martes, 25 de agosto de 2015

03420


Hace tres años te besé sobre Onil/viendo las casas/luces de Onil. Hablamos de todo; tal vez de nada importante. Pero tenías dos años más que yo y yo quise inventarme uno más que tú para asegurarme un rato contigo. Porque te quería tanto en ese lugar, Dominique, te quería tanto bajo la brisa esa, tanto bajo el vestido ese, tanto bajo el acento británico de mierda ese, tanto, Dominique, te quise tanto en ese lugar. Y hablábamos. Y te quejabas de tus padres, de tus padres, Dominique. Eras tan insegura, tan niña, tan depresiva, Dominique, tan pueril, tan nada, Dominique. Tenías 20 y creías que ya te habías equivocado demasiado. Perdida sobre los techos dijiste que todo era una mierda,... una mierda, Dominique, y sentiste la fuerza de las palabras que decías y tomaste del vino hasta empalagarte, hasta teñirte los dientes color violeta, hasta verme, hasta ver las luces, a mí, las luces, otra vez yo, otra vez las luces.


Ahora sos profesora, vivís con un chico, tus motivaciones son otras. Saliste de España, corriste lejos, lejos lejos del pueblo ese, volviste a Londres, te graduaste de borracheras, rubios color leche, marihuana, resacas de muerte y ¿filología portuguesa era? Ya no me acuerdo, Dominique. Yo voy a veces a Castalla, ¿sabés?, sin un título, sin ser más hombre, sin tener cosas nuevas que contar, sin ser más grande de lo que era esa vez que vimos las luces. Y me da tristeza escribirlo, doy lástima y se me llenan los ojos de agua. Pero sigo yendo a Castalla y, no sé si decírtelo, pero trato de no buscar en el suelo ni pisar los mismos sitios que pisamos al subir de noche, casi a tientas. Estoy seguro que en la montaña, en el descanso de esa pendiente con vistas a Onil, quedan botellas nuestras de vino vacías, tal vez rotas del tiempo, de otros inviernos, de otros soles, otras lunas; de otra gente que las pisó al besarse en el mismo lugar que nosotros. Gente que no entendió que una vez pasamos las botellas de boca en boca. De boca en boca, Dominique.

 

¿Qué vas a enseñar tú, inglesa? qué vas a enseñar cuando nadie te entienda. Qué vas a decir cuando todos te ignoren porque tu acento es malo, porque tus clases son malas,  porque no tenés nada en la cabeza, porque nunca creciste Dominique, no, no, no, nunca lo hiciste. Qué vas a hacer cuando todos pongan cara de asco, cuando todos los que tengan la edad que tuviste aquella vez te hagan de menos por no creerte nunca conmigo en la montaña, por nunca saber del vino, de las rocas precipitándose a ambos lados de nuestros cuerpos, de nuestros ojos borrachos, lentos para ver la luz, lentos para encontrar el Volkswagen aparcado allá abajo, lentos para cambiar de estación  de radio o poner la calefacción. Qué vas a hacer cuando ellos no entiendan o tú no podás contarles acerca del frío, de necesitar otro cuerpo para dejar de temblar; contarles de esos malditos eneros de piernas glaciales, de bocas cálidas, de abrazos necesarios. Qué vas a hacer cuando no podás explicar la madrugada, cuando te acontezca la imagen de dos adolescentes borrachos y querrás contarlo, cuando querrás explicar a tus padres durmiendo, a Castalla durmiendo, a Onil aguantando sus luces mientras tú besabas a un mentiroso dos años menor. 


Pero todo lo que escribo es mentira, Dominique, y… ¿cómo decirlo? Te extraño. Debés de ser una gran persona y qué asco tener que decir “una gran profesional”, pero tal vez sí lo seas. Y es sólo que... puta madre, a veces lo hago, Dominique, a veces te extraño. Y podría decir que sigo creyendo pero no creo más en nosotros porque no creo en el tiempo, Dominique, porque no creo en mí lejos de la montaña, lejos de Onil titilando distante, muy al fondo. No creo más en la posibilidad de pararme cerca tuyo, al menos no tan cerca, o de instarte a que tomés del vino, a  que me veás a los ojos, a que volvás a tomar del vino. ¡Ah!, me he vuelto tan parco (poco) para los besos, dominique, tan poco inventivo, tan poco… no sé cómo decirlo, Dominique. Tan torpe, tan negado, tan nulo. Ay dominique, tú no sabés, dominique, tú no sabes nada. No sabés que hubo noches en que fuiste lo único que tuve, tú y el Volkswagen Polo al pie de la montaña. No sabés que 03420 es Castalla o que abrazada, sobre las luces, Dominique, también sos Castalla. No sabés, y con esto acabo porque qué asco de texto, que todavía tengo ese auto, que todavía lo aparco en Castalla y miro por la ventana imaginando lo que fuimos.







      

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