viernes, 14 de agosto de 2015

El flaco Gt




La vi, creo, la tarde del cine. 8:30, Van Dyck, la función del popcorn carísimo y el final mediocre de la película que fuera (ya no recuerdo cual). No la besé porque tenía la seguridad del parking vació al salir a buscar el auto, del frío de las 11:30 y la facilidad del abrazo al estar ambos de pie. Además (primera vez que lo pienso) nunca me gustó besar en el cine: la incomodidad del apoyabrazos, la posibilidad de volcar el cartón de palomitas, las sodas con hielo, de despeinarse contra el respaldo de los asientos de tela; después salir de la sala con el disgusto de las luces afuera, de los desconocidos hablando bajito sobre las rejas de las tiendas del centro comercial, a esa hora cerradas; O tal vez la estupidez de haberse perdido la película y no poder comentarla de camino al auto. Entonces sería abrir la puerta cansados, encender el Polo, escuchar la radio en la emisora que quedó antes de aparcar en el centro comercial hasta que uno de los dos decidiera apagarla. No voltearnos a ver (o casi nada) de camino a dejarla a su casa; no besarnos en los semáforos por lo reciente del cine, del beso que prolongamos a ambos lados de las butacas y que ahora, con las nuevas condiciones, resulta más incómodo. 

Pero ya dije antes que no fue el caso. No es mi estilo. Esa vez no la besé y hablamos con ultranza del final de la película, de cómo se les ocurría matar así la cosa. Director de mierda, ¿ruso me dijiste que era? ¿Polaco?, eso, polaco. Fue buscar las llaves del auto todavía hablándonos por encima del techo. Entrar, cambiar de emisora hasta dar con algo medianamente movido. Dejar el volumen en 15, eso es, bastante bajo, voy a decir que música de fondo. Remediar la primera espera del semáforo en rojo con un beso. Pisarle al cambiar a verde con su mano por encima de la mía en la palanca de cambios, suave al momento de la transición a tercera.  Decirle algo del sueño acompañado, infantilmente proponerle quedarse a dormir en mi casa (como en la escuela, ¿hacemos un sleepover? A ver quién aguanta más tiempo despierto o ¿vemos una película de miedo?). Creo que eso, le habré dicho algo como: “¿notaste alguna vez que, tal vez con tu hermana o hermano, amiga o amigo que al dormir en una misma habitación, no importa si en camas independientes, no importa si uno en el suelo y el otro en la cama, sentías una facilidad enfermiza para quedarte dormida? Pfff, no sé, querida. No sé.” Ella asentía mil veces. Se había acomodado en el asiento con la rodilla izquierda contra el respaldo, de modo que podía verme. Sí, me dijo con ojos brillantes (tal vez las farolas de afuera en sus ojos), sí, dijo otra vez pensativa. Después sonrío como diciendo seguí, seguí. Por favor, seguí hablando. “No sé”, volví a hablar yo, “es como si las respiraciones dentro del cuarto se aceleraran o ralentizaran de acuerdo a un ritmo inconscientemente buscado. Claro, estás dormido o simplemente no pensás en eso, pero eso no es importante, lo importante es que otra persona respirando cerca te facilita el sueño, tú (sin saberlo) también le facilitás el sueño a la otra ¿Te das cuenta?”. Estaba tan callada, tan embebida por lo que decía (tan estúpido todo), y tal vez eso, sumado a la canción que justamente sonaba en la radio (Zombie de Cranberries o Cat Like Thief, de Box Car Racer) que no dijo nada al verme prescindir del desvío que llevaba hasta su hotel. 
Caecis telefoneó a eso de las 8 del lunes. Así, por teléfono, me propuso a las gemelas. Tuve algún problema en disimular la sorpresa. Nuestra relación se había deteriorado bastante, no voy a decir por qué, no tiene ninguna importancia. Habló de las chicas, de todas formas, un ofrecimiento prácticamente tácito, alguna descripción a la mano, un “te digo que están tremendas. Buenas piernas, ojos de gatas montesas, mentalidad abierta. Norteamericanas, claro. ja-ja, eso te resume todo, vos sabés”. Y colgamos el teléfono acordando Plaza Merliot, la parte de restaurantes, a eso de las (inventar hora). 
Caecis sabía que la única forma de que atendiera una propuesta suya era si habían chicas de por medio. Entonces estaba falto de literatura, necesitaba a alguien que me hiciera volver a escribir, que me llevara arrastrado a la computadora portátil. Tal vez, pensé, escribir un texto a partir de las gemelas, por lo que acepté inmediatamente reunirme con ellas. No pasó mucho, de todas formas, la noche que nos vimos. Las chicas llegaron un poco tarde, se disculparon en un español regular. Una de las gemelas era más guapa que la otra.
-Esta es Victoria. Victoria este es Nimo. Y ella, ella es Sarah, Sarah/Nimo, Nimo/Sarah.
Sarah era la más linda, la vi siempre más que a su hermana.

Pedimos unos cafés, algún postre. Después alguien propuso cambiar de sitio, se habló de una cerveza, de un gin tonic, de cenar todos juntos, de, cómo decirlo, alargar la noche. Así que empezamos por dejar Plaza Merliot. Caesis insistió en que dejara el auto en el estacionamiento del centro comercial, que fuéramos todos en su Nissan. Las gemelas habían tomado un taxi en el hotel, según dijeron, el Barceló. Quise proponer un bar, el que hace esquina en Contrueces y séptima, pero las gemelas dijeron necesitar el hotel. Llegamos, Caesis nos dejó en el motor lobby y aseguró volver tan pronto como aparcara el auto (un problema entre semana, el parking). Las gemelas se cohibieron un poco, me conocían sólo del tiramisú y la taza de café que tomamos en Merliot. Una de ellas, Victoria, me preguntó algo para desatascar la cosa, un “¿Qué haces, a qué te dedicas?” que luego acompañó de “what do you do for a living?” creyendo haberse expresado mal en español. Le dije que era escritor, después también, lo acompañé de “I’m a writer”, por si acaso. Las gemelas se voltearon a ver en medio del ruido de los zapatos contra el suelo cerámico. Una sonrisa, tal vez demasiado leve, iluminó momentáneamente sus caras. No dijeron nada más hasta llegar al bar del hotel que se dibujaba al fondo del lobby, entonces se excusaron diciendo necesitar subir un rato a la habitación. Les ofrecí adelantarme a pedir algo de tomar pero negaron con la cabeza seguido de un “thank you” amabilísimo. Caecis me alcanzó ya sentado en una de las mesas del fondo, la que está pegada al piano de cola y demás instrumentos. Nadie tocaba a esa hora y Caecis aprovechó para quejarse del poco ambiente del lugar, de la dificultad de aparcar cerca del hotel y del calor que hacía con la americana puesta. “En fin.-dijo- Tenés que contarme de vos, Nimo, ¿en qué has estado? ¿Qué has hecho?” Se levantó a pedir unas cervezas justo cuando las gemelas entraron por la puerta. “Chicas”, dijo, “¿algo de tomar?”. Entonces Caecis y las gemelas se pusieron contra la barra en espera del barman. No recuerdo si lo primero que pidieron fue una cerveza, tal vez una pinta él, dos martinis las gemelas, o todos lo mismo. Lo cierto es que pronto estábamos compartiendo mesa.

-Pues a Nimo lo conocí en Retalhuleu- dijo Caecis con el trago a media altura – ¿Conocen la zona?, ¿No? Pues nuestras familias vacacionaban en el mismo Resort.-
Las gemelas negaron, no conocían Retalhuleu. Dijeron conocer Livingston, Antigua, Tikal, San Marcos, Cobán y algún otro lugar que no recuerdo porque seguramente lo hayan dicho mal. De todas formas se interesaron porque no habían oído hablar de Retalhuleu, la palabra les parecía, ¿cómo dijeron?, lavish.
-Bueno, no se pierden de mucho. –volvía a hablar Caecis- A decir verdad, sólo me gustaba ir por este cabrón – y me tocó el hombro.

El maldito no se acordaba que la noche del 31, allí en el resort, me había abordado en la oscuridad de la piscina vieja cuando trataba de besar a Anja, una niña del colegio Americano que también viajaba con su familia al mismo resort. No se acordaba que al día siguiente ella pasó de largo con su hermana al ver que me acercaba a saludarla en la cafetería, que me ignoró por completo. No pude llevarla esa noche a los jardines del fondo porque Caecis le había dicho a mis espaldas que todo lo que yo buscaba era besarla. Se fue del resort a la mañana siguiente, ella, sin decirme nada. Tengo la imagen de la chica en la van familiar frente a la oficina de recepción, el equipaje sobre la parrilla del techo, la familia aguardando en el auto a que el padre devolviera las llaves y entregara el cuarto. Anja no volvería nunca más al resort, sus padres habrían de divorciarse por problemas económicos; venderían la van. Cada año, a mediados o finales de diciembre, yo iría a la piscina vieja creyendo verla en la oscuridad de la orilla, de las tumbonas desocupadas por la noche. Pero eso tiene importancia cero.

Me solté un poco más en la mesa. Pregunté alguna cosa a las gemelas, les dije “¿Por qué Guatemala? o ¿Hasta cuándo se quedan por acá?, ¿Habían venido antes?, ¿Les gusta?”, y la cosa fluyó bastante bien. En un momento, voy a decir que cuando ofrecí pedir más tragos, las gemelas se excusaron y dijeron nuevamente necesitar la habitación (un momentito, dijeron, usando el diminutivo). Caecis había dejado la americana en el respaldo de la silla pero seguía quejándose del calor. Se pasaba la mano por la frente, después un pañuelo que sacó del pantalón. Aceptó una cerveza cuando dije necesitar otra “¿pinta o caña?” y volví a la mesa con dos pintas. Caecis tomó tres grandes tragos, después tiró un “ahhh” prolongado. Se acomodó en la silla, perdiendo la postura inicial y se quitó la espuma de la boca con el revés de la mano.

-¿Qué te parecen?  - dijo echando una ojeada  hacia a la puerta.
-Sarah me gusta – dije sin interés- ¿Dónde las conociste?-pregunté.
-¿Vos sabés quién es “El Flaco”?- dijo.
Entonces me habló del cantautor  de apellido Hernández), que estaba de gira por el país. Me habló de un hotelito en Xela, de botellas y botellas de ron nacional, de haber salido a no sé dónde con el artista, de haberlo perdido en un momento  de la noche y luego de haber visto a una de las gemelas besándolo detrás de un teléfono público cuando volvían al hotel. Dijo algo así como que no se sentía así desde hacía mucho tiempo. Me habló de farolas de luz, de zapatos, de olores, texturas, visiones de un exceso casi olvidado, de calles adoquinadas sin autos, de casas humildes y focos colgando de las puertas que te empañaban la vista; me habló de ese frío de madrugada que te hace hablar con los brazos cruzados o de esa sensación de moverte mal, de estar acompañado de alguien que también se mueve mal. Se sentó recto otra vez en la silla, se inclinó sobre la mesa y me dijo “Vos no tenés idea de lo que hacen las chicas al subir a su habitación, ¿verdad?”. Dos segundos de silencio. Nos quedamos viendo. Sólo entonces escuchamos a las gemelas entrar zapateando el suelo del bar vacío, ya estaban cerca de la mesa.
Caecis preguntó si querían algo más de tomar, ellas negaron con la cabeza. Victoria dijo que todavía era muy temprano.

Una vez llegué a casa de Caecis. Entonces todavía vivía en Vista Hermosa con sus padres, cerca del colegio. Sonó el teléfono y contesté yo, de esas pocas veces que te encontrabas con una llamada que iba para ti y no para tus viejos; pues era él diciendo que me invitaba a su casa, que después sus padres nos llevarían al cine o a las maquinitas, según quisiéramos. Le dije que sí porque era domingo y odiaba los domingos por hacerme pensar tanto en los lunes, días de vuelta a  clases.
Me abrió la puerta su empleada, habré llegado unos minutos antes porque me dijo que Caecis estaba en la ducha, que igualmente pasara a los sillones de la sala y que si quería algo de tomar, que sólo lo pidiera, agua o cualquier cosa. Caecis salió después de un rato con el pelo mojado y se acercó a darme la mano. “Hola, Nimo”.  “Hola Caecis”.
Estuvimos un rato en el salón de la casa, él encendió la t.v y puso el volumen bastante alto. Se acercó un poco a donde yo estaba y dijo “¿Qué te parece?”. Tras no entenderle y preguntar de qué o quién hablaba respondió: “la empleada, tonto, la empleada”.

Caecis ofreció, después de que las gemelas rechazaran otro trago en el bar del hotel, hablaran de lo temprano que era y se crisparan tal vez un poco en sus asientos por la incomodidad del respaldo, ir a su casa en Cayalá para seguir tomando.  De camino, ya todos  en el auto y tal vez de nuevo incomodado por el silencio del tráfico, nos adelantó/habló de una botella de Ron Zacapa 23 años, una terraza con vistas a las luces de la ciudad. Habló de la extensión del terreno y la posibilidad de la música bien alta. Las gemelas sintieron miedo al tocar zona 16, los árboles tan grandes y la oscuridad precoz de Ciudad de Guatemala. Pasamos una garita, Caecis saludó al guardia por su nombre, las chicas seguían viéndolo todo con los ojos bien abiertos.

Caecis tenía un teléfono para extensiones locales dentro de su habitación en la vieja casa de Vista Hermosa. Había uno en cada parte digamos importante de la casa. Esto es, el estudio del papá, la habitación de visitas, la habitación de los padres, el salón y finalmente la cocina. Caecis había marcado alguna vez la extensión 106 para pedir un vaso con agua o una leche con chocolate cuando estudiaba para algún examen en su habitación, pero nunca a esa hora de la noche. Serían las once y media cuando levantó el teléfono mientras sus padres estaban (me contó) en un casamiento.
Había monitoreado a la empleada los días anteriores, había entrado apuradísimo en su pequeña habitación de la primera planta cuando ésta salía a tender la ropa. Había abierto los cajones, el ropero minúsculo; había respirado de cerca sus zapatos, las blusas para dormir, la ropa interior en la cesta de ropa, la almohada contra la que dormía. Había visto su cepillo de dientes y le había pasado lentamente la lengua hasta sentir sólo el sabor del dentífrico debilitado por el agua. No importa. La empleada contestó el teléfono a pesar de la hora, a las 10:30, poco pasadas, acababa su día de trabajo. Ese día no se negó a subir el vaso con agua. Tal vez entendió que Caecis estaba solo en casa y (pensó) le daba miedo bajar a la cocina. La voz de Caecis había temblado un poco en la línea, sonaba débil, opaca, de alguien nervioso. La empleada, de todas formas, no le dio importancia y subió con el vaso que acompañó de una servilleta. Caecis se había tendido en la cama, enfrentando la puerta de la habitación.  Estaba desnudo, desparramado, aguantando la postura con el codo contra la cama. La empleada tocó y Caecis, vencido por el miedo, tuvo que aclarar la garganta y decir dos veces “pase” para que la empleada girara la manija.
Desde la verja de la casa no se veía la, (inevitable decirlo), la casa. Había mucho espacio, un camino empedrado que llevaba serpenteando hasta la entrada de la mansión. Las gemelas se emocionaron y tal vez hayan dicho “wow” mil veces o “this is freaking huge!”. Caecis las vio por el retrovisor orgulloso, sintiéndose un lobo. Sacó la lengua mojándose los labios y preguntó si habían visto algo así en Oklahoma. Las dos dijeron que no. Entramos, Caecis se excusó un rato para encender las luces de la piscina. Atravesando la casa, recto desde el salón, dabas con unas ventanas enormes, las puertas correderas de cristal que iban  a la pérgola o la piscina. Después de un rato vimos la luz azul y las ondas moluscas del agua reflejadas en el techo de la sala como rombos interminables. Vimos a Caecis encender las demás luces y decir “¿Qué les parece?”. Avanzamos todos hasta la sala, bajabas una especie de escalón para estar a nivel, parecía una letra “C” gigante. El suelo cambiaba de piso cerámico a madera, había sillones dispuestos en todas posiciones, algunos individuales junto a la chimenea, otros enfrentados entre sí, otros planos e interminables. Sarah se tendió en uno de ellos y su hermana corrió al ver el piano a un lado del salón. No tardó en empezar a tocar pero lo hacía mal, diciendo a cada momento que no, que la canción no era así; que ahora se acordaba. Después otra vez que no era así, luego que ¡Ah!, ya se acordaba. Caecis volvió a excusarse, ahora para traer algo de tomar. Volvió con una bandeja, cuatro vasos encima, un bowl con hielo y la botella de Ron Zacapa.  Tenía el teléfono móvil sujeto con la oreja y el hombro. “Sí, Sí-decía al aparato- aguarde un momento”. Se dirigió a nosotros”. "Pizza ", dijo desesperándose un poco, "¿de qué la quieren?". Las gemelas dijeron ambas "queso, sólo queso".

Las pizzas llegaron al poco tiempo. Caecis pagó al motorista que desde la entrada trataba de asomarse al interior de la casa. Cerró la puerta. Puso las pizzas en la mesa y dijo “hoy nada demasiado extravagante”. Las gemelas se rieron. Fue hasta el mueble del fondo de la habitación y encendió el estéreo. Escuchamos apenas al motorista arrancando la moto, pateándola del otro lado de la puerta, después dejando la propiedad en un ronroneo sordo. Sonaba Bette Davis Eyes, de Kim Carnes. Las gemelas se asomaron a la ventana. Desde la habitación iluminada lo único que se veía fuera era la piscina, también iluminada. En un arrebato de entusiasmo, volviendo de la ventana y moviéndose con la canción, casi botando el trago, preguntaron a Caecis si podían meterse al agua. Caecis dijo “absolutamente”. La piscina estaba climatizada. Las gemelas no tuvieron ningún problema en bañarse en ropa interior. Acercaron las cajas de pizza a la orilla y nadaron jugando a cualquier cosa. Caecis y yo nos sentamos en la pérgola, encendimos un cigarro. “Qué bueno verte vos Nimo, qué bueno verte”.-decía- “¿Los viejitos, bien?/” Y no pudimos preguntar por más cosas.

Caecis leyó un poema que yo había escrito a los catorce sobre una chica que había bailado conmigo en una fiesta de quince años. Iba más o menos de la velocidad con que había acabado la noche, la chica yéndose por la hora como cualquier otra invitada. Al terminar de leerlo dijo que era cursi, algo de niñas enamoradas. En la habitación de su casa en Vista Hermosa había un poster de Slash sin camisa, la fotografía tomada desde atrás, la gente después del escenario gritando enfurecida. Estábamos fumando en la ventana la tarde que le enseñé el poema. Hablamos de la fama, de la posibilidad de hacer algo que todos vieran. Caecis miraba el poster de Slash. En un momento dijo “¿te imaginás cuántas mujeres tiene ese cerote?” Y puso una cara embrutecida, babeante, soñolienta, extasiada contra la fotografía. “Debe haber, te aseguro,-continuó- una especie de lugar al que van filas y filas de rubias, las mejores. O pelirrojas pecosas o morenas tipo colombiano, venezolano y el cuate sólo se sienta en una silla sacándose los mocos, tirándose pedos, eructando con los pies sobre alguna mesa y les ordena que todas se pongan contra la pared. Tal vez camine cerca de ellas para verlas bien o ni siquiera eso: al ojo, sólo las señale o anote en un papel, si es que están numeradas. O aún más fácil, tenga a alguien de confianza que las escoja por él. Después en su habitación de hotel o donde sea que esté quedándose se ve con ellas y hace lo que le da la gana. Puede ponerlas a cambiar el canal de televisión, a que suban el volumen o a que se desnuden unas a otras. Puede quedarse dormido con una rubia desnuda y de pie al lado la mesa de noche sólo porque está cómodo y el aire acondicionado y las almohadas lo hagan preferir el sueño. Tiró la colilla, se olió las manos como para calcular si su mamá lo iba a descubrir. Me miró a los ojos, se tendió en la cama y me dijo “¿te imaginás, Nimo… mmmm… no sé… poder matarlo…?-dijo. La vista clavada en el techo- o que él solito se muera y poder…, cómo te digo…, sustituirlo/empezar desde donde él se quedó. Crear algo a partir de eso. Nueva música, nuevas letras pero sin salirte de su estilo, de lo que la gente cree que es. Parecerte lo más que podás a él para ver lo que sus ojos muertos vieron.

Las gemelas chapoteaban en la piscina. El pelo seguía siendo amarillo aún con el agua mojándolo todo. Caecis se quitó los zapatos, me preguntó si quería meterme también al agua y en un momento se lanzó en un clavado. Lo vi jugando con Victoria, la menos bonita de las dos. Le tiraba agua a la cara, después la perseguía sacando la mano como si fuera una aleta de tiburón. La chica gritaba muerta de risa, pataleaba pero nunca lograba librarse. Pensé que Sarah había sido la que besó al Flaco, el cantautor, detrás del teléfono público la noche de la que hablaba Caecis en Xela. De lo contrario estaría prestándole más atención a ella, al menos eso creí, o a las dos por igual. Quién sabe.  No tenía importancia. Pregunté si querían que les acercara algo de tomar.
-Hay una botella,- dijo Caecis. Se interrumpió a sí mismo-¿Les gusta el tinto?- Las chicas dijeron que sí- Pues Nimo, hay un par de botellas de Hacienda Monasterio en la encimera. Traé copas también.
Volví con el vino/las copas y me metí en la piscina. Estuvimos hablando un poco los cuatro, después Caecis siguió jugando con Victoria. Sarah se quedó viendo cómo se perseguían, tal vez incómoda de habernos quedado los dos solos. Lo único que se me ocurrió fue preguntar qué era lo que más le había gustado de Guatemala. La rubia pensó. -Mmmmm. Tal vez. Mmmm. Tal vez Xela,- dijo.
“¿No se siente mareado?- preguntó inmediatamente. Sus ojos brillaban con la luz de la piscina.
“No, creo que no- respondí. Habrá que ver después del vino.
En un momento nuestros pies se tocaron.
¿Y qué escribe?- preguntó.
-A mí también me gustaría saberlo- dije. Ella se rió un poco.
-¿Poemas?- dijo.
-Sí, he escrito algunos poemas. Sí… se podría decir que sí ¿Te gusta la literatura? – contragolpeé.
Pero ella no puso atención a la pregunta y dijo tuteándome “¿escribirías algo de mí?”.
Y dije que sí.

A donde estaba llegaba con cierto retraso el olor de su boca, el olor ácido del vino. Sarah había vaciado dos copas y pidió que le sirviera una más.
-¿Por qué Xela?- pregunté
-¿Ah?
-¿Por qué te gustó tanto Xela?- volví a decir.
-No lo sé.
Un silencio prolongado. Caecis y Victoria chapoteando. Después habló de sus dos noches en Xela.

La noche había sido movida, confirmó Sarah. Caecis había bebido quizás demasiado pero todos estábamos borrachos. De vuelta en el hotel el Flaco quiso cantar una canción inédita/nueva. Nos sentamos en la otra cama, él sacó su guitarra y empezó a tocar. Lo escuchábamos. Aplaudimos el final, pedimos que tocara otra. A la mitad de la segunda canción alguien tocó a la puerta. Era un huésped que pedía que nos calláramos. El cantante le dijo que eran libres de hacer lo que quisieran (se puso altivo, usted sabe) pero nosotras dijimos que podíamos movernos al bar del hotel sin molestar a nadie. Allí seguimos bebiendo, el Flaco dijo que quería dedicarme una canción. Toco esa que va de una extranjera, ¿cómo se llama? Esa tan conocida. ¡Ay!, ¿cómo se llama? No sé. Una que dice que Guatemala es muy bonita y que la invita (a la extranjera) a su país, que no es tan mala la ciudad y ese tipo de cosas. Muy romántica. Caecis se peleó con las personas del hotel. Gritaban, se volcaron vasos, taburetes, ceniceros. Los empleados no querían servirles más alcohol, era un alojamiento de pocas habitaciones, tal vez demasiado pequeño y los huéspedes estaban desesperados. Salimos a Parque Central, un poco más lejos. Pedimos una jarra de cerveza en un bar de sillas plásticas. Yo ya no podía tomar más. Victoria vomitó, le regó los zapatos a Caecis que estaba sentado en frente. Volvimos al hotel por nuestras cosas, Caecis hizo un par de llamadas y de pronto lo único que sé es que estamos yendo en un carro con chofer a ciudad de Guatemala. Todos duermen, despierto de la nada, los miro un rato y me vuelvo a quedar dormida. El chofer nos despierta a todos abriendo la puerta trasera del auto, ya en el motor lobby del hotel Barceló. El Flaco le dice que los deje dormir un poco más, que cierre la puerta. El pobre del conductor tuvo que insistir un poco más en que por favor bajaran del auto. El Flaco bajó tambaleándose, vomitó en el lobby. Tenía que dar un concierto esa misma noche, imagínese.

Nos secamos en la sala. Caecis encendió la chimenea. La música seguía sonando, tal vez finalizaba In The Air Tonight y empezaba Video Killed the Radio Star, de Buggles ¿O era al revés? -Gracias por las toallas- dijo Victoria. La otra dijo también -sí, muchas gracias.-
Volvimos a vestirnos, a ponernos la ropa que habíamos dejado en el respaldo del sillón. Se sentía la ropa interior húmeda, las gemelas se tocaban el pelo constantemente. Les había costado ponerse los pantalones, tenían unas piernas largas, blancas, salpicadas de lunares, un trasero liso, pronunciado que dificultaba la subida del elástico. ¿Caecis, guapo, tienes un peine?-preguntó una de ellas- Y Caecis les indicó dónde estaba el baño.
Se sentó conmigo sin hablar hasta que estuvo seguro de que ellas no podían oírlo. Estaba borracho, la vista extraviada, eructaba cada seis palabras.
¿Y?- dijo. Tremendas ¿no?
-Están bien, dije.
-Son un descubrimiento, un regalo. –dijo- No cualquiera las toca. No cualquiera.
Le dije que me gustaba Sarah, que me gustaría verla otra vez. Más veces.
-Mañana- dijo Caecis. Eructó. –Mañana…-se detuvo un momento- Llevála a tomar algo, tal vez a dar una vuelta. Que vea ropa, perfumes. Cosas de esas. Después hacé lo que querrás con ella.- Y se rió a carcajadas hasta la tos. Me palmeaba el hombro. Decía- Nimo, vos dale. Vos… sólo dale-

Volvieron las gemelas con el pelo a rayado por el peine. Tomamos unos tragos más, después ellas se tiraron perezosas en los sillones. Estaban abatidas. Tres días de fiesta ininterrumpida. Xela había sido un descontrol, dijeron. Victoria se reía de Caecis, que tenía la cara como inflamada y chapuda, los ojos pequeños. -Pon algo del Flaco,- decía Victoria palmeando el pecho de Caecis, brincando en el sillón, insistiendo como niña- Una del Flaco, pon una del Flaco-decía muerta de risa. Y las dos ja-ja-ja, ju-ju-ju. Aproveché un momento en que Sarah se levantó para ir al baño. Caecis trataba de besar a Victoria aunque por ratos parecía querer quitársela de encima, como con malestar, después risas, solo risas. Esperé a Sarah en el corredor, cerca de la puerta del servicio. La puerta cerrada, había luz en el suelo, en la separación de la madera. Permanecí allí, encarando la entrada. Entonces escuché el ruido del wáter, después el lavamanos, después nada y finalmente la manija de la puerta. Se asustó un poco al verme allí, después se rió conmigo y aproveché para acercarme.
-¿Estás bien?- le dije.
-Sí, tal vez un poco borracha-respondió.
-Normal- sonreí- Has tomado mucho-.
Nos quedamos en silencio. Del fondo del corredor venían las risas.
-Te gustaría- espeté tal vez demasiado pronto- ¿Te gustaría –lo aguanté más- que te sacara al centro comercial mañana? No sé, tal vez ver una película.-
Se quedó callada. Sonreía.
-Bueno, te lo decía porque hay un festival de cine europeo que empezó el lunes y la entrada es gratuita y es súper interesante y trato de ir todos los años y no por nada porque… y está muy bien y no hay tanta gente y los films que ponen no son comerciales y, y, y.
-Sí, me encantaría- interrumpió ella. -¿Pasas por mí mañana? ¿Tal vez después de comer?
Y volvimos a la sala. Ella instó a Caecis o a Victoria para que me dieran los datos de contacto. En un papel apunté Barceló, tarde de ¿cine?, 6 o 7, llamar para confirmar hora, llamar a hotel, extensión 314 (que era el número de cuarto).

Nos sentamos a escuchar la música. Caecis preguntó si queríamos ver una película. Las gemelas dijeron que no, se quedarían dormidas. Hablamos un poco más de cualquier cosa, recorrimos el resto de la casa. Caecis nos enseñó su habitación, después el jardín frontal. Todo había acabado demasiado pronto. Las chicas empezaron a bostezar muertas de sueño.

Caecis pidió un taxi que él mismo quiso pagar. Me dejó en el estacionamiento de Merliot, junto a mi carro. Las gemelas se despidieron en la ventana, iban cabeceando las curvas. Arranqué el auto. Me noté borracho al subir por séptima. No había carros, no había gente, ni siquiera policía. Llegué a mi casa, dejé la nota en el espejo de la entrada. Me desnudé, tomé un vaso con agua y me tendí en la cama. Dormí hasta poco más de las doce.

Parecía un lindo día. El sol por la ventana que había olvidado cerrar, el murmullo de la gente. Sólo al pararme de la cama noté que tenía un dolor de cabeza insoportable. Tomé dos vasos con agua, me puse unos zapatos y salí a la tienda a por dos alca seltzers exteme. Aproveché para comprar un diario y volví a mi casa. Desayuné flojo, un par de huevos cocidos y mucha agua empastillada. Me puse a hojear el periódico: Elecciones de Septiembre, Renuncia Molina, Un comediante se perfila para ser presidente, baleados en 4 zonas de la capital, fotos de bomberos recogiendo cuerpos, problemas con la distribución del agua, asentamientos al filo de barrancos, Municipal cae ante Petapa (una foto de Ávila con las manos en el rostro), show de modas de Saúl E. Méndez, Arjona lanzará un nuevo disco, Serrat prepara su visita a Guatemala. Y allí, en las páginas culturales, en un titular no tan grande: El Flaco cancela concierto de su gira Sol Puma con cita en Guatemala Ciudad. Según el artículo los fans fueron avisados que se cancelaba el concierto estando ya en el lugar del evento. Piden de vuelta su dinero, decía el artículo, algunos rompen posters del cantautor guatemalteco. De pronto todos hablaban del Flaco, pensé. El concierto tenía que llevarse a cabo el día anterior en la noche y el maldito seguro estaba de resaca y le importó un carajo dejarlos tirados ja-ja. Ya me habían hablado un poco de su estilo de vida. Lo raro es que las gemelas no dijeran nada del concierto en casa de Caecis, que no insistieran en ir cuando aún era temprano, pensé. Dejé el plato en la encimera, me lavé los dientes y volví a la cama. Desperté, en el reloj las cuatro un poco pasadas. Me pegué una ducha pensando en Sarah. El dolor de cabeza había cedido.


Contestó Victoria, me comunicó con Sarah. Acordé pasar a recogerla a eso de las 5 y media/seis. Parecía entusiasmada. Dijo que Caecis estaba en el hotel con ellas. Qué bien, dije. Decile que hola. Y nos despedimos colgando a ambos lados del teléfono.
Pasé al hotel un poco antes. Tomé un trago en el Lobby con vista a los ascensores y la escalera del centro. Sarah bajó viendo para todos lados. Llevaba un vestido blanco que dejaba ver sus muslos. Pagué por el whisky. Salimos juntos del hotel. Tocamos Van Dyck y reservamos dos asientos para las 8:30. Matamos el tiempo viendo ropa. Compramos palomitas, sodas. Entramos al cine.



-La película estuvo pésima- dije, insistiendo en el director polaco, en la mierda de film. Esperamos otro semáforo. Nos besamos en los labios.
-Y tú, -dijo- ¿en verdad no tienes a nadie para dormir “acompañado”? como dices.-preguntó riéndose. En verdad lo pensaba, quiero decir, se dormía mejor con alguien más en el cuarto. Además como estrategia había funcionado, me la estaba llevando a casa.
-No, la verdad es que no a nadie. –contesté.
-Pensaba que los escritores tenían chicas por montones–dijo.
-No todos.
-O es que no eres un escritor.
La besé en un Stop.
-¿Y cómo sabes entonces qué se siente? ¿Cómo sabes que en verdad mejora el sueño, cómo se dice, con diferencia?
-No sé, compartía habitación con mis dos hermanos cuando era chico.- dije y los dos nos reímos.
-No, no es eso, te lo dije antes, se trata de la respiración y…-
-Mentiroso- dijo ella muerta de risa. –Seguro que eres un cualquiera, un perro de mucho cuidado.- Hablaba como española, casi. Una gringa con dichos españoles.
En un momento nos callamos. Le subí un poco a la radio, la besé tratando de ver la calle con un ojo.
-Nimo -dijo-. ¿Y si la persona no respirara? Entonces, ¿igual serviría para dormir a fondo?-

Llegamos a mi casa. Cerré la puerta detrás de nosotros y empezamos a besarnos en el recibidor. Estaba oscuro y creo que los dos nos besábamos con los ojos abiertos. De cuando en cuando Sarah me decía “oye Nimo” y se alejaba un poco y yo me acercaba y erraba besándole un ojo, la frente, la nariz, el pelo. Empecé a subirle el vestido, la puse contra la pared, creo que se subió en un mueble. Sarah empezó a respirar agitada. La besé por el cuello, los hombros. Después otra vez la boca, nos besábamos sin pensar en nada, sacando la lengua, revolviéndola desesperadamente, una contra la otra. En un momento me separó con sus dos manos y casi jadeando dijo “Nimo, Nimo, ¿podemos ir al hotel?”. Encendí las luces. Estaba despeinada, tenía un tirante del vestido caído. La pasé a la sala, fui por un vaso con agua. Se lo acerqué.
-Sarah, ¿Estás bien?, ¿Qué te pasa?-dije.
-Nada, no es nada. Es solo que…
-¿Es solo que qué?
-Es solo que preferiría estar en el hotel, Nimo. No me siento bien. Nada más.

Volvimos al hotel Barceló, esta vez besándonos con más tacto en los semáforos, en los rótulos de stop. Aparqué. Sarah dijo que bajara a tomar algo con ella. Entramos. En el bar buscamos una mesa apartada del resto, nos sentamos, pedimos unos tragos. Sarah dio un traguito a su Martini. Hablamos un rato de cualquier cosa, de su regreso a Estados Unidos, de si alguna vez volvería a Guatemala, de (ella diciendo) “te recuerdo que tienes que escribir de mí”. En un momento se excusó, “ahora vengo” y se levantó de la mesa. No dijo adónde iba pero estaba seguro que se dirigía a su habitación. Le di un rato, lo suficiente como para que no me viera dejar el bar. Saqué la nota de la cita, leí: habitación 314. Pedí el ascensor  pulsé el botón número 3.

Epílogo:

Estoy en el pasillo, los pasos amortiguados por la alfombra. Son varias puertas hasta la 314 que inicia otro pasillo a la derecha del corredor inicial. De todas las manijas, la de la 314 es la única, al menos de las que veo, que tiene el cartelito suspenso de “NO MOELSTAR. POR FAVOR HACER LA HABITACIÓN EN OTRO MOMENTO” (dirigido a las empleadas del hotel, claro). Toqué a la puerta dos, tres veces. Dentro del cuarto se oyeron unas risas, después pasos. La luz que se filtraba por la mirilla desapareció momentáneamente. Escuche que una voz de hombre decía “es Nimo”. Caecis abrió sólo un poco. Sacó una parte de la cara y dijo “¿Hay alguien en el pasillo?” y dije que no. ¿Sarah está contigo? Preguntó. Sí, está abajo, en el bar, respondí. “¿Te dijo que subieras a ver?” asentí con la cabeza. “MMJJMM” dijo, poniéndose un poco nervioso, -Sarah es una enferma-, añadió luego, con risas. Abrió la puerta y entré. Olía a tabaco y a ropa sucia. “Pasá, pasá adelante”, dijo Caecis. Noté que él se quedaba un poco más atrás. Vi a Victoria sentada en una de las camas. Tenía un cigarro en la mano. Hola Nimo, dijo, y alternaba la vista de mi cara a la parte inferior de la otra cama. Llegué hasta donde estaba. El olor a ropa sucia, tal vez a pelo sucio se incrementaba. Entonces vi la parte trasera de una cabeza recostada contra el colchón, de alguien sentado en el suelo. Supe inmediatamente que se trataba de un muerto. Di la vuelta hasta verlo de frente. El tipo parecía una especie de John Lennon, patillas color caca, negras, gruesas que contrastaban con la piel muerta, pálida, casi azul del rostro exangüe. Tenía una barba de comunista, rala, muy espaciada. Llevaba una chaqueta de jeans, unos pantalones amarillos, a cuadros. Había un sombrero sobre sus piernas. El pelo todavía aplastado por el fieltro, de haber usado el bombín la última noche. Se le caían los brazos, los hombros inclinados sobre el estómago. Tenía un tajo rojo en la garganta, limpio, como ver un trozo de carne crudo. Ya no caía sangre. LA-PU-TA-MA-DRE. Victoria se incorporó, Caecis hizo lo mismo. Estábamos los tres viéndolo cuando alguien tocó a la puerta.  Caecis se arrastró a la mirilla, “es Sarah”, dijo, después abrió. Sarah llegó al lado de la cama. Me vio con sorpresa “pensé que te habías ido” dijo. No respondí. Las gemelas se acercaron al cadáver muertas de risa, jugaban con él, le acariciaban la cara y por ratos, al muerto, se le caían los lentes. El pelo le cubría el rostro y ellas lo peinaban a su antojo, le volvían a poner los lentes, ahora al revés, ahora en la cabeza como diadema. Sara lo besaba en la boca, le subía el rostro tomándolo del pelo, le ponía el sombrero, le movía los brazos.

Tuve que hacer un esfuerzo para volver en sí, fijar un momento la vista en Caecis y decirle “¿Sabés que se van a dar cuenta, verdad?” Era una voz débil, como chillona, no me reconocí en ella. Caecis asintió con la cabeza, parecía saberlo de sobra. Victoria puso el cigarro en la boca del muerto. El humo se metía en la nariz, rebotaba en los párpados, en la frente inclinada, en el pelo sucio. “Están aprovechando que todavía huele relativamente bien”, dijo Caecis, mirándolas jugar con el tipo. Me enfilé al fondo de la habitación, habré estado pálido. Estaba aterrado, casi atormentado por la escena. No hubiese sido capaz de hablar de nuevo, no me habría salido la voz. –Ahora Nimo, quiero que escribás de nosotros.-dijo- Sólo cambiános los nombres. Corrí hasta la puerta, me tardé en abrirla, el pasador estaba puesto. Maldije mil veces, mis movimientos eran torpes pero nadie hacía esfuerzos por contenerme, seguían viendo el cuerpo. Me giré al final del pasillo, la puerta estaba abierta y creí ver a Caecis asomándose. Bajé las escaleras de dos en dos. En el lobby pedí un diario. Me temblaban las manos. Lo alcancé al otro lado del estante. Abrí en cultura, reconocí la fotografía. Justo debajo ponía “El Flaco cancela su primer gran concierto”. Dejé el hotel corriendo. Me olvidé de dónde había aparcado el coche. El maldito estaba muerto.

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