miércoles, 25 de junio de 2014

María Ixcoy






María Ixcoy, empleada de la familia, fue la primera en dar aviso a la policía local. La llamada salió de su teléfono móvil. Según dice, corrió dando de gritos al advertir los cuerpos sobre la alfombra. Adelantó además, al ser preguntada, que las pisadas en la parte trasera del jardín eran suyas: Dijo que al bajar del autobús y caminar los cien metros que restan hasta el vallado de la mansión, vio que las luces de la casa estaban encendidas. Según el reporte, a este punto le alcanzan una fotografía de la familia y llora sobre la imagen. Acto seguido le facilitan una sala independiente donde relajarse y tomar un té de manzanilla. Más tarde, de vuelta en la primera sala, sigue e insiste en que las luces a esa hora de la mañana no eran habituales y que por ello, al abrir la reja, decidió no entrar en la casa. En cambio optó por dar  la vuelta  atravesando el jardín y asomarse por la ventana de la cocina. Al preguntarle por qué no llamó a la casa desde el timbre o dando golpes a la puerta, vuelve a mencionar las luces. Dice también haber sentido miedo al advertir el Mercedez-Benz con el retrovisor averiado, colgando de sus propios cables. Vuelve a inquietarse y ahora es ella que interrumpe al oficial: pregunta por los niños y su gesto es inconsolable.

Entre las fotografías forenses hay una en que se ve claramente al padre de familia con las piernas sobre el sillón de la sala. Tiene la cabeza contra el suelo, notablemente vuelta hacia atrás. De sus ojos abiertos sale un surco irregular de sangre que pinta su recorrido hasta desaparecer en una barba tupida de seis días. Su hijo juan, de 12, yace de bruces en la alfombra. Su cabellera fina parece como desprendida a la fuerza y casi da la impresión de que el trozo de cuero cabelludo es independiente al cuerpo. Por otro lado la madre presenta una inflamación exagerada en la frente y pómulos. Su rostro es irreconocible. De Tibi, el hijo menor, no se sabe nada.

A seis años del caso, migración del aeropuerto de Guatemala recibe y sella en aprobación el pasaporte de María Ixcoy, que regresa a su país natal después de una larga estancia fuera. Va acompañada de un adolescente taciturno a quien antes solían llamarle Tibi.  María nunca se repuso de un dolor punzante a la altura de la cadera, producto tal vez, de golpear un retrovisor en carrera.

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