Mis padres nos fueron a traer a la fiesta. El Porni se sentó al
lado, junto a la puerta, y mi hermano en la otra ventana, dejándome a mí en el medio. Estaba puesta la
calefacción y solo quería que nadie hablara en ese momento. Todo me daba asco. Vueltas y mucho
asco.
Avanzamos hasta el semáforo de La Parma en la veinte calle de la zona 10, donde esperamos el verde.
Mi mamá se perfiló en el asiento para preguntar
qué tal había estado la fiesta, algo que siempre hacía en esos casos, cuando
aún venían por mí los dos juntos. El Porni me echó un vistazo rápido, confirmando el
estado penoso en el que estaba, y se encargó de responder por ambos con frases cortas
y amables (voy a decir correctas), hasta quedar otra vez en silencio. Mi padre,
serio y callado por la hora, como si me echara en cara el desvelo, la carga de
tener que llegar a traerme a la fiesta -algo que también, siempre hacía-, puso música con poco volumen, una canción que me
mataba del asco, aunque en otra circunstancia tal vez me habría gustado. Una
balada de los 80s que no reconocía de ninguna parte. Tenía puesto el brazo
relajado sobre la cajilla del medio, su mano en el selector de
velocidades y subía el volumen de rato en rato, intentando dejarlo en el
medio, una manía terrible que tiene al conducir: encontrar el punto exacto del volumen que quiere.
Avanzamos hasta el semáforo de La Parma en la veinte calle de la zona 10, donde esperamos el verde.
Pensé que estaba aguantando bien después de todo. Como un campeón. Tragaba toda la saliva que podía, miraba solo hacia el frente, la calle que se abría oscura a través del windshield y las luces cortas del auto. Respiraba hondo. Intentaba estar tranquilo, no pensar en nada de la fiesta, como si no hubiese tomado ni un solo trago de vodka ni hubiese besado a Katia en el jardín lleno de basura.
Avanzamos hasta Pradera y entonces mi hermano, que hasta ese momento había estado callado, viendo taciturno por la ventana, se giró un momento para decirme algo. Y me susurró: -apestas a guaro- porque eso fue lo único que dijo: "olés a mierda" y fue la gota que colmó el vaso: su aliento asqueroso susurrado cerca de mi nariz.
Sentí un torrente subir deprisa, tan rápido que no pude cerrar la boca y solo vi cómo salía un pequeño chorro blanco hacia delante, como leche espesa que caía en el brazo de mi padre, que miró con rapidez hacia su propio antebrazo para ver de qué se trataba. Pero no había forma de engañar a nadie esa vez, todos habían escuchado el sonido de rana que hice, que venía directamente del estómago.
Volteó a verme aterrada mi madre desde el asiento, luego el Porni, mi hermano, mi padre. De pronto todos me miraban con extrañeza. Y justo cuando creí que no podía ser peor, cuando mi padre empezaba a decir, acercándose el antebrazo a la nariz:
-QUÉ PUERCAS ES ESTO
Entonces sentí una segunda arcada que venía detrás, esta vez mayor, y el chorro salió disparado hacia la radio, la palanca de velocidades, la cajilla del medio y el freno de mano. Todo inundado de vómito.
Cuando llegamos a la casa mi madre seguía llorando. Lloraba con la boca abierta. Algo que detesto de ella, la hace ver como un mono lastimado. Mi padre me dijo que me fuera a mi habitación inmediatamente, que era un desconsiderado y un egoísta y todas esas cosas que suelta cuando está enfurecido, que mirara nada más cómo había hecho sentir a mi madre (aunque yo sabía que solo estaba pensando en el auto y la tapicería de cuero). Fui directo a mi habitación. Cerré con llave y apagué las luces desde la cama.
El pobre Porni se quedó limpiando mi
vómito. Los oía en el garaje. Mi padre maldiciendo y dando voces de mal modo, el Porni respondiendo asustado.
Cerré los ojos. Sentía la boca pastosa,
con excesos de saliva y un resabio amargo en los labios. Iba a ser una noche larga. Larguísima. Iba a decirme mil
veces lo imbécil que era antes de quedarme dormido.
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