La vi, creo, la tarde
del cine. 8:30, Van Dyck, la función del popcorn carísimo y el final mediocre
de la película que fuera (ya no recuerdo cual). No la besé porque tenía la
seguridad del parking vació al salir a buscar el auto, del frío de las 11:30 y
la facilidad del abrazo al estar ambos de pie. Además (primera vez que lo
pienso) nunca me gustó besar en el cine: la incomodidad del apoyabrazos, la
posibilidad de volcar el cartón de palomitas, las sodas con hielo, de
despeinarse contra el respaldo de los asientos de tela; después salir de la
sala con el disgusto de las luces afuera, de los desconocidos hablando bajito
sobre las rejas de las tiendas del centro comercial, a esa hora cerradas; O tal
vez la estupidez de haberse perdido la película y no poder comentarla de camino
al auto. Entonces sería abrir la puerta cansados, encender el Polo, escuchar la
radio en la emisora que quedó antes de aparcar en el centro comercial hasta que
uno de los dos decidiera apagarla. No voltearnos a ver (o casi nada) de camino
a dejarla a su casa; no besarnos en los semáforos por lo reciente del cine, del
beso que prolongamos a ambos lados de las butacas y que ahora, con las nuevas condiciones, resulta más incómodo.
Pero ya dije antes que no fue el caso. No es mi estilo. Esa vez no la besé y hablamos con ultranza del final de la película, de cómo se les ocurría matar así la cosa. Director de mierda, ¿ruso me dijiste que era? ¿Polaco?, eso, polaco. Fue buscar las llaves del auto todavía hablándonos por encima del techo. Entrar, cambiar de emisora hasta dar con algo medianamente movido. Dejar el volumen en 15, eso es, bastante bajo, voy a decir que música de fondo. Remediar la primera espera del semáforo en rojo con un beso. Pisarle al cambiar a verde con su mano por encima de la mía en la palanca de cambios, suave al momento de la transición a tercera. Decirle algo del sueño acompañado, infantilmente proponerle quedarse a dormir en mi casa (como en la escuela, ¿hacemos un sleepover? A ver quién aguanta más tiempo despierto o ¿vemos una película de miedo?). Creo que eso, le habré dicho algo como: “¿notaste alguna vez que, tal vez con tu hermana o hermano, amiga o amigo que al dormir en una misma habitación, no importa si en camas independientes, no importa si uno en el suelo y el otro en la cama, sentías una facilidad enfermiza para quedarte dormida? Pfff, no sé, querida. No sé.” Ella asentía mil veces. Se había acomodado en el asiento con la rodilla izquierda contra el respaldo, de modo que podía verme. Sí, me dijo con ojos brillantes (tal vez las farolas de afuera en sus ojos), sí, dijo otra vez pensativa. Después sonrío como diciendo seguí, seguí. Por favor, seguí hablando. “No sé”, volví a hablar yo, “es como si las respiraciones dentro del cuarto se aceleraran o ralentizaran de acuerdo a un ritmo inconscientemente buscado. Claro, estás dormido o simplemente no pensás en eso, pero eso no es importante, lo importante es que otra persona respirando cerca te facilita el sueño, tú (sin saberlo) también le facilitás el sueño a la otra ¿Te das cuenta?”. Estaba tan callada, tan embebida por lo que decía (tan estúpido todo), y tal vez eso, sumado a la canción que justamente sonaba en la radio (Zombie de Cranberries o Cat Like Thief, de Box Car Racer) que no dijo nada al verme prescindir del desvío que llevaba hasta su hotel.
Pero ya dije antes que no fue el caso. No es mi estilo. Esa vez no la besé y hablamos con ultranza del final de la película, de cómo se les ocurría matar así la cosa. Director de mierda, ¿ruso me dijiste que era? ¿Polaco?, eso, polaco. Fue buscar las llaves del auto todavía hablándonos por encima del techo. Entrar, cambiar de emisora hasta dar con algo medianamente movido. Dejar el volumen en 15, eso es, bastante bajo, voy a decir que música de fondo. Remediar la primera espera del semáforo en rojo con un beso. Pisarle al cambiar a verde con su mano por encima de la mía en la palanca de cambios, suave al momento de la transición a tercera. Decirle algo del sueño acompañado, infantilmente proponerle quedarse a dormir en mi casa (como en la escuela, ¿hacemos un sleepover? A ver quién aguanta más tiempo despierto o ¿vemos una película de miedo?). Creo que eso, le habré dicho algo como: “¿notaste alguna vez que, tal vez con tu hermana o hermano, amiga o amigo que al dormir en una misma habitación, no importa si en camas independientes, no importa si uno en el suelo y el otro en la cama, sentías una facilidad enfermiza para quedarte dormida? Pfff, no sé, querida. No sé.” Ella asentía mil veces. Se había acomodado en el asiento con la rodilla izquierda contra el respaldo, de modo que podía verme. Sí, me dijo con ojos brillantes (tal vez las farolas de afuera en sus ojos), sí, dijo otra vez pensativa. Después sonrío como diciendo seguí, seguí. Por favor, seguí hablando. “No sé”, volví a hablar yo, “es como si las respiraciones dentro del cuarto se aceleraran o ralentizaran de acuerdo a un ritmo inconscientemente buscado. Claro, estás dormido o simplemente no pensás en eso, pero eso no es importante, lo importante es que otra persona respirando cerca te facilita el sueño, tú (sin saberlo) también le facilitás el sueño a la otra ¿Te das cuenta?”. Estaba tan callada, tan embebida por lo que decía (tan estúpido todo), y tal vez eso, sumado a la canción que justamente sonaba en la radio (Zombie de Cranberries o Cat Like Thief, de Box Car Racer) que no dijo nada al verme prescindir del desvío que llevaba hasta su hotel.
Caecis telefoneó a
eso de las 8 del lunes. Así, por teléfono, me propuso a las gemelas. Tuve algún
problema en disimular la sorpresa. Nuestra relación se había deteriorado
bastante, no voy a decir por qué, no tiene ninguna importancia. Habló de las
chicas, de todas formas, un ofrecimiento prácticamente tácito, alguna
descripción a la mano, un “te digo que están tremendas. Buenas piernas, ojos de
gatas montesas, mentalidad abierta. Norteamericanas, claro. ja-ja, eso te
resume todo, vos sabés”. Y colgamos el teléfono acordando Plaza Merliot, la
parte de restaurantes, a eso de las (inventar hora).
Caecis sabía que la
única forma de que atendiera una propuesta suya era si habían chicas de por medio.
Entonces estaba falto de literatura, necesitaba a alguien que me hiciera volver
a escribir, que me llevara arrastrado a la computadora portátil. Tal vez,
pensé, escribir un texto a partir de las gemelas, por lo que acepté inmediatamente reunirme con ellas. No pasó mucho, de todas
formas, la noche que nos vimos. Las chicas llegaron un poco tarde, se disculparon en un español regular.
Una de las gemelas era más guapa que la otra.
-Esta es Victoria. Victoria este es Nimo. Y
ella, ella es Sarah, Sarah/Nimo, Nimo/Sarah.
Sarah era la más linda, la vi siempre más que
a su hermana.
Pedimos unos cafés, algún postre. Después
alguien propuso cambiar de sitio, se habló de una cerveza, de un gin tonic, de
cenar todos juntos, de, cómo decirlo, alargar la noche. Así que empezamos por
dejar Plaza Merliot. Caesis insistió en que dejara el auto en el
estacionamiento del centro comercial, que fuéramos todos en su Nissan. Las
gemelas habían tomado un taxi en el hotel, según dijeron, el Barceló. Quise
proponer un bar, el que hace esquina en Contrueces y séptima, pero las gemelas
dijeron necesitar el hotel. Llegamos, Caesis nos dejó en el motor lobby y
aseguró volver tan pronto como aparcara el auto (un problema entre semana, el
parking). Las gemelas se cohibieron un poco, me conocían sólo del tiramisú y la
taza de café que tomamos en Merliot. Una de ellas, Victoria, me preguntó algo
para desatascar la cosa, un “¿Qué haces, a qué te dedicas?” que luego acompañó
de “what do you do for a living?” creyendo haberse expresado mal en español. Le
dije que era escritor, después también, lo acompañé de “I’m a writer”, por si
acaso. Las gemelas se voltearon a ver en medio del ruido de los zapatos contra
el suelo cerámico. Una sonrisa, tal vez demasiado leve, iluminó momentáneamente
sus caras. No dijeron nada más hasta llegar al bar del hotel que se dibujaba al
fondo del lobby, entonces se excusaron diciendo necesitar subir un rato a la
habitación. Les ofrecí adelantarme a pedir algo de tomar pero negaron con la
cabeza seguido de un “thank you” amabilísimo. Caecis me alcanzó ya sentado en
una de las mesas del fondo, la que está pegada al piano de cola y demás
instrumentos. Nadie tocaba a esa hora y Caecis aprovechó para quejarse del poco
ambiente del lugar, de la dificultad de aparcar cerca del hotel y del calor que
hacía con la americana puesta. “En fin.-dijo- Tenés que contarme de vos, Nimo,
¿en qué has estado? ¿Qué has hecho?” Se levantó a pedir unas cervezas justo
cuando las gemelas entraron por la puerta. “Chicas”, dijo, “¿algo de tomar?”.
Entonces Caecis y las gemelas se pusieron contra la barra en espera del barman.
No recuerdo si lo primero que pidieron fue una cerveza, tal vez una pinta él,
dos martinis las gemelas, o todos lo mismo. Lo cierto es que pronto estábamos
compartiendo mesa.
-Pues a Nimo lo conocí en Retalhuleu- dijo
Caecis con el trago a media altura – ¿Conocen la zona?, ¿No? Pues nuestras
familias vacacionaban en el mismo Resort.-
Las gemelas negaron, no conocían Retalhuleu.
Dijeron conocer Livingston, Antigua, Tikal, San Marcos, Cobán y algún otro
lugar que no recuerdo porque seguramente lo hayan dicho mal. De todas formas se
interesaron porque no habían oído hablar de Retalhuleu, la palabra les parecía,
¿cómo dijeron?, lavish.
-Bueno, no se pierden de mucho. –volvía a
hablar Caecis- A decir verdad, sólo me gustaba ir por este cabrón – y me tocó
el hombro.
El maldito no se acordaba que la noche del
31, allí en el resort, me había abordado en la oscuridad de la piscina vieja
cuando trataba de besar a Anja, una niña del colegio Americano que también viajaba con su familia al mismo resort. No se acordaba que al día siguiente ella pasó
de largo con su hermana al ver que me acercaba a saludarla en la cafetería, que
me ignoró por completo. No pude llevarla esa noche a los jardines del fondo
porque Caecis le había dicho a mis espaldas que todo lo que yo buscaba era
besarla. Se fue del resort a la mañana siguiente, ella, sin decirme nada. Tengo
la imagen de la chica en la van familiar frente a la oficina de recepción, el
equipaje sobre la parrilla del techo, la familia aguardando en el auto a que el
padre devolviera las llaves y entregara el cuarto. Anja no volvería nunca más
al resort, sus padres habrían de divorciarse por problemas económicos;
venderían la van. Cada año, a mediados o finales de diciembre, yo iría a la
piscina vieja creyendo verla en la oscuridad de la orilla, de las tumbonas
desocupadas por la noche. Pero eso tiene importancia cero.
Me solté un poco más en la mesa. Pregunté
alguna cosa a las gemelas, les dije “¿Por qué Guatemala? o ¿Hasta cuándo se
quedan por acá?, ¿Habían venido antes?, ¿Les gusta?”, y la cosa fluyó bastante
bien. En un momento, voy a decir que cuando ofrecí pedir más tragos, las gemelas
se excusaron y dijeron nuevamente necesitar la habitación (un momentito,
dijeron, usando el diminutivo). Caecis había dejado la americana en el respaldo
de la silla pero seguía quejándose del calor. Se pasaba la mano por la frente,
después un pañuelo que sacó del pantalón. Aceptó una cerveza cuando dije
necesitar otra “¿pinta o caña?” y volví a la mesa con dos pintas. Caecis tomó
tres grandes tragos, después tiró un “ahhh” prolongado. Se acomodó en la silla,
perdiendo la postura inicial y se quitó la espuma de la boca con el revés de la
mano.
-¿Qué te parecen? - dijo echando una ojeada hacia a la puerta.
-Sarah me gusta – dije sin interés- ¿Dónde
las conociste?-pregunté.
-¿Vos sabés quién es “El Flaco”?- dijo.
Entonces me habló del cantautor de apellido Hernández), que estaba de gira
por el país. Me habló de un hotelito en Xela, de botellas y botellas de ron
nacional, de haber salido a no sé dónde con el artista, de haberlo perdido en
un momento de la noche y luego de haber
visto a una de las gemelas besándolo detrás de un teléfono público cuando
volvían al hotel. Dijo algo así como que no se sentía así desde hacía mucho
tiempo. Me habló de farolas de luz, de zapatos, de olores, texturas, visiones
de un exceso casi olvidado, de calles adoquinadas sin autos, de casas humildes y
focos colgando de las puertas que te empañaban la vista; me habló de ese frío
de madrugada que te hace hablar con los brazos cruzados o de esa sensación de
moverte mal, de estar acompañado de alguien que también se mueve mal. Se sentó
recto otra vez en la silla, se inclinó sobre la mesa y me dijo “Vos no tenés
idea de lo que hacen las chicas al subir a su habitación, ¿verdad?”. Dos
segundos de silencio. Nos quedamos viendo. Sólo entonces escuchamos a las
gemelas entrar zapateando el suelo del bar vacío, ya estaban cerca de la mesa.
Caecis preguntó si querían algo más de tomar,
ellas negaron con la cabeza. Victoria dijo que todavía era muy temprano.
Una vez llegué a casa de Caecis. Entonces
todavía vivía en Vista Hermosa con sus padres, cerca del colegio. Sonó el
teléfono y contesté yo, de esas pocas veces que te encontrabas con una llamada
que iba para ti y no para tus viejos; pues era él diciendo que me invitaba a su
casa, que después sus padres nos llevarían al cine o a las maquinitas, según
quisiéramos. Le dije que sí porque era domingo y odiaba los domingos por
hacerme pensar tanto en los lunes, días de vuelta a clases.
Me abrió la puerta su empleada, habré llegado
unos minutos antes porque me dijo que Caecis estaba en la ducha, que igualmente
pasara a los sillones de la sala y que si quería algo de tomar, que sólo lo
pidiera, agua o cualquier cosa. Caecis salió después de un rato con el pelo
mojado y se acercó a darme la mano. “Hola, Nimo”. “Hola Caecis”.
Estuvimos un rato en el salón de la casa, él
encendió la t.v y puso el volumen bastante alto. Se acercó un poco a donde yo estaba
y dijo “¿Qué te parece?”. Tras no entenderle y preguntar de qué o quién hablaba
respondió: “la empleada, tonto, la empleada”.
Caecis ofreció, después de que las gemelas
rechazaran otro trago en el bar del hotel, hablaran de lo temprano que era y se
crisparan tal vez un poco en sus asientos por la incomodidad del respaldo, ir a
su casa en Cayalá para seguir tomando.
De camino, ya todos en el auto y
tal vez de nuevo incomodado por el silencio del tráfico, nos adelantó/habló de
una botella de Ron Zacapa 23 años, una terraza con vistas a las luces de la
ciudad. Habló de la extensión del terreno y la posibilidad de la música bien
alta. Las gemelas sintieron miedo al tocar zona 16, los árboles tan grandes y
la oscuridad precoz de Ciudad de Guatemala. Pasamos una garita, Caecis saludó
al guardia por su nombre, las chicas seguían viéndolo todo con los ojos bien
abiertos.
Caecis tenía un
teléfono para extensiones locales dentro de su habitación en la vieja casa de
Vista Hermosa. Había uno en cada parte digamos importante de la casa. Esto es,
el estudio del papá, la habitación de visitas, la habitación de los padres, el
salón y finalmente la cocina. Caecis había marcado alguna vez la extensión 106
para pedir un vaso con agua o una leche con chocolate cuando estudiaba para
algún examen en su habitación, pero nunca a esa hora de la noche. Serían las
once y media cuando levantó el teléfono mientras sus padres estaban (me contó)
en un casamiento.
Había monitoreado a
la empleada los días anteriores, había entrado apuradísimo en su pequeña
habitación de la primera planta cuando ésta salía a tender la ropa. Había
abierto los cajones, el ropero minúsculo; había respirado de cerca sus zapatos,
las blusas para dormir, la ropa interior en la cesta de ropa, la almohada
contra la que dormía. Había visto su cepillo de dientes y le había pasado
lentamente la lengua hasta sentir sólo el sabor del dentífrico debilitado por
el agua. No importa. La empleada contestó el teléfono a pesar de la hora, a las
10:30, poco pasadas, acababa su día de trabajo. Ese día no se negó a subir el
vaso con agua. Tal vez entendió que Caecis estaba solo en casa y (pensó) le
daba miedo bajar a la cocina. La voz de Caecis había temblado un poco en la
línea, sonaba débil, opaca, de alguien nervioso. La empleada, de todas formas,
no le dio importancia y subió con el vaso que acompañó de una servilleta.
Caecis se había tendido en la cama, enfrentando la puerta de la
habitación. Estaba desnudo,
desparramado, aguantando la postura con el codo contra la cama. La empleada
tocó y Caecis, vencido por el miedo, tuvo que aclarar la garganta y decir dos veces “pase” para que
la empleada girara la manija.
Desde la verja de la
casa no se veía la, (inevitable decirlo), la casa. Había mucho espacio, un camino
empedrado que llevaba serpenteando hasta la entrada de la mansión. Las gemelas
se emocionaron y tal vez hayan dicho “wow” mil veces o “this is freaking
huge!”. Caecis las vio por el retrovisor orgulloso, sintiéndose un lobo. Sacó
la lengua mojándose los labios y preguntó si habían visto algo así en Oklahoma.
Las dos dijeron que no. Entramos, Caecis se excusó un rato para encender las
luces de la piscina. Atravesando la casa, recto desde el salón, dabas con unas
ventanas enormes, las puertas correderas de cristal que iban a la pérgola o la piscina. Después de un rato
vimos la luz azul y las ondas moluscas del agua reflejadas en el techo de la
sala como rombos interminables. Vimos a Caecis encender las demás luces y decir
“¿Qué les parece?”. Avanzamos todos hasta la sala, bajabas una especie de
escalón para estar a nivel, parecía una letra “C” gigante. El suelo cambiaba de
piso cerámico a madera, había sillones dispuestos en todas posiciones, algunos
individuales junto a la chimenea, otros enfrentados entre sí, otros planos e
interminables. Sarah se tendió en uno de ellos y su hermana corrió al ver el
piano a un lado del salón. No tardó en empezar a tocar pero lo hacía mal,
diciendo a cada momento que no, que la canción no era así; que ahora se
acordaba. Después otra vez que no era así, luego que ¡Ah!, ya se acordaba.
Caecis volvió a excusarse, ahora para traer algo de tomar. Volvió con una
bandeja, cuatro vasos encima, un bowl con hielo y la botella de Ron
Zacapa. Tenía
el teléfono móvil sujeto con la oreja y el hombro. “Sí, Sí-decía al aparato-
aguarde un momento”. Se dirigió a nosotros”. "Pizza ", dijo
desesperándose un poco, "¿de qué la quieren?". Las gemelas dijeron
ambas "queso, sólo queso".
Las pizzas llegaron al poco tiempo. Caecis pagó al
motorista que desde la entrada trataba de asomarse al interior de la casa.
Cerró la puerta. Puso las pizzas en la mesa y dijo “hoy nada demasiado
extravagante”. Las gemelas se rieron. Fue hasta el mueble del fondo de la
habitación y encendió el estéreo. Escuchamos apenas al motorista arrancando la
moto, pateándola del otro lado de la puerta, después dejando la propiedad en un
ronroneo sordo. Sonaba Bette Davis Eyes, de Kim Carnes. Las gemelas se asomaron
a la ventana. Desde la habitación iluminada lo único que se veía fuera era la
piscina, también iluminada. En un arrebato de entusiasmo, volviendo de la
ventana y moviéndose con la canción, casi botando el trago, preguntaron a
Caecis si podían meterse al agua. Caecis dijo “absolutamente”. La piscina estaba
climatizada. Las gemelas no tuvieron ningún problema en bañarse en ropa
interior. Acercaron las cajas de pizza a la orilla y nadaron jugando a
cualquier cosa. Caecis y yo nos sentamos en la pérgola, encendimos un cigarro.
“Qué bueno verte vos Nimo, qué bueno verte”.-decía- “¿Los viejitos, bien?/” Y
no pudimos preguntar por más cosas.
Caecis leyó un poema que yo había escrito a los
catorce sobre una chica que había bailado conmigo en una fiesta de quince años.
Iba más o menos de la velocidad con que había acabado la noche, la chica
yéndose por la hora como cualquier otra invitada. Al terminar de leerlo dijo
que era cursi, algo de niñas enamoradas. En la habitación de su casa en Vista
Hermosa había un poster de Slash sin camisa, la fotografía tomada desde atrás,
la gente después del escenario gritando enfurecida. Estábamos fumando en la
ventana la tarde que le enseñé el poema. Hablamos de la fama, de la posibilidad
de hacer algo que todos vieran. Caecis miraba el poster de Slash. En un momento
dijo “¿te imaginás cuántas mujeres tiene ese cerote?” Y puso una cara
embrutecida, babeante, soñolienta, extasiada contra la fotografía. “Debe haber,
te aseguro,-continuó- una especie de lugar al que van filas y filas de rubias,
las mejores. O pelirrojas pecosas o morenas tipo colombiano, venezolano y el
cuate sólo se sienta en una silla sacándose los mocos, tirándose pedos,
eructando con los pies sobre alguna mesa y les ordena que todas se pongan
contra la pared. Tal vez camine cerca de ellas para verlas bien o ni siquiera
eso: al ojo, sólo las señale o anote en un papel, si es que están numeradas. O aún
más fácil, tenga a alguien de confianza que las escoja por él. Después en su
habitación de hotel o donde sea que esté quedándose se ve con ellas y hace lo
que le da la gana. Puede ponerlas a cambiar el canal de televisión, a que suban
el volumen o a que se desnuden unas a otras. Puede quedarse dormido con una
rubia desnuda y de pie al lado la mesa de noche sólo porque está cómodo y el
aire acondicionado y las almohadas lo hagan preferir el sueño. Tiró la colilla,
se olió las manos como para calcular si su mamá lo iba a descubrir. Me miró a
los ojos, se tendió en la cama y me dijo “¿te imaginás, Nimo… mmmm… no sé…
poder matarlo…?-dijo. La vista clavada en el techo- o que él solito se muera y
poder…, cómo te digo…, sustituirlo/empezar desde donde él se quedó. Crear algo
a partir de eso. Nueva música, nuevas letras pero sin salirte de su estilo, de
lo que la gente cree que es. Parecerte lo más que podás a él para ver lo que
sus ojos muertos vieron.
Las gemelas chapoteaban en la piscina. El pelo seguía
siendo amarillo aún con el agua mojándolo todo. Caecis se quitó los zapatos, me
preguntó si quería meterme también al agua y en un momento se lanzó en un
clavado. Lo vi jugando con Victoria, la menos bonita de las dos. Le tiraba agua
a la cara, después la perseguía sacando la mano como si fuera una aleta de
tiburón. La chica gritaba muerta de risa, pataleaba pero nunca lograba librarse.
Pensé que Sarah había sido la que besó al Flaco, el cantautor, detrás del
teléfono público la noche de la que hablaba Caecis en Xela. De lo contrario
estaría prestándole más atención a ella, al menos eso creí, o a las dos por
igual. Quién sabe. No tenía importancia.
Pregunté si querían que les acercara algo de tomar.
-Hay una botella,- dijo Caecis. Se interrumpió a sí
mismo-¿Les gusta el tinto?- Las chicas dijeron que sí- Pues Nimo, hay un par de
botellas de Hacienda Monasterio en la encimera. Traé copas también.
Volví con el vino/las copas y me metí en la piscina.
Estuvimos hablando un poco los cuatro, después Caecis siguió jugando con
Victoria. Sarah se quedó viendo cómo se perseguían, tal vez incómoda de
habernos quedado los dos solos. Lo único que se me ocurrió fue preguntar qué
era lo que más le había gustado de Guatemala. La rubia pensó. -Mmmmm. Tal vez.
Mmmm. Tal vez Xela,- dijo.
“¿No se siente mareado?- preguntó inmediatamente. Sus
ojos brillaban con la luz de la piscina.
“No, creo que no- respondí. Habrá que ver después del
vino.
En un momento nuestros pies se tocaron.
¿Y qué escribe?- preguntó.
-A mí también me gustaría saberlo- dije. Ella se rió
un poco.
-¿Poemas?- dijo.
-Sí, he escrito algunos poemas. Sí… se podría decir
que sí ¿Te gusta la literatura? – contragolpeé.
Pero ella no puso atención a la pregunta y dijo tuteándome
“¿escribirías algo de mí?”.
Y dije que sí.
A donde estaba llegaba con cierto retraso el olor de
su boca, el olor ácido del vino. Sarah había vaciado dos copas y pidió que le
sirviera una más.
-¿Por qué Xela?- pregunté
-¿Ah?
-¿Por qué te gustó tanto Xela?- volví a decir.
-No lo sé.
Un silencio prolongado. Caecis y Victoria chapoteando.
Después habló de sus dos noches en Xela.
La noche había sido movida, confirmó Sarah. Caecis
había bebido quizás demasiado pero todos estábamos borrachos. De vuelta en el
hotel el Flaco quiso cantar una canción inédita/nueva. Nos sentamos en la otra
cama, él sacó su guitarra y empezó a tocar. Lo escuchábamos. Aplaudimos el
final, pedimos que tocara otra. A la mitad de la segunda canción alguien tocó a
la puerta. Era un huésped que pedía que nos calláramos. El cantante le dijo que
eran libres de hacer lo que quisieran (se puso altivo, usted sabe) pero
nosotras dijimos que podíamos movernos al bar del hotel sin molestar a nadie.
Allí seguimos bebiendo, el Flaco dijo que quería dedicarme una canción. Toco
esa que va de una extranjera, ¿cómo se llama? Esa tan conocida. ¡Ay!, ¿cómo se
llama? No sé. Una que dice que Guatemala es muy bonita y que la invita (a la
extranjera) a su país, que no es tan mala la ciudad y ese tipo de cosas. Muy
romántica. Caecis se peleó con las personas del hotel. Gritaban, se volcaron
vasos, taburetes, ceniceros. Los empleados no querían servirles más alcohol,
era un alojamiento de pocas habitaciones, tal vez demasiado pequeño y los
huéspedes estaban desesperados. Salimos a Parque Central, un poco más lejos. Pedimos
una jarra de cerveza en un bar de sillas plásticas. Yo ya no podía tomar más. Victoria
vomitó, le regó los zapatos a Caecis que estaba sentado en frente. Volvimos al
hotel por nuestras cosas, Caecis hizo un par de llamadas y de pronto lo único
que sé es que estamos yendo en un carro con chofer a ciudad de Guatemala. Todos
duermen, despierto de la nada, los miro un rato y me vuelvo a quedar dormida.
El chofer nos despierta a todos abriendo la puerta trasera del auto, ya en el
motor lobby del hotel Barceló. El Flaco le dice que los deje dormir un poco
más, que cierre la puerta. El pobre del conductor tuvo que insistir un poco más
en que por favor bajaran del auto. El Flaco bajó tambaleándose, vomitó en el
lobby. Tenía que dar un concierto esa misma noche, imagínese.
Nos secamos en la sala. Caecis encendió la chimenea.
La música seguía sonando, tal vez finalizaba In The Air Tonight y empezaba
Video Killed the Radio Star, de Buggles ¿O era al revés? -Gracias por las
toallas- dijo Victoria. La otra dijo también -sí, muchas gracias.-
Volvimos a vestirnos, a ponernos la ropa que habíamos
dejado en el respaldo del sillón. Se sentía la ropa interior húmeda, las
gemelas se tocaban el pelo constantemente. Les había costado ponerse los
pantalones, tenían unas piernas largas, blancas, salpicadas de lunares, un
trasero liso, pronunciado que dificultaba la subida del elástico. ¿Caecis,
guapo, tienes un peine?-preguntó una de ellas- Y Caecis les indicó dónde estaba
el baño.
Se sentó conmigo sin hablar hasta que estuvo seguro de
que ellas no podían oírlo. Estaba borracho, la vista extraviada, eructaba cada
seis palabras.
¿Y?- dijo. Tremendas ¿no?
-Están bien, dije.
-Son un descubrimiento, un regalo. –dijo- No
cualquiera las toca. No cualquiera.
Le dije que me gustaba Sarah, que me gustaría verla
otra vez. Más veces.
-Mañana- dijo Caecis. Eructó. –Mañana…-se detuvo un
momento- Llevála a tomar algo, tal vez a dar una vuelta. Que vea ropa,
perfumes. Cosas de esas. Después hacé lo que querrás con ella.- Y se rió a
carcajadas hasta la tos. Me palmeaba el hombro. Decía- Nimo, vos dale. Vos…
sólo dale-
Volvieron las gemelas con el pelo
a rayado por el peine. Tomamos unos tragos más, después ellas se tiraron
perezosas en los sillones. Estaban abatidas. Tres días de fiesta
ininterrumpida. Xela había sido un descontrol, dijeron. Victoria se reía de
Caecis, que tenía la cara como inflamada y chapuda, los ojos pequeños. -Pon algo del Flaco,- decía Victoria palmeando
el pecho de Caecis, brincando en el sillón, insistiendo como niña- Una del
Flaco, pon una del Flaco-decía muerta de risa. Y las dos ja-ja-ja, ju-ju-ju.
Aproveché un momento en que Sarah se levantó para ir al baño. Caecis trataba de
besar a Victoria aunque por ratos parecía querer quitársela de encima, como con
malestar, después risas, solo risas. Esperé a Sarah en el corredor, cerca de la
puerta del servicio. La puerta cerrada, había luz en el suelo, en la separación
de la madera. Permanecí allí, encarando la entrada. Entonces escuché el ruido
del wáter, después el lavamanos, después nada y finalmente la manija de la
puerta. Se asustó un poco al verme allí, después se rió conmigo y aproveché
para acercarme.
-¿Estás bien?- le dije.
-Sí, tal vez un poco borracha-respondió.
-Normal- sonreí- Has tomado mucho-.
Nos quedamos en silencio. Del fondo del
corredor venían las risas.
-Te gustaría- espeté tal vez demasiado
pronto- ¿Te gustaría –lo aguanté más- que te sacara al centro comercial mañana?
No sé, tal vez ver una película.-
Se quedó callada. Sonreía.
-Bueno, te lo decía porque hay un festival de
cine europeo que empezó el lunes y la entrada es gratuita y es súper
interesante y trato de ir todos los años y no por nada porque… y está muy bien
y no hay tanta gente y los films que ponen no son comerciales y, y, y.
-Sí, me encantaría- interrumpió ella. -¿Pasas
por mí mañana? ¿Tal vez después de comer?
Y volvimos a la sala. Ella instó a Caecis o a
Victoria para que me dieran los datos de contacto. En un papel apunté Barceló,
tarde de ¿cine?, 6 o 7, llamar para confirmar hora, llamar a hotel, extensión
314 (que era el número de cuarto).
Nos sentamos a escuchar la música. Caecis preguntó si
queríamos ver una película. Las gemelas dijeron que no, se quedarían dormidas.
Hablamos un poco más de cualquier cosa, recorrimos el resto de la casa. Caecis
nos enseñó su habitación, después el jardín frontal. Todo había acabado
demasiado pronto. Las chicas empezaron a bostezar muertas de sueño.
Caecis pidió un taxi que él mismo quiso pagar. Me dejó
en el estacionamiento de Merliot, junto a mi carro. Las gemelas se despidieron
en la ventana, iban cabeceando las curvas. Arranqué el auto. Me noté borracho
al subir por séptima. No había carros, no había gente, ni siquiera policía.
Llegué a mi casa, dejé la nota en el espejo de la entrada. Me desnudé, tomé un
vaso con agua y me tendí en la cama. Dormí hasta poco más de las doce.
Parecía un lindo día. El sol por la ventana que había
olvidado cerrar, el murmullo de la gente. Sólo al pararme de la cama noté que
tenía un dolor de cabeza insoportable. Tomé dos vasos con agua, me puse unos
zapatos y salí a la tienda a por dos alca seltzers exteme. Aproveché para
comprar un diario y volví a mi casa. Desayuné flojo, un par de huevos cocidos y
mucha agua empastillada. Me puse a hojear el periódico: Elecciones de
Septiembre, Renuncia Molina, Un comediante se perfila para ser presidente,
baleados en 4 zonas de la capital, fotos de bomberos recogiendo cuerpos, problemas
con la distribución del agua, asentamientos al filo de barrancos, Municipal cae
ante Petapa (una foto de Ávila con las manos en el rostro), show de modas de
Saúl E. Méndez, Arjona lanzará un nuevo disco, Serrat prepara su visita a
Guatemala. Y allí, en las páginas culturales, en un titular no tan grande: El
Flaco cancela concierto de su gira Sol
Puma con cita en Guatemala Ciudad. Según el artículo los fans fueron
avisados que se cancelaba el concierto estando ya en el lugar del evento. Piden
de vuelta su dinero, decía el artículo, algunos rompen posters del cantautor
guatemalteco. De pronto todos hablaban del Flaco, pensé. El concierto tenía que
llevarse a cabo el día anterior en la noche y el maldito seguro estaba de
resaca y le importó un carajo dejarlos tirados ja-ja. Ya me habían hablado un
poco de su estilo de vida. Lo raro es que las gemelas no dijeran nada del
concierto en casa de Caecis, que no insistieran en ir cuando aún era temprano,
pensé. Dejé el plato en la encimera, me lavé los dientes y volví a la cama.
Desperté, en el reloj las cuatro un poco pasadas. Me pegué una ducha pensando
en Sarah. El dolor de cabeza había cedido.
Contestó Victoria, me comunicó con Sarah. Acordé pasar
a recogerla a eso de las 5 y media/seis. Parecía entusiasmada. Dijo que Caecis
estaba en el hotel con ellas. Qué bien, dije. Decile que hola. Y nos despedimos
colgando a ambos lados del teléfono.
Pasé al hotel un poco antes. Tomé un trago en el Lobby
con vista a los ascensores y la escalera del centro. Sarah bajó viendo para
todos lados. Llevaba un vestido blanco que dejaba ver sus muslos. Pagué por el
whisky. Salimos juntos del hotel. Tocamos Van Dyck y reservamos dos asientos
para las 8:30. Matamos el tiempo viendo ropa. Compramos palomitas, sodas.
Entramos al cine.
-La película estuvo pésima- dije, insistiendo en el
director polaco, en la mierda de film. Esperamos otro semáforo. Nos besamos en
los labios.
-Y tú, -dijo- ¿en verdad no tienes a nadie para dormir
“acompañado”? como dices.-preguntó riéndose. En verdad lo pensaba, quiero
decir, se dormía mejor con alguien más en el cuarto. Además como estrategia
había funcionado, me la estaba llevando a casa.
-No, la verdad es que no a nadie. –contesté.
-Pensaba que los escritores tenían chicas por
montones–dijo.
-No todos.
-O es que no eres un escritor.
La besé en un Stop.
-¿Y cómo sabes entonces qué se siente? ¿Cómo sabes que
en verdad mejora el sueño, cómo se dice, con diferencia?
-No sé, compartía habitación con mis dos hermanos
cuando era chico.- dije y los dos nos reímos.
-No, no es eso, te lo dije antes, se trata de la
respiración y…-
-Mentiroso- dijo ella muerta de risa. –Seguro que eres
un cualquiera, un perro de mucho cuidado.- Hablaba como española, casi. Una
gringa con dichos españoles.
En un momento nos callamos. Le subí un poco a la
radio, la besé tratando de ver la calle con un ojo.
-Nimo -dijo-. ¿Y si la persona no respirara? Entonces,
¿igual serviría para dormir a fondo?-
Llegamos a mi casa. Cerré la puerta detrás de nosotros
y empezamos a besarnos en el recibidor. Estaba oscuro y creo que los dos nos
besábamos con los ojos abiertos. De cuando en cuando Sarah me decía “oye Nimo”
y se alejaba un poco y yo me acercaba y erraba besándole un ojo, la frente, la
nariz, el pelo. Empecé a subirle el vestido, la puse contra la pared, creo que
se subió en un mueble. Sarah empezó a respirar agitada. La besé por el cuello,
los hombros. Después otra vez la boca, nos besábamos sin pensar en nada,
sacando la lengua, revolviéndola desesperadamente, una contra la otra. En un
momento me separó con sus dos manos y casi jadeando dijo “Nimo, Nimo, ¿podemos
ir al hotel?”. Encendí las luces. Estaba despeinada, tenía un tirante del
vestido caído. La pasé a la sala, fui por un vaso con agua. Se lo acerqué.
-Sarah, ¿Estás bien?, ¿Qué te pasa?-dije.
-Nada, no es nada. Es solo que…
-¿Es solo que qué?
-Es solo que preferiría estar en el hotel, Nimo. No me
siento bien. Nada más.
Volvimos al hotel Barceló, esta vez besándonos con más
tacto en los semáforos, en los rótulos de stop. Aparqué. Sarah dijo que bajara
a tomar algo con ella. Entramos. En el bar buscamos una mesa apartada del
resto, nos sentamos, pedimos unos tragos. Sarah dio un traguito a su Martini.
Hablamos un rato de cualquier cosa, de su regreso a Estados Unidos, de si
alguna vez volvería a Guatemala, de (ella diciendo) “te recuerdo que tienes que
escribir de mí”. En un momento se excusó, “ahora vengo” y se levantó de la
mesa. No dijo adónde iba pero estaba seguro que se dirigía a su habitación. Le
di un rato, lo suficiente como para que no me viera dejar el bar. Saqué la nota
de la cita, leí: habitación 314. Pedí el ascensor pulsé el botón número 3.
Epílogo:
Estoy en el pasillo, los pasos
amortiguados por la alfombra. Son varias puertas hasta la 314 que inicia otro
pasillo a la derecha del corredor inicial. De todas las manijas, la de la 314
es la única, al menos de las que veo, que tiene el cartelito suspenso de “NO
MOELSTAR. POR FAVOR HACER LA HABITACIÓN EN OTRO MOMENTO” (dirigido a las
empleadas del hotel, claro). Toqué a la puerta dos, tres veces. Dentro del
cuarto se oyeron unas risas, después pasos. La luz que se filtraba por la
mirilla desapareció momentáneamente. Escuche que una voz de hombre decía “es
Nimo”. Caecis abrió sólo un poco. Sacó una parte de la cara y dijo “¿Hay
alguien en el pasillo?” y dije que no. ¿Sarah está contigo? Preguntó. Sí, está
abajo, en el bar, respondí. “¿Te dijo que subieras a ver?” asentí con la
cabeza. “MMJJMM” dijo, poniéndose un poco nervioso, -Sarah es una enferma-,
añadió luego, con risas. Abrió la puerta y entré. Olía a tabaco y a ropa sucia.
“Pasá, pasá adelante”, dijo Caecis. Noté que él se quedaba un poco más atrás.
Vi a Victoria sentada en una de las camas. Tenía un cigarro en la mano. Hola
Nimo, dijo, y alternaba la vista de mi cara a la parte inferior de la otra
cama. Llegué hasta donde estaba. El olor a ropa sucia, tal vez a pelo sucio se
incrementaba. Entonces vi la parte trasera de una cabeza recostada contra el
colchón, de alguien sentado en el suelo. Supe inmediatamente que se trataba de
un muerto. Di la vuelta hasta verlo de frente. El tipo parecía una especie de John Lennon, patillas
color caca, negras, gruesas que contrastaban con la piel muerta, pálida, casi
azul del rostro exangüe. Tenía una barba de comunista, rala, muy espaciada.
Llevaba una chaqueta de jeans, unos pantalones amarillos, a cuadros. Había un
sombrero sobre sus piernas. El pelo todavía aplastado por el fieltro, de haber
usado el bombín la última noche. Se le caían los brazos, los hombros inclinados
sobre el estómago. Tenía un tajo rojo en la garganta, limpio, como ver un trozo
de carne crudo. Ya no caía sangre. LA-PU-TA-MA-DRE. Victoria se incorporó,
Caecis hizo lo mismo. Estábamos los tres viéndolo cuando alguien tocó a la
puerta. Caecis se arrastró a la mirilla,
“es Sarah”, dijo, después abrió. Sarah llegó al lado de la cama. Me vio con
sorpresa “pensé que te habías ido” dijo. No respondí. Las gemelas se acercaron
al cadáver muertas de risa, jugaban con él, le acariciaban la cara y por ratos,
al muerto, se le caían los lentes. El pelo le cubría el rostro y ellas lo
peinaban a su antojo, le volvían a poner los lentes, ahora al revés, ahora en
la cabeza como diadema. Sara lo besaba en la boca, le subía el rostro tomándolo
del pelo, le ponía el sombrero, le movía los brazos.
Tuve que hacer un
esfuerzo para volver en sí, fijar un momento la vista en Caecis y decirle
“¿Sabés que se van a dar cuenta, verdad?” Era una voz débil, como chillona, no
me reconocí en ella. Caecis asintió con la cabeza, parecía saberlo de sobra.
Victoria puso el cigarro en la boca del muerto. El humo se metía en la nariz,
rebotaba en los párpados, en la frente inclinada, en el pelo sucio. “Están
aprovechando que todavía huele relativamente bien”, dijo Caecis, mirándolas
jugar con el tipo. Me enfilé al fondo de la habitación, habré estado pálido. Estaba
aterrado, casi atormentado por la escena. No hubiese sido capaz de hablar de
nuevo, no me habría salido la voz. –Ahora Nimo, quiero que escribás de nosotros.-dijo-
Sólo cambiános los nombres. Corrí hasta la puerta, me tardé en abrirla, el
pasador estaba puesto. Maldije mil veces, mis movimientos eran torpes pero
nadie hacía esfuerzos por contenerme, seguían viendo el cuerpo. Me giré al
final del pasillo, la puerta estaba abierta y creí ver a Caecis asomándose.
Bajé las escaleras de dos en dos. En el lobby pedí un diario. Me temblaban las
manos. Lo alcancé al otro lado del estante. Abrí en cultura, reconocí la
fotografía. Justo debajo ponía “El Flaco cancela su primer gran concierto”.
Dejé el hotel corriendo. Me olvidé de dónde había aparcado el coche. El maldito
estaba muerto.
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