lunes, 22 de octubre de 2018

Teoría económica de la belleza



-¿Feminazis? Antes te podías tirar un pedo en el carro y no pasaba nada. Te podían perdonar. –
El viejo se empezaba a sentir cómodo en el sillón, aunque aún tenía puesta una cara de asco con la pregunta. Se estiró sobre la mesa de centro para alcanzar el paquete de tabaco. Un excedente de piel blanca, como de gallina sin plumas colgaba de su brazo delgado al extenderlo.
- Todo es culpa de las feas, -decía- las jodidas más feas que se organizaron en primer lugar. El feminismo es el proletariado de la belleza y eso es todo lo que hay que saber.- 
Dio varios chispazos al encendedor hasta el cigarro encendido. Sacó el humo por la nariz. Con pequeños pellizcos de sus dedos delgados, quitó sin prisa unas hebras de tabaco que habían quedado rezagadas en su lengua blanquecina. Solo entonces siguió.
- Las mujeres organizadas van en contra del hombre y de la belleza femenina: la esencia. Su esencia. En contra de la calidez, la amabilidad y el encanto, los perfumes de lavanda, vainilla y jazmín en cuellos delicados. En contra de la suavidad de la mujer hermosa en una idea equivocada de "todas valemos algo o ninguna vale nada”. Seamos feas, como hombres, dejemos nuestras axilas y piernas sin rasurar, eructemos en la mesa, cuestionémoslo todo aunque sean asuntos absurdos, humillemos de cualquier forma al hombre, insultémoslo de verdad, reduzcámoslo al orden, seamos obscenas, bestias, escupamos sobre todo lo que se mueva: parezcamos salvajes. –
El viejo cambió de postura en el sillón y parecía agotado solo con hacerse un poco hacia atrás en el respaldo.
-Pero es un engaño, verán, un ardid-continuó-. Porque todo se hace en nombre de lograr un plano de igualdad que no existe. Y no con el hombre precisamente, como creen ellas que hacen, sino con ellas mismas: Feas y lindas. –
Nego y Joshito, los dos adolescentes que lo escuchaban, no dijeron nada. Tampoco entendían nada.  El viejo hacía solo la conversación y celebraba sus propios enunciados, como si estuviera pensando en voz alta y saboreara cada palabra que decía.
–Piénsenlo –dijo- solo por un instante, el feminismo no es más que una negociación colectiva despiadada con formas rigurosas de presión en la que el hombre tiene que aceptar cualquier cosa con tal de tener historias efectivas con mujeres reales. –hizo un ademán para ver dónde iba a tirar la ceniza. Finalmente sacudió el cigarro sobre la mesa de centro-  Ahí es donde la demanda de mujeres, vean ustedes, mujeres para salir y estar en una relación sentimental, se hace tan fuerte que cualquier oferta que haya, eso es, cualquier fea, se revaloriza: se hacen de pronto necesarias. –Se tardaba en cada calada, luego sacaba todo el humo y ponía el cigarro a la altura de la cabeza para rascarse la sien con el dedo.
-Entonces- seguía:
-El hombre cede, ¿se dan cuenta? cambia la belleza por la experiencia efectiva y ahí es donde pierde. Escribe poemas a mujeres feas, viaja con ellas, se ríen  y se emborrachan, pero siempre pensando en otras mujeres, unas jodidas hermosas que no tiene, pero que ha visto en las revistas o en las películas de los años 90 que siguen pasando en el cable, donde todavía aparece el milagro y la gracia de unos muslos blancos apretados  en un vestido de fiesta. Porque todavía, a través de las películas,  el hombre estudia a las mujeres que llaman llorando por teléfono al protagonista porque están tan enamoradas y destrozadas que no pueden dormir, ni seguir adelante con sus vidas. Porque la parte fundamental de la mujer, eso es, su parte femenina, es un estallido de gracia y pasión, y el hombre, aunque sabiéndolo en estos tiempos anacrónico, estudia esa esencia y la busca en todas partes con fuerza. En las personas que se cruza en la calle, en la universidad, en el trabajo, en un supermercado cualquiera, queriendo cambiar su vida a través de la experiencia efectiva de la belleza. -
Sacaba la lengua, el viejo,  movido realmente por lo que decía. Volvía a ajustar su espalda en el respaldo del sillón. Volvía a chupar del cigarrillo.
-De alguna forma, fíjense ustedes,  sin tenerlas, el hombre conoce a las mujeres hermosas. Cualquier virgen introvertido la conoce.  O al menos conoce el potencial, porque lo siente en todo su ser, tiembla con la excitación de imaginarse con ellas: las chicas como las que mira en la tele. El hombre sabe bien que hay energía en la belleza, que la necesita y que a cambio de estar con una mujer hermosa su creatividad se dispararía a niveles inimaginables. Podría hacer cualquier cosa por ellas, cambiar sus hábitos por ellas, sus actividades y defectos por ellas. Podría entusiasmarse por la vida y por las cosas que hace y encontrar, en última instancia, su propósito. -

Parecía que llegaba al final, ahora arqueaba su espalda hacia adelante y los miraba a ambos  con ojos brillantes y saltones.
-Pero las bonitas terminan afiliándose a los grupos colectivos feministas sin saber que están siendo emboscadas por las feas, que a sus espaldas se regalan a los hombres que ellas mismas rechazaron en un primer momento, cuando se vieron compelidas a mostrar fidelidad a la causa feminista. Las feas, entonces, se aprovechan de que los hombres ahora se conforman con cualquier cosa (en este caso: ellas, que quedaron como parte última de la oferta), aleccionando falsamente a las bonitas sobre la necesidad y conveniencia de rechazar a muerte  las formas convencionales y "machistas" del hombre (eso es: de rechazar al hombre), sin saber que a sus espaldas las mismas feas se rasuran las axilas y piernas, usan vestidos, se maquillan y dicen cosas cursis en el teléfono. De esa forma reducen a las más lindas a niveles demacrados, masculinos y resentidos, donde sí pueden competir, usurpando finalmente la belleza que les corresponde (la esencia femenina con su fuerza demoledora), y quedándose, ya hacia el final, con experiencias que no les pertenecen: viajes en carretera, borracheras, risas, declaraciones de amor, cartas escritas a mano, hoteles junto al mar, canciones, enamoramiento, grandes historias. El monopolio de la feminidad en manos de las feas. O lo que es lo mismo: el monopolio de la fuerza.
En fin –dijo apachurrando el cigarro en la mesa- Antes podías querer a una mujer. Y más importante: Antes te podía querer una mujer, sin lastimarte o degradarte. Sin querer superarte todo el tiempo. Porque ya de entrada tenían mucha más fuerza que vos, y que todos los hombres juntos. Pero eso, mis queridos amigos, solo solían saberlo a la perfección las mujeres  de antes del año 90.





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