viernes, 27 de junio de 2014

El Guardían Entre el Centeno / The Catcher in the rye, (Holden Caulfield), J.D. Salinger

Alianza Editorial, Madrid (2005)
ISBN: 84-206-3409-3
228 pp.

"No cuenten nunca nada a nadie. En el momento en que uno cuenta
cualquier cosa, empieza a echar de menos a todo el mundo."


La voz de Holden, protagonista de la novela publicada en 1951, recuerda la de un adolescente debatiéndose entre dos ideas: por un lado la de vivir (en su sentido más amplio y subversivo) y por otro la necedad de no faltar a lo que cree. El personaje encierra en sí el valor de ambas cosas, además llevadas a una ecuanimidad absoluta.  En otras palabras, representa la transición progresiva de alguien que se empuja a encontrar lo futuro, aunque viendo constantemente su reflejo en el pasado. Por eso las ganas de largarse, de irse lejos y olvidarse de su vida hasta ese momento. Pero también la ternura de ver a su hermana Phoebe subir al Carrousel, luego de haberle prometido regresar a casa, y contemplarla aún bajo la lluvia, dando vueltas en su abrigo azul. 

 La novlea parece tomar varias salidas. De sus primeras páginas  se intuyen innumerables posibilidades. Creo que Salinger inviste a Holden de una rebeldía pletórica que hace del lector un dependiente de la página siguiente. Moldea al personaje hasta volverlo una hoja liviana, un tipo vulnerable, digamos expuesto, a los vicios del trasnoche. Sus decisiones son poco meditadas y en esa fragilidad aparente del personaje el libro encuentra la permanencia del lector. Holden es perfectamente capaz de tomar un taxi como de llamar desde un teléfono público o abordar a alguien en la calle. Quiero decir, está dotado de comunicación, movilidad y capacidad social.  El taxi puede conducir a cualquier parte y el teléfono cogerlo también, cualquier persona. Lo sabe quien lee el libro, que además quiere que Holden se dirija a alguna parte específica o que conozca / se encuentre con alguien que gane importancia de cara a las páginas siguientes.  Y así es como Salinger logra mantenernos a la espera de un giro eventual que, en mi opinión, nunca llega.

Si antes hablé de la imperceptibilidad del personaje, que abre de par en par la puerta a posibles acontecimientos, también, en el primer párrafo, mencioné la coexistencia de un contrapeso, de un ancla moral. Se trata de un recurrente vistazo nostálgico, de una infancia reacia a abandonar al personaje.  Creo que el libro está minado de pequeñas trabas y sensaciones antes experimentadas que lo ligan inevitablemente a su pasado. Pienso que su misma búsqueda, su misma rebeldía, gira en torno a dos cosas: La primera, saciar su incipiente apetito sexual y la segunda, volver con las personas e impresiones de antaño. No es de extrañar que al encontrarse solo, luego de haber dejado el colegio, recurriera a los lugares de antes, y que en los teléfonos públicos, marcara siempre el número de aquellos a quienes no veía en mucho tiempo. La moral juega finalmente un rol esencial. Se me ocurre pensar en Sunny, la prostituta que Holden recibe en su habitación. "De pronto empecé a notar una sensación rara. (p 106)  Iba todo demasiado rápido. Supongo que cuando una mujer se pone de pie y empieza a desnudarse, uno tiene que sentirse de golpe de lo más cachondo. Pues yo no. Lo que sentí fue una depresión horrible." Más adelante, ante la insistencia de la mujer por pasar al acto sexual y cobrar el dinero, Holden se vuelve a ella y pregunta "¿No te apetece hablar un rato?"

   El contraste de su rebeldía, de su ambición flamante en cuanto a sus resoluciones pueriles, es , creo, el residuo exquisito de un libro que pudo ser mejor y que fue, irónicamente, superado por Holden, su protagonista.


*De la lectura lamento dos cosas. La pésima traducción española de Carmen Criado, que tradujo el ejemplar que leí (a falta de conseguirlo en inglés), y que Jane Gallagher no se reencontrara con Caulfield.


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