Entonces
despierta. Jadea levemente. (4)
La toco con
el codo. Estoy al lado. (8)
Vuelve sus
ojos, circunda los míos. Sale por un lado de la cama. (13)
Doblo la almohada
para verme los pies. Más atrás, el cristal del balcón. (13)
Contemplo sus
piernas desnudas hasta las inmediaciones del culo. Lo censura un calzón rojo.
(14)
Corre las
cortinas. Son las luces de Estocolmo. Desliza la puerta sobre su riel. Sale de
costado, dándome el perfil. (20)
Me siento en
la cama. Camino hasta el baño. La luz apagada. Sólo meando con la seguridad del
chorro en el agua. Regreso sobre el parquet del pasillo. (28)
Chispea
hasta cuatro veces su encendedor. (Maldito viento marino). La quinta tiñe de
rojo la punta del cigarrillo. Se acentúa la braza cada vez que chupa del
filtro. Guarda el mechero. (31)
Me tiendo en
la cama. Otra vez las luces de Estocolmo por encima de los calcetines. Ella a
través del cristal, descalza sobre la baldosa. El humo asciende en diagonal. Se
pierde en balcones contiguos. (36)
Descansa sus
brazos sobre la balaustrada. Contempla la catedral, los techos de las
casitas y yéndose lejos, las embarcaciones del puerto. Chupa más humo. Arroja
la colilla siete pisos abajo. Desliza su mano dentro de la chaqueta. (37)
Desaparece
un pie, después el otro. Los calcetines sobre el parquet. Camino hasta la puerta de cristal. La deslizo
hasta caber de costado. Afuera un viento salobre me descompone el pelo. La abrazo por detrás. No voltea, está
perdida en el puerto, en las embarcaciones que tiemblan de frío. Todavía, por encima de su pelo, las luces de Estocolmo. (59)
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