lunes, 2 de junio de 2014

Siéntese, veámonos. Obliguémonos



Imagíneme en aquella silla plástica del balcón. ||Tómese un tiempo.||

Si acaso pudiera verme, tal vez cerrando fuerte los ojos, tal vez perdiéndolos en lo que sea que encuentre, hasta que el objeto mismo se desenfoque, entonces creo que no sólo vería la silla aguantándome. La imagen traería consigo la otra silla, de donde usted me mira. Y traería un suave viento francés:  tenue, tenue, aunque suficiente como para desordenar sus cabellos y soltar al continente el olor de su shampoo. Traería la noche desabrigada, y el cielo azul marino, medio estrellado. Una luna brillante en descenso a medida que hablamos y acerco las palabras a su boca; a medida que enciendo un cigarrillo, dos, tres, hasta cuatro; a medida que lleno su copa de vino por la mitad.

Y son sus ojos, creo, el ápice de luna en reflejo que detiene mi contemplación celar. Sus manitas de rubia indecisa que se aferran al vino en espera de probar mis manos. Sus labios inhóspitos que exhalan relamidos un vaho de alcohol. Y la noche nos alberga inmutable, sin titilar de frío, sin temblar siquiera, como usted y yo, que ya pensamos en el beso.

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