lunes, 9 de junio de 2014

Veintiuno






Si Dios existe, (todo esto lo pienso), abro la puerta del 21 y en el fondo de la habitación, justo en el tocador, hay una rubia viéndose al espejo. El ruido que hago con la manecilla es suficiente para llamar su atención. Entonces voltea (todavía de espaldas) y creo que me invita a pasar con la vista. Creo que sí.  Sigo inmóvil bajo el marco de su puerta, indeciso, la rubia me advierte estático. Voltea completa y me llama con la mano. Entonces entro cerrando la puerta detrás de mí. 

Voy por el 15, (todo esto sucede) faltan 4 puertas, 11 pasos, unos diez metros para estar frente al 21. Si Dios existe, abro esa puerta y está la rubia de espaldas. Siento la tensión, el pasillo en absoluto silencio. A dos puertas de distancia empiezo a amortiguar los pasos. Realmente despacio, primero la punta del zapato, luego el talón. Los pasillos están desiertos, hay un carrito de limpieza al fondo y una sábana en el piso. La alfombra roja del suelo tiene manchas de humedad.  Sigo caminando. Ya estoy enfrente, contemplo la puerta, me acerco. Respiro hondo. Se escucha la T.V del cuarto vecino, el francés del programa televisivo me da vasca. Resueltamente toco el metal de la manecilla, dedo a dedo la tengo entre mis manos, está helada. Frente a mis ojos el 21 en negro mate. Se me encoge el estómago, tableteo de frío. Espero cinco segundos para disimular el ruido. 

Ya giro la manecilla, muy lentamente. Gira suave, aceitada, solo hace falta empujar. (La sangre se agolpa en mis sienes) Exhalo tenso, retengo una última bocanada de aire en los pulmones; aprieto con más fuerza la manecilla y  apoyo el antebrazo contra la puerta, ya no siento nada. 

Comienzo a empujar. Lentamente, abro muy lentamente.  A través de la ranura advierto una lámpara, una mesa de noche, un vaso plástico, lentes con marco rojo y una novela por la mitad, también el comienzo de una cama a medio hacer. Sigo empujando, no hay vuelta atrás. Tengo la puerta a la mitad, sé que hay alguien, puedo percibir el sonido de un zipper, abrir o cerrarse. No lo sé, ya importa un carajo.  Tenso el abdomen,  los dientes.  Todo el cuarto al descubierto. En el fondo, de abajo hacia arriba: tacones verdes, piernas blancas,  lunares negros, falda roja, cintura ancha, piel, más piel y la marca de un sostén en la espalda. Cuatro segundos de parálisis física. Ella tarda dos en sacarse la blusa de la cabeza, voltear y sorprenderme allí, parado bajo el marco de su puerta. Es rubia.

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