Estar, de pronto, en el sótano de Pradera fumando un cigarro
mentolado. Y es esperar a mi hermano mientras le hacen un handjob en el asiento
trasero de su Mazda. A contra luz, sólo a contraluz, se distinguen sus
cabezas en el polarizado. Ella más gacha que él. Tengo la imagen de estar
esperando recostado en la pared inmediata a los ascensores, cigarro tras
cigarro, encendiendo uno con la colilla del otro. Bajaban/subían grupos de
gente, más que nada familias y amiguitos de primaria. Tal vez con vistas a una
película infantil, que para entonces sería La era del hielo 2, Shrek o alguna
otra mariconada, no tengo idea. Creo que fue agotando el paquete que se abrió
la puerta opuesta del Mazda, eso es, la del lado al que no tenía visibilidad. La
chica bajó primero y se compuso el bolso por encima del sweater. Mi hermano permaneció
dentro. Para entonces el sótano había quedado desierto y los pasos de la chica se
hacían recios contra el concreto “tac, tac, tac”. Caminó hasta donde yo estaba
sin saber quién era. Se peinó frente a las puertas cromadas del ascensor y
pulsó el botón para pedirlo. Di un vistazo al auto, mi hermano seguía en el
asiento trasero. El ascensor llegó, la chica subió y todavía me
pregunto qué pensó al cerrarse las puertas y quedar completamente sola.
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