una cara de asco. Sabés qué, me quedo con esa. La señalo con el dedo, rubia hasta la raíz del pelo, negro petróleo. Subiendo en el ascensor pregunto ¿cómo te llamas? Anja, responde. Las pelotas, digo, te llamas Brenda o Maite o Teresa, tal vez Juana, le escupo inflamable las consonantes. La abrazo por atrás a seis pisos del décimo. La toco toda y hasta descompongo el vestido. Ay – dice. Ay puta, te voy a joder. La cremallera contra el vestido verde. Manoteo las tetas. Ay, dice otra vez. Se abre la puerta en el diez. Zigzagueo el pasillo sujetando a la rubia artificial. Lejos hay unas piernas borrosas sobre la alfombra. Diez, doce puertas después, reconozco a Verena sentada en el pasillo, su espalda contra la puerta de una habitación.  Le tiendo la mano, paráte, venís conmigo. Me mira atónita. ¿Qué te pasó en la cara? – pregunta en inglés, articula mal. Meto la mano bajo su falda roja. Ahora es un tironeo, amortiguado por la alfombra, de una suiza y una puta guatemalteca. Abre la puerta de la habitación un infeliz que reconozco. -¡¿Tomás qué putas?! -Me dice. No tiene camisa el muy maldito. Sigue: Vos, te digo que sueltan todas. TODAS. Empujo la puerta, Rodrigo se va contra el closet. ¡Imbécil!, grita desde atrás.  Hay dos suizas descalzas sobre la moqueta del cuarto. Se sientan en una cama individual. Una alcanza los cigarros sobre la mesa de noche. Se hablan entre ellas, creo que en francés. Después de un rato me tienden el paquete de tabaco. Acepto dos, uno va directamente a los labios  y otro ceñido detrás de la oreja.  Rodrigo se incorpora más allá del baño. Se sienta en las piernas de una. Voltea y le da un beso largo en la boca. Ahora las dos me ven con cara de asco. Voy de espaldas hasta la puerta de la habitación. Me asomo en el pasillo. A dos puertas una tercera se cierra. Mierda, Verena. Al otro lado y al fondo, la puta subiendo al ascensor. Qué mierdas hago. Toco veinte o treinta segundos continuos la puerta donde vi desaparecer a la suiza. Nadie responde. Riego la puerta de un vómito incontenible. El líquido desciende hasta la alfombra, se cuela de a poco en la habitación por la breve separación de la puerta. Otra arcada, me las arreglo para llegar hasta mi cuarto, empujo la puerta, después el baño y finalmente la regadera. Trozos de pizza mojada  atraídos a  la rendija.  Me tiendo en la cama.
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Despierto a medio día. Me levanto a cerrar las cortinas. Inspiro el aroma  tibio de la camisa potada. Logro contener el vómito hasta el azulejo del baño.  Se repite unas tres veces el sonido irregular del líquido regando el suelo. Me quito el exceso de la boca con el revés de la mano. Otra vez me tiendo en la cama. A un lado veo la mesa de noche y más allá el lecho de Rodrigo intacto, con el doblez de las chicas de limpieza. Qué hijo de puta. Cierro los ojos. A los pocos minutos es él que me despierta al entrar en la habitación. Qué onda, dice. Lo miro y vuelvo sobre la almohada.  De pronto me acontece la imagen  de las rubias dejando la discoteca, del maldito en las piernas de alguna.  Pienso en Paula, que tal vez sí la quiero. Rodrigo se tiende en su cama, se cruza de brazos y cierra los ojos.  Una sonrisa involuntaria ilumina su rostro.


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