viernes, 8 de agosto de 2014

Estocolmo

Entonces despierta. Jadea levemente. (4)
La toco con el codo. Estoy al lado. (8)
Vuelve sus ojos, circunda los míos. Sale por un lado de la cama. (13)
Doblo la almohada para verme los pies. Más atrás, el cristal del balcón. (13)
Contemplo sus piernas desnudas hasta las inmediaciones del culo. Lo censura un calzón rojo. (14)
Corre las cortinas. Son las luces de Estocolmo. Desliza la puerta sobre su riel. Sale de costado, dándome el perfil. (20)
Me siento en la cama. Camino hasta el baño. La luz apagada. Sólo meando con la seguridad del chorro en el agua. Regreso sobre el parquet del pasillo. (28)
Chispea hasta cuatro veces su encendedor. (Maldito viento marino). La quinta tiñe de rojo la punta del cigarrillo. Se acentúa la braza cada vez que chupa del filtro. Guarda el mechero. (31)
Me tiendo en la cama. Otra vez las luces de Estocolmo por encima de los calcetines. Ella a través del cristal, descalza sobre la baldosa. El humo asciende en diagonal. Se pierde en balcones contiguos. (36)
Descansa sus brazos sobre la balaustrada. Contempla la catedral, los techos de las casitas y yéndose lejos, las embarcaciones del puerto. Chupa más humo. Arroja la colilla siete pisos abajo. Desliza su mano dentro de la chaqueta. (37)

Desaparece un pie, después el otro. Los calcetines sobre el parquet.  Camino hasta la puerta de cristal. La deslizo hasta caber de costado. Afuera un viento salobre me descompone el pelo.  La abrazo por detrás. No voltea, está perdida en el puerto, en las embarcaciones que tiemblan de frío. Todavía, por encima de su pelo, las luces de Estocolmo.  (59)

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