domingo, 12 de octubre de 2014

Outlook: Imagen adjunta (2.90 MB)

Mirála


Mirá bien la imagen. Notá nuestras caras a chorros de luz borracha, lusazos como difuminados con el dedo. ¿No es la foto acaso una representación vaporosa del tiempo? Digo, del invierno rasgando el impermeable negro, tu chaqueta beige o la punta rojiza de aquel cigarro que acabamos muertos de frío. A veces, M, a veces la sostengo en mis manos, y no siento sólo un rectángulo glaseado por encima del papel. Mierda, como si no me bastara saberla vulnerable a las más paupérrimas tijeras.

B
Tal vez sepás del polvo por encima de los muebles, de los cabellos largos, permanentes detrás del refrigerador, de cada armario. ¿Sabés que me digo a veces, cuando espero el café instantáneo al pie del microondas?  Pienso: Y si quedara todavía de ese polvillo en las juntas del piso o en el vértice del zócalo; y si los pelos que se curvan en las patas de la nevera o los que no abandonan la profundidad de la escoba fueran tuyos, si todavía estuvieran allí ¿Sabés?  Algo así como creer que la arenisca por encima de los estantes fuera responsabilidad nuestra, M, aún después de tanto,  de que no alcanzaras con el paño ni siquiera estando sobre alguna silla o que yo no subiera por tenderme en el sillón y dejara la casa como carajo estuviera. Por eso la foto, M, por eso la importancia de dos caras borrosas envueltas por la madrugada de un tres de abril.  
A
No quiero que en este punto del mail sonriás burlona a la pantalla del ordenador y pensés "¡Qué nivel de imbécil! ¡Qué estúpido!". No veás la foto y digás que es una imagen desafortunada, de farolas de luz al fondo y tan tenues, tan desvanecidas que ralentizan el obturador de la cámara. Fijáte antes en el estacionamiento de atrás y en los autos deformados a lo lejos modelo ¿90? ¿94? ¿Acaso 88? Y decime, ¿Crees que todavía anden por ahí, ronroneando avenidas francesas?  ¿Estaremos nosotros también por ahí, M, retratados en el polvo del suelo, en los cabellos bajo la cama?

B
Recordarás que llovía. Creo que volvíamos de un cumpleaños. Subimos la Route de Mende a empellones de borrachos que comparten una misma acera. Te revolvías a carcajadas de la respuesta que di al revisor antes de bajar zigzagueantes del tranvía.  Realmente nunca entendí el francés, nunca llegué a quererlo del todo. Tampoco me gustaba oírte hablarlo tan suelta y tan alto para que todo el mundo  te oyera. Esa noche maldije tus ojos alternando de mi rostro al bigote espeso del revisor que demandaba algo a quemarropa.  Yo buscando el ticket en algún bolsillo de mi abrigo, sin entender absolutamente nada, y fue verte tan callada, pudiendo intervenir en cualquier momento con un francés inmaculado. Más tarde te lo dije, que Francia no era el idioma, ni la comida, tampoco el paisaje, era la posibilidad de encender un cigarro en el balcón, entrar hasta la cocina, atravesarla  y más lejos descolgar el impermeable negro del ropero, tu chaqueta beige; volver hasta la puerta corredera y tropezar contigo, apoyada en la balaustrada, perdida en el estacionamiento contiguo, en los autos aparcados dos plantas abajo. Entonces, 3 de abril, me acuerdo, con la colilla humeando en la comisura de mis labios subí la Kodak a la altura de nuestras caras, te giraste, puse el dedo en el disparador y “paf”, nos resguardamos del tiempo en un trozo rectangular de papel.


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