viernes, 17 de abril de 2015

Nota en un Samsung Galaxy

Dije,
 a falta de qué decir, (noche movidísima, casi como E por debajo de la 
mesa de algún restaurante chino), que me iba al carajo. No dije la 
verdad cuando me preguntaron (y tratá de mirarlas), cuatro españolas 
tremendas con sidra en la cabeza, en la vejiga, a punto de mear toda esa
 mierda en el baño con la vista frustrada por el líquido, casi sin poder
 peinarse después en el espejo del lavabo por miedo a poder errar con la
 mano entre el pelo. No sé si la rubia puso cara de asco cuando dije 
"estoy pensando en muchas cosas, me voy" pero a las otras les dio igual y
 hasta convencieron a J de entrar a Gatsby porque empezaba una 
canción que se sabían. J me dio un abrazo zurdo y todavía (alejándose) 
alcanzó a pregutar "estás seguro, ¿te vas?" viéndolas de reojo, como 
diciendo sos un imbécil de verga. Dije que sí, haciéndome el lobo. . 
 
10,
 tal vez 8 minutos después voy subiendo al piso diciéndome 
constantemente "la cagaste, hermano. Qué estúpido. (paro un rato, 
después sigo) La cagaste". Y cruzo las calles como si nada, como si 
fuera el único que va de vuelta a su encierro, a los platos sucios, a 
media pizza carbonara que recuerdo en la nevera, a la necesidad del 
cepillo de dientes para poder dormir tranquilo. Mientras las rubias, 
allá en el Gatsby, tal vez se fijan en el desconocido que empieza a 
gustarles. Tal vez se digan que yo no valía la pena y hasta celebren mi 
ausencia al verse invitadas a una cerveza fría, a dos, a tres cervezas frías, a 
unos shots de colores, a un piso céntrico, a una boca que alcanzan con 
barba, de puntillas, al 1.80 de estatura. Pero ellas ya no me están ocurriendo a mí.

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